El maldito instinto

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Se incorporó en la cama bañada en un mar de lágrimas. Nuevamente había estado soñando. En el sueño extendía su mano para acariciar su mejilla, luego su frente y el pelo. De este modo solía, durante el tiempo que habían convivido, calmar la angustia que en sueños hacía que le rechinaran los dientes, su sueño intranquilo. Nuevamente encontró la almohada vecina vacía como hacía tantos meses.


La noche la devoró, no pudo conciliar el sueño nuevamente y con una campera cubriéndola hasta las rodillas, se dirigió a la avenida para comprar cigarrillos.
Los kioscos ya habían cerrado como así también el auto- servicio de la estacíon de servicio. La avenida estaba desierta y de un camión descargaban los diarios del nuevo día. Repentinamente se dió cuenta que había caminado más de cinco cuadras, que absurdo, al volver habría recorrido más de un kilometro, quizás un kilometro y medio.


Mientras caminaba las imágenes del día anterior acompañaban el sonar de sus pasos. Su padre había quedado internado por tercera vez en cuatro meses. Había recorrido los pasillos del sanatorio con los dientes apretados y los papeles en la mano. En los sillones otras mujeres con los ojos enrojecidos, semiencorvadas por el dolor y con los brazos cruzados a la altura del estómago eran amparadas por el abrazo protector y las palábras dulces de un compañero.
Al llegar a su casa intentó preparse una sopa, era imposible que algo sólido pasara por su garganta. Inexplicablemte, en un segundo la licuadora enchufada a la corriente electrica, se resbaló a la bacha y calló bajo el agua de la canilla. Sin dudar había interrupido la corriente eléctrica accionado la llave general para luego desenchufar a obscuras el aparato.
En menos de cinco minutos, todo había retomado su apariencia habitual pero su corazón no dejaba de palpitar con un galope desbocado. Al darse cuenta del peligro que había corrido, el departamento le pareció inmenso, contuvo las lágrimas y apretó los dientes. Nuevamente, no había nadie a su lado para consolarla o correr en su auxilio.


Caminó lentamente por la avenida de regreso a su departamento, al pasar frente a una mercería, en las sombras pudo distinguir una tanga con los colores de la bandera Argentina. Evidentemente se sentía vieja. No le pareció glamorosa ni divertida la supuesta intimidad con los colores de sus país en el Día de la Bandera.
Debía descansar, a las cuatro de la tarde de ese día tendría una entrevista laboral. No debía permitir que el derrotero del último día, a sus cincuenta años, se interpusiera entre ella y el trabajo que necesitaba . Su rostro y su mirada no debían lucir cansados. Era imprensidible mostrase satisfecha y alegre, para competir con miradas despreocupadas que quizás llevaran los colores de la bandera en sus prendas íntimas. De su idoneidad no quedaban dudas.


Fumó tres cigarrillos, apenas apagaba uno encendía el otro. Las lágrimas no le permitían respirar. Intentó consolarse a si misma diciéndose que debía encontrar el lado positivo de lo recientemente vivido. Su padre, aunque convertido en una sombra, todavía estaba vivo, ella misma estaba viva. Sólo cabía preguntarse cual era el sentido. Quizás el segundero debió haberse detenido y permitido que la soledad pasara al olvido. Sólo lo impidió el maldito instinto.

 

Una maravilla de relato en el cual nos muestras como la mente humana es capaz de las mas inverosimiles cuestiones un placer leerte un abrazo

 

Gracias Poetakabik por tu comentario, para mi también es un placer leerte. Cariños. Blue