Tardía (Carta para ella)

Sé que no te conozco, probablemente te idealice, o simplemente es apatía, pero apatía de la buena. Cruzar miradas contigo, ¡ni pensarlo! Me permito este desliz porque siento la necesidad, esa misma necesidad que alguna vez experimenté cuando probé por primera vez la sal del mar al sentir las olas que rompían en mi rostro. ¿Serías mi amiga? No una cualquiera, sino esa que sabe que cuando mi mirada se pierde en el horizonte es porque algo carcome mis entrañas, que una locura ronda por mi cabeza e intento descifrar el fin último de la vida. ¿Serías mi amante? Posar tus finos labios por los míos, acariciarme los cabellos e ir apaciguando con tus besos ese deseo carnal que me devora cada vez que sueño contigo. ¿Mi conyugue? Sabes, desde hace ya bastantes años, perdí la fe en el matrimonio; quizá porque viví en un hogar disfuncional o quizá porque lo que siento va más allá de eso; más bien, sería un pacto de almas, de sangre si tú quieres. Podría escribirte legajos y legajos, pero es mejor ser directo y sincero. Divagarás, sé que lo harás cuando leas la carta; no es para tanto, diría mi padre, son cosas de la vida y la vida pasa, simplemente pasa.

Volviendo a mi necesidad: amiga y amante; primero amiga, luego, una amante tardía. ¿Tardía? Quizá habrás oído que para el amor no existe edad y viéndolo en perspectiva, es así. Me encanta el término “tardía”, tiene ese regusto a tiempo perdido, a éxtasis jovial que se entrega donde y cuando sea. Ahora que releo la carta te confieso que escribiré un cuento que llevará por nombre “Amante tardía” y te la voy a dedicar (cosa que no suelo hacer muy a menudo). Lo guardaré junto con las otras cosas que he escrito para ti y espero algún día leértelas a viva voz, recostados, desnudos y a media luz, sobre tu cama o la mía.

Por cierto, te llamaré Tardía y tú puedes llamarme como quieras. Nos vemos por la madrugada, en mis sueños, tardía como siempre, impronta como ninguna.