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Guerra por la Fluorita

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por JimmyShibaru, 19 de Noviembre de 2024. Respuestas: 3 | Visitas: 169

  1. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    Estoy escribiendo este relato... si os gusta lo sigo compartiendo lo que vaya escribiendo. Es tipo fantástico pero con un tono de distopia.

    Un mundo en el que existía dos ciudades rivales, la ciudad mas rica y poderosa llamada Laka y otra más decadente y odiada, la ciudad Naktar. El historial de guerras entre estas ciudades era largo y extenso. Por lo que aun estando en consenso de paz la tensión se palpaba en el ambiente.



    En este mundo donde la Fluorita abunda (un mineral que era capaz de aumentar la percepción y agudizar los sentidos ) sus usos eran variados, algunos lo necesitaban para tener mucho poder, otros se drogaban y otros ignoraban por completo los beneficios reales del mineral.



    En un bar llamado “Darko” lleno en su fachada de pintadas vandálicas, en el interior los murmullos de los clientes variopintas hacían resonar en las paredes, todo el ruido se acumulaba. Criminales varios, contrabandistas y artistas frustrados se reunían para disfrutar del muro psicológico entre reír y la pena de vivir en una ciudad bastante desnutrida.



    Roth llevaba la cuarta copa esa noche. Sola, en una mesa no muy grande, en un rincón del bar. Se iba a levantar y pagar las copas en la barra larga y extensa a unos metros de ella. Cuando un chico joven con un cigarro en la mano interfiere.



    —Hola preciosa, pareces nueva por aquí.



    —No soy nueva, solo que no frecuento mucho este bar en concreto.



    La inexpresión del chico era evidente, como si no sintiera nada por dentro.



    —Eso es como si fueras nueva. —Le dio un par de caladas al cigarro luego se miró las uñas de color rojo. —¿Cómo te llamas?



    —Me llamo Roth.



    —¿Y que te trae por aquí? —La mirada seguía inexpresiva aunque los ojos negros y muy dilatados se dirigieron en perspectiva al top escotado. —tienes atributos interesantes.



    Roth frunció el ceño y se giró dándole la espalda, tiró las monedas sobre la barra, ni siquiera miró al camarero y se fue ignorando al chico como si fuera invisible. Cuando llegó a casa, con un golpe repentino barrio varios objetos que pasaron de la mesita del comedor al suelo. ¿Cómo pueden ser tan cerdos los hombres?, ¿acaso no se dan cuenta de lo ridículos que pueden llegar a ser? Pensó mientras apretaba los dientes. Se desvistió conforme se iba calmando. Entró en la ducha y las emociones se le atenuaron. Se estiró en el sofá con el pijama lleno de dibujos de piedras de Fluorita. Su cuerpo se relajó, pero sus pensamientos seguían orbitando en torno a la escena, como brasas que se negaban a apagarse del todo.



    La noche se desvanecía y la madrugada asomaba tímida. En el cementerio de Naktar, el chirrido de las puertas abriéndose por el viento que susurraba suave. Por el camino apisonado con maleza creciente a los lados, Zod se dirigía a una tumba que como el resto estaba improvisada con madera y los nombres borrados aunque algo se podía llegar a leer. Se agachó y cerrando los ojos que se escondían bajo la capucha que llevaba recordó a su padre, esos momentos jugando al escondite, o esos otros momentos dándole consejos para no caer en la tentación del poder excesivo.



    De pronto, unos pasos, que le hicieron volver al presente. Se levantó y vio a Konra. Se dieron la mano. Y acto seguido se encendió un cigarro.



    —Nos volvemos a ver, señor Zod, mas conocido como el Rey Carmesí.



    —Naktar no es lugar para la gente como tú. —le señaló con el dedo y luego lo bajó. —¿No eres demasiado joven para estar fumando?



    —Soy detective, no descansare hasta que se haga justicia. —contestó Konra. —Y… soy mayor de edad, fumo lo que quiero.



