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Un hostil y loco deseo

Publicado por danie en el blog El blog de danie. Vistas: 523

Este deseo que me inunda no es nada gentil, ya perdió todo los modales tras sus eructos de inconformismo, la buena educación bajo los nubarrones de sus nauseabundas flatulencias, las costumbres y honradeces que enaltecen con su cielo de virtudes a un decente y recatado deseo. No es un deseo para nada honorable, se olvidó de la moral y se hundió en un piélago de demencia cuando lo abandonó el sano juicio.

No está demás decir que tampoco se baña ni se arregla para salir a pasear fuera de mi pecho, ni siquiera se afeita, ya que anda por la vida llevando una barba de meses. La depresión se ramifica por toda su sangre como tubérculos y raíces podridas. La envidia hacia los otros deseos lo convierte en un nido de alimañas rastreras y ponzoñosas. Además habla solo y tiene ataques de neurastenia.

Un día, el muy descarado, salió de adentro mío y ahuyentó en un santiamén un viejo romance que tenía con la farola y su sensual penumbra noctívaga. Tuvo un ataque de esos que siempre tiene, se le dio por bajarse los lienzos en un arranque de furia por tener un descontrolado coito con la pobre farola, la pobrecita no tuvo otra que salir corriendo despavorida. Ese mismo día no sé cómo me contuve para no estrangularlo.


Recientemente lo único que se oye de él son burdas blasfemias desperdigadas como grandes campanarios de penosos lamentos:

―¡Ay! Cuánto dolor tengo en esta mierda de vida. Ya no dan más mis pobres y cansados huesos. Que mariquitas que son todos estos deseos que me rodean, los muy putos siempre andan pintando de tulipanes y rosas esta miseria. Si tan sólo me quedaría sano algún escuálido riñón para poder desahogar mis penas.

Solo salen de su garganta quejas y más quejas a tal punto que cada vez que se mira al espejo ve en su rostro una mueca rezongona de un malhumor rancio que corroe sus convicciones y certezas.


Hace mucho tiempo dejó en un recóndito y olvidado lugar la confesión, los rezos y las plegarias, la fe y hasta creería que también el corazón.


Anda vestido como un pordiosero y para lo único que cambia su cotidiano recorrido, de la alcoba al baño, es para mendigar unas monedas en la boca del subte o en las puertas de un supermercado. Él sabe bien cómo dar lástima, es la labor que más practica con su rito de triviales ídolos, de suertes echadas sobre las ascuas de su negligente y bohemio vicio, con sus harapientas religiones de fetiches de quincalla y creencias que comulgan con las procesiones de su lengua de serpiente.

Y finalmente cuando consigue que un alma se apiade de su menesterosa imagen y así le ofrezca un par de monedas, siempre y cuando esa alma no salga espantada porque él empieza a contarle de sus viajes a la luna, de su conquista de América, o de sus visiones de Napoleón Bonaparte, lo primero que se le cruza por la mente es gastarlas en un vaso de vodka o ginebra.



Creo que, envuelto en su amargura, ya se olvidó de disfrutar de las cosas sencillas que le da la vida, la gimnástica elevación sensorial de los sentidos que trepanan hasta el plenilunio del inconsciente, los verdores tupidos y sus guirnaldas festivas de bosques y flores “siempre hacen una fiesta de ese tipo en mi casa, y yo disfruto mucho danzar con las azucenas y los nenúfares”, los índigos tintes de pureza que emanan las voces del horizonte y su infinito “esas mismas voces que siempre me dan las buenas noches y me cuentan cuentos para que me duerma”, los celestes y blanquecinos cantos de una alborada matinal “que siempre me despierta con un rico desayuno de té y tostadas recién horneadas”, los carmesíes y pasionales roces de un amor que lo empapa todo con su vestido de manantial, y lo que para mí es lo mejor de todo, las citas a ciegas con la luna y las estrellas.


Últimamente le encontré un nuevo hábito: los estupefacientes.
Hace unas semanas atrás lo hallé inhalando cocaína y fumando marihuana a escondidas en los aposentos de mi cerebro, fue cuando dije basta. No podía permitir que atosigué de esa vil manera a mi encéfalo y sus agnadas neuronas. Toleré muchas cosas, pero jamás toleraré eso.
Ahora está internado en un hospital psiquiátrico un poco alejado de la ciudad.

Soy bastante paciente y le hablé mil veces, pero él nunca escuchaba, y el caso es que ya la situación se me fue de las manos; invierto bastante tiempo en el cuidado del resto de anhelos, deseos, sueños y recuerdos que me albergan que sería demasiado para mí andar lidiando con un trastornado y desatado deseo.

Aparte es lo mejor que le pudo haber pasado, lo digo por experiencia propia, yo estuve un tiempo internado en un antro de esos y puedo decir que la pasas mal un rato, pero sales completamente curado.
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