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Ereván

Publicado por danie en el blog El blog de danie. Vistas: 626

“Uno de mis tantos sueños es conocer Ereván, la tierra de mis abuelos,
con todos sus secretos que la mitad del mundo ignora”.​

Yeznig un día entró a su casa, puso la tetera para que hierva, puso la taza sobre la mesa y en ella echó mucha yerba de té y muy poca agua. Dio un sorbo de té y se puso a escribir sobre la impotencia, sobre el preconcebido machismo que guía ciego al mundo, sobre el poder de la arrogancia, sobre el lacerado orgullo, sobre la obstinada obcecación…
Yeznig se puso a escribir como nunca antes había escrito, y lo hizo por todas las mujeres, que al igual que ella, se sienten no nacidas.
No se preocupó porque unas sucias manos limpien sus palabras o porque borren algunas líneas con las ideas de un antiguo prejuicio, al fin de cuentas los gritos del alma deben salir como son, nadie los debe frenar o mutilar para que no lastimen los oídos. No se preocupó porque la sangre enferma de la barbarie la enmudezca en un eterno silencio.
Ese día pensó en jamás agachar la cabeza ni acatar más los mandatos del hombre y su ciencia.
Escribió una hoja entera insultando a los corrompidos tabúes y esos cánones que hablan de lo qué es moral o inmoral, esos que dicen que la mujer está un peldaño más abajo o es simplemente un objeto/cosa propiedad de su hombre.
Es que un día, Yeznig se cansó de no poder fumar, de no poder usar falda, de no poder salir a disfrutar de la noche de Ereván, de lavar platos y de callar; y todo eso lo escribió para que sus letras sean mísiles dirigidos a destruir ese muro que divide la igualdad de género de su nación.
Yeznig se dio cuenta que en un momento dejó de ser princesa para volverse una esclava del sexo más fuerte y eso duele, duele en la sangre y en la herencia, duele en su condición de ser mujer, en su nombre mancillado y en su vientre avergonzado por haber parido a tantos hombres a lo largo de la historia que arrasaron con una furia peor a mil genocidios en la ya sufrida Armenia, su amada tierra.

Ese mismo día, Yeznig, terminó su texto, encendió un cigarrillo y abrió el vientre de su madre para entrar al útero, enrolló el cordón umbilical sobre su cuello y se puso a esperar con paciencia para que otro día, por casualidad o por hechos, las ideas del mundo cambien y así ella pueda volver a nacer de nuevo.
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