    —Lo único que vas a lograr es provocar otra guerra. —dijo en un tono altivo Zod.



    —Eres particularmente negativo, pero no me voy a detener, no abra guerra. —dijo Konra apurando el cigarro.



    —Sobrevivimos a nuestra manera. —se sacó la capucha dejando ver su pelo corto oscuro y sobre todo sus ojos furiosos. —Naktar no esta en venta, si es que estas pensando en negociar.



    —Ah, ¿Cómo este? —se giró y puso su mirada en una estatua en una fuente llena de moho. —¿Te refieres a negociar y morir en el intento?



    —El era un halo de esperanza, no me toques la moral.



    —La fluorita esta destruyendo la ciudad, ¿no te das cuenta? —dijo Konra.



    —Tu maldita ciudad nos deja solo las migajas —respondió Zod con un tono y mirada envuelta en furia. —¿no te das cuenta?



    —Eso no es una justificación, los criminales mejor en una jaula, aunque ya sabes que a mi me da igual. —se acarició el mentón y prosiguió. —solo intento mejorar vuestra vida, traer paz real a la gente.



    —No estoy dispuesto a negociar mi ciudad, lo siento. —dijo Zod en un tono serio pero suave.



    —Eres un ser sediento de poder, solo quieres la Fluorita para mantener tu estatus en esta misera ciudad. —contestó Konra.



    —Es así, este mineral brillante, algunos lo utilizan para evadirse, otros para aumentar sus capacidades y otros para el poder. —dijo mientras se señalaba a el mismo. —A mi no me quitaras del medio tan facilmente, la Fluorita es nuestra y nuestro propio problema, no metas las narices donde no puedes hacer nada.



    —Tu obsesión por el poder y mantenerlo te ciega. —respondió Konra.



    —¿Poder o condena?, son caras de la misma moneda y tu solo ves mi poder. —al terminar se inclinó y arranco un poco de la maleza al lado de su pie, arrojándola con desprecio al suelo.



    El sol que ya iluminaba toda la ciudad radiaba con fuerza a pesar de las bajas temperaturas. Roth dispuesta a seguir con el espectáculo teatral del que formaba parte. Con paso firme se dirigía a la plaza central de la ciudad. Allí lo volvió a ver, el chico, concentrado en un lienzo, trazando formas oscuras y densas con pinceladas cargadas de intención.



    Roth desvió la mirada, ignorándolo como la vez anterior. Pero su voz la alcanzó mientras pasaba:



    —Me llamo Orzon.



    Ella se detuvo un instante, apenas lo suficiente para responder sin volverse.



    —No te he preguntado el nombre. Déjame en paz.



    Orzon sonrió levemente, dejando el pincel en un vaso lleno de agua turbia.



    —Eres la actriz que tiene a todos hablando de su obra, ¿no? —comentó con tono casual—. ¿Qué hacías en el bar anoche?



    Roth lo miró por primera vez, sus ojos brillando con una mezcla de cansancio y enfado.



    —No es asunto tuyo, pero supongo que ahogar las penas. Tanto estrés acumulado...



    Orzon sacó un cigarro, encendiéndolo con calma. Dio una calada larga antes de responder:

    —Ahogar las penas... entiendo.

    Ella soltó una risa seca y amarga.

    —No, no lo entiendes. —Levantó el dedo anular con un gesto directo—. Lo mejor que puedes hacer es dejarme tranquila.



    —Te necesito, tienes dotes actorales y podríamos infiltrarnos en Laka.



    —No se me ha perdido nada en Laka. —dijo cruzando los brazos con resignación Roth. —¿por qué deberia ayudarte?



    —Porque hay mucho en juego. Me han dado un soplo sobre una mina de Fluorita que un grupo criminal quiere controlar. Pero no pueden hacerlo solos… nos necesitan a los dos.



    —¿Y que tiene que ver eso conmigo? —contestó arqueando una ceja Roth.



