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Un viaje sin retorno

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por manena, 25 de Octubre de 2009. Respuestas: 2 | Visitas: 795

  1. manena

    manena Poeta asiduo al portal

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    Supongamos que la protagonista de esta historia nació en los años 60, en un barrio periférico de Madrid, hija de una familia de procedencia castellana, extremeña o andaluza; de aquellas que llegaron a la capital buscando el trabajo que no conseguían en sus ciudades de origen.

    Tuvo varios hermanos varones y ella, la última en nacer, fue una muñeca para toda la familia.

    Su madre eligió el nombre, después de un sinnúmero de discusiones con su marido, que quería llamarle como la abuela paterna. No. La niña se llamaría Susana como la actriz que tanto le gustaba.

    Creció entre mimos, pataletas, regañinas (pocas) por hacer novillos (muchos) y la admiración de cuantos la conocían por ser la más guapa de la clase, de la pandilla, del barrio....

    También se familiarizó con las peleas. Le gustaba sentirse dueña de voluntades y que sus admiradores demostraran hasta qué punto estaban dispuestos a llegar por conseguir su atención. En más de una ocasión, durante su adolescencia, los hermanos tuvieron que acudir a la enfermería para que les dieran unos cuantos puntos, por protegerla de algún pretendiente desairado.

    Sin nada que hacer -nadie esperaba que hiciera otra cosa que ser guapa-, asistió al instituto unos cuantos años, porque era el lugar de encuentro con sus amigos. Después, lo abandonó aburrida.




    Todos coinciden en que Susana se divirtió en su juventud.

    Después de tontear un poco con ellos -disfrutaba viendo los hombres a sus pies- rechazó las proposiciones de cada uno de los miembros masculinos de su pandilla -ninguno estaba a su altura, punto de vista inducido y luego corroborado por su entorno, entre ellos, su madre; y a punto estuvo de quedarse sola, porque poco a poco fueron emparejándose.

    Pero, como no podía ser de otra forma, el príncipe azul se presentó en el momento oportuno.

    Él era guapísimo, con mucho mundo (quince años mayor que ella) y sumamente distinguido. Nada más conocerlo supo que había nacido para casarse con él (opinión compartida por su madre, sin necesidad de ver lo guapo y distinguido que era; le bastó con saber que su padre estaba en excelente posición).

    La boda fue fastuosa. Ella, bellísima y emocionada; él, elegante y enamorado; la madrina desfiló hasta el altar con su hijo del brazo y los ojos empañados en lágrimas (aunque es un detalle que ayudó al lucimiento de la ceremonia, la causa de su llanto no era la alegría, sino que no había podido convencer a su hijo de que ella no lo merecía).

    El progenitor del novio no se dejaba alterar por la situación: era normal que el chico bebiera los vientos por ella; estaba buenísima.

    Los padres de la novia tocaban el séptimo cielo: su muñequita estaba colocada; ya podían irse tranquilos al otro mundo. Y a los hermanos parecía sentarles bien emparentar con las fuerzas vivas del lugar.



    Vivió años de vino y rosas.

    Salió de su pequeño mundo de barrio periférico. Viajes, fiestas, regalos... Su única ocupación era estar guapa y complacer a su marido.

    Su entorno cambió. Ya no estaba rodeada de parejas agobiadas por el pago de la hipoteca con un salario mínimo.

    Las esposas de los amigos de su marido la acogieron y pronto supo cuáles eran los restaurantes de moda, los salones de estética que hacían milagros, los bares más chic, las tiendas de la milla de oro en que era imprescindible que la conocieran. En poco tiempo, su agenda estaba repleta.

    Los primeros años de matrimonio viajaban solos los dos; en cualquier momento su marido le podía dar una sorpresa. Así, dejó de extrañarle que cambiaran los planes para la cena, porque, a media mañana, él le dijera, por ejemplo, que esa noche viajarían a Barcelona para cenar y asistir al Liceo.

    Después, durante mucho tiempo, los viajes, las fiestas, las cenas eran de grupo. Se divertían, organizando encuentros con cualquier pretexto. Y, puesto que los hombres tenían que tratar de asuntos de negocios, ellas, las esposas, iban afianzando sus lazos de amistad.

    Y poco a poco, la compañía de su marido había sido sustituida por la de estas mujeres. Pero, ella no se daba cuenta entonces. Era todo tan divertido, estaba tan ocupada...

