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El niño náufrago

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Évano, 24 de Noviembre de 2015. Respuestas: 6 | Visitas: 749

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Metió los dedos en el agua y observó cómo las cuatro diminutas estelas perseguían al avance de la barca. Miró a la vela hinchada por el viento, y al horizonte. Detrás, la costa desaparecía. Fijó el timón tras beber un sorbo de la bota de vino y dijo adiós a las gaviotas que revoloteaban sobre un barco de pesca lejano.

    Las nubes viajaban en la misma dirección, ocultando a veces el cuarto de luna que surgía por lontananza. Un manto bordado de estrellas cubría el mundo, cuanto sus ojos abarcaban.

    Con la noche profunda volvieron esos destellos de luces que cegaban aún estallando a cientos de kilómetros. Se volvió a preguntar qué ruido tendrían, qué ruido tendría su voz si la tuviera.

    Se echó boca arriba a lo largo de la barca con la mano derecha asiendo el timón y una manta como almohada. La brisa refrescaba, pero no tanto como para no soportarla. Era mejor sentir a la vida. Ya había estado demasiado tiempo encerrado, apartado de lo que diríase la realidad. Toda una vida, aunque fuera de tan sólo una década, dentro de la amurallada isla y siempre entre las paredes de su celda, lo habían convertido en un niño claustrofóbico de golpe. Ojalá no esté más entre paredes y muros.

    Echó una última ojeada a lo que fue la costa. Haces de linterna rastreaban algo perdido. Algo, pensó, eso he sido, algo.

    Mordió el chusco de pan, el único alimento encontrado en una esquina de la pequeña embarcación, y rogó el perdón al dueño de ella, quizás de algún humilde pescador de la diminuta isla. Más allá de ella, los destellos de lo que él llamaba bombas, continuaban.

    Recordó las únicas imágenes que había visto en su vida. Estaban en un libro que encontró un día tirado en medio de su cárcel. Un avión, una gran bomba y una columna de humo que ascendía hasta el cielo, eran las fotografías que más recordaba. Blanquinegros, se dijo, por lo que serían dibujos de hace mucho tiempo, pura intuición, como la de desplegar la vela de la barca, como el dirigir del timón. De pronto, el libro no estaba. Al despertarse, no estaba entre la herrumbre del somier y el lecho de chinches y jirones de lana. No vio a nadie, jamás vio a nadie. Instintivamente se rascó las piernas y los brazos desnudos. Desnudo, así viajaba, más desnudo que nunca y, sin embargo, contento de haber dejado sin reino a esos chupa sangres.

    Bebió ese líquido que le calentaba y hacía sentir de una manera tan rara; ese líquido que parecía tener cualidades mágicas, que borraba el dolor que uno llevaba consigo y lo adormecía y lo obligaba a soñar y a ver el mundo de otra manera, con otros ojos. Cuando acabó la bota casi creyó oír a las olas del mar chocar contra la madera de la barca; casi creyó oír su voz gritando Libertad.

    A media noche la Luna lucía solitaria sobre el horizonte al que se dirigía. Se arropó con la otra manta muy a su pesar, pues en ella todavía habitaban esos seres tan picajosos. Una vez fuisteis compañía, pero deberéis vivir vuestra vida, amigos, se dijo entre sueños. De su pasado ya solo le quedaban ellas, pues la ropa, si a aquello se le podía llamar ropa, la arrojó a las piedras de la playa.

    Soñó con el libro que tuvo en sus manos hace tanto, pues nada más hubo ante su vista,a parte de las paredes grisáceas, alguna rata, arañas y pájaros atravesando el trozo de cielo de lo alto de la ventana estrecha, y un lecho y dos cuencos que se encontraba a diario con comida y agua. Carne, siempre carne. Agua, siempre agua. Aquellas fotografías tomaban movimiento dentro de su cabeza. Extraños edificios altísimos se convertían en gigantes que se desmoronaban ante el ataque de aviones; tanques con hombres saliendo de su boca, calles, ciudades, cuerpos desmembrados. Un mundo desmembrado. Con cariño retenía en la mente a paisajes y animales. Ellos fueron sus mejores amigos y ahora los tenía delante, bajo las aguas del mar, sobre el cielo.