    —La mitad de la recompensa. —Orzon sonrió de lado, inclinándose hacia ella con un aire conspirador—. Monedas, muchas monedas. Suficientes para que dejes atrás este agujero y empieces de nuevo.

    Roth guardó silencio, su mirada perdida por un instante mientras procesaba la oferta. Finalmente, extendió la mano hacia Orzon, con un gesto firme pero medido.

    —Espero que valga la pena. —dijo con un tono serio, aunque su expresión revelaba una chispa de curiosidad.

    Orzon tomó su mano, apretándola suavemente mientras una leve sonrisa asomaba en sus labios.



    La Torre Blanca se alzaba majestuosa en el horizonte, su estructura imponente parecía desafiar las nubes, su superficie estaba cubierta por infinidad de pequeñas ventanas que formaban un patrón casi hipnótico. Entre los ladrillos que la componían, algunos relucían en oro, capturando los rayos del sol y reflejándolos en destellos deslumbrantes que iluminaban el entorno.

    Un puente de oro puro conectaba la torre con la ciudad cercana, su brillo intenso contrastando con el azul profundo del lago artificial que rodeaba la torre. Este lago, perfectamente circular, reflejaba la edificación como si fuera un espejo, duplicando su grandeza en el agua serena y cristalina.

    Al cruzar el puente y entrar en la torre, la opulencia del exterior daba paso a una elegancia aún más impresionante. Los muros interiores estaban cubiertos con tapices finamente bordados en hilos de plata y oro, representando historias y símbolos que parecían narrar la historia de las dos ciudades enfrentadas. El suelo de ónix blanco, pulido hasta el extremo, emitía un brillo suave que daba la impresión de caminar sobre luz sólida.

    El aire, cálido y envolvente, llevaba consigo una fragancia dulce y embriagadora. Era una mezcla exquisita de flores exóticas y maderas aromáticas, un aroma que calmaba y a la vez embriagaba los sentidos, añadiendo una dimensión casi onírica al ambiente.



    Zod con la cara seria miraba a Konra, acto seguido dejó ver su rostro con mas claridad al quitarse la capucha. Kori que se hallaba caminando por el puente de oro, era un joven de 19 años cuya presencia no pasaba desapercibida ni siquiera en aquel lugar, aunque no precisamente por su figura esbelta. Su cuerpo era robusto, con una barriga prominente que llevaba con naturalidad, como si formara parte de su identidad. Su cabello, corto y de un vibrante color pelirrojo, enmarcaba un rostro salpicado de pecas que cubrían sus mejillas y le daban un aire juvenil, casi travieso. Sus cejas, densas y expresivas, acentuaban la neutralidad de su mirada, como si constantemente evaluara el mundo sin emitir juicio alguno.



    Vestía de forma sencilla, con ropa cómoda que abrazaba su cuerpo de manera ajustada pero sin pretensiones. Camisas de lino de tonos apagados y pantalones de tela flexible conformaban su atuendo habitual, siempre rematado con unas botas desgastadas que parecían haber recorrido incontables caminos en su rol como mediador.



    A pesar de su apariencia sencilla y tranquila, su presencia en las salas de negociación era inconfundible, como si las pecas en sus mejillas y su cabello ardiente fueran un recordatorio de que incluso la calma podía tener destellos de fuego en su interior.



    Loreen lo acompañaba a un ritmo mas acelerado. Su cabello lila brillaba bajo el sol deslumbrante.



    —¿Estás segura de que puedes manejarte aquí? —preguntó Kori sin girar la cabeza, con un tono que no era de duda, sino de advertencia.



    —¿Manejarme? —replicó con una sonrisa sarcástica—. Kori, nací en esta ciudad. Sé perfectamente cómo funcionan las cosas aquí... aunque no me guste admitirlo.



    Kori levantó una ceja pero no respondió. Conocía ese tono: el de alguien que estaba a punto de hacer algo impulsivo.

