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Graznidos

Publicado por danie en el blog El blog de danie. Vistas: 615

La literatura es como un náufrago al que jamás por completo rescatan,
pero jamás se hunde. Esa angustia de no salvarse, pero tampoco ahogarse
es lo que le da vida propia y la mantiene en constante evolución.
(Jorge Daniel Dadourian)


Horas libres que se burlan de los graznidos, del cacareo de la lengua vestida con un frac de charlatanes palabras y burdas flatulencias del cadáver del viejo léxico.

No pensemos que no hay graznidos en las runas de nuestra extenuada conciencia. Para nada debemos creer que la tinta no se adhiere al papel del dolor carcelero con su enredadera de ramajes cercenados y secos.

A veces lo que gritamos nadie lo oye para volverse campanadas que derraman gota a gota el néctar de un texto que obedece el mandato del mármol frío que tanto nos forjó y que abre brechas con su cortina de llanto, pero lo más triste no es que nadie lo oiga sino que ni siquiera nosotros, los autores, tenemos oídos para oír como caen a pedazos esas nubes sin lugar en el cielo.

Mientras esas malditas horas, esas rameras que se aferran a nuestras paredes para copular con nuestros helechos de humedad rancia y corroída, se burlan sin compasión alguna por nuestros sentidos.

Muchas veces generan un ámbito de transatlánticos dentro de un mar de naufragios infinitos, unas basílicas sin párrocos ni devotos, una taberna para la sed de mil gargantas que comienzan, justo en ese instante, el rito de la vigilia del alcohol; y ahí, estimados amigos, es cuando más hay que temer a la lacerante sombra dramaturga. ¡Ay! ¡Es qué duelen, y no saben cómo, esos complejos de ensayos con rostros de grisáceas historias! Y hay que tener mucho cuidado con eso, ya que esa daga punzante se puede convertir fácilmente en una rutina con la mortaja de la adicción.


La noche cumple una función muy importante en esto que digo, y si a la noche le sumamos las tremendas dosis de los insomnios de la luna, el humo de colillas de los cigarrillos que se vuelven bestias salvajes que galopan por cada suspiro que vierte nuestro dejo de inspiración, los tragos largos de café que nos mantienen con un tartamudeo hipnótico de pestañas entreabiertas… la relación entre el autor y la autoría se vuelve una inmolación, la ofrenda de la sangre de nuestra razón con piel de cordero para los lejanos y ajenos ojos de los dioses de un público redentor.


¿Pero cómo redimir el doctorado del universal dolor? Muchas veces se hace casi imposible, sólo se filtran unos graznidos del cielorraso sin techo que nos alberga con la ceniza y el hollín de una mundología de sueños decadentistas, pero hasta ahí llega nuestras profesadas religiones, nunca toman la fuerza necesaria para prevalecer en el obituario de la difunta memoria. Y la eternidad… ¡Ay! Esa eternidad aplastante que pesa con sus pesadas cadenas de gloria omisas nos borra con la manga de su camisa para que nuestros desfigurados nombres sean sólo garabatos borroneados de algún forastero sueño.


Pero a pesar de eso se revelan los vocablos; surgen palabras sueltas, frases abstractas sobre la marquesina de la frente, algún que otro verso confianzudo se ofrece con una postura imponente en un coloquio donde debaten los verbos y los adjetivos para ser tomado en cuenta, y un “somurmujo” grita su creación frente al mismo glosario de palabras para ser aceptado como una jerga de los íntimos graznidos. Tal vez ese “sumurmujo” muta en un calificativo prófugo del patíbulo inconsciente de nuestro yo, mas sea como fuera, siempre es una evolución constante de nuestros graznidos volcados al ensayo del corazón que canta como ave para las octogenarias albas nocturnas de la agonía de nuestra musa.


Graznidos de “sumurmujos” y “soyollantos” se enlazan como eslabones de un rosario que se vuelve la oración de nuestras vidas, la cruz de todo ensayista o un diario íntimo al cual sólo falta sellar con la firma.

Pero para que dicha obra, realmente, pueda latir es necesario algo más que narrar los hechos de forma cronológica o surcar los renglones con la médula postrada ante los abrojos y las dolencias, debe llegar de forma directa como una saeta en el centro del alma de los dioses y sus ojos de público apático, debe tener un sabor que complazca hasta el más exigente paladar y ser de fácil digestión para un cuerpo sin estómago.


Así se forma un dilema entre los ensayos y las verdaderas obras artísticas, entre el artista y el aficionado al dolor, pero todos tienen una única resolución, una visión a veces pálidas y otras veces seráficas de las entrañas de sus graznidos.

Son nuestras verdades como buques cargados para desembarcar en algún puerto, el tema es que a esos buques nadie jamás le busca un puerto, y quedan naufragando con la angustia de nunca hundirse por completo, pero tampoco poder besar las costas y su tierra firme creando una paradoja de las metas del artista y sus obras:

¡Bendita angustia que le da vida propia a cada uno de mis ensayos para volverse una biografía universal de mi literatura primordial!
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