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Perpetua Anima

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por CorvoAvalos, 9 de Junio de 2024. Respuestas: 1 | Visitas: 205

  1. CorvoAvalos

    CorvoAvalos Poeta recién llegado

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    8 de Junio de 2024
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    Con una lanza desgastada en la mano, el hombre atravesaba la empedrada montaña. Hace varias lunas que había dejado a su tribu, y el largo camino a través de desiertos y montañas había hecho mella en sus ropajes, que lucían destrozados y polvorientos. Su cabellera, abundante y descuidada, complementaba su piel quemada por el sol e inflamada por heridas de mordidas y cortes que aún no sanaban. Pero a pesar de su apariencia, la pequeña carga en su espalda, cuidadosamente cubierta con pieles y adornada con huesos tallados en forma de aves rapaces, parecía intacta y ajena a las penurias del viajero.

    Con el tiempo, las rocas grises dieron paso a la hierba brillante, y los rugidos de depredadores y las tormentas a un silencio absoluto. El viajero finalmente había superado la larga cordillera y llegado a un gran valle que parecía coronado por un bosque extraño de apariencia enferma y carente de vida. Desde las montañosas alturas, descendió hacia la pradera y creó una pequeña fogata cerca de un río que nacía en el corazón del horizonte. La fauna, inofensiva y poco interesada en su presencia, parecía evitar la arboleda. Incluso el sonido de la naturaleza y la vida parecía rehuir de sus ramas y troncos.

    El cansancio, que no lo había importunado hasta el momento, al fin asomaba en forma de dolor: una preocupación menor comparada a la idea de haberse equivocado de lugar y de momento. Solo el anochecer calmó sus tribulaciones, cuando vio otras luces llameantes a lo largo del valle, cerca y lejos de él, todas rodeando el misterioso bosque, como si fueran el preludio de un voraz incendio. Entonces, dio un largo suspiro, lentamente se acostó abrazando su carga y se durmió.


    ***


    Cuando al fin despertó, el amanecer irradiaba en su rostro. Las luces de fogatas habían sido reemplazadas por columnas de humo, y algunas personas se adentraban en el bosque. El viajero se incorporó y tendió una mano al río para lavarse el rostro, colocó la carga en su espalda y con su lanza en mano comenzó a caminar. Su destino era el mismo que el de todos los humanos que habían pisado el valle, y al igual que ellos, atravesó los primeros árboles y se sumergió en su oscuridad.

    La tierra era gris y su olor acre. El follaje cubría el cielo desde el primer momento, y los troncos eran erguidos y monótonos. El musgo había abandonado el bosque, dando paso a una forma de vida blanquecina y polvorienta, como huesos secos dejados al sol. El hombre no había visto una tierra tan muerta nunca, y, sin embargo, caminaba por ella pensando en la vida, con la mirada atenta y guiadora hacia su corazón ignoto.

    No hubo un cambio en el panorama, sino hasta que el sol se ocultó por completo de nuevo. Pero a diferencia de otros días, ahora la luna completa y radiante lo había reemplazado. Cuando al fin dejó de caminar fue cuando se reveló ante él un claro lleno de flores azules, insufladas de vida en comparación con sus parientes arbóreos. La luz de la luna sobre ellas parecía generar un brillo frío y cuando el viento las agitaba generaba una estela fantasmal.

    El viajero no estaba solo. Varias sino decenas de personas se congregaban en el claro, y con el pasar de la noche muchas más llegaban. A pesar de que una misión en común los unía, no se dirigían más que miradas desesperadas y tristes. Durante horas, todos los ojos parecían hipnotizados por el vaivén de las flores, hasta que la luna en todo su esplendor quedó fija en el centro del cielo y un poderoso sonido, como truenos en una tormenta, despejó todas las nubes y las dudas de los más inseguros. De pronto, el brillo de las flores se volvió incandescente, titilando erráticamente y obligando a todos los presentes a cubrir sus miradas con las manos, pero aquel brillo parecía atravesar sus carnes y muchos de ellos, incluido el hombre, comenzaron a postrarse ante las flores, con la cabeza hundida en la tierra muerta. Así lo hicieron hasta que aquel brillo pareció alcanzar un equilibrio único, y al mismo tiempo que disminuía, una lluvia de luz caía hasta formar un pilar luminoso que se erguía sobre todo el valle, visible más allá de las montañas y cordilleras, conectando el claro con el lejano satélite.