    Cuando cruzaron la gran puerta de la torre, el brillo del ónix blanco en el suelo y los tapices dorados en las paredes parecieron absorber cualquier ruido. Kori se detuvo un momento, respirando el aire cargado de dulces aromas. Loreen, en cambio, no perdió el tiempo admirando la opulencia; sus ojos estaban fijos en la sala donde Zod y Konra ya comenzaban a tomar asiento.



    —Recuerda, tú solo observas y escuchas —le dijo Kori, deteniéndola con una mano en el brazo antes de que avanzara más.

    Loreen lo miró, sus ojos chispeando con una mezcla de desafío y determinación.



    —¿Observar? ¿Escuchar? ¿Mientras ellos discuten cómo mantener el mundo dividido por un puñado de piedras brillantes? —Sacudió el brazo para liberarse—. No vine aquí a quedarme callada.

    Kori suspiró, un gesto que parecía combinar paciencia y resignación.



    Loreen avanzó hacia el centro de la sala. Todos los ojos se volvieron hacia ella: Zod, con su ceño fruncido y mirada de desconfianza; Konra, arqueando una ceja como si evaluara el espectáculo.



    —No podemos seguir así —dijo Loreen, su voz clara y firme, resonando en la gran sala—. No somos enemigos. Ninguno de nosotros.



    Zod fue el primero en reaccionar.

    —¿Quién eres tú?



    —Soy alguien de Laka, alguien que sabe que esta guerra silenciosa nos está matando a todos. ¿Y tú? ¿Cuánto más puedes resistir, Zod, antes de que tu gente deje de creer en ti?



    La tensión era palpable. Kori avanzó rápidamente, poniéndose a su lado.



    —Loreen, esto no es un escenario para tus protestas. Estamos aquí para encontrar soluciones, no para agravar el conflicto.

    Ella giró hacia él, cruzando los brazos con una sonrisa amarga.

    —¿Soluciones? ¿Cómo las que has logrado antes? ¿Esa pasividad tuya ha cambiado algo?

    Kori se mantuvo firme, aunque su mandíbula se tensó.



    El silencio cayó en la sala. Loreen, a pesar de su rabia, se dio cuenta de que había captado la atención de todos. Incluso Zod y Konra parecían reflexionar sobre sus palabras.

    Kori se giró hacia los presentes, su tono cambiando de sereno a firme.

    —Loreen tiene razón en una cosa: no podemos seguir ignorando el impacto de nuestras decisiones. Pero si queremos que haya paz, necesitamos más que palabras. Necesitamos acción, y esa acción no puede ser unilateral.

    Loreen lo miró sorprendida, pero no dijo nada. Por primera vez, sintió que Kori, aunque diferente a ella, entendía lo que estaba en juego.
     
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  2. Alde

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    Un buen relato.
    Me sorprendió la cantidad de personajes que en el interactuan.
    Pero ahí la clave, te hace la lectura amenas y te deja con el deseo de continuar leyendo otro capítulo u otro suceso.

    Saludos
     
    #2
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  3. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    Zod acarició el anillo con una piedra roja, este se hallaba en su dedo indice, al mirar sus uñas pintadas de carmesí un mar de pensamientos aparecieron en su mente. Años atrás, una de las miles guerras que tuvieron las ciudades dejo a Naktar en los escombros. La gente lloraba al ver lo suicedido, gritaba de impotencia y los cuerpos temblaban al ver a sus seres queridos muertos en el suelo. Uno de esos hombres y mujeres en el suelo inertes, eran los padres de Zod. El joven Zod, de rodillas junto a ellos, apretó el anillo que ahora llevaba consigo, jurando que nunca permitiría que alguien volviera a arrebatarle lo que tanto amaba.



    Un espasmo de ansiedad lo devolvió al presente.



    —Zod, ¿Estas bien? —preguntó Konra con preocupación.



    —Naktar no esta en venta. —dijo Zod acariciando con ímpetu el anillo a la par que tragaba saliva. —la solución es simple: dejarnos en paz y punto.



