Sonrisa viperina

El dije que no sabía amar, que no quería amar, pero él insistió. Era un lunes cuando salí de su vida. Los lunes son tan melancólicos y cansinos, propios de una despedida. Iñaki, así se llamaba el tipo, me abordó en un bar-sport de Altabrisa. ¿Está ocupado?, dijo señalando el asiento vacío. Lo vi de soslayo. Era guapo. Suspiré resignada: la clásica táctica del narcisista treintañero. Ese día descansé y me apeteció una cerveza bien fría, pero no quería tomarla en la soledad de mi departamento de alquiler. Iñaqui, dijo con una sonrisa. Esperé unos segundos antes de responderle: Alexa, dije sorbiendo la cerveza. Me contó que era analista de costos en una trasnacional de refrescos y cosas de esas. No quería mentir de nuevo sobre mí: soy bailarina exótica, le dije a bocajarro. Intentó no sorprenderse, pero lo hizo. No pude aguantar reírme de su doble moral. Eres teibolera, dijo al fin. Se oye feo ese término, le dije frunciendo el ceño. Lo siento, se disculpó. Nos tomamos un par de cervezas y un whisky. Dónde trabajas, preguntó interesado. En Frontier, dije antes de levantarme y salir del bar-sport. Estiró su mano y me dio una tarjeta de presentación.

Dos días después, fue a verme al Frontier. Había olvidado su nombre y la tarjeta la tiré a la basura. No creo en el amor a primera, ni segunda, ni tercera vista. Pagan por mis caricias y no creo lazos amorosos con los clientes. De las veces que lo había hecho, todas acaban mal. ¡Bah! Un mesero me llevó a su mesa. Lo saludé como a todos los clientes: hola guapo, y le di un beso en cada mejilla. ¡No te acuerda de mí, ¿verdad?! Dijo gritando. Negué con la cabeza. Iñaki, el bar-sport, susurró en mi oído. El narcisista con doble moral, recordé. Sin decir agua va, habló al mesero y me pidió una copa. Whisky, le dije al mesero. Inició su hábil táctica de conquistador: eres linda, buen cuerpo, una sonrisa encantadora, y todas las mentiras que se le ocurrieron en ese momento. Gracias, reí para mis adentros. Continuó con sus halagos los dos días siguientes.

Me sentía aburrida esa noche. Tengo una fiesta el sábado por la noche en el puerto, susurró en mi oído. Te invito. Asentí con la cabeza. No puede negar que me la pasé de poca madre: baile, piscina, comida, whisky. A las cinco de la mañana me llevó a mi departamento. Estaba un poco tomada. Al abrir la puerta, me empujó al sillón y empezó a besarme desesperado. Respondí mordisqueándole los labios. Sabía complacer a una mujer y lo disfruté muchísimo. Me quedé dormida después de la segunda vez. Después de ese día, dejó de visitarme en el Frontier y empezó a ir a mi departamento. Al principio me disgustó, pero luego me acostumbré a no estar sola.

Al cabo de un par de meses, me dijo que me amaba. Lo paré en seco. No quiero tener problemas, así estoy bien. No sé amar, no quiero amar. Estuvo insistiendo un mes completito con esa idea. Llegó al extremo de acosarme. Estaba harta de sus visitas, llamadas y mensajes. Le dije al administrador del Frontier que me cambiara de plaza. ¿Tienes problemas con alguna de las chicas?, preguntó extrañado. No, sólo quiero cambiar de aires, mentí. A los tres días ya estaba en Cancún. Cambié mi número de celular y le dije a las chicas que si Iñaki preguntaba por mí, fingieran demencia. La plaza estaba pesada: narcos, políticos, junior’s y extranjeros.

Snake, un narco, se encariñó conmigo. Le decían así por una víbora que tenía tatuada en toda espalda. Había días que pagaba al administrador para que saliera con él a sus fiestas. Hombres armados hasta los dientes, en mansiones distantes. La comida, el licor y la droga corrían como ríos desbocados. Siempre me invitada a cocaína, pero prefería la mariguana. La cocaína la consumía en ocasiones muy especiales: mi cumpleaños, navidad o cuando me hacía un tatuaje. Ya me estaba acostumbrado a esa vida.

Un lunes fui a trabajar al Millenium como de costumbre. Eran las cinco de la tarde cuando el mesero me dijo que un cliente estaba esperándome para un privado. Me llevó a la mesa y mi corazón empezó a latir deprisa, desbocado. Era Iñaki. ¡Lárgate!, le grité iracunda. Quiso agarrarme del brazo a la fuerza. Intervinieron los garroteros para sacarlo. Dos horas después llegó Snake. Estás muy tensa, dijo rozándome la espalda. Un tipo, que me está acosando desde Mérida, vino hoy, dije apretando la mandíbula. No te preocupes, linda, yo me ocupo de eso. Chasqueó los dedos y se acercó “Rabioso”, su escolta. Le habló al oído y salió inmediatamente; pero antes de salir me di cuenta que habló con los garroteros. Una hora después, contestó una llamada y me dijo que me tenía una sorpresa. Pagó la cuenta y habló con el administrador. Supuse que me llevaría a una fiesta, pero no fue así. Llegamos a una casa en las afueras de Cancún. Qué hacemos aquí, pregunté preocupada. Ya verás, dijo con una sonrisa siniestra en los labios. Entramos. Iñaki estaba amarrado en una silla de madera, amordazado. ¿Es él?, preguntó Snake apuntándolo con el dedo. Asentí con la cabeza. Le hizo una seña a “Rabioso” y éste le dio su pistola. Disparó a quemarropa, dos tiros en el pecho. ¡Sorpresa!, dijo a carcajadas. Me llevé las manos a la boca incrédula. La basura en su lugar, le dijo a “Rabioso” y salimos. Ahora a divertirnos como Dios manda, dijo ofreciéndome mariguana. Mejor coca, suspiré aliviada. La ocasión lo amerita, pensé y le sonreí.

 

Hermosura de admirable obra de palabras divinas.

 

Agradezco que dejes tus huellas en mis letras.

Saludos.

 

Divinas letras espléndidas y maravillosas.