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Amor eterno

Publicado por Pessoa en el blog El blog de Pessoa. Vistas: 924

AMOR ETERNO

Hoy he leído en la prensa una noticia emocionante, que me ha inspirado el relato que quiero compartir con vosotros. Al parecer en un pequeño pueblo de Serbia vivía un matrimonio en crisis. Aunque permanecía la convivencia, sus diferencias eran insalvables y la ruptura anunciada. Tanto ella como él tenían contactos a través de internet; ambos habían encontrado a su “otro” y, como es habitual en las redes sociales de contactos, los habían adornado con todas las excelencias virtuales, que eran, precisamente, las carencias que encontraban en su pareja. Finalmente, tras las sesiones de chat, mails y demás protocolos decidieron conocerse en persona. Como era previsible, esa persona ideal que cada uno había encontrado en el otro era ni más ni menos que... su cónyuge. La noticia dice que tras ese encuentro decidieron divorciarse.

Yo voy a tratar de hacer una ucronía desde el momento de la historia en el que se conocieron por el chat, cambiando lógicamente la personalidad de los protagonistas. Vaya por delante que no es mi intención matarlos al final, pero las exigencias del guión así lo requieren procuraré que sea una muerte dulce.

Beatriz y Graciela fueron muy amigas durante su adolescencia. Educadas ambas en el mismo colegio religioso sólo las separó el ingreso en la Universidad. Aunque siguieron la amistad de forma intermitente, durante las vacaciones o en visitas ocasionales. Finalmente el matrimonio de ambas acabó por enfriar aquella sana amistad de juventud.

Beatriz se casó con un antiguo vecino de su ciudad, un comercial de la banca que aspiraba a llegar a ocupar altos puestos de dirección en su empresa; un hombre ambicioso, aunque cultivado y de buenas maneras. Graciela conoció a su media naranja en la Facultad. Otro joven de familia rica, que se preparaba para seguir los negocios familiares. Así como Beatriz volvió a su ciudad natal para establecer su residencia junto a su esposo, Graciela se trasladó a un pueblo importante donde radicaban las empresas del grupo familiar de su marido.

Pronto, en ambos matrimonios, empezaron a apreciarse faltas de sintonía entre los cónyuges. Las dedicaciones que los maridos, en uno y otro caso, daban al trabajo en progresivo detrimento de la atención al matrimonio, fueron erosionando la convivencia. Finalmente llegó el aburrimiento y la soledad; la rutina se impuso y la comunicación entre los esposos cayó en esos canales repetidos y apáticos. Además no tuvieron hijos; fue una decisión acordada, una vez que se vio la pobreza sentimental que aguardaba al futuro del matrimonio. Pero, en ambos casos, los intereses económicos y sociales aconsejaron prolongar la pervivencia matrimonial, previendo alguna posibilidad de solución, ya que, al menos en lo material, no existían problemas. Ambas esposas se refugiaron en internet; entraron en las redes sociales, primero como una distracción, pasando luego a considerar que podría ser un medio para aliviar sus soledades. Y, quién sabe, hasta de rehacer sus vidas.

Beatriz encontró un perfil de hombre joven, maduro, experimentado y culto que le resultó atractivo:
desde un primer momento encontró en ese ser virtual la personalidad que estaba buscando. Poco a poco, con prudencia, fue avanzando en confidencias y pequeños secretos, hasta manifestarle lo desgraciada que era en su actual matrimonio.


Graciela, por su parte, casi simultáneamente y, desde luego con total desconocimiento de lo que hacía su antigua amiga, con la cual hacía tiempo que no se relacionaba, se registró en la red con una falsa personalidad: se enmascaró como hombre para dar cierto morbo a su aventura. Encontró una relación femenina, una amistad nueva (ella/él no buscaba otro hombre: su experiencia matrimonial fue un rudo golpe a sus aspiraciones de encontrar en el otro sexo el complemento a su vida). La personalidad de aquel “nick” encajaba perfectamente con su ideal de “persona”, de ser humano comprensivo y cordial que sería ese complemento que buscaba para aliviar su soledad. Una red de complicidades se tendió pronto entre ellos.

