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La guerra de los palmitos (I)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por El Arethra, 28 de Junio de 2006. Respuestas: 1 | Visitas: 903

  1. El Arethra

    El Arethra Poeta recién llegado

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    Cap I. Bitácora de a Bordo



    Enviado especial: Melchor Varicocele (Sargento del quinto batallón de periodismo de infantería)




    En veinticinco años como corresponsal de guerra a lo largo y a lo ancho de la galaxia creí haberlo visto todo; pestes de información genética tergiversada en la gran batalla de las tierras de Silicio, mutaciones cubistas a causa de la radiación de la gran bomba de peluche arrojada por la vanguardia surrealista estelar, secuelas de gargarismo de barítono prolongado en el lejano sistema solar de Lud Axyah así como mal de oído de Rajosh en sus galaxias vecinas, canibalismo magnético o electrodogmatismo provocado por los habitantes de las minas de cobre del satélite Venus II y la lista podría seguir en un sinfín de aberraciones similares.
    Mi peor recuerdo data del año 22 DB, cuando por caprichos del azar fui testigo de un macabro ritual de descascaramiento practicado por los Hombres Papa en el punto g de un pequeño planeta llamado Susu-hara (¿O se pronunciaba Suha-sura?)
    Este último en particular fue un espectáculo tan demencial e inesperado que acabó por desequilibrarme emocionalmente. Imagínense siendo testigos de una muchedumbre que, bailando en trance religioso se les da de pronto por rebanarse la carne hasta desaparecer.
    Debí recurrir a diferentes grupos terapéuticos y cursos de automedicación a distancia para poder olvidarlo. Y al final, ni siquiera éstos tratamientos dieron resultado. Había caído en un circulo de autodestrucción, mi mente y me carácter se fueron deteriorando poco a poco y al cabo de tres meses sufrí un colapso.No es pertinente ahondar en detalles ahora, baste decir que para superar la depresión que me provocaban las pastillas, mi nariz se volvió propensa a la Nitrocelulosa, y que dicha sustancia, además de ser extremadamente tóxica se caracterizaba por causar E.E.N.D ( Excitación eufórica no discriminativa ) Conservo malos recuerdos de un bar de mala muerte en el desierto de Turquía, imágenes difusas de bigotes grasientos, camellos sudorosos y carcajadas abundantes.
    Desde entonces juré que jamás volvería a bajar la guardia de mis emociones y que sería un testigo de piedra, sucediera lo que sucediese ante mis ojos. Me hice implantar un S.A.A.R (Sistema de apatía automática regulable) con el fin de seguir adelante. La maquinaria Neurón 27 era el último modelo en el mercado negro, un complicado mecanismo del tamaño y la forma de una nuez que decidiría por mí la mejor forma de ser objetivo. La maquinaria Neurón 27 bloquearía toda emoción negativa que pudiese afectar mi trabajo, poco a poco iría segregando nanocápsulas de serenidad de tiburón y así yo me convertiría en un golem optimista. Sería un proceso lento, pero también un ajuste de tuercas en mi evolución natural. El ser humano devenido en un androide sonriente y sin corazón. El antiguo Cro-magnon renacido en un autómata de calma asesina.
    Bueno, al menos eso me aseguraron los tipos que me la vendieron. Lo cierto es que el aparatejo anduvo bien durante un tiempito, unos dos o tres meses según mi agenda biológica.
    Una mañana me aplasté un mosquito en la nuca y sentí un feo chasquido en el interior de mi cabeza, como si alguien hubiese quebrado un huevo contra la superficie de mi cráneo.
    Lo que siguió a eso fue la migraña más espantosa que jamás haya tenido.
    Emití un alarido y caí desmayado de inmediato.
    Cuando mis hombres consiguieron reanimarme el dolor de cabeza seguía retumbando, pero extrañamente, me sentía feliz. Ante cada punzada de jaqueca mi sonrisa crecía más y más, hasta que empecé a reírme abiertamente como si me hubiesen contado el mejor chiste del mundo.
    ¡Maldito implante de fabricación tailandesa!.
    Intenté explicarles a mis hombres que la causa de mi comportamiento era la maquinaria Neurón 27 que evidentemente se había descompuesto, pero no logré articular una sola palabra. Una risa demente se había apoderado de mi.
