Mil voces

Luego de haber visto tanta gente en las calle de la región metropolitana, después de caminar horas, uno sólo pretende llegar al hogar y dejar de pensar para descansar sin fin. Seguramente caeré tendido en los sueños infernales de la mente trabajólica de un día de disturbios y alocamientos por montones.

Ya en el momento del descanso no puedo dejar de escuchar mil voces por segundo, oigo susurros de mi nombre ¿Cómo puedo dormir ahora? Estoy golpeando mi cráneo para no escuchar más mi nombre, pero no dejo de sentir el ruido y los balbuceos de mi seudónimo natal. Sin duda que mis sentimientos y el malestar son derivados por los efectos de la gente que vi durante todo el día corriendo, riendo y llorando.

Sería fácil si entendiera lo que me dicen sus gritos, así tendría la posibilidad de hacerlos callar o argumentar mi necesidad de silencio. La única posibilidad para volver al bienestar es tapar mis oídos y tratar de dormir, pero cuando el recuerdo del día no se puede sacar de la mente y esas voces son producidas psicopáticamente por uno mismo, no se puede hacer mucho más que mantenerse en el estado de locura en un trance de desesperación.

No puedo dejar de hacerlo: una y otra vuelta, al principio sólo 10 vueltas de lado a lado pero cada vez aumentan su número, ya casi son cien veces las que me he dado vueltas, destruyendo toda la cama y el relleno de mi colchón viejo. Los ruidos son de mayor profundidad y van de manera directa a mi conciencia, lo que me hace pensar en las hipótesis de comunicación que muchos hombres han atribuido al lenguaje de seres extraterrestres. Muchas películas muestran a estos seres como personajes malignos y con esa capacidad de destruir a la raza humana con las radiaciones mentales, lo lamentable es que este caso no es ninguno de ciencia ficción, de hecho, yo soy mi propio auto-destructor que escucha mil voces que cada vez aumentan en velocidad y número.