La vieja escuela

Iban a tirar la vieja escuela, tan solo iban a respetar la fachada principal, para construir en el solar donde se alzaba, un museo de arte que atraería turismo a la ciudad.
Habían pasado casi cuarenta años y recordaba aquellos años de calcetín corto y bandolera al hombro, como si hubieran pasado en tan sólo un rápido pestañear. Recordaba aquel tiempo con cariño y añoranza, y muchas veces soñaba con volver a recorrer los pasillos y aulas del que fue su colegio antes de que lo derruyeran. Al parecer por dentro estaba casi en estado ruinoso y había oído decir que desde que murió la portera que había habitado en el edificio toda su vida, no se había vuelto a ver a nadie ni entrar ni salir.
Una tarde que paseaba sola por las inmediaciones se quedó mirando al edificio y volvió a sentir el impulso de adentrarse en el inmueble para dar rienda suelta a sus recuerdos.
La puerta de la fachada principal estaba cerrada con un gran cerrojo y se sintió en un momento frustrada y a punto de abandonar la hazaña pero recordó que por detrás había un jardín con diferentes clases de árboles al que se accedía por una pequeña puerta trasera. En otoño la maestra les dejaba ir a recoger hojas caídas que luego les hacía pegar en un cuaderno en el que anotaban los nombres que recibían por sus formas: aciculares, dentadas, acorazonadas, aserradas…Se fijó que la portezuela no tenía picaporte. Estaba ajada y desvencijada y fue más fácil de lo que creía, se abrió sin casi ninguna oposición y accedió al interior. Dentro estaba todo muy oscuro y sacando una pequeña linterna que siempre llevaba en el bolso, comenzó a subir las viejas escaleras de madera que rechinaban a su paso, alumbrada por la tenue e improvisada luz. A medida que subía le latía muy rápido el corazón por la emoción que sentía. Llegó al primer piso y allí estaban las aulas con sus puertas como las recordaba, pintadas de verde, ahora desconchadas y descoloridas por el paso del tiempo, el polvo y la carcoma. Todas estaban cerradas con llave, lo comprobó al mover las manillas. Sin embargo una cedió sin ninguna dificultad y un gran cariño y ternura la invadieron por dentro al contemplar la escena. Allí estaban los viejos pupitres con sus agujeros para la tinta y le pareció ver a sus compañeros allí sentados, muy aplicados copiando las tablas de multiplicar y recordó los viernes por la tarde en la que todos se afanaban en lijarlos y dejar la madera limpia de churretes y regueros de tinta para el lunes siguiente. Sintió hasta el olor a lapicero mezclado con plastilina que tan profundamente tenía en el recuerdo y le pareció que flotaba también en el aire el humo de leña de la estufa situada en el centro de la clase . Era como si volvieran aquellos días felices en los que la maestra explicaba sentada en su mesa, donde se situaban los cinco continentes señalando con el dedo en el viejo globo terráqueo que ahora se alzaba inhiesto encima del antiguo mueble de madera.
En un rincón olvidada y desplazada se encontraba la vieja pizarra en la que aún se podía apreciar restos de la tiza con la que la habían emborronado una y otra vez. Se le ocurrió pensar que si pudiera hablar, de su corazón de piedra podría salir toda la sabiduría en ella depositada a lo largo de los años, porque ella sabía de historia, de matemáticas, de geometría, de gramática. Sería capaz de recitar todos los poemas que en ella se hubieran escrito, y al contemplarla ahora tan solitaria y estropeada adoró a aquel utensilio a través del cual ella había adquirido los conocimientos que le habían sido tan valiosos en la vida y recordó también a sus maestras tan abnegadas y llenas de paciencia por hacer de aquellas cabecitas llenas de pájaros personas que se supieran manejar en la vida.
Después de aquellos emotivos instantes y temiendo ser descubierta decidió salir del recinto emocionada por aquel regreso al pasado que seguía latente dentro de ella. Cogió un trozo de clarión que reposaba en la repisa del encerado y un trozo de desconchado de la pared como recuerdo del que fue el colegio en el que paso una parte muy feliz e importante de su vida y volvió a emerger de su espíritu aquella niña que llevaba dentro.
La vieja escuela en breve dejaría de existir y daría paso a un importante museo que daría prestigio a la comarca, en el mismo sitio se seguiría de alguna manera dando lugar a la cultura y al pasar los años las nuevas generaciones no recordarían el edificio que allí se alzó una vez, pero ella al pasar por el solar siempre recordaría a su querido colegio y las horas tanto difíciles como felices que allí pasó.



































































































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Hermoso lore, la vieja escuela, como todos los sitios que almacenamos en nuestra memoria, nos remiten irremediablemente a los viejos tiempos, en los que lugares, sucesos y rostros habitan como esperando nuestra visita. Y eso es hermoso.
Lo malo, es que a veces, nos hacen creer que los tiempos pasados fueron mejores.

Un beso,
Diego.

 

Muy agradecida Diego por tu paso por mis letras y por tu hermoso comentario. Un abrazo.

 

Me gusto mucho la prosa, me gusta mucho leer, ya que yo soy de prosas tambien y me deleito comentar y leer cuando encuentro una tan exquisita como esta, donde la vieja escuela siempre renueva todo lo que aprendimos. Aplausos. Saludos Paloma2

 

Muchas gracias amiga por leerme y por tu precioso comentario. Un beso:::hug:::

 

Hermosas líneas Lore.

Me llevaron de la mano hacia mis propios recuerdos.

Gracias por compartirlas.

 

Muy agradecida cesarfco por leer mi relato y por tu grato comentario. Un beso:::hug:::