    El capitán Felipe tuvo la feliz idea de aplicarme un S.P.H.A (Sedante potenciado para histéricos agresivos ) sin prestarme atención cuando, entre agudas risitas le pedí expresamente que no lo hiciera. Así que por el resto del día permanecí sentado en mi tienda neumática con los ojos vidriosos perdidos en el vacío y una especie de alegría lenta, como de ternerito mamón.
    A la mañana la situación no había mejorado, lo único que había mejorado era mi sentido del humor. A cada rato me daban ataques de alegría lunática, y ni hablar si alguno de mis hombres hacía un comentario gracioso, entonces no podía parar de reír durante horas, ni siquiera en el frente de batalla, bajo riesgo de ser localizados y aniquilados por el enemigo. Cualquier indicio o rasgo humorístico en hombre, animal, planta o roca se convertía en una pesadilla de carcajadas y convulsiones espasmódicas.
    Al principio mis hombres se mostraron encantados con mi nuevo optimismo, y no perdían ocasión en provocarme con sus chistes (Oiga Sargento, ¿En que se parecen un espermatozoide y un periodista de infantería? Eh! Sargento, ¿Cuantos culos necesita un gorila albino para ir al baño?) hasta que yo terminaba revolcándome en el piso, con los ojos llenos de lágrimas y suplicando que se detuvieran.
    Al cabo de unos días comprendieron que lo que me estaba pasando era serio. Tal vez no se trataba solo de buena predisposición hacia la vida periodístico-militar. Algunos ataques de risa habían sido tan furibundos que acababa vomitando, amoratado por la falta de aire, con las manos crispadas sobre el estómago y las costillas adoloridas como si me hubiesen cosido a patadas en una pelea de borrachos.
    Me costaba horrores recuperarme después de aquellos ataques.Por las noches, mientras soñaba, afloraba de mis labios una trémula risita que a fuerza de persistencia, había terminado por fastidiarlos a todos.
    A partir de ahí la seriedad y el silencio se fue adueñando del batallón, el Capitán Felipe impartió la orden de no hablar o gesticular exageradamente en mi presencia, no se podía silbar ni cantar, no se podía llamar a nadie por su apodo. El cabo primero Sadosky, al que siempre habíamos llamado "grasa de mono" debido a las generosas proporciones de su abdomen debió ser escondido de mi vista, ya que su simple presencia se me tornaba insoportable y me provocaba tales ataques de éxtasis, que mi cara parecía rajarse como una fruta podrida y mis alaridos se hacían eco en las altas montañas nevadas del Noroeste.
    Fueron días oscuros. A pesar del gran sacrificio de mis hombres por salvaguardar mi cordura y mantenerse serenos, no hubo manera de que no me resultaran hilarantes, todos y cada uno de ellos, tan seriecitos y preocupados con esos ridículos cascos de invisibilidad parcial.
    Hasta pensar en la denominación militar de los cascos me daba ganas de partirme en dos de risa. Imbecilidad parcial. Cascos de imbecilidad parcial.Imbecilbelicidad.Invisibilisibililisiliiiiiiiiiiiiiiiiii…
    Tuvieron que retirarme del campo de batalla y someterme a un largo y graciosísimo tratamiento psiquiátrico. Recién al cabo de unos meses la recuperación comenzó a mostrar leves mejorías. Los médicos me hicieron entender que no había posibilidad de retirarme el Sistema de Apatía Automática Regulable ( S.A.A.R) sin extirparme medio cerebro, de modo que tuve que resignarme a soportar sus fallas. La maquinaria Neurón 27 se quedaría en mi cabeza de por vida. De tanto en tanto sería necesario ajustar ciertos detalles de su configuración por medio de electrochoques, pero me aseguraron que podría llevar una vida normal.
    Cuando mis problemas de salud se estabilizaron decidí volver a servir a mi país y comencé los trámites para ser aceptado nuevamente en el ejército. Fui reasignado a mi batallón el día catorce de febrero del año 2123 de nuestro Señor Bush.
    Desde entonces y hasta el día de la fecha, hemos luchado en cuatro guerras diferentes, tres de ellas en las lunas del gigante y arrugado Escroto y la última en los márgenes de la gélida constelación de Corvus.
    Es de ésta última guerra de la que quiero dar testimonio, y es aquí, en este diario de viaje, en donde dejaré registrada mi historia y la de los valientes hombres que me acompañaron.

