1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. La susceptibilidad humana siglo 21 (o 22?), -dos puntos-: Si en una situación diaria, normal, dijera -otra vez dos puntos-: que el día está maravilloso, con un sol brillante en un cielo claro, que los pájaros trinan posados en las ramas de los frondosos árboles del parque, al unísono aparecerían, como burbujas de agua en un charco de un día de lluvia, millones de voces diferentes, con distintas tonalidades, declamando su parecer, su vivo sentir, para intentar desestabilizar mi debilidad humana de ser feliz: los negativos, los positivos, los indiferentes, las feministas, los machistas, los obreros desocupados, las maestras mal pagadas, los niños desnutridos, las mamás de los nenes bien comidos, los curas, los políticos, los boludos! Se suman a ellos los asesinos del El, los pueblos desarraigados, los/las cornudos/as, el lechero, los seguidores de Messi y los de Maradona, los cantantes de protestas, los actores pornos! Luego: el carnicero, el vendedor de remeras con la imagen del Che, los defensores de los condones saborizados, los zurdos que no se definen de qué lado están, los testigos de jehová profanadores del derecho a la libertad de elegir en cuál dios cagarse cuando algo sale mal, los cada vez menos poderosos con cada vez más poder, el mundo todo, con sus casi 6000 millones de sobrevivientes, con sus apiñadas miserias.
    Y yo, un humilde polvito mal echado solo iluminaba mentalmente una posible sonrisa contemplando un posible y maravilloso día de sol en un cielo claro donde pájaros felices trinaban sobre los árboles. Ufff...
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  2. Un diario, un desayuno, una rutina.
    Ya no leo diarios, algunas veces desayuno y mi rutina…
    El diario es un eterno viaje al pasado y al futuro, el presente no existe; deja de ser luego de escribir cada letra de cada palabra de cada renglón de cada columna de cada página de cada diario de vida.
    Recuerdo que hace casi 50 años leía los periódicos que mi padre compraba y ya todo era lo mismo que ahora, solamente que en esa época tomaba mi leche con cacao y soñaba con ser un buen hombre. Hoy no leo periódicos ni tomo leche con cacao ni sueño con ser un buen hombre, pero cada tanto me acuerdo de revisar mi memoria.
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  3. Mientras permanecía estático repasando mi pasado, contemplaba mi sombra que se achicaba hasta casi desaparecer por el pequeño ojo de una cerradura. Comprendí entonces que mi vida había comenzado a deteriorarse en el preciso instante en que la vieja partera del pueblito donde nací me dio los primeros golpes de esta vida. Golpes que recuerdo por supuesto, aunque estaba demasiado preocupado por respirar, acción natural que me costó mucho practicar porque la muy bestia me pegaba en la nariz y no en las nalgas como hacían todas.

    De aquella mala experiencia quedó un pulmón colapsado, el tabique de la nariz torcido y un ojo desviado, pero si me miran de costado no se notan mucho los detalles, apenas una cicatriz finita de cinco centímetros en uno de mis párpados, resultante de una cirugía que debió ser para corregir una deficiencia testicular. Sí, el cirujano entendió ocular; otra bestia.
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  4. En mi tímida adolescencia planeaba a diario conquistar el amor de una muchacha mundana.
    Recuerdo haber pintado el asfalto frente a su casa con leyendas encriptadas en corazones rojos sin nombre que me ponga en evidencia. Como no resultaba tanta cursilería decidí pasar por su negocio y disimulando mi vergüenza me sumé al final de la fila. Cuando llegó mi turno, ella estaba tan ajada que las historias imaginadas se habían desteñido como las manchas blanquecinas dejadas en las paredes de mis deseos. Di media vuelta y contando las monedas caminé hasta el kiosco de loterías en donde compré un billete. Decidí echar mi vida a la suerte.
  5. Frío y lluvioso día. En la penumbra de mi cerebro trataba de hablar con mi soledad pero la muy puta apenas me respondía. Ella quería estar sola. Decía que mi compañía destruía su esencia, bloqueaba su inspiración suicida. Le recomendé leer los poemas de un tal ciprés, que seguramente obtendría un resultado más inmediato que pretendiendo contener la respiración por largo tiempo. En algún momento el aire saldría disparado en forma de gases y eso sería insoportable. Tanta podredumbre acumulada, vetusta y abyecta.

    Mirándome de reojo sonrió socarronamente como diciendo: ¡Que decís imbécil! ¡Ese tal ciprés no existe, es solamente una visión extemporánea y ordinaria de un poeta, que él se pudra en sus míseras soledades, yo quiero morir más dignamente!

    Miré la lluvia que chorreaba cristales y escribí en la humedad condensada en su interior:

    -¡Me cago en ese ciprés! No sirve ni para matar a mi soledad.
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