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    Aquella franja gris debe ser la costa
    Sueños en patera

    Aquella franja gris debe ser la costa. ¿Acabaremos llegando en este bote? Tengo sed. Tanta agua y tengo sed. Voy a morir de sed antes de llegar a la franja gris. Qué sueño más inútil. La patera parece inmóvil. Ahora parece inmóvil. Tan cerca. No estaba inmóvil cuando embarcamos. Todos contentos, treinta y cinco hombres y yo. Nadie quería embarcarme. Aquello se movía y me dio náusea. No náusea del embarazo sino del mar. Del olor a salitre que se bamboleaba como queriendo tragarme. Pero al principio nadie quería embarcarme. Porque era peligroso, porque el mar traga fieles corruptos, porque una mujer sola no puede viajar. Cómo se movía el suelo a mis pies. Cuatro quisieron bajarme a la fuerza y a la fuerza me quedé. Gracias a aquel señor delgado y flaco, si no no habría podido. Dijo que era pariente lejano y que no iba sola. Gracias a aquel señor. Pero aquello se movía.
    Luego vino el adiós a la gente que quedó en la playa. Gente esperando un nuevo embarque. Gente con su tragedia en los bolsillos. La gente siempre espera. También había otra gente. La que se queda, la que también espera que los que vamos en la nuez no volvamos. O volvamos pero de otro modo. Como gente de verdad, sin tragedia en los bolsillos. Porque la gente de Europa es verdadera gente, no como la gente de allá, que se muere en la mugre y la pobreza. Lo mío es distinto. Cuando aquello se movía aún cerca de la orilla, sentí nausea y vomité. Mi gente es gente allá, pero no acepta que una no sea como ellos. Por eso quiero estar con la gente verdadera que hay en Europa. Está tan cerca. Aunque ahora no se mueve y no sé si llegaremos a esa línea gris.
    No sé cuántas horas llevo aquí, mirando el horizonte. Ya no somos treinta y cinco hombres y yo porque esto que parece inmóvil se mueve. Se movía cuando aquellas nubes nos cercaron. Todos creíamos que habíamos insultado gravemente a Dios y éramos fieles corruptos. Aquellos siete que venían de más al sur también. Las olas nos arrastraban, la patera era un trocito de madera que de pronto estaba arriba, que se hundía y el agua nos mojaba. Ese salitre que ahora quema al sol. Pero cuando se puso el mar con hambre nadie pensaba en el sol ni en el salitre. Sólo había miedo. Primero cayó mi pariente lejano. En uno de los golpes. Era fuerte, pero la ola le dio de lleno y lo tiró fuera. Sacaba los brazos por encima del agua y de pronto se veía su cabeza y de pronto no se veía nada. Hasta que dejó de verse la cabeza y los brazos y ya no se vio nada. Sólo agua oscura. Luego estaban los rayos, la ira de Alá por huir del destino. Somos culpables. Y otros dos culpables redimieron su culpa en el mar. Cayeron juntos. Creo que nadie ya miró si sus brazos salían del agua o si se veían sus cabezas. Lo mismo ocurrió otras dos veces. Y ya pensamos que Dios nos cobraría la deuda como si comiera un racimo de uvas de aquellos del Atlas que se compraban en el mercado de la ciudad.
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    Recordaba mi Sur. Ya no pensaba en la verdadera gente que hay en Europa. Hasta que fue agotándose la lluvia, calmándose el viento de Alborán y despejando nuestros corazones de la angustia que nos mandaba el cielo. Se había hecho de noche aunque nadie lo había notado. Arriba había estrellas. El agua era fría, muy fría y empezaba a contagiar las ilusiones. El barco se movía, pero menos que durante la tormenta; no como ahora que no se mueve cuando ya estamos tan cerca.
    Todavía vivimos dos tormentas y cayeron más hombres. Yo era la única mujer, al principio entre treinta y cinco hombres. Luego entre menos pero todos hombres. Qué difícil aguantar algunas necesidades porque sólo hay hombres. Que son hombres incluso cuando se exponen a la ira de Dios, en medio del mar y solos. Cayeron más y quedó más sitio. También cayeron otros cuando no hubo tormenta. Todavía se movía. Aunque no sabía nadie hacia dónde. Quizás a ninguna parte. Quizás al punto de partida. Quizás nos moveríamos siempre en medio del agua hasta morir en la tormenta o en la calma bajo un sol hiriente. Se había acabado el agua. Algunas garrafas cayeron al mar con algunos hombres en la tempestad. Otras simplemente se vaciaron. Da sed el mar. Tanta agua y tanta sed.
