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La corta historia del hombre desconocido

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por duf9991, 22 de Julio de 2009. Respuestas: 2 | Visitas: 2284

  1. duf9991

    duf9991 Poeta adicto al portal

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    I



    Nunca había esperado tanto tiempo. Nunca. Su boca yacía inerte como un mamut dormido. Sus pies, inmóviles como una mosca aplastada, parecían las sobras de la comida de algún dinosaurio extinto. Como un mamut dormido, así de grande estaba su boca, a causa de las tantas palabras crueles que salieron una vez expelidas de ella, estaba como detenida en el tiempo… el mismo tiempo que alguna vez fue su amigo, y hoy… simplemente una basura más en su alma podrida. Dormido el mamut porque no se había muerto. Dicen por ahí que todo lo malo perdura, o también: mala hierba nunca muere. Como una mosca aplastada lucían sus pies, así de pequeños e indefensos, porque nunca caminó. Tal vez caminó con los pies de su cuerpo, pero los de su alma nunca vagaron con él. Sus pies eran como una mosca, pequeños e indeseados, y peor aún, aplastados.
    Todo lo malo perdura. Pero lo bueno pasa desapercibido. Desapercibido tal vez para los ojos, porque muchas veces lo más pequeño, sin que lo notemos cambia todo el mundo o la perspectiva que tenemos de él. Sino ¿cómo se explica que una sonrisa a un extraño pueda alegrarle el resto de su día, sin que él mismo se de cuenta?
    Lo bueno pasa desapercibido. Pero para este hombre no era problema, pues no había ninguna obra buena que alguien pudiese “desapercibir”. Tenía los ojos desorbitados, asemejaban dos galaxias petrificadas en un hielo endiabladamente malvado. Sus manos, aún como garras de águila, a veces realizaban algún movimiento de espasmo, única señal de su casi infinitamente agotada vida. Dos galaxias eran sus ojos… con infinidad de planetas y estrellas que parecían brillantes e inofensivas, pero si las mirabas de cerca, quemaban como el mismísimo infierno. Miles de ideas urdieron esos ojos malvados, ya cansados. Sus manos como garras aguileñas, todavía estaban en su último acto consciente: agarrarse con fuerza de lo primero que viese, y sostenerlo como si fuera carroña que luego iba a ser devorada.
    ¿Qué es la vida? ¿Un conjunto de células frías y científicas que trabajan juntas para formar tejidos que forman órganos que forman sistemas que forman un cuerpo cuya alma esta escondida entre tanta masa viva, pero curiosamente muerta? No, eso no es vida. ¿Será una idea complicada y metafísica comprendida solo por mentes profundísimas, mentes a su vez hechas de neuronas, también árticas y bajo cero? No.
    ¿Una unión de un alma y un cuerpo? Un alma contaminada y podrida y un cuerpo parasitado y poblado de demonios. “A pesar de eso, sigue siendo vida.” dirá algún filántropo fanático que no conoce el dolor ni la miseria. No, eso no es vida. Nadie sabe que es vida, pero definitivamente no es nada parecido a lo que ese hombre tenía.
    Esa manecilla continuaba su eterno caminar a ningún lugar a través de aquel círculo torturador, y aquel hombre estaba harto de ella. Harto. Nunca había esperado tanto tiempo. Nunca. ¿A qué había esperado? Nadie sabe. Pero se sabe que estaba esperando, con solo mirarlo: esos ojos tristes y desorbitados, esos pies encogidos y congelados, sus manos apretadas firmemente y su boca abierta e intrigantemente inmóvil. ¿Por qué están escribiendo de él? Nadie sabe.
    ¿Qué había pasado con aquel pobre hombre? ¿A quién estaba esperando tan desesperadamente, o a qué? Esta no es una historia con final feliz, ni triste, ni amoroso, es más, no tiene final. Y no es para hacerlo más interesante, simplemente no tiene final. Así es la vida en realidad; tan eterna y efímera a la vez, así mueren las personas; tristes y ahogadas en las lagunas de su propio llanto, conscientes de todo lo que no hicieron pero pudieron, lamentándose de todo lo que pasó y no pasó y pudo haber pasado. Nadie muere feliz. Todos lloran cuando mueren, pero su llanto se seca, y por eso nadie lo sabe. Pero no lloran de dolor ni de angustia, ni de felicidad… lloran por razones que ni ellos mismos saben.

