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El show nocturno

Publicado por danie en el blog El blog de danie. Vistas: 441

El albor de la tarde cae con los arneses lánguidos del cielo.
Los operarios de la gran fábrica de nubes y firmamentos
esperan ansiosos el pitido que marca la salida.
Los azules y celestes se empiezan a teñir de rojizos pudores
por el burdel de estrellas que lentamente revela la cortina del cabaret.

Así la luna se apresura en abrir la ventana
para que la noche salga de su cama y salte,
no sin antes vestirse con ajustada lencería de cuero y encajes,
sobre los puertos de un crepúsculo que ya preparó las maletas del sol.

Las entradas ya están todas vendidas:
un público bastante diverso de sonámbulos deseos,
de sueños noctívagos y veraniegos,
de transeúntes luces halógenas y lámparas de cuarzo,
de farolas que duermen de día,
de ojos dilatados y nocherniegos,
de luciérnagas fumadoras de alucinógenos cigarrillos,
de señores grillos de frac y galera,
también hay algún santulón ángel que se fugó un ratito del paraíso
para ir a gozar de la casa de mancebía
―sólo espero que no se entere Dios―, piensa algo preocupado,
hasta el mismo ángelus busca un lugar cómodo entre las butacas
para presenciar el tan esperado show.


Pasan un par de constelaciones
vestidas de eróticas conejitas repartiendo tragos.
¡Yo invito una ronda a todos!, grita un farol que ya bebió demasiado.
Hay un par de guardias de seguridad,
con caras de pocos amigos,
parados en las esquinas esperan el momento
de sacar a patadas a algún grillo por pasarse de listo
e intentar tocar las tetas de las estrellas.

Mientras la música nocturna se encarga de ambientar la fiesta,
los champanes dentro de las botellas
tienen erecciones febriles que pintan de violeta el telón
y hacen saltar sus corchos sobre la mesa,
justo cuando las odaliscas comienzan la primer función:
La danza de los pezones sicodélicos.
Las corbatas y las chalinas están tan celosas que se intentan colgar del techo,
no pueden concebir que ellas no atraigan la mirada de algún hombre,
mientras las bailarinas acaparan toda la atención.


En un instante comienza la segunda función:
Las clandestinas ancas de la noche.
Todos aplauden, chiflan y gritan eufóricos,
la noche por fin hace su aparición.
No miento si digo que algunos se pasan un poco de exaltación
y gritan soeces palabras que les hinchan las caras
―como cuando te dan una trompada.
Las sillas corcovean dando un sinfín de círculos sobre la alfombra,
que justo se había vestido de carmín para la ocasión
―luego de eso ni se pueden imaginar que zaparrastrosa quedó―,
revoleando por doquier a un grupo de ebrios marineros
que estaban sentados en ellas.
Los champanes se vuelven explosivas burbujas
que revienta al cielorraso y sus suspiros.
Las mesas son las únicas que por un rato mantienen la compostura,
pero no les dura mucho, ya que en el tercer acto
la noche se desnuda hasta que el caño del centro del salón
se derrite ruborizado.


De golpe una cacatúa que hacía guardia en las afueras
irrumpe en la sala y grita:
¡se acabó el show! El sol madrugó
y viene a paso raudo para comenzar su labor.
Ahora el salón de fiesta se torna un completo descontrol
que empequeñece a la misma algarabía.
―¿Saben, amigos, lo qué es que haya una sola puerta
y todos quieran salir al mismo tiempo por ella?
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