    Todo ello fue su mundo, tan real como la celda. Con ellos se durmió, atolondrado por el vino.

    El amanecer reventaba por el este y él continuaba inmerso en él cuando un barco de tres mástiles se aproximaba a la barca. La silueta de una niña y una mujer agitaban los brazos desde la proa y gritaban mientras el tamaño de las siluetas aumentaba al estar cada vez más cerca. Disminuyó el barco la velocidad al arribar a la barca. A los ojos de la mujer y de la niña se unió las de un hombre. Grandes, muy abiertos, extrañados. El niño náufrago despertó en ese instante. Soñoliento pensó que continuaba inmerso en el sueño, reviviendo las imágenes que una vez estuvieron en el libro.

    El hombre abordó la barca y cogió con ternura al náufrago para llevarlo con ellos. Temeroso se acurrucó en él mismo mientras era llevado por los fuertes brazos del hombre. Estaban, también, casi desnudos, en bikinis y bañador. Los cuerpos no dejaban ver a los riachuelos verdes con las aguas rojas que recorrían brazos, piernas, manos, pies, cuerpo y cabeza. Les sobresalía pelo como a los animales del libro, en algunas partes larguísimos.

    Sentado en una cómodo asiento del exterior del barco, se atrevió volver a mirar a esos seres que lo habían rescatado. Los tres lo miraban. De los ojos de la mujer y de la niña brotaba agua. De pronto, también brotó de los suyos, sin saber por qué. Llevó un dedo a la boca y lo chupó. Salada, como el mar que probó al entrar en la barca. ¿Estarían hechos de mar esas personas?

    Movían la boca dirigiéndose a él, mas él no sabía qué querían. La niña le señalaba la puerta de entrada al interior del barco y a algo que emergía desde el horizonte con una luz inmensa. Luego dirigía el dedo al cuerpo del niño, como recorriendo las venas, esos riachuelos de corrientes rojas que regaban a su ser.

    Volvió a mirarlos, esta vez más pausadamente. A los ojos los rodeaban pelos más gruesos y, al hombre, de parte del rostro. Pero los ojos eran bonitos, sobre todo los de la niña. Serían los suyos igual? ¿Sería su rostro como los de ellos?

    De pronto, esa luz inmensa llegó hasta él y le atravesó, dañándolo. Intentaron meterlo dentro del barco, pero al ver que se aferraba con todas sus fuerzas a la barra que sujetaba el asiento, desistieron. Rápidamente trajeron mantas para montar una tienda de campaña inesperada. A la cara norte la dejaron abierta para que el niño náufrago no se sintiera encerrado.

    Lo dejaron descansar, aunque la niña se asomaba a cada momento y lo miraba. Le trajo agua en un cuenco trasparente y una bolsa que mordió, pero estaba malísima. La niña sonrió y la rompió, dándole una rica tableta de alimento que le llenó de una energía como jamás creyó oculta dentro de él.

    La niña se quedó sentada enfrente de él, mirándolo como si no hubiera visto nada igual en su vida, o eso era lo que pensaba el náufrago porque hacía lo mismo que ella. Ahora, los mayores pasaban muy a menudo por la cara abierta de la tienda de campaña, como despistados.

    Tuvo tiempo de pensar, de escrutar con detalle a la niña. La piel era como la terminación de los dedos de sus manos y pies, no dejaban ver músculos ni huesos, ni venas ni sangre, ni el cerebro. Las luces de colores que los rodeaban era muy tenue, de poco brillo, de mínimo alcance, no como las suyas que abarcaban el barco entero y un poco más allá, como los violetas y los verdes y los rojos y los amarillos y los azules y las combinaciones que emanaba de su cuerpo de diez años.

