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L7

Tema en 'Prosa: Obra maestra' comenzado por Cartman, 12 de Octubre de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 854

  1. Cartman

    Cartman Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    8 de Septiembre de 2015
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    Género:
    Hombre
    Era muy temprano, tan temprano que a esa hora no debía estar despierto nadie en toda la ciudad; Armstrong se revolcaba solo en su colchón, había sido una de esas extrañas noches en las que dormía solo en el Salón de Sesiones.

    Lo de dormir era mero eufemismo, había estado paseándose sin moverse toda la noche, caminando por su cabeza, no había habido ruido, ni olfato, ni gusto, solamente tacto, caminándole como bichito de oreja a oreja, revolviéndole una conversación que había tenido antes de acostarse.

    Después del tedioso cansancio se dijo a sí mismo que la noche y la mañana ya eran doncellas más que pasadas por las armas y que ya no había ninguna necesidad de mantener el eufemismo, así que juntó todas sus fuerzas para levantarse y abrir la puerta.

    Ahí se encontró con él, estaba sentado en una silla del Salón, viendo profundamente hacia el fondo de la cocineta como si esperara conectarse ahí con algo a partir de las pupilas; estaba fumando, todo el humo le manchaba la barba de dos meses hasta donde se topaba con el abrigo, uno negro muy fino que hacía mucho no le veía puesto y bajo las faldas del abrigo surgía una pequeña maleta.

    Ni se inmutó cuando siguiendo al humo se encontró con Armstrong, que era lo suficientemente inteligente y ya habían ido a tantas Sesiones juntos como para comprender completamente la situación de ver a una persona tan gatuna ahí acompañando los primeros rayos de Sol que atravesaban la ventana.

    Sin mayor aspaviento se sentó en la silla contigua y lo acompañó en las profundidades de su tabaco, los dos ya habían imaginado la naturaleza de la conversación así que decidieron que no era necesario decirse nada o quizás ninguno había imaginado como comenzarla.

    De no ser por el humo que salía por la bocina, la hija de la vecina, que siempre se enteraba de todo, hubiera creído que se habían quedado dormidos pero ahí se mantuvieron, inmóviles como soldaditos de plástico a punto de ser fusilados por el batallón de un niño sacado de una novela de Dickens, la hija de la vecina también se mantuvo inmóvil y expectante esperando entender algo de lo que se le presentaba como cada vez que husmeaba; Armstrong se dio cuenta que era el momento perfecto para iniciar la conversación.

    -¿Ya viste a esa morra chismosa? Me caga, siempre que estamos aquí nos espía.

    -La vi antes de que vinieras, la vi desde la primera vez. Nunca le digo nada ni siquiera cuando la veo descubrir mis escondites, es una situación muy freudiana, necesita leer a Jung.

    -¿La situación o la morra?

    Él no dijo nada, ni siquiera esbozó la sonrisa que se guardó al escuchar las palabras de Armstrong, que eran las mismas que le había leído mucho antes de que se atrevieran a cruzar sus labios.

    -Así qué, te vas- dijo Armstrong.

    -Sí, quiero llegar hasta Almagro, ahí encontré una conexión metafísica muy importante más allá de Francisco y de El Ciclón, además vos siempre dijiste que tenía un corazón porteño.

    -Así que es por…

    Él lo interrumpió.

    -No, yo sé lo que me vas a decir y es lo que todos van a creer pero no me importa, viejo, ya perdí todo sentido de apego y de importancia por aquí, no es el dolor, eso ya lo perdí hace mucho, probablemente la noche en la que perdí toda sensación en la mano izquierda.

    -Pero reconoces que hay dolor.

    -No, sólo reconozco que ustedes reconocen eso, ni siquiera vale la pena darle un nombre, yo ya perdí todo vicio herodótico indagador, es por eso que me voy, la otra situación me la comentó Pizjuán.

    -¿Pero y tu viejo?

    -La situación la tiene entre la L7 y la L8, ¿no lo ves? Qué situación tan metafísica, tan hermética, tan hermetista, tan áurea, tan espiral, es momento de que me vaya, ni siquiera me preocupa el viejo y si lo hiciera igual te diría que mi hermana y mi abuela lo cuidarán bien.

    Armstrong hizo una pausa para dibujar la espiral, vio la que hacía el humo, pensó en ir por la trompeta hasta que se dio cuenta de lo idiota que era pensarse a sí mismo como en un mal metarrelato de Jostein Gaarder, ahí se vio volteando a ver qué hacía la hija de la vecino que ya se había ido a esconder a uno de los escondites de su camarada, se puso a pensar en Herodoto como de costumbre y atacó con lujo la conversación.

    -¿Y cómo te irás?

    -Probablemente de aquí vaya al centro a comprarme un billete de camión de esos en los que se va Sabino, ahí estaré un rato viendo un último atardecer barroco y para mañana espero estar en la frontera, de ahí preguntaré direcciones hasta hacerme camino y espero llegar a escuchar un tango en La Boca o en San Telmo en un mes.

    -Tú lo que quieres es irte a morir de amor.