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    Y durante la lluvia abres la boca queriendo absorber la esencia de las nubes. Alguno cayó por sed. Otros cayeron por hambre. Nadie sabe cuánto dura el viaje. Todos creemos, o queremos, que es igual, que dura poco y pocos son los víveres que caben en el arca. Los niños, cinco, que embarcaron conmigo, también eran hombres, unos pequeños y otros ya con señales de hombría. Ellos lo tienen fácil. Si llegan, que como no se mueve ahora nunca se sabe, irán a un refugio del gobierno. Allí lo tienen todo. Yo también seré una niña, con señales de mujer, pero niña. Si llego tendré suerte, pero nunca se sabe porque esto ahora no se mueve.
    Tampoco se movía cuando la pelea. No había aire. Sólo sol y agua. Yo vi a aquel hombre que miraba la garrafa. Bueno, vi el marfil de sus dientes que sonreía porque sus ojos estaban tan quietos como la patera. Tampoco movía sus manos ni se enderezaba el pañuelo con que cubría su pelo rizado y que se le había medio descubierto cuando sopló el viento antes de que dejara de moverse por mucho rato. Me acerqué a él sin incorporarme. El mar ya no me daba náusea pero tenía miedo de afrentarlo con mi posición erguida. Le toqué el hombro y el negro se deslizó ingrávido hasta el fondo de la barca. Sus oídos no oyeron el sonido sordo de su cabeza al golpear el suelo. ¿Puede eso llamarse suelo? El suelo está allá enfrente, tras la línea gris, que, maldita sea, no sé si está más cerca o más lejos porque esto ha dejado de moverse.
    La pelea, una de las que hemos vivido, vino cuando vi al negro muerto. Fue uno de los niños, adolescente o casi, porque era alto y fino. La pelusilla le daba un cierto atractivo que en otras circunstancias hubiera despertado el deseo. Porque yo también era niña, niña mujer o mujer niña, y por eso, si llegamos, tendré fácil ir al refugio del gobierno para los niños que llegan a Europa para hacerse gente de verdad. Conocía al chico de cuando esperaba en la playa. Es simpático y me cae bien. Sólo dios sabe si cuando lleguemos volveremos a vernos. Él tiene familia allí. Un tío y un hermano que ya viven en Europa y le mandan dinero a su familia cada mes. Yo no tendré que mandar dinero porque iré al refugio del gobierno si llegamos. El chico quería comer aunque es lo que queríamos todos. Pero ya escaseaban los víveres y eso hizo estallar la tormenta en aquellos 7 por 3. Le insultaron primero. Luego se levantaron varios hombres que estaban cerca y le golpearon. El chico se agarró fuerte a uno y en el forcejeo le hizo caer al mar. Todo se calló. Todos miramos cómo su cabeza salía y se escondía mientras se alejaba de aquello en medio del agua sin moverse. Y bajo el sol.
    Ahora tampoco se mueve. O quizás sí, pero no se nota. Como se movía aquella cabeza cuando nada se movía, ni el aire. Se ve allí a lo lejos la línea gris. Detrás estará la costa. Sólo falta que lleguemos. Dicen que habrá que ser rápidos. A los europeos no les gusta que lleguemos así, sin pasaporte ni papeles. Ya no nos queda más que la ropa. La que queda. Pero les gustan las aduanas, no que la gente que no es gente llegue a nado a cualquier sitio. Por eso habrá que ser rápidos. No sé si seré rápida o me dará náusea. Pero yo lo tengo más fácil que otros aquí. Yo iré al refugio del gobierno. Los otros chicos también. Aún vienen los cinco, por milagro. Pero los otros hombres que quedan no saben qué pasarán. Yo creo que no todos pueden ser rápidos. Eso si llegamos y si llegamos hasta cerca de la orilla.
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    Algunos tienen familiares. Cuando sepan donde estamos los buscarán y se reunirán con ellos. Otros no conocen a nadie. Eso debe ser difícil. Lo más difícil, aunque yo lo tengo fácil. A mí me darán sus papeles como a los otros chicos. Tenemos suerte. Los que no tienen a nadie tendrán que buscar trabajo y no saben si les darán los mismos papeles. Unos dicen que sí, que Europa es Europa y ahí todos tienen papeles de algo. Otros dicen que no, que los papeles sólo los tienen unos cuantos porque ellos no son gente como la gente de allí. Y luego los que no sean rápidos. A esos no les darán ningún tipo de papel. Les darán comida y ropa. Por lo menos tendrán comida y ropa que ya hace días que no hay comida y la ropa está como está, toda rota y pegajosa entre el sudor y el salitre y el sol y las olas. Yo seré rápida, aunque lo tengo fácil, más fácil, que fácil no es, que no conozco a nadie allí ni conozco como hablan. Sólo más fácil, por ser mujer niña o niña mujer. Si llegamos, si pasamos aquella franja gris que es la costa. Si esto se mueve.


    Aguadulce, 06 de Septiembre de 2009