    Zod apretó con más fuerza el anillo, como si eso pudiera mantenerlo sereno.



    Las sirenas de golpe interrumpieron la conversación. Loreen se asomó por una de las ventanas viendo como unos misiles se acercaban tragicamente. Zod extrañado se acercó a la activista, pero no le dio tiempo a dar ni dos pasos y unos impactos resonaron en lo alto haciendo temblar la torre blanca.



    —No puede ser. —murmuró Zod mientras intentaba no caer al suelo del temblor.



    —¡Ya no confian en ti! —exclamó Loreen.



    Mientras el ataque se producia, Zod huyó del lugar. Los atacantes gritaban: ¡Zod el negociador, para nosotros solo un traidor!



    Zod asustado a la par que cabreado, corría lo mas rápido posible dirección a una de las minas de Fluorita, donde el eco de sus conversaciones consigo mismo eran su unica via de escape.



    En la mina, la luz tenue de las lámparas colgantes iluminaba los caminos y arrancaba destellos azulados y morados de la fluorita incrustada en las paredes. Las sombras, proyectadas por las rocas irregulares, danzaban con cada movimiento, como si tuvieran vida propia. En algunas zonas, el goteo constante del agua rompía el silencio, formando pequeños charcos en el suelo. Los grifos de los pozos, mal cerrados, dejaban escapar un sonido metálico intermitente. Estructuras de madera, desgastadas por el tiempo, se alzaban entre las piedras, sujetándolas con un equilibrio precario. Roth y Orzon, ocultos tras un pilar de roca maciza, contenían la respiración mientras el eco de unos pasos apresurados se acercaba lentamente. Su figura imponente llenó el espacio, y el fulgor carmesí de su anillo brillaba intensamente bajo la escasa luz.



    Zod (hablando para sí mismo, con voz enfurecida y rota):
    —¡Traidores! ¡Malditos traidores! —Golpeó con fuerza una roca, desatando una pequeña lluvia de polvo y fragmentos—. Toda mi vida, todo mi sacrificio... ¿y así es como me pagan?

    Roth y Orzon intercambiaron una mirada rápida, sus rostros tensos. Sabían que cualquier movimiento podía delatarlos, pero las palabras de Zod eran demasiado reveladoras para ignorarlas.

    —¡Les di todo! Les di un propósito, les di la esperanza de resistir... ¿Y ahora conspiran contra mí? —Se llevó una mano al anillo, acariciándolo como si buscara consuelo en él—. No entienden nada. No saben lo que significa proteger esta ciudad. ¡Naktar no sobreviviría un día sin mí!

    Roth apretó los labios, intentando mantener su respiración silenciosa. Orzon, con el ceño fruncido, asintió hacia el frente como diciéndole que siguiera escuchando.


    —¡Y ahora pretenden derribar la Torre Blanca! —Su voz se quebró un momento, y luego, más bajo, murmuró—: Si tan solo... si tan solo ellos pudieran ver lo que yo veo y sentir lo que siento.

    Zod comenzó a caminar lentamente por la mina, observando las vetas de fluorita que brillaban con cada paso. De repente, se detuvo y bajó la cabeza, como si el peso de sus pensamientos fuera demasiado.



    Orzon frunció el ceño, inclinándose un poco hacia Roth para susurrar.

    Orzon (en un murmullo apenas audible):
    —Está perdiendo el control... esto es más grave de lo que pensaba.

    Roth asintió con un movimiento leve, sus ojos fijos en Zod. Ambos sabían que estaban presenciando un momento clave, un vistazo al interior del hombre que había dominado Naktar con puño de hierro. Si Zod tomaba una decisión radical, las consecuencias podrían ser devastadoras para todos.

    Zod, con un último vistazo a las paredes llenas de fluorita, respiró profundamente y se giró, saliendo con pasos pesados de la mina. El eco de sus botas desapareció lentamente, dejando atrás un silencio inquietante.