    El hombre se incorporó y contempló aquella columna luminosa. Sus lágrimas bañaban su rostro y su ropaje, y extendía los brazos con su pequeña carga en sus manos ofreciéndola al pilar mientras murmuraba oraciones incomprensibles. Muchos aun seguían arrodillados, pero otros entonaban cánticos y alzaban las manos hacia el cielo, mientras proferían gritos de alegría y esperanza, de dolor y reproche. De repente, un violento retumbar sacudió el bosque y el pilar de luz incrementó nuevamente su brillo hasta extinguir las sombras más lejanas del bosque. La desesperada audiencia ahora ya no yacía en el suelo, sino que uno a uno comenzó a levitar varios metros sobre el suelo, entregándose a la luz pacíficamente con los brazos y piernas caídas, como hojas rendidas al viento.

    Solo el viajero permanecía en el suelo, y cuando este se dio cuenta de que todos se alzaban excepto él, su mirada de esperanza sucumbió a la ira. Nuevamente las lágrimas surcaron sus mejillas, pero ahora gritaba con desesperación al cielo, mientras le entregaba su pequeña carga y agitaba amenazadoramente su lanza. Entonces, un misterioso viento comenzó a azotar los árboles y las flores, y los humanos levitantes bailaron inertes alrededor del pilar, cada vez más lejos del suelo. Tal era el poder de las ráfagas de aire que las flores fantasmales se desarraigaban y desaparecían entre los árboles, y las pieles que cubrían la ofrenda de aquel hombre fueron arrancadas revelando el rostro gris oscuro, como la tierra del bosque, de un infante sin vida.

    El viento ahora daba paso a una vorágine que arrancaba los árboles desde la raíz y a levantaba rocas de todos los tamaños, pero a pesar de ello, el viajero permanecía en el suelo, como si las reglas de aquel fenómeno lo ignorasen. Su rostro, desgraciado y adolorido, buscaban con desesperación entre la luz, y reprochaba en una lengua lejana a la luna y al cielo, hasta que una roca se estrelló violentamente en su cabeza derribándolo a él y al pequeño cadáver para sumirlo en la oscuridad de la inconsciencia.

    Cuando el hombre despertó, un dolor intenso atravesó su ser. Su sangre, ahora seca, le cubría todo el rostro y la cabellera. Las flores azules habían desaparecido, y su lanza estaba incrustada en una tierra negra y llena de vida. Los árboles ahora eran verdes, y el follaje se agitaba alegremente con la brisa del día. No había rastro alguno de ningún otro humano en los alrededores, pero si el de los pájaros que trinaban en coro y el de muchas otras criaturas que bufaban y rugían. El viajero se levantó con dificultad y en un instante recordó la preciada carga que lo había acompañado desde el inicio de su viaje y mucho antes. Corrió desesperadamente por el claro y buscó en los árboles caídos y en los arbustos sin resultados. Cayó entonces de rodillas al suelo, incapaz de soltar una lagrima más, y cogió su lanza, tan lastimada como él, apuntándola a su pecho dispuesto a atravesarse y terminar con su agonía. Pero ni la lanza ni su brazo pudieron ejecutar el último acto, pues desde los cielos un gran pájaro descendió con la rapidez de un depredador para posarse en su lanza y emitir un jubiloso chillido. Sus ojos brillantes y amarillos cruzaron una larga mirada con el viajero quien finalmente esbozó una sonrisa, se levantó y comenzó nuevamente el regreso a su tribu, rumbo a la gran cordillera, a través de montañas y desiertos, con aquellos ojos rapaces y familiares como su compañía.
     
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  2. Alde

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    Muy grata lectura.
    Me gustó.

    Saludos
     
    #2

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