mi pequeño jilguero

Estefano corrió todo lo que pudo por el lago pasillo de mármol que hacia resonar con sus botas de cuero negro hasta los muslos. Estefano era el heredero del trono Italiano, era alto, de cabellos negros he indómitos como los de su madre, era alto y fuerte como su padre y siempre sonreía, tanto con su boca como con su mirada de color verde claro. Solo tenía una hermana, esta era más mayor que el por 5 años y había sido casada hacía 7, cuando él tenía 15, con un príncipe Español.

Su hermana había sido su delirio de pequeño, siempre viajaba a visitarla durante los primeros años de su casamiento, pero por su aprendizaje de príncipe hacía 2 años que no la veía. Ella había heredado el pelo rubio de su padre, ondulado hasta la cintura, era alta, delgada, esbelta y tenía mucho carácter, al igual que su marido por lo que se complementaban bien.

Su hermana acababa de llegar de viaje a la corte, por eso se apresuraba a verla, además le habían informado sus compañeros de campañas, aquellos con los que luchaba con la espada y jugaba a los juegos varoniles que solo ellos podían saber, que había traído un jilguero. A su hermana siempre le había gustado la música, por lo que según decían había metido en su servidumbre a una dama española de alta alcurnia, esta era la única heredera de las posesiones de su padre fallecido y su hermana le estaba buscando un marido adecuado, que cantaba como los ángeles y se había ganado el nombre de jilguero. Según le habían especificado los guardias encargados de recoger a las damas en la puerta de la corte, la dama era tan hermosa que cortaba la respiración y tenía los ojos más hermosos que cualquier hombre hubiera visto nunca.

Llegó a los aposentos de su hermana en el momento en que una dama de compañía de su madre salía de ellos con un montón de ropa que parecía llevar a la lavandería. Llamó con suavidad a la puerta y le abrió su propia hermana que lo abrazó con fervor.

-¡Oh! Estefano estas hermoso, has crecido y eres todo un hombre, lamento no haber podido venir antes.

-No te preocupes hermana, tu sí que estás hermosa.

-¿Qué dices?- dijo ella sonriendo alegremente-, déjame que te presente a alguien, ella es mi dama personal, vino conmigo de España y también es mi cantante personal, espero que puedas encontrarle un prometido de las altas familias francesas. Por desgracia no pude hablar.

-¿Qué? ¿no acabáis de decir que es vuestra cantante?

-Si, es muy extraño, no puede hablar pero si cantar.

En ese momento alguien entró de la habitación continua comunicada por una portezuela, era una muchacha alta, enfundada en un vestido de color blanco virginal, con un pelo negro azabache que hacía palidecer al suyo, brillante y sedoso, recogido con barios zarcillos de plata pero dejando caer unos preciosos bucles descuidados y naturales. Ella los miró y Estefano perdió la conciencia de todo lo demás, piel levemente tostada, ojos de pestañas largas que daban sombra a sus pómulos sensuales, su boca roja se estiró en una sonría amable dejando ver dos adorables hoyuelos. Pero lo que más le gustó fue el color de sus ojos, ambarinos de pupilas grandes que dejaban ver la sonrisa que le estaba regalando.

-Esta es María, la chica que te estaba diciendo.

La chica le dedicó una pronunciada reverencia y siguió con su trabajo, pero el ya no podía concentrarse en nada más…

 

Bello relato de intrigas palaciegas con un léxico ejemplar.
Maravilloso viaje.

Un beso.
Diego