El bar Bitúrico

El bar Bitúrico acabó por inclinar mi cuerpo a la disuria de un pene flácido y mendigo. Camarero de alas aplanadas en la hojarasca de las horas bajas y arrastradas por un suelo de nicotinas y escupitajos. Era el tiempo donde el talento se compraba y no era resultado del esfuerzo, sino de la suerte absurda de haber nacido cíclope del ojo que solo ve el reflejo de su mismo pensamiento.

El bar Bitúrico era negro y amarillo, como las sombras de mis pesadillas más profundas y terroríficas. Olor a noche rezumando envidia y trapos sucios; sudor alcohólico y morados párpados nerviosos; ceniceros repletos dentro de un camarote ficticio navegando al holocausto de cuantos se encontraban embarcados con rumbo a la destrucción de toda costa visible.

Vuelvo a él cuando me aburre la seguridad inútil de un mundo redondo y loco que gira y gira en la negrura hacia el abismo de los acantilados del universo. Ahora sé que era aquello la vida, aunque fuera galope en desbandada por el vacío de lo cotidiano; miedo a no ser más que nube arrastrada por vueltas incomprensibles; ola participando en los aplausos de las bocas de viento exhalado por exhalar las estupideces que conforman a cada diminuto ser.

La noche ahora no entra por mi ventana. No es más que mi yo afuera colgado de una oscuridad que me mira fijamente. Siempre está ahí y me recuerda que tan solo somos el dolor acumulado, y un poquito de afortunado amor defendiéndose dentro de una habitación que se desploma poco a poco.

Se unirá el rostro que me observa levitando en el impalpable negro del afuera con mi yo disuelto cuando arribe la muerte.

La muerte. El bar Bitúrico era la muerte, el morir y renacer al instante; el latir de las sienes de la montañas y los ríos mientras eran pisoteados por gentes desfiguradas chocando contra las paredes de una nave loca y sumergida en océanos de humo y aguas anclando la locura al fondo de la verdad.

La peor muerte es alcanzar alguna costa, da igual la que sea: sea la del amor, la del dinero, la segura... Siempre es la de otro.

El bar Bitúrico no estaba en Verona. ¡Qué más da dónde se encontrara si no se entiende lo hipnótico y sedante que es el vivir sin pensar en el segundo siguiente! Me dice el diccionario que en dosis excesivas poseen acciones tóxicas. La vida en dosis excesivas de realidad se convierte en el mayor infierno que uno haya imaginado jamás.

Abriré la ventana y volaré en horizontal de la mano del yo que me espera flotando en lo oscuro. No sé dónde iremos cada noche, pero serán ellas las vivas. Y por el día fingiré volver a ser el muñeco de los hilos manejados por los hombres soles y actuaré una vez más para el público que arde el la platea inmensa de este Gran Circo representando un drama ineludible.

Al bar Bitúrico acudían payasos y representaban la Gran Comedia con bocas histéricas, iracundas, alocadas; y ojos encendidos en la noche de los sueños y pesadillas que los otros soñaban. Costeros viendo alejarse en los mares de lo nocturno a personajes que decidieron no jugar al juego de la gallina ciega.

 

genial prosa, saludos

 

No sé el porqué, pero me siento muy identificado con ese bar butírico, jajaja…


Ay! cuanto necesitamos de surrealismo en nuestras realistas y lánguidas vidas.

Gracias, poeta, por traer un oasis de sueños a nuestras sombrías vidas.


Un abrazo.

 

Subo esta prosa, me gusta.

Gracias, Danie.

 

me gusta su prosa, y cuando va de muertes, con toda la impunidad casi obscena.

saludos poeta.

 

Grcias compañero.

Saludos desde esta otra clase demuerte que es la vida.