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Amanda (un cuentito de amor… jejeje) :D

Publicado por danie en el blog El blog de danie. Vistas: 717

Félix toda su vida fue un tipo muy tranquilo y solitario. Él amaba la soledad, el mismo silencio lo relajaba. Sus preocupaciones no se escapaban de los puntos básicos con los que lo educaron sus padres: seriedad y dedicación al trabajo, respeto y extremo aseo personal. Sus actividades eran las vulgarmente cotidianas: levantarse todas las mañanas a las 7 en punto, ir a la oficina, leer un buen libro antes de cenar y acostarse no pasando las 22hs. Él tenía una vida normal, demasiada normal. Pero en un momento, lo normal, lo monótono en demasía cansa a cualquiera, y en especial a una persona tan restringida emocionalmente como lo era él. Su necesidad de truncar con la esterilidad de alguna de esas tantas fantasías, por años postergadas, lo llevó a tener un irreprimible deseo de romper con la monotonía y el vacío de su departamento. Siempre y cuando se rija bajo las costumbres éticas en las que fue criado. Por lo tanto, sin pensar en nada ostentoso, una tarde, a la salida de su trabajo, fue en busca de algo que llene un poco esa soledad en la que habitaba.

En un primer momento pensó en cambiar las cortinas, parte del decorado, también algunos muebles que mucho no le agradaban. Pero, luego, se dio cuenta que eso no le daría lo que estaba buscando, y entonces se puso a buscar algo más exótico. Así caminó por todo el barrio chino buscando algo que le llame la atención para quitar un poco el vacío de su departamento. Y pensó: ¿qué mejor cosa que una planta para sentirse acompañado?

A él, no le gradaban mucho las plantas, pero una planta era mejor que adquirir una mascota por la responsabilidad que conlleva. Por lo cual se centró en la búsqueda de alguna pequeña planta que lo fascine, ya sabiendo que esto no iba a ser una labor fácil por las pretensiones que él tenía.

Debo decir que, sin mucho andar, quedó encantado a simple vista por una plantita que sobresalía con una extraña iluminación propia en un pasillo oscuro del barrio. Como si la planta lo estuviese buscando a él y no él a la planta.

El local vendía todo tipo de objetos orientales, y en la parte superior de una baranda que daba a la terraza se encontraba esta hermosa planta. El vendedor, un viejo chino que apenas hablaba algunas palabras en español, le dijo que no la tenía a la venta. Así Félix desilusionado, ya cuando se marchaba, volteó la vista una vez más hacia arriba para ver nuevamente a la plante, y logró ver que su frondosidad se estiraba hacia la dirección en la que él estaba, como si con sus pequeños tallos lo estuviesen llamando. Era una plantita que brilla un color verde, por momentos, casi fosforescente. Una planta sumamente llamativa. A Félix le pareció ver que, a medida que él se alejaba, la planta se enroscaba en un pedazo de caña con una inusual expresión de delicadeza y hasta casi tristeza.

Así Félix, convencido de que la tenía que adquirir por todos los medios posibles, volvió a entrar nuevamente al local a comerciar con el chino para que se la venda.

El chino no quería venderla, le había dicho a Félix que no podía hacerlo por una especie de riesgo que la planta generaba, y es más; le comentó qué no sabía cómo había aparecido la planta en la baranda de la terraza, ya que él la había puesto en la baulera para que nadie la viera. Pero a Félix no le importaba mucho lo que le decía el chino, él quería la planta al precio que fuera, como si se hubiera enamorado a primera vista. Así Félix le ofreció al chino una suma monetaria, la cual el vendedor no podía rechazar. Digamos que la situación económica del chino no era muy buena, y medio dudando, este por fin aceptó. Pero antes le advirtió que la planta requería un trato diferente al resto de las normales plantas. Que él no se debía acercar muchas veces a la planta, que alcanzaba con que una sola vez al día la riegue y la abone, que prácticamente la planta no necesitaba luz solar ni nada por el estilo. Que tenga sumo cuidado con el trato que le diera a la planta, porque esta tenía un poder casi hipnótico; pues ese tipo de vegetación se alimentaría de toda la atención de la persona que la cuidara. Que prácticamente actué con indiferencia hacia la planta, y sobre todo jamás manifestara algún rastro de afecto, porque eso sería lo peor que él podría hacer.

Félix no prestó atención a nada de lo que el chino le dijo, a él no le interesaba más nada, ya tenía a la planta consigo y ya estaba feliz por eso.

Con una completa ingenuidad, y no sabiendo mucho sobre el cuidado de las plantas, Félix «quizá por una sensibilidad propia que le generaba esa planta» empezó un trato y un cuidado que se basaba en la íntima amistad con aquella planta. Al principio, le resultaba extraño sentir tanto afecto por un vegetal, aunque la idea del todo no le parecía tan ilógica, por más extraña que fuera. Ya que esa pequeña planta le llenaba ese espacio vacío que tenía o sentía con una satisfactoria alegría.

