Locura repentina...

Un 28 de diciembre alguien irrumpió el aire tranquilo de su estudio. No era común que eso pasara, así que volvió a ver quien era. Se sorprendió al encontrarse con un sujeto enmascarado; vestía con una camiseta roja, una chaqueta de cuero negra sin abrochar, unos pantalones anchos también de color negro y unas botas cafés muy grandes. También, tenía en su poder un arma que apuntaba directamente a la anatomía de él.

- He venido a matarlo – dijo con una voz gruesa y manipulada.

- sí, eso veo – respondió con sosiego. - Pero, antes respondame una cosa, ¿cuánto le pagaron?

- ¿Para qué quiere saber eso? – Preguntó.

- Quiero saber cuanto vale mi vida.

- Me pagaron 500000 pesos – respondió apretando el revolver, como si se prepara a disparar.

- ¡Qué!– Gritó con enojo- ¡Tan poquito vale! No puedo creer esto. ¿Y qué estas esperando? ¡Vamos, dispara! ¡Mátame! Para eso te contrataron, ¿no? Si mi vida vale tan poco no suplicare por ella. ¡Vamos, qué esperas para disparar! No pediré clemencia. ¡Mátame de una buena vez!

Las ventanas metálicas completamente cerradas e igualmente las cortinas, le daban una intimidad solitaria a la monstruosa escena. El verdugo, quien titubeaba para disparar, observo que de los ojos fuertemente cerrados del buen hombre, emergían estrechamente gotas de lágrimas y rodaban ardientes por su palidecido rostro. Tanto al victimario como a la victima les invadió un horrible sentimiento de desesperación, ambos esperaban que el frívolo pálpito de un arma atravesara ferozmente el tenso aire del inerte silencio.
De repente, lo inesperado fue quien rompió el silencio. Una orate carcajada desafinada de una mujer se escucho sin gusto. Mientras se quitaba el pasamontañas y bajaba el arma, dijo:

- Soy yo, mi amor, Marcela y… ¡Pásala por inocente!

El hombre abrió los ojos. Su mirada era diferente a la mirada dócil de perro faldero que tenía antes; ahora sus ojos eran grandes y desorbitados. No entendía nada. Estaba encerrado en una coraza hermética tratando de asimilar el difícil acto que acababa de presenciar. Pero, la sombra maléfica de su esposa quitándose la mascara no lo dejaba pensar claro. La broma fue atroz. Un espíritu maligno lo invadió y empezó a pensar en voz alta:

- ¿Qué significa esto? No lo comprendo. Un ser querido, a quien le he dado todo el amor, la confianza, el respeto, trata de matarme. ¿Cuándo apareció la vil manía de morder la mano que te alimenta?

La mujer trataba en vano de despertarlo de sus alucinaciones, sin atreverse a acercarse. Usaba las palabras más cariñosas, los gritos más fuertes y las explicaciones más rebuscadas, para lograrlo pero no conseguía nada. Ella le hablaba de mil maneras y él no la escuchaba. Las voces suplicantes de la mujer eran simples ruidos delicados del viento para los oídos del hombre. Mientras el trastornado sujeto ignoraba la triste atmósfera que lo rodeaba, seguía con sus trastornadas cavilaciones filosóficas. Entonces, si por un lado no paraban las suplicas, por el otro no cesaban las cavilaciones incoherentes al hecho.
- Mi amor- continuaba la mujer con sus suplicas-, escúchame, todo fue una broma del día de los inocentes. ¡Ya, deja de pensar esas bobadas! Me estas asustando. ¡Ya, cállate! ¡Deja de decir esas cosas! ¡Maldición, te digo que todo fue una broma, ya pasó! En serio, me estas asustando, no es justo.

Pero, el hombre tenía todos sus sentidos cerrados: no escuchaba, no observaba, no olfateaba, no sentía y no degustaba nada. Lo único que hacia era pensar en voz alta y lo que decía era realmente escalofriante:

- Todo esto es atroz. Si mi esposa es mi verdugo, no quiero imaginar quién decretó mi muerte; pudo haber sido mi propia madre, mi hermana o Sandra, mi mejor amiga. Ahora, después de este acontecimiento, no puedo confiar en ninguno de los que dice quererme. Voy a vengarme de su hipocresía. Voy a vengarme, todos ellos deben morir. Los voy a matar a todos… empezando por ti.

Cuando dijo las palabras “empezando por ti” pareciese que volvía de su espeluznante trance. Sus ojos grandes y flameantes de fiera inicua volvieron a ver a su despavorida esposa, mientras sus manos sacaban un arma del cajón superior de su escritorio, un 38 corto. La apretó fuertemente en su mano izquierda y apuntó directo a la pequeña cabeza de la joven dispuesto a presionar el gatillo, ocasionando una reacción impetuosa por parte de ella. Ambos perdieron la razón.

- te olvidas que yo también tengo en mi poder un arma- dijo, levantando su arma en contra de él una vez más.

- Entonces ambos moriremos.

- Sí, eso debe pasar para que ninguno sea condenado en esta vida.

- Tú y yo pereceremos cumpliendo así nuestro deber. Yo obtendré en parte mi venganza y tú detendrás una tragedia venidera, asesinando a un asesino en serie que acaba de nacer.

Uno y otro accionaron sus pistolas. La distancia era tan corta que estaba prohibido fallar. Después del fragor de las armas, vinieron los hoyos rojizos en los cráneos de los duelistas. Los dos murieron por la crueldad de un tiro de gracia y cayeron inertes en los brazos siempre abiertos de la fría baldosa del suelo.

 

Querido.. excelente escrito, me ha gustado mucho, interesantisimo! a mi modo de ver, tienes un talento exquisito, deberias publicar este tipo de escritos en www.mundoprosa.com es una pagina aliada a mundopoesia... es una sugerencia solamente.. exitos y bendiciones para ti y tu inspiracion bendita..

 

la verdad es extraño... yo publique este cuento en mundoprosa y luego aparecio aca, en mundopoesia... y pues no he hecho nada para llevarlo otra vez a su lugar...
gracia por tu comentario...