Etérea

Tenía dieciséis años cuando conocí a Laura, mi maestra de Cello. Odiaba las clases, aunque mi madre se empecinara en creer que iba a tocar en una orquesta filarmónica o en un cuarteto de cuerdas o en un ensamble. Mis otros maestros fueron hombres de más de cincuenta años, con rostro ajado, cabellos cenizos y miradas cansinas. ¡Nada erótico! Laura era todo lo contrario.

Verla tocar su Cello, enfundada en jeans azules, blusa de tirantes, los largos cabellos rubios y sus labios carnosos, era lo más erótico que conocía hasta ese entonces. Soñaba con ella desde mi primera clase. La imaginada desnuda tocando en las madrugadas, cuando tenía insomnio; cosa que me secreteó el día de mi cumpleaños,- fue mi regalo sorpresa de cumpleaños-. Llegué a amar los martes y los viernes por las tardes, de cinco a seis de la tarde, horarios de mis clases con ella.

En ocasiones refunfuñaba por mi postura o porque confundía una nota al tocar una pieza. Debes ser temperamental, me aconsejaba acariciándome los cabellos. Sentía una alegría desbordante que me subía desde los pies, hasta la cabeza, dejando un hormigueo en todo mi cuerpo. La amaba con todo mi ser.

Cuando interpretaba la Sonata en Sol menor Op.5 No.2 – l. Adagio-Allegro, me enamoraba más de ella. Esa noche llevaba puesto un vestido de coctel negro de tirantes, que hacían resaltar sus ojos verdes. Tuve una pequeña erección esa noche en pleno concierto al aire libre. Sus cabellos ondeaban indómitos y creí ver, alrededor de ella, un aura etérea. Quería abrazarla, llegar hasta sus labios carnosos y mordisqueárselos. Extender la mano y acariciarle los hombros desnudos. Un jalón en la manga de mi camisa me hizo reaccionar. Estaba de pie con el brazo estirado y repitiendo <<Laura>>, en silencio, como amagando una voz sensual.

Un viernes llegué tarde a mi clase, ella no había ido; tuvo un contratiempo, me dijo una joven secretaria que estaba a la entrada de la escuela de música. Minutos más tarde, cayó un aguacero. Jamás supe porqué no llegó y no me interesaba saberlo. Me fui al salón a practicar mientras me iba a buscar por mi mamá. Su ausencia se repitió dos semanas seguidas. Empecé a odiar el Cello, la música, todo en realidad. Laura me había abandonado a mi suerte. Por las tardes, creía ver el aura etérea escabullirse por las ramas de los árboles y con la brisa arrastrando su delicioso perfume corporal, ese mismo perfume que olisqueaba cuando se acercaba a mi rostro, para posicionarme correctamente los dedos en las cuerdas del Cello. No dejé de tocar el Cello, me cambié de escuela, pero sufrí, por seis meses, el dolor de perder el primer amor.

 

La narrativa tiene la particularidad que nos hace partícipe del relato y vivimos con mucha intensidad la misma emoción del protagonista. Un placer pasar a leer una magnífica prosa. Mis saludos cordiales.

 

La narrativa tiene la particularidad que nos hace partícipe del relato y vivimos con mucha intensidad la misma emoción del protagonista. Un placer pasar a leer una magnífica prosa. Mis saludos cordiales.

 

Esa particularidad es lo nos lleva al momento de escribirla.

Va de regreso el saludo.