A las pocas semanas de vivir con aquella planta, Amanda «así la nombró Félix» había cubierto parte de la ventana y se extendía por la pared casi llegando al techo. Su presencia le llegó a ser tan importante para Félix que este la trasladó de living hacia la habitación en la que dormía. Él sentía la imperiosa necesidad de dormir cerca de la exuberante y sensual Amanda. No exagero para nada al decir que Félix veía en aquella planta a medida que crecía la forma de una bella mujer. Sus tallos y hojas tomaban la forma de una voluptuosa joven, sus dos pequeños frutos del centro semejaban a dos grandes senos. Sus curvas en la noche eran una perfecta silueta de la feminidad.

El amor inconsciente que Félix sentía por Amanda con pasos galopantes creció. Él con claridad se podía dar cuenta, que los tallos de Amanda, en vez de crecer buscando la luz del sol de la ventana, crecían en dirección hacia la cama como si fueran brazos que lo buscaban únicamente a él para darle una especie de afecto. Sin darse cuenta, calladamente, silenciosamente, él soportó por un tiempo, que le resultó interminable, una profunda angustia, quizá la angustia más terrible de su vida: él no se animaba a confesar su amor por Amanda; por saberla solamente una planta, un conjunto de hojas, de ramas, de savia sorda, muda, ciega. Y hasta se preguntaba muchas veces: ¿por qué Amanda no podía escucharlo? ¿Por qué no podía hablarle? Preguntas que lógicamente tenía la respuesta de que Amanda sólo era un vegetal.

Una tarde, a la salida de la oficina, Félix llegó por completo mortificado por la angustia de saber que Amanda era tan distante, entró a su alcoba con el llanto reprimido en la garganta, al punto de desbordarse. Se arrodilló frente Amanda y abrazó su tallo. En ese momento sintió de una manera extraña, una sutil brisa. Una de las ramas se descolgó con suavidad, y como una especie de caricia de un ser divino, como un gesto angelical «así lo interpretó él» Amanda le acarició una mejilla y a la vez secó sus lágrimas. Ahí fue cuando tuvo la certeza de que Amanda lo escuchaba. Después de esa acción la amó, la amó locamente, enfermizamente. Desde esa tarde Amanda se volvió más que una planta, se volvió un ser que él podía acercarse y estrecharlo, y así recibir todo su calor de mujer.

Sin decir palabras, sin teorizar ningún hecho Amanda y Félix habían creado un pacto secreto. Una relación íntima, al punto de volverse amantes. Se podría decir que el amor que se sentían crecía y él notaba un gran vínculo renovado de fuerte vitalidad. Si antes le parecía sensual y bella, después de lo ocurrido las formas de la planta se acentuaron aún más, sus dos frutos centrales asemejando unos pechos empezaron a crecer como enormes, suaves, elásticos senos. El departamento entero se colmó de su aroma, de su perfume de mujer. El amor de Félix creció tanto que hubo días en que simulaba algún malestar para salir antes del trabajo o incluso para faltar a su jornada y así aprovechar todo el día completo observando a Amanda. Él le relataba todas sus penas pasadas, las amarguras que había sufrido en silencio por no haberla conocido antes. Ella siempre se mantenía tan indulgente, tan serena, tan comprensiva. Amanda le respondía con un cálido silencio acogedor. Y así solía pasar mirándola horas como un enamorado que no se atreve a confesar su amor.

Félix al despertar una mañana vio que Amanda, como nunca antes lo había hecho, estaba sobre él. La noche anterior Amanda había bloqueado con sus ramas las ventanas, las puertas, todas las entradas a la casa. Sus suaves extremidades arrollaron su cuerpo. Sintió sus pechos sobre los de él, y la opresión la sintió hermosa.
Después de aquella vez no volvieron a ver a Félix ni en la calle ni en el trabajo.

Un vecino alertado, por un inmenso follaje (más de dos metros de largo) que salía de una de las ventanas de la alcoba del departamento de Félix, llamó a la policía. Esta, cuando llegó al lugar, se encontró con que Félix murió, 3 días atrás, asfixiado por los exuberantes tallos de la asiática planta que envolvieron y apretaron todo su cuerpo. Fue tanto la presión que ejerció Amanda, la cual aún seguía creciendo, sobre Félix que en un punto logró romper más de 90 huesos de los 206 que tiene el cuerpo humano. La policía se asombró por el siniestro hallazgo y por el trabajo que le dio sacar el cadáver de ahí, ya que tuvieron que usar diferentes herramientas cortantes para desmalezar la propia enredadera que sujetaba el cuerpo. Los más insólito del hecho fue que cuando llegaron a descubrir de toda la maleza el rostro de Félix, en él encontraron la expresión de una gran sonrisa a pesar de lo dolorosa que tendría que haber sido su muerte.

Fin.


danie, 15 de Octubre de 2016
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