Al poco tiempo de intimar decidieron conocerse personalmente. Para Graciela, naturalmente, aquello supuso una tremenda complicación. Ella, él, aquel hombre apuesto, varonil, educado, que “buscaba lo que ofrecía”, según las convenciones de aquellas búsquedas, tendría que desmontar previamente su imagen virtual. O seguir el juego hasta ver la reacción de su pretendiente.

Se estableció la cita finalmente en un lugar discreto, a medio camino de sus respectivas residencias. Convinieron en verse en lo que ahora se llama un “hotel con encanto”, a última hora de una tarde de viernes. Así podrían disfrutar, si el encuentro era satisfactorio, de todo un fin de semana para conocerse mejor.

El comedor del hotel estaba en una agradable semipenumbra; ya había oscurecido en aquella tarde otoño y la iluminación del salón no lucía al completo. Beatriz, a la hora convenida, apareció en la entrada vestida con un discreto traje sastre, de corte perfecto, que realzaba antes que ocultar, sus perfectas y sugestivas formas de mujer ya madura. De un rápido vistazo comprobó que, efectivamente, él había sido puntual. En una mesa del fondo, sobre el jardín en el que ya los añosos árboles lucían los primeros esplendores otoñales, semioculto tras un espléndido ramo de rosas rojas, entreveía a contraluz la figura de un hombre apuesto. Era él, sin duda. Se acercó marcando sugestivamente sus movimientos. Sus lujosos zapatos “stilettos” puntuaban sobre el pavimento un ritmo casi de marcha triunfal.

Le sorprendió la inmovilidad de él. Se encontraba prácticamente a su lado y no hizo el menor ademán de levantarse. Como si una estupefacción profunda lo hubiese paralizado. Entonces “la” vio. No podía ser... Juan, el hombre a quien en su vida virtual había dibujado como un espécimen perfecto era... Graciela. Algo cambiada por la edad, pero espléndida, de una belleza en sazón absolutamente canónica. Elegantísima dentro de su blazier y su camisa deportiva, con un lujoso pañuelo anudado al cuello. Graciela, su amiga del alma, que ahora se levantaba y con mirada inquisitiva la llamaba por el nick de internet: “¿Minerva?”

Las conversaciones que siguieron fueron largas, íntimas, cautivadoras y liberadoras. Ambas amigas eran, desde luego seguían siendo, aquellos seres que habían imaginado ser, a pesar de las supuestas identidades sexuales. El fin de semana se prolongó. La intimidad de las almas se amplió a la intimidad de los cuerpos. Como resultado establecieron que debieran seguir juntas, vivir juntas, puesto que ningún reparo moral ni ético encontraron en esa convivencia. Se establecerían en una ciudad grande, donde fuesen desconocidas. Ambas tenían recursos económicos suficientes para iniciar aquella etapa de sus vidas sin esa preocupación. Vivieron felices varios años. Dos mujeres juntas, sin estridencias, con normalidad, a nadie hoy día llamaba la atención.

Pero aquella felicidad, aunque intensa y basada en un amor limpio y sincero, estaba llamada a acabar pronto. Un viaje de placer; un trágico accidente de automóvil. Las dos amigas murieron al mismo tiempo, instantáneamente. Un testamento, un acta notarial apareció en el registro judicial que hubo de practicarse en su domicilio. Sus antiguos maridos, informados del dramático final, excusaron su presencia. En aquel acta se expresaba su voluntad de ser enterradas juntas, fuesen cuales fuesen las circunstancias de sus muertes. De hecho, ya habían adquirido en el cementerio un nicho doble, al que solamente faltaba colocar la lápida. En ella se inscribió:

" Que la muerte una para siempre lo que la vida separó".
Graciela García Fernandez
11/02/70 .......15/08/2020
Beatriz Barca Lobera
13/04/72........15/08/2020
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