    21 Marxo 2129 D.B
    Sgto M.Varicocele.
     
    #1
  2. El Arethra

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    Cap II. Nictitantes Versus Himenhópteros

    Las guerras en las lunas del gran Escroto han terminado y de ellas hemos traído más cicatrices que souvenires. Mientras volvíamos a la base Madre habíamos guardado la esperanza de que tras tanta locura y destrucción seríamos recompensados con un descanso largo y reparador, pero nos equivocamos de cabo a rabo. Los altos mandos tenían planes más urgentes para nosotros y nos dieron una nueva misión ignorando por completo nuestro agotamiento físico y mental. Así que aquí estamos. Hace tres días aterrizamos en el planeta Insecto, un punto estratégico ubicado a cuatro millones de años luz de la base madre. En la loma del culo según el capitán Felipe. Como ya se sabe, esta es una guerra de potencias. Pero los motivos del conflicto no estan del todo claros. Lo único que sabemos es que dos importantes galaxias se venían disputando el descubrimiento y la explotación de un alimento exótico denominado Palmito y que a medida que las reservas de éste palmito se fueron agotando en todo el universo, las tensiones aumentaron hasta que la guerra fue inevitable.
    Los Nictitantes conformaban una raza indescriptible, tanto por sus costumbres históricas como por su curiosa morfología, una raza signada por milenios enteros de guerras y holocaustos, sumidos en el caos de una lógica sin fundamentos. Su temperamento explosivo se debía al helio que circulaba por sus venas, lo cual también era un problema si teníamos en cuenta que su piel era quebradiza como una cáscara de cebolla y que sus órganos flotantes solían escaparse provocándoles horribles muertes.
    Se creía que los Nictitantes se habían alimentado de palmitos desde tiempos inmemoriales aprovechando sus enzimas para fortalecer la piel y así poder enfrentar los huracanados vientos que azotaban su planeta, sobre todo en las temporadas de lluvia.
    Por otro lado estaban los Himenópteros, ( especie de insectoides de aspecto terrible para el ojo humano ) cuyos individuos solían poner sus larvas en el cuerpo agonizante de sus víctimas, y que poseían un pico articulado que les permitía escupir una ponzoña potentísima para paralizar a sus presas. Éstos seres eran belicosos y obstinados hasta la médula, y a pesar de poseer un grado de civilización relativamente avanzado, su mayor problema consistía en que no podían dejar de discutir entre ellos por los detalles más insignificantes. Éste tipo de altercados por lo general derivaba en violentos salivazos que si bien no eran mortales paralizaban de por vida a quien los recibiera. Las estadísticas registradas por el Ed-756/45 decían que el ochenta por ciento de la población himenóptera estaba en estado de letargo a causa de peleas o malos entendidos.
    La única esperanza de la raza estaba centrada en el consumo del palmito, que neutralizaba los efectos de la ponzoña además de ser un excelente afrodisíaco para estimular a las hembras.
    Dada la situación, no quedaban dudas de que mientras quedase un solo palmito en el universo éstas dos razas continuarían adelante con la guerra.
     
    #2

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