Noches de Memorias

El aliento de la noche
nos desnuda con su ventisca,
con su Vía Crucis de vírgenes que prostituyen
los plenilunios de los ojos noctívagos,
con el canto de la luna
que se ofrenda al ritual de la medianoche

de un sacrificio,​

una oblación de astros,
cosmos, estrellas y destinos íntimos

que son vestidos de corderos
para alimentar.........................................las fauces de las pesadillas.​

Aveces nos despertamos por sus afilados dientes
que se clavan en las sábanas de nuestro insomnio crónico,
y el sudor que se escurre por nuestros cuerpos
no es otra cosa que el rocío de los marginados sueños.

Es que en esas noches se disipan todas las nubes,
los celajes de las francas diademas del alba y su plegaria,
y amanece el crepúsculo que invoca a los recuerdos
con sus inquebrantables mandamientos.

No podemos cerrar los ojos en esas noches,
caminamos sobre los puentes nocherniegos
del soliloquio de un cielo que no es tan cielo,

azul,​

pero a la vez ceniciento
como los marchitos diarios
en donde se escribieron,
hace mucho tiempo, nuestros anhelos

palpitantes​

de campanas y emisarios,
de calandrias y alas libres de deseos;.....................................así respiramos la noche

y su tarea inolvidable para nuestro desvelo.​

Incluso si por escasos momentos logramos dormirnos,
si caemos por un rato
en su cuenca de serpentinos laberintos
que nos cobijan con sus enigmas de silencio infinito,

si se cierran por unos minutos
los pesados telones de nuestro mundo efímero
y nos ligamos al beso inconsciente del ángelus,

incluso si nos hechiza su receso
con el conjuro de sus catedrales furtivas de ensueños
nos dormimos con los briosos latidos
de la memoria
y su tropel de espectros que nos profesa.

Estas son las vivencias de nuestras cruces,
de nuestros armarios repletos de paisajes funestos
que cobran vida
en las ascuas de los helechos y las cenizas
sobre nuestras alcobas
que enclaustran los oasis de los desérticos

días.​