    -Yo ya trascendí eso, ya estoy más allá de los Yankees o los Mets. No creas que busco excusa alguna, yo ya estoy más allá de cualquier pretensión redentora de los fantasmas, las cenizas y las señales de humo que se hacen con la mano en el aire, la luz de las estrellas brilla mucho después de su desaparición física del cosmos, testimonio ocular de la energía, sólo dejo la reflexión sentimental en ese plano astral para cuando tengan el gusto de voltearla a ver.

    -Te conozco desde ya hace mucho, ¿qué son cinco años? Pero te conozco como si te hubiera visto nacer, cuando no eras lo suficientemente machista y dejabas saber a todos como te sentías, ¡dios que aburrido eras!, pero empezaste a sesionar y te hiciste aún más aburrido y por eso ahora quieres que te mate un Mara para que no digan que fue un suicidio porque todavía veo en ti dolor, como cuando escuchabas a DeVotchKa. Siempre haces eso, como cuando te escondes con la de los linces en el escondite de la hija de la vecina.

    -Sí, se lo dejaré a ella en el testamento.

    -Yo podré ser ciego pero escucho muy bien y claramente estoy escuchando el Liebestod.

    De nueva cuenta él se guardó la sonrisa ante las palabras de Armstrong, era feliz con la referencia errónea, pero referencia a una obra que él le había hecho escuchar; le dio un par de golpecitos a lo que quedaba, sin quemarse, del tabaco en lo que se aguantaba y siguió con la conversación.

    -Yo reconozco que nací con un pathos romántico, pero yo ya no escucho Tristán e Isolda, viejo, ya no es el romanticismo tardío de Wagner, es más tardío como de Fitzgerald, Hemingway o Mann, es lo que comentaba con Fiodor la otra Sesión cuando hablábamos de la literatura argentina, ni él ni yo le vemos ni pizca de amor.

    -¿Quién mierda es Fiodor?-preguntó Armstrong.

    -El individuo originalmente bautizado como Víctor. La cara de Armstrong era con la que lo había conocido, a pesar de ser suficientemente inteligente todavía a veces pretendía ser un patán.,- le digo Fiodor porque el tipo es un tributo a Dostoievski, una mezcla muy metafísica de nuestras esencias. (Eso último sólo lo había dicho para reírse mentalmente de la cara de patán de Armstrong).

    -Fiodor, eh.

    -Sí y también le dije lo de lo mío con la de los linces, no podía no hacerlo después de una conversación así, de cualquier forma vos nos viste cuando estábamos ahí donde está la hija de la vecina analizando su nuevo bien, estoy pensando seriamente dejárselo intestado.

    -Qué hipócrita eres, tú mismo te vas por una situación así, no puedes ser como Fiodor (se maldijo a sí mismo por llamarlo así) que lo acepta y vive con ello en eso que tú llamas pathos romántico, qué cobarde.

    -Eso es parte de tu esencia, no de la mía.

    -Qué mierda eres, qué aburrido, eso nos pasa a los que sesionamos, todos nos volvemos iguales, matamos toda luz de la creación, déjame decirte yo pensé en irme antes que tú, pero por estas cosas, somos tan mierda que somos un puto personaje y no una persona, nos volvemos un concepto, nos hicimos un todo, no ya más no, lárgate y vete a suicidar, tírate al mar como Alfonsina Storni, otra cobarde con un suicidio metafísico, dijo Armstrong que se arrepentía de haberse quedado en el Salón de Sesiones.

    -Yo supe que me iba el otro día que la llevé al laberinto, ése que está donde empiezan las colinas del Ajusco, ella no supo interpretar la alegoría, me di cuenta que por más que se lea los libros esa mujer está determinada a nunca entregar su alma a las palabras, entonces ya no es posible perderse y mejor la saqué por el camino que se descifra fácilmente con un algoritmo (lo cual le parecía esotérico pero no lo dijo) y la llevé a mi pieza, ahí le dije que me iba a llevar unas fotografías suyas pero al final las dejé todas para que la casera les de buen uso, en realidad sólo traje conmigo la que me dio Pizjuán, supongo que ya la habrás visto.

    -Pero que mesiánico me pareces, igual que Walter Benjamin cargando su veneno en una maleta, otro suicida cobarde por cierto.

    Él estaba perdido, como el otro día en la pieza, como no se había podido perder el día del laberinto, Armstrong lo sabía, se comunicaban telepáticamente como habían aprendido en una Sesión, los dos sabían que el viaje no era más que un enorme laberinto donde él quería irse a perder, era algo que Armstrong había descubierto ya hace mucho en el mismo salón.

    -Lo único que voy a extrañar son los libros de alquimia y el laboratorio, espero que el próximo inquilino no lo convierta en cocina, lo demás no me importa ni lo material ni lo desnudo, traje esto para vos.

    De su bolsillo sacó su mapa del subway, Armstrong sabía que era algo valioso puesto que lo vio cargarlo por cinco años, los suicidios también son laberintos, además de eso sacó un viejo acetato y un reproductor.

    -Esto también, pero déjame que te lo explique porque nadie más lo va a poder hacer- dijo Él.

    Mientras tanto en la telepatía los dos pensaban en los tangos y en La Boca… ¿Habría entendido algo la hija de la vecina?
     
    #1
    Última modificación por un moderador: 14 de Diciembre de 2015

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