    II


    Sí… la había estado esperando tanto tiempo. Estaba al borde de la demencia, lo sabía. Estaba simplemente hecho añicos, esperando. Pero todo era porque ella no había querido venir. La amaba tanto, pero a la vez sentía un profundo rencor… y ¿por qué no?, miedo. Miedo. El terrible miedo. El motor de toda su vida. Sabía que siempre había actuado mal. Sentía sus manos como contaminadas, llenas de recuerdos de los que jamás se pudieron liberar. En realidad no sentía sus manos… ya no sentía nada. Simplemente sentía que cada segundo era una cuchillada, una cuchillada sin muerte, ni sangre. ¿Por qué?
    Por ella. Ella. No podía morir. Pero él mismo sabía que su historia no era una historia feliz, era una historia normal. Era la vida en su máximo esplendor, era la vida como era, y no como debía ser. Ya no tenía memoria, ya no tenía motora, ya no tenía alma ni mente ni cuerpo ni llanto ni gozo… La necesitaba a ella. Urgentemente. Pero la vida era tan cruel y pérfida, que parecía reírse de él en la cara, gritando “Eso no lo puedes obligar a que suceda, no como todo lo demás en tu vida.” Y lentamente se desangraba su alma, se desgranaba su esencia. Y el hombre simplemente lloriqueaba, intentando susurrar palabras que nunca salieron de su boca: “Señor… dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, la valentía para cambiar las cosas que puedo cambiar, y la sabiduría para saber la diferencia.”

    III

    Ella iba brincando feliz, a través de las flores vivas y rojas. Exhalaba el aire y silbaba canciones olvidadas en el libro del mundo. Era una niña. Llevaba un vestido rojo con puntos gordos y blancos, y sus cabellos castaños brillaban con la luz del día. Iba recogiendo flores en su canasto.
    De repente, se detuvo. Vio una ardilla atrapada en una rama ahogándose. Sintió pena por la pobre, así que tocó su cabeza, como acariciándola. La ardilla inmediatamente se dejó de mover. Estaba muerta. La niña cogió su cesto de mimbre y siguió brincando, aún pensando en la pobre ardilla.
    La niña dejó el suelo y empezó a correr por el aire. Le encantaba hacer eso, ver el amplio mundo y respirar el aire fresco. Al poco tiempo se cansó de volar y bajó de nuevo hacia la tierra segura. Estaba feliz.
    De repente, se detuvo. Vio una casa gris y casi destruida en medio el camino. Se detuvo a ver la casa que tanto le atraía. Vio un hombre acostado en el suelo gimiendo, sufriendo. Sintió pena por él. El hombre tenía las manos encogidas, y, pensó la niña, como pezuñas… tenía los ojos fijos y en blanco, como dos galaxias gigantes, y su boca parecía como un mamut dormido, tenía los pies aplastados como una pobre mosca.
    La niña sintió dolor. De pronto, el hombre brincó de terror, y por primera vez en muchos años, vio. La vio a ella. Y supo quién era. Entonces le sonrió. Ella supo que él había estado esperándola, así que ella le devolvió amablemente la sonrisa, y supo que hacer… La niña le tocó la frente, e inmediatamente el hombre cesó de moverse, y quedó inerte. La niña miró más de cerca al pobre hombre: una gruesa lágrima corría por su mejilla. Ella la limpió, le dio un beso en la frente, y siguió corriendo por el mundo y por los aires.
     
    #1
  2. rodrigotoro

    rodrigotoro Poeta adicto al portal

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    Hola. he leido tu trabajo y me parece exelente. es una obra imaginativa, inteligente y muy sutil. un gusto saber de ti y poder leerte...R. toro
     
    #2
  3. duf9991

    duf9991 Poeta adicto al portal

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    muchas gracias por tu aporte me gusta que aprecien lo que escribo!
     
    #3

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