Tiempos Modernos

TIEMPOS MODERNOS

No fue el solícito trasnochar del cárabo lo que acabó con aquella ardua independencia que, pacientemente, se habían otorgado los personajes del trasmundo. No; las corredoiras, los cruces de caminos, los peirones con sus San Roque modestamente alojados en las capillitas, habían conocido en los últimos tiempos una insólita reviviscencia de los endriagos, los lobis-home, las prosaicas brujas y las estantiguas. Tiempos inseguros, de cambios en los valores de la tradición y disminución de los recursos económicos. Reacción previsible de quienes se cerraban a las mudanzas de los Tiempos Modernos.

Ya no eran habitantes verbales de las consejas junto al fuego familiar. Cada uno, y todos juntos, habían hecho renacer los temores de siempre, los escalofríos de terror, bajo aquellos celajes de hojas negras, mínimas mandorlas en las que los desvaídos tretamorfos apenas podían limitar el avance de las fuerzas oscuras. Y el longevo cárabo, con su ulular (uuuuuu...! uuuuuu....!) ponía el contrapunto sonoro, como un heraldo sombrío que anunciase la tragedia.

Cuántas reanimaciones con el cordial celosamente guardado se habían tenido que hacer en aquellas aisladas moradas tras oír el ominoso aullido.

Fueron, definitivamente, tiempos gloriosos para las gentes del mundo de la penumbra. Y los últimos.

Una nueva generación había irrumpido en las pacíficas y temerosas tierras a las que tanto costó a los predicadores, a aquellos canoros cuervos, que utilizaban el temor y el temblor como armas para consolidar su dominio en las almas de aquellas ingenuas gentes -y con ellas, el de sus prebendas, canonjías y sinecuras.

Gente moza y desprejuiciada aquellos hijos de los viejos labriegos. Con su internet, sus teléfonos móviles, sus mp3 (qué cosas, madre, qué cosas tan del diablo) no se les hacía la mente a admitir aquellos embustes seculares que tenían presos los espíritus de sus mayores. Y decidieron, con su inocente insconsciencia, abortarlas. Más de una esperpéntica aparición fue disuelta (y atendida en el Centro de Salud más próximo) como consecuencia de las risotadas que provocó en su impávida y bizarra víctima. Y, por decirlo todo, por el chufletazo de espray que ésta le propinó en los cárdenos ojos.

Y para colmo de antiterrores apareció el Halloween.

No. No fue el fiel y conspicuo cárabo el que disolvió la Santa Compaña. Él, el pobre, siguió con sus chiflidos nocturnos. Pero había perdido a su audiencia. Y a alguien tenían los curas que echar la culpa. Y es que los ambientes rurales son así. Menos mal que los ecologistas y algún otro movimiento "verde" (según zonas) organizaron la defensa de nuestra Atenea patria y allí sigue el bicho, aullando en estéreo con esa su canciocilla atiplada: uuuuu....! uuuuuu....!

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Muchas gracias, rosamaría: Es un placer para mí que hayas compartido este pequeño cuento y haya sido grato para tí. Un cordial saludo,
miguel

 

Muchas gracias, Luis. Siempre son un placer y un estímulo para mí tus visitas. Puede que la ambientación gallega te haya hecho recordar a Cunqueiro; Galicia es tan especial que es fácil reflejarla en tópicos. Pero parecerse a Cunquiero, eso ya es harina de otro costal. . Un abrazo, amigo mío.
miguel