No desayunan

Ellos no quieren Chantilly, y tampoco tienen cómo conseguirlo. Ellos lo que quieren es pan, y aunque darían su alma al Diablo por un pastel, se han dejado la mirada olvidada entre las vitrinas donde se exhibe el pan duro. En las noches frías, cuando nadie hay ya en las calles y los carruajes de caballos chirrian dormidos cuando los mece el viento, ellos aprovechan para echar una ojeada a la tierra prometida: Los kioscos de comida.
La vitrina de la panadería, por la repetición, ya tiene tatuadas sobre su cristal las dos miradas que dos niños huérfanos se han dejado olvidadas cada mañana que pasan y ven que ni siquiera el pan duro de oferta pueden comprar.
Cómo si se estuvieran luciendo, y hasta con regocijo algo macabro, las sonámbulas chispas de chocolate que adornan las galletas se ponen a danzar frente a los hambrientos pequeños. Uno de ellos estira la mano para alcanzarla, pero ésta rebota sobre el cristal. ¿Qué otra cosa pueden entonces hacer ellos cada mañana, sino limitarse a contemplarlas con doloroso ahínco y melancólico fervor?
-¡Vuelvan a la vitrina!, -les grita el panadero, cuando los perfumes de vainilla y chocolate buscan escapar entre las rendijas del vidrio. También de vez en cuando el pizzero de la plaza desfila con esponjosa presunción agarrado de la mano a su improvisado desfile de piña, peperonni y mozzarella. A esta escena carnavalesca súmese el vendedor de postres, anunciando el pay, los confites, los cupcakes y el betún. Un globero en la esquina tiene su puesto de algodones de azúcar y manzanas de caramelo. Con cada globo que vende, regala una paleta.
-Deja ahí, no la recojas, ya no sirve. Le dice una madre a su hijo cuando este intenta levantar su helado, que se le cayó. - "Ven, qué te compro otro. "
En cuanto ellos doblan la esquina, dos mocitos, ya sabemos cuáles, corren tras el helado y sin dudarlo demasiado, dan buena cuenta de él, con todo y las fresas y el jarabe de maple.
Cómo siempre, el único que se apiada de ellos, es el viejecito que atiende el carrito de palomitas. Es un viejito muy agradable, de luenga barba blanca y bigote solemne. Les da una caja grande de palomitas dulces y un refresco. También un abrazo. Entonces se va, como todas las mañanas, cantando...
Ya casi amanece, y la luz del reflector de lacalle se convierte en destello; suavemente éste atraviesa losexhibidores de la fruta fresca, los vinos y la granola. El picaporte gira lentamente. Chilla con timidez la puerta y la campana que está arriba de ella anuncia el comienzo de una nueva jornada.
El panadero ha llegado cargando varias botellas de vidrio soplado. Mismas botellasque en un rato más adornarán la mesa del desayunador de alguna madre afectuosa que, con un beso y una sonrisa le dirá a su chiquillo:
-Bebe más leche, queridito.
Pero no tienen la misma suerte aquellos dos niños vagabundos que vienen bajando la calle, pero subiendo la mirada como sonámbulos rutinarios, para ver si poniéndose de puntitas pueden alcanzar una mejor vista del pan, los hot-cakes y las botellas de leche a través del cristal. La misma historia de cada mañana, una vez más.

 

un regalo para los sentidos... los acristala. Hermoso, como Tú. Gracias.

 

Una hermosa narrativa muy triste por el contenido; bañada en una realidad de nuestro tiempo. Excelente relato. Un placer dejar mis cordiales saludos.

 

Gracias Joblan, me alegro que te haya gustado tanto.