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13 de febrero 21:38.

Publicado por dragon_ecu en el blog Un diario sin años.... Vistas: 1325

Mientras sentado reviso la música que contrabandeaba, me llegaron los sonidos del jazz japonés y las versiones de Joe Hisaishi a ritmo sincopado.
La noche es fresca y calma, y curiosamente silenciosa a excepción de los sonidos de tambores y una timbrada voz en los cascos sobre mi cabeza.
La mente vuela entre dragones convertidos en río, entre nubes con castillos encima, entre niñas sirenas jugando con niños en el césped.

Veo una bella joven montar sobre una oruga gigante, y al rato Mononoke cabalga un lobo blanco, y de pronto un cerdo pilotea un hidroplano rojo. El gato más gordo que he visto protege del sol con un inmenso paraguas a una niña de coletas, en tanto los Yamada abren la boca soltando palabras garabatos.
Haretty toma un botón para convertirlo en mesa del café y un joven enamorado lanza aviones de papel para captar la atención de una joven tosiendo.
La imaginación se desborda entre ladrones con un amigo samurai partiendo el ala de un avión.
La música me eleva por fuera de mis sensaciones, parece que no sintiera nada, y aún así siento un gran peso en mi pecho.

Un frío viento me aplasta los brazos. el costado izquierdo me duele punzando con cada nota del piano.
Se me dificulta escribir, pero me siento obligado a describir lo que siento.
El jazz toma su ritmo del mío, y en verdad mi corazón late descoordinado. haciendo fuerza en mitad de una pausa y tomando pausa a medio latido.
De seguro si quito los cascos, o si cambio de música me alivie esta desazón.
Entre la colección busco los temas de mi carpeta de música para reanimar, y... oh sorpresa, la música de réquiem aparece.

Se hallan varios autores e inclusive algunos ave maria, varias versiones de concierto para una voz. La versión de Wankara, una rareza propia solo de coleccionistas inunda mi atención.
Regreso a los tiempos de vacaciones con mis abuelos, a la planicie fría limitada por verdes montes y quebradas escondidas. El chaquiñán con su recorrido inclinado y con el riesgo de resbalar por los pequeños cantos sueltos hacia el abrazo de las nubes del más allá.

Los tambores suenan con tanta fuerza que mi corazón retumba, mi sangre de indio y negro me llena de rabia los ojos al sentirme menos que los que he superado... y la vida se me escapa entre ruegos y palabras.
Amé y sigo amando. Cada mujer en mi vida me enseñó de su cariño, de su ternura... de su pasión... pero ninguna jamás se atrevió a enseñarme como olvidarla. Por eso todavía las amo, aunque más de una me guarde rencor y un cariño oculto bajo el orgullo de un apellido ajeno.

Es raro como he ido colectando tantas versiones de un mismo tema...
Recuerdo como era leer mis viejos cuadernos de escuela, los apuntes de colegio con pies de página de ideas sueltas, en tanto reconozco la orquesta de Paul Whiterman tocando gloomy sunday.
Aquellos años de púber y luego impetuosa juventud, aquel primer beso robado, que después descubrí en realidad fue una trampa donde yo ladrón resulté ser el asaltado. O como esa primera tarde terminaba enredado entre encajes de conjunto. Las trompetas me reaniman a buscar el humo perdido de aquellas tardes secretas, y como se lo prometí... olvidé su nombre.

El angel caído haiiro no tenshi me despierta a los ideales y sueños de lucha. La libertad jamás me supo tan necesaria como la vez que mis pies no pudieron pisar mi sombra. La esperanza me dio fuerza de voluntad, o tal ves fuera al revés. Cuando un chico conoce al hombre en las memorias... a su futuro.. el ko to wa ri suena intenso, la flauta se lleva consigo las viejas lágrimas de aquello que perdí en la pelea. No siento orgullo, pero tampoco pesar, simplemente son cosas pasadas que es mejor dejar atrás, y ni siquiera por mí, aunque perdí mucho, los que perdieron la batalla perdieron mucho más.

Suena tan bello el adagio en sol menor... me trae una paz que a muchos suena a tristeza. Es similar a la sensación de oír el aria para la cuerda de sol de Bach. Simplemente no entiendo como muchos de mis amigos se espantaban cuando escuchaba esa música.
Soledad me dio a probar una vez la pista de Mina con balada para mi muerte, que aunque me agrada, prefiero su arreglo para coro. Galletica de cabellos castaños me vivió tanto.

El peso sobre el pecho se mantiene y ahora presiona también mi vientre, y resbala hasta mis piernas.
Caigo en cuenta que tengo ochenta versiones de domingo triste, solo espero que Rezső no se moleste. Lo más extraño es que solo tengo setenta y tres versiones del Ave María de Caccini, y aún más extraño que mi versión favorita sea la del cuarteto de tango Hirata. Es tan bella esta música que decido revisar las versiones que hace tiempo no disfrutaba.

El peso me llega a los pies y las hormigas suben locas fuera de mi vista, a pesar de tener puesto un short y tener las piernas expuestas, las siento invisibles invadiendo mi cuerpo.
Me puede más el gusto por la música mientras inician las chicas cantoras de Petrópolis, mientras permito que los párpados descansen.
La intriga más inverosímil se aclara de pronto, la música dejó de sonar hace tres minutos, y ahora apenas tengo fuerza para marcar el teléfono... 9...1..


Video - Celles et Ceux des Cimes et Cieux
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