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Cuestión de sangre

Publicado por danie en el blog El blog de danie. Vistas: 519

Dialogo, hasta altas horas de la noche, con el insomnio aferrándome a la botella de vodka como si fuera el único salvavidas que queda para mi náufraga mente.
Siempre la terapia comienza, después de la media noche, cuando termino de cenar las últimas páginas de mi dramaturga vidorra, la misma que ha creado una novela melodramática, exageradamente trágica, con terror en despropósito sobre mi testamento de lápidas. Dichosa novela que se funde en mi sangre y siembra huesos en los jardines de mis sueños.

Así intento hablarle al diván sobre mis proezas, si quedó alguna después de perder la vergüenza por haber nacido desnudo en corazón y sentimientos. Haber nacido sin coraza y con quimeras andando con pasos de cristales no es digno de un caballero, es más, es concerniente a una princesa enjaulada dentro de la fábula y su torre más alta hecha con guisantes de garras de ébanos.
¿Dónde está la dignidad? Esa dignidad que se pierde debajo del tapete o incluso en los paisajes ambivalentes de lágrimas y sonrisas, de albores y sombras.

Hoy la busco en el perchero que cuelgan los sobretodos oscuros de la conciencia, en el closet de mis recuerdos, y mientras me adentro en los bosques de la mente me pregunto: ¿alguna vez la habré tenido?, ¿tal vez nací sin conocerla?, ¿tal vez anduve tanto tiempo entre burdeles complacientes, de enviciadas vaginas con afluentes de ideales charlatanes, que no percibí la perífrasis del cielo y su semblante de ángeles llorones por mi presencia?

Los rostros, los enseres y las bagatelas de esta suerte envejecen sin dignidad, y yo me pregunto, mientras las agujas del reloj se siembran sobre la sien, si habrá algo más aparte de la suerte, si todo es una cuestión por la causa y el efecto, y si ese efecto se viene arrastrando antes de mi nacimiento.
Todo es cuestión de sangre, lo sé.
Así mis huéspedes caminan por las paredes, se comen las uñas con cada febril movimiento de un frágil y delirante destino, y esperan el momento en que los nervios no traicionen a las acciones suicidas. Es que realmente tanto mis entes interiores como exteriores no pueden vivir más con tanta desvergüenza, y así prefieren colgarse de los postigos del techo antes que ver directamente el rubor de mis pupilas.
¿Cuál es el linaje? ¿Qué familia ampara esta pálida suerte? ¿Y todo por qué?
Mi estirpe desciende del ámbar de los prehistóricos dinosaurios y sus trogloditas muelas masticadoras de la decencia, de los huevos castrados y sin yema, del cosmos sin astros, de Dios y sus credos de hombre más que de vírgenes con hábitos convexos.

Al abrir el placard veo la historia que desfila como hormigas que llevan pedazos de mi tiempo al agujero de mis deseos, almacenado cada trozo de segundo en las venas del cocinado encéfalo para el paladar de un comensal prejuicioso conocido como el albur. ¿Y a quién se lo cuento? El diván hace que me oye, pero cuando le pido respuestas me contesta con silencio.

Sé que todo es cuestión de sangre, de legado, en mi caso, un legado partido en desproporcionales partes. A mí me tocó la más pequeña porción, aunque ya haya ahorcado a mis parientes con las ramas de un espinillo para tener la mejor tajada.

Consciente o inconsciente, demente o cuerdo, lúcido o en estado hipnótico repelo las hematíes al meterme los dedos en la tráquea, al estrujar mi yugular, al vomitar mis entrañas para así ya no tener ese mal gusto de lo promiscuo y de lo ultrajante de mi memoria y su humillación.
Así, no contento con todo esto, siempre opto por tomar una goma y borrar mis proles con sus galeras y botas de Napoleón, pero por más que borre hasta el más minúsculo espectro siempre queda el bosquejo latiendo en el río sin cauce de mis secas venas.
A veces pienso si no es mejor tener arena en vez que sangre o aunque sea cal y cemento. Todo es mejor que vivir escondido del pudor sobre las faldas de la noche y su prostíbulo de lunas exponiendo sus tetas sicodélicas. ¡Ni que tuvieran grandes pechos!

No me queda otra que beber otro largo trago de vodka, prender un cigarrillo, darle dos pitadas y tirarlo encendido en mi tragadero.
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