    Roth y Orzon salieron de su escondite, sus miradas serias mientras procesaban lo que acababan de escuchar.

    —Si no hacemos algo, esto va a terminar mal. Muy mal. —Roth apretó los puños con fuerza como anticipando el desastre.

    —Sí, pero primero debemos decidir si lo ayudamos... —comentó Orzon.



    —¿Ayudarlo?



    Orzon fruncio el ceño desconcertado.



    —¿no veniamos a robarle Fluorita de la mina? —señaló Roth.



    —Me ha dado lastima, no sé al verle así…—expresó Orzon con la voz temblorosa.



    —¿Entonces dejamos todo y cambiamos de plan? —preguntó Roth con un tono que delataba su desconfianza.


    —Piénsalo. Este hombre tiene recursos, influencia. Si jugamos bien nuestras cartas, podríamos salir ganando más que con la Fluorita. —Una media sonrisa asomó en el rostro de Orzon, mientras sus ojos brillaban con un destello de ambición.





    —No estoy muy segura, ya me has liado suficiente, me voy. —gruñó Roth dandole la espalda a Orzon.



    —No vas a ir a ninguna parte, estamos en una mina de Fluorita, y lo vamos a aprovechar.



    Roth dio unos pasos hacia él y le clavó una mirada que parecia querer entrar en la mente de Orzon.



    —¿A que juegas? —preguntó enfurecida. —me estas mareando y eso no me gusta.



    Orzon mostró esa cara inexpresiva otra vez.



    —Esta bien, vete, pero no sabras volver a casa sin mí.



    —Ya encontrare el camino, gracias. —manifestó Roth con cierto aire de desprecio.



    Roth saliendo de la mina en un prado extenso, lo pudo ver, Zod sentado en el suelo y mirando el horizonte. Ella al ver esa imagen tan profunda, desconcertada pero decidida, se sentó a su lado.



    —¿Quien eres tú? —preguntó emocionado por sus recientes sentimientos. —¿No seras un agente secreto de Laka?



    —Soy Roth. —dijo casi como un murmullo y mirando a Zod. —Soy de Naktar. Tranquilo no vengo a investigarte.



    —Vale, ¿Y se puede saber porque has interrumpido este momento conmigo mismo? —dijo en un tono dulce Zod.



    Roth lo observó un instante, como si sopesara cada palabra antes de hablar.

    —Porque creo que, al igual que yo, estás cansado de todo esto. —Su voz sonó firme, pero con un toque de vulnerabilidad que Zod no esperaba—. Cansado de fingir que todo está bajo control, de cargar con la responsabilidad de esta ciudad que se cae a pedazos.

    Zod frunció el ceño, pero no interrumpió. Roth tomó aire y continuó:

    —Te he visto, Zod. No solo en esta mina, sino en cómo miras a tu gente, en cómo hablas de Naktar. No eres un simple líder que busca poder... hay algo más. Algo que todavía te importa, aunque te esfuerces en esconderlo.

    Zod bajó la mirada hacia el anillo carmesí que giraba entre sus dedos, como si buscara en él una respuesta que no encontraba.

    —¿Y qué sabes tú de lo que me importa? —murmuró con un deje de amargura.

    Roth clavando sus ojos en los de Zod.

    —Sé lo suficiente. —Su tono se volvió más firme—. Sé que esta ciudad no necesita más guerras ni más héroes mártires. Necesita a alguien que recuerde para qué estamos luchando en primer lugar. Y si no puedes verlo tú mismo... entonces voy a recordártelo.

    Por un momento, Zod se quedó en silencio, atrapado entre la ira y la reflexión. Pero antes de que pudiera responder, un sonido agudo atravesó el aire. Roth se puso de pie de inmediato, mirando hacia la mina. Una explosión retumbó en el interior, seguida de un alarido que resonó como un eco en las montañas.

    —¿Orzon? —susurró Roth, entrecerrando los ojos.