    Un día, en el club de golf, vio a su marido acompañado por una chica muy joven, tendría poco más de veinte años. Se acercó, sorprendida, a saludarles.

    La situación no dejó lugar a dudas. Eran amantes.

    Más que dolor, sintió rabia, incredulidad. ¿Cómo podía hacerle esto a ella?

    Entró en un estado prácticamente febril, obsesivo. Ella, que siempre había sido objeto del deseo de cuantos les rodeaban, no podía permitir que la humillara públicamente.

    Pensó en cuánto se habrían reído sus amigas; porque no le quedaba la menor duda de que ellas lo sabían.

    Se lo confió a su madre. Pero no encontró la respuesta que esperaba. Le pidió que no hiciera una montaña de un grano de arena, quiso que recapacitara sobre cómo eran los hombres, le advirtió que no se le ocurriera echar su matrimonio por la borda por una tontería así y le recordó que ya tenía 35 años, y a esa edad...

    Fue la gota que colmó el vaso.



    Dispuesta a demostrar a todo el mundo que con ella no se jugaba, pronunció su veredicto: ojo por ojo.

    No le costó ningún esfuerzo. Eligió a un ayudante de su marido, mucho más joven que él, con una carrera prometedora y que no hacía demasiado tiempo que se había integrado en el grupo de amigos. Aunque el pacto tácito entre ellos fue la discreción, era algo que no entraba en las cuentas de Susana.

    Si le resultó fácil conseguir la cita pretendida, para divulgarla le bastaron un par de llamadas.Después de hacerlas, respiró satisfecha. Ahora ya sabrían todos que nunca se dejaría humillar.

    Para sentirse compensada, solo le faltaba ver la cara de su marido y que le pidiera explicaciones.

    Nunca tuvo esa satisfacción. Para su sorpresa, lo único que recibió fue una notificación de demanda de divorcio; y, lo peor, la sentencia en la que Su Señoría declaraba que no procedía otorgarle a la demandada ningún bien o derecho.

    Con la misma rapidez que había sido acogida por el entorno de su marido, se le cerraron las puertas. Volvió a casa de sus padres. Pero nada era igual que antes. Lo que fueron mimos se convirtió en permanentes caras largas y reproches. Su familia desaprobaba su conducta, en especial, que hubiera dado publicidad a su aventura y, con ello, provocado el divorcio.

    Para no verlos ni oírlos, pasaba el día en su habitación fingiéndose dormida y por las noches salía. En los bares que solía frecuentar, era fácil encontrar algún viejo que, a cambio de manosearla, le pagara unas copas.

    Poco a poco, la situación fue empeorando. Sus hermanos le exigieron que buscara una fuente de ingresos, ya que ellos no estaban dispuestos a hacer frente a sus gastos. ¿Qué fuente de ingresos? Preguntaba ella. ¿Acaso pretendían que buscara un trabajo en una fábrica o limpiando? ¿Ella, que había tenido servicio doméstico, chofer y podía contar con un secretario cada vez que lo necesitaba para organizar cualquier evento?

    Con el tiempo, el número de copas que necesitaba para huir de su presente fue incrementándose. Con el tiempo, su aspecto se deterioraba a la velocidad del rayo. Con el tiempo, terminó cambiando un rato de amnesia por lo que quisieran pedirle en bares de mala muerte.

    Una mañana, al volver a casa de sus padres en condiciones pésimas, encontró que sus hermanos le impedían el paso. Le pusieron una maleta con cuatro cosas en la mano y le advirtieron que no volviera por allí. Había manchado el nombre de la familia.



    Esa fue la primera vez que, exhausta, durmió en un banco del parque.

    Dejó la maleta en el suelo, se arrebujó en su chaqueta y cerró los párpados rápidamente y con mucha fuerza.

    Aun así, no pudo evitar que dos gruesas lágrimas rodaran por sus mejillas.
     
    #1
    Última modificación: 25 de Octubre de 2009
  2. ludmila

    ludmila Poeta veterano en el portal

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    Me gustó tu historia, triste, y cada vez más extensa y común....Un gran cariño.
     
    #2
  3. manena

    manena Poeta asiduo al portal

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    Gracias, Ludmila.

    Un abrazo
     
    #3

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