    La mujer entró y le dio varios objetos a la pequeña. Uno de ellos se asemejaba al libro, pero en blanco, sin dibujos. Con el otro objeto pintó la forma de un pájaro. Una sonrisa se escapó de sus labios y de golpe él pintó la gaviota de la noche anterior con sus dedos en el aire, con los colores perfectos de la gaviota, tan exacta que pareció salir volando por la cara norte abierta de la tienda de campaña. Los ojos de la niña se abrieron tanto como la boca. El hombre y la mujer vinieron y miraron a la gaviota ficticia volando hacia la lejanía del horizonte.

    La niña puso al lado de su rostro el otro objeto y el náufrago se sorprendió ante las dos niñas. A pesar de la poca energía de su cuerpo, la niña creaba imágenes como él. En la libreta escribió espejo, pero no entendió la palabra.

    Colocó en frente de él el espejo y vio, por primera vez en su vida, su rostro, y sus ojos.

    Diamantes reflejando el mundo multicolor de sus adentros, no como los de ella, blancos con un círculo azul y un borde violáceo.

    Apenado, agachó la cabeza. No era como ellos. Mas, la niña le acarició la barbilla e intentó levantarle el ánimo. El roce, lo estremeció, recorrió como rayos de tormenta eléctrica cada célula hasta el último rincón de su persona. Todo el horizonte que pudiera albergar la vista se incendió de cálidos colores. El mundo fue por un momento un arcoíris infinito. El rostro de la niña se sonrojó, mas su cuerpo era calma, sosiego, paz bajo el calor recibido al acariciar a ese extraño náufrago.

    El sol caía por el precipicio del oeste, por lo que desmontaron la tienda de campaña y cenaron bajo las estrellas.

    Al acabar, la niña escribió en la libreta su nombre, Ana, y se señaló. Luego escribió María y señaló a la mujer. Después, escribió Juan y señaló al hombre. Apuntó con el dedo al niño náufrago y este entendió que querían saber cómo se llamaba él, quién era.

    Los miró largo tiempo, en silencio y profundidad.

    El niño náufrago movió los dedos de sus manos y dibujó en el aire de la noche a Juan. Dentro de juan, en su pecho, dibujó una celda grisácea con una ventanita en lo alto en mitad de una isla diminuta y, dentro de la celda, tumbado en un lecho de lana de jirones y chinches, estaba él, el niño náufrago. Dirigió su dedo al niño de la celda y a él mismo mientras miraba a juan con lágrimas en los ojos.




    gracias por leer.
     
    #1
    Última modificación: 24 de Noviembre de 2015
    A joblam le gusta esto.
  2. joblam

    joblam Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Muy agradable y entretenida la lectura. El relato tiene enlace para continuar. Un placer leerte. Saludos cordiales.
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Esa era mi idea, un relato más largo, pero me vino el final de golpe y quise acabarlo así.

    Gracias por tu tiempo y comentario, compañero.

    Saludos cordiales.
     
    #3
  4. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Una narración breve y atrayente Evano, un niño náufrago que seguro tiene mas que contar. Un abracito
     
    #4
  5. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Gracias, Ethel. Te noto muy formal.

    Me gusta tu avatar, es muy bonito, como tú.

    Abracitos de elecciones a mansalva.
     
    #5
  6. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Son a mansalva para distraer a los electores... y soy formal en diciembre, jejeje.
    Dos abrazos decembrinos.

    pd.Cuando te leía en esta prosa me pareció que mientras la escribias las ideas se apresuraron y te distrajeron, por ello lo breve. Locuras mias, claro ni que fuera adivina ( o tal vez si...)
     
    #6
  7. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Creo que sí, Ethel, creo que eres adivina. Se me amontonaron las ideas, aunque el resultado final me gusta, dice mucho, aunque "se disperse" el tema de fondo. Hay que buscarlo. Yo me entiendo.
     
    #7

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