    Zod también se levantó, apretando los puños.

    —Esto no puede ser bueno.

    Ambos intercambiaron una mirada, y sin pensarlo, comenzaron a correr de vuelta hacia la mina. Al llegar, estaban algunos fuegos hirradiando por el acite de las lamparas rotas. Estructuras caidas, un humo denso, teñido de un ligero resplandor de partículas de fluorita flotando en el aire.



    —¿Que ha pasado? —preguntó Roth cubriéndose parte de la boca con el brazo. —no veo casi nada.



    —Esto no es un accidente… Es demasiado preciso. —matizó Zod intentando analizar la situación.



    Avanzaron con precaución, el eco de unos pasos apresurados resuenan cerca. Roth entrecierra los ojos al distinguir unas figuras entre el humo. La tenue luz revela un grupo de hombres cargando sacos grandes y pesados llenos de fluorita.



    —Es… ¡Orzon! —dijo alzando la voz Roth.



    Al girarse, la mirada de Orzon se encontró junto con la de Roth. Ella pudó ver la falta de arrepentimiento en la cara justo antes de que diera unas ordenes.



    —Vamonos, no hacemos nada aquí. —verbalizó Orzon rápidamente.



    Roth da un paso hacia adelante, como si fuera a enfrentarse a él, pero Zod la detiene agarrándola del brazo.



    —No podemos hacer nada ahora. —puntualizó Zod.



    —¿Y qué sugieres? ¿Que los dejemos escapar con la fluorita? —dijo deshaciendose del agarre.



    —Podrian tener explosivos y no nos podriamos defender. —la mirada de Zod se volvió muy seria. —no es hora de morir ¿sabes?



    Mientras el grupo desaparece entre los túneles y el crujir de las estructuras debilitadas se mezcla con el goteo constante de agua. Roth, visiblemente frustrada, mira a Zod.
     
    #3
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    —Te tengo que decir una cosa… —los ojos de Roth se humedecieron. —Yo he venido con Orzon, el plan era robarte fluorita de la mina, pero es una persona muy ambigua y me daba mala espina. —las manos temblorosas de Roth se acomodaron en los hombros de Zod. —De alguna manera esto es culpa mía.



    —Si lo que dices es cierto… Entonces al final, no me has robado.



    —Pero… —susurró Roth soltando los hombros y con voz temblorosa.



    —Has dicho la verdad, eso te honra. —contestó Zod con una sonrisa inesperada.



    Roth observaba fijamente a Zod, conmovida por la reacción.



    —Orzon no se detendrá, se de un rumor sobre un artista oscuro, creo que es él. —señaló Zod de forma serena.



    —Cierto, yo lo vi pintando un cuadro. —contestó Roth atando cabos.



    —Conozco a alguien en Laka que puede ayudarnos. Necesitamos pruebas para saber sobre sus verdaderas intenciones. Y le tenderemos una trampa.



    Roth lo miró con curiosidad.



    —¿Quién? ¿Un aliado en Laka? Pensaba que odiabas nuestra ciudad vecina.



    —No es odio lo que siento por Laka sino pena, aunque hay gente de todo tipo, pienso que en el mundo aún hay gente buena. —acarició el anillo con cierto ímpetu, sonriendo fugazmente.



    La determinación en las palabras de Zod contagió a Roth, quien, por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía un propósito más claro en la vida.



    —Hay una reunión entre dos bandas criminales en tres días, para intercambiar fluorita por dinero. Me temo que Orzon algo tiene que ver, así que iremos y observaremos a los involucrados.



    Roth asintió, pero había algo en su mirada que delataba preocupación.

    —¿Y si no logramos escapar con vida?



    —Lo habremos intentado al menos. —Zod dibujó una sonrisa tímida.



    Tres días transcurrieron y aquella tarde el sol casi estaba escondido. Como Zod, Roth y Konra que se hallaban detrás de unas rocas erosionadas por el tiempo, observaban como dos grupos criminales ya situados a unos metros, hacían un intercambio.



