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Publicado por Dark_Fairy en el blog Monster.. Vistas: 701

Las mañanas por la calle Libertad, son frescas, las paredes de hormigón y los adoquines se encargan de conservar la humedad del rocío y el vientecillo de la noche, luego el sol se va poniendo frente al Palacio de Gobierno y uno ya sabe que es cuando empieza lo mero bueno, cuando el día está en su apogeo, yo salía a comer a la una de la tarde porque, quería ir a verlas a la escuela, quería ver al niño chiquito y quería verlos a todos, quería sentirme como en esos días de cuando vivíamos cerca del parque, de cuando íbamos todos a caminar en las tardes, cuando veíamos Animal Planet y platicaba yo con Dario, quería sentir que, estaba presente aunque fuera por pocos minutos, luego salían y mi playera blanca y mi gafete me recordaban que no iba a subir al camión con ellos, que debía quedarme ahí, con mi papá, yendo a comprar unos burritos o unos tacos o tortas, para poder entretener al hambre, dos horas se van como agua.

Y ya comprábamos algo y caminábamos entre quedito y rápido para que no le doliera la hernia ni le viniera la incomodidad, nos sentábamos en la funeraria o a veces en la banca que estaba a una cuadra de ahí, frente a la plaza de San Francisco, y me repetía como queriendo que llegara la noche, que al diez para las ocho estaba afuera de la zapatería, y yo le decía que si, que ya faltaban como cinco horas, mientras me imaginaba el trayecto de ellos, ahí yendo por la calle veinte y luego llegando a Ávalos y luego llegando a la casa que yo solamente veía por las mañanas y eso en un dos por tres.

Las diez de la mañana, siempre han sido el preámbulo para el recreo, para el desayuno, para una cita médica, para ir a la tienda y pagar una soda para distraer a todos porque en realidad, dentro de la mochila, alguien traía galletas que pretendía llevárselas sin pagar, porque el hambre es generalizada para todos, el dolor de las tripas es latoso, te amarga el día, se te estira todo por dentro, además, si eso nos pasa a los que estamos grandes, a los niños, pues peor, a ellos les duele todo, el hambre es canija, por eso la gente a veces tiene que hacer eso, yo no lo he hecho ni lo haría, pero también he visto galletas o pan, que no puedo comprar.

En Chihuahua, la gente quiere creer que son héroes y corretean a los que no tienen trabajo y si mucha hambre, si, es que, si hay trabajo, pero también hay mucho huevón, hay mucho mantenid0, hay mucho flojonazo, ¿Por qué se estaban robando galletas? Están re buenos para trabajar, en Chihuahua hay mucho empleo y muy bien pagado, lo que pasa es que, nosotros queremos vivir así de jodidos y andar valiendo madre por unas pinches galletas.

Creo que me di cuenta que no me querían en la zapatería, cuando una mujer dijo que si querían comer cóctel de salchicha, todos dijeron que si, y a mi el supervisor, que estaba por encima de mis órdenes y mis días, me mandó a comer, ese fue el balde de agua que me dijo que no tenía nada que hacer en ese sitio, por más que quisiera estar y seguir cumpliendo mi meta, esperé pacientemente al veinte y ocho de febrero, al día del pago, y sonreía, porque yo les hacía creer que les creía, yo ya soy un adulto, no me gustan los juegos de poder, quería irme ese martes pero, no pude hacerlo, esperé a terminar el día, y a uno de ellos le puse cincuenta pesos de crédito en su teléfono, yo tenía que llamar de algún lado a la central de alarmas, poniéndole crédito, me sería más fácil llamar.

''No se preocupe, yo la quiero mucho, yo siempre la voy a apoyar, usted es una buena gerente, haga bien las cosas, cuente conmigo, y éste dinero se lo voy a pagar cuando me lo pida''.

Dijo, y a mi no me ha gustado corretear a la gente nunca, a menos de que sea una emergencia, porque de aquel veinte y ocho de febrero ya han corrido dos meses.

Ayer, me lo topé en la calle, así como uno se topa a la gente y uno la quiere saludar, pero algo en su gesto, en su mirada nos dice algo, la educación salva de muchas cosas, hasta de hacer el ridículo, el chico de los cincuenta pesos de hace dos meses, me vio porque si me vio, y poco a poco fue agachando su cabeza de veinte y dos años de edad, desvió su mirada, se agarro su copete y se bajó de la banqueta, le hice una señal con la mano de saludo pero no la miró, si tenía algún sentimiento de culpa o tristeza por haberme ido de aquel trabajo sin decir nada, por haber dicho al día siguiente que tenía un compromiso y no regresé más, la escena de ayer se encargó de desvanecer toda nostalgia, toda responsabilidad, algo que el cóctel de salchicha de Giovanna, no logró hacer ese sábado.

Fue un momento muy patético, no para mi, sino para él.

Como cuando estás viendo una película y te impacta una escena, te quedas pensando en ello, y se termina tu peliculilla y le cambias a la tele y sigues avanzando en el día, llega la hora de apagar las luces, y pones tu cabeza en la almohada, haces un repaso de lo que hiciste, de lo que ocurrió, y te acuerdas de la escena de la película, esa que te impactó tanto, y en medio de la oscuridad sientes como el estómago se te aprieta y como se te mueven las tripas, y es cuando dices ''No debí acordarme de ésto''.



Hay dos clases de cincuenta pesos, uno me costó muy caro, el otro me sirvió para saber que tomé una buena decisión.

Ocho paquetes de galletas, en una mochila, sin pagarlas, si, es que en Chihuahua hay mucho huevón que se tira a las vías del tren con todo y sus hijos.
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