Amigos

Las clases terminaron en una esplendida tarde otoñal donde los alumnos corrían y reían mientras se alejaban de la escuela.


— ¿Qué hacemos hoy, donde podríamos ir? —preguntó Felipe.


El aburrimiento no entraba en sus planes.


—Podemos ir a mi casa, mi padre se ha fabricado un arma casera ¿Quieres que la probemos? —dijo Arturo.


— ¡Genial! Pero… ¿Tu padre nos dejará? —volvió a preguntar.


—No te preocupes, mi padre no estará —respondió Arturo.


— ¡Genial! –dijo de nuevo Felipe.


Los dos amigos caminaron hasta llegar a una casa con un pequeño jardín rodeado de altos cipreses, y en el interior, en una diminuta caseta donde se guardaban las herramientas de jardinería, se hallaba la improvisada escopeta.


— ¡Guau! Es una pasada —exclamó Felipe.


— ¿Dónde guardas los cartuchos? —preguntó a su amigo.


Arturo abrió el cajón de la mesa donde se guardaba el arma, y de una caja extrajo la munición que introdujo en el oscuro cañón.


— ¡Soy el justiciero de la noche! —bromeó Felipe con la escopeta cargada.


Encañonó a su amigo y simuló que disparaba, las risas invadían su boca, se sentía poderoso con aquel artilugio en sus manos, estaba deseoso por detonar el arma de fuego.


— ¿Serás capaz de darle a ese cubo desde aquí? —preguntó Arturo mientras señalaba hacia la fuente del jardín.


— ¡Pues claro! —exclamó Felipe en tono vacilón.


Al accionar el gatillo, un estruendo resonó entre chispas y humareda, la mezcla de pólvora y perdigones del cartucho hizo estallar el arma casera reventando todo a su paso, creando una onda expansiva que el incauto niño no libró de recibir, parte de su cara se seccionó en tres trozos adornando las paredes de la caseta en una agobiante viscosidad, los pequeños brazos desaparecieron de su torso y los perdigones se clavaron en sus piernas partiendo carne y huesos que cayeron desplomados en un enorme charco de sangre y restos humanos humeantes.


— ¡Chúpate esa vecino! —gritó Arturo entusiasmado.


El vecino lo había presenciado todo escondido al otro lado de la alambrada.


También el padre del chico apareció en el jardín acercándose a él muy lentamente con las manos metidas en los estrechos bolsillos del pantalón.


—Teníamos razón papá, hemos ganado la apuesta, el cañón de la escopeta no aguantó la presión —dijo Arturo sonriéndole.


El padre apoyó la mano sobre el hombro del chico mientras observaba la escena y le devolvió la sonrisa.


—Lo sé hijo, lo sé.

"Cuentista" 2014​

 

Desde el inicio de la historia intuí un juego de niños con trágico final; trágico, mas no cruento como el que me ha sorprendido en la lectura. A mi humilde criterio es un muy buen trabajo en todos los aspectos. Gramaticalmente pulcro, no cambiaría una coma; el vocabulario es sencillo pero más que adecuado, el desarrollo de la historia avanza con claridad y coherencia, con los elementos descriptivos justos y necesarios para ilustrar cada escena sin distraer, aportando agilidad a la lectura de principio a fin. ¿Qué más decir? Tu obra no pasa desapercibida, genera emociones en el lector. Me gusta.

Gracias.

Hasta prontito, Cuentista.

 

Es un placer que alguien se fije en mi relato, agradezco enormemente tu descriptivo comentario, ya tienes un amigo para siempre jeje. Recibe mis saludos

 

esta crónica es como la mención de aquellos cerebros psicoticos...​

me gusto mucho el relato, la manera de dictar suya y el final..​

Dulce final macabro...

Ahora solo queda una pregunta,
¿Mamá limpiara las paredes?
​

 

Jajaja, no lo había pensado, a la proxima procuraré un campo abierto.

 

Bueno, esque por más sangre que les guste ver correr,
siempre hay que limpiar al final,

Besos rosas a tu alma cuentista​

 

Lo que pasa que eso nunca lo muestran en las películas, y hay está mi error. Saludos de nuevo amiga.