    Zod apretó los dientes, mientras su mirada se cruzaba con la de Roth, que asentía con la seriedad de quien sabía que el momento clave estaba a punto de llegar. Konra, por su parte, mantenía una mano cerca de su arma, sin despegar los ojos del intercambio.



    Orzon apareció disculpándose por llegar tarde. A lo que Konra se aferró en sujetar su arma con determinación. Un hombre con barba larga y blanca, se acercó y le dio el dinero y extendió la mano. Orzon asintió con la cabeza e hizo una señal y un compañero suyo tiró dos sacos grandes llenos de fluorita al suelo.

    Al ir a cogerlos, Konra disparó al aire y los criminales salieron a toda leche del lugar. Dejando los sacos de fluorita abandonados. Roth y Zod fueron tras Orzon que corría con la rapidez de un galgo. Zod dio un saltó y aterrizó encima de él. Intercambiaron puños en el suelo, iban de un lado a otro como una croqueta en aceite caliente. Cuando uno estaba debajo al siguiente instante lo estaba arriba. Los golpes cortaban haciendo heridas y moratones en sus respectivas caras.



    Roth hacia amago de querer intervenir pero no se atrevía y siempre se quedaba expectante. Orzon mordió el brazo de Zod, el grito que surgió de su interior hacia fuera, retumbo entre las montañas. Roth entonces cogió arena del suelo con trazas de hierba seca y se la tiró a la cara a Orzon.



    Zod fue a seguir golpeando, pero un silbido veloz interrumpió la agitación y gotas de sangre del costado salieron empapando el suelo, gotas que se convirtieron en mares de angustia.



    El hombre de barba blanca había disparado desde arriba de una colina y luego se dio a la fuga. Orzon aprovechó y apretó con su pie la cara de Zod una vez en el suelo.



    Roth paralizada, no sabía como reaccionar ante la impactante escena.



    —Orzon, ¿Que narices haces? —dijo Roth con la voz temblorosa.



    —Lo que he estado deseando desde hace tiempo.



    La mano de Zod se aferró a la pierna de Orzon.



    —¡Para! ¡No acabes con él! —la voz de Roth por momentos quebrada a la par que aumentaba el volumen.



    —Este asqueroso nunca a querido a su ciudad, que le den.



    La mano de Zod cayó al arenoso suelo, dejando ver lo evidente.



    —No, Zod, no… —susurro Roth entre llantos contenidos.



    Orzon levantó el pie y salió del lugar a toda prisa.



    La ciudad por unos días se volvió un caos, pero el senado, en un acto inesperado, decidió otorgarle el liderazgo a Roth. Con el anillo de Zod en el dedo, asumió el mandato con dolor y determinación. Aunque el peso de la perdida era una sombra que la perseguía, entendió que tenia una oportunidad de cambiar la situación en Naktar.



    Las tensiones con Laka disminuyeron. Las minas de fluorita se sometieron a una estricta regularización. El comercio con Laka se abrió lentamente. El entendimiento entre las dos ciudades mejoro notablemente.



    Roth, sin embargo, nunca olvidó la traición de Orzon ni el sacrificio de Zod. Las noches en su despacho solían ser silenciosas, salvo por el tenue sonido del anillo carmesí que giraba entre sus dedos.



    Un día, mientras paseaba por los callejones de Naktar, ahora más vivos que nunca, Roth se detuvo frente a un mural. Era una obra reciente, hecha con trazos oscuros y densos. Representaba a dos figuras de pie, Zod y Roth, con las manos unidas bajo un cielo despejado. La inscripción decía: "La paz no es el final, sino el inicio de un nuevo camino."

    Con una sonrisa melancólica, Roth entendió que, aunque las heridas de su ciudad tardarían en sanar, había logrado algo que muchos consideraban imposible: encender una chispa de esperanza en la oscuridad.
     
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