La guillotina

En la plaza del Sol de Madrid no hay mucha luz. A decir verdad, no entra el sol debido a los altos edificios acristalados que sustituyen desde hace treinta años a aquellos centenarios bloques de piedra como casas que estuvieron allí desde el medievo. La claridad que ilumina la plaza es gracias al reflejo de los vidrios de los rascacielos.

El café sintético que me ha servido el robot es tan oscuro y sabe igual que la mesa de fibra de vidrio y carbono de una de las mesas de las tantas terrazas que pueblan las cafeterías situadas alrededor de la plaza.

Ya no luce el monumento a Cervantes en medio de ella. De hecho, ya nadie recuerda qué monumento se erguía allí. Ahora hay unas escaleras que van a dar a una gran guillotina, tan alta como los edificios de vidrio que acorralan a la plaza.

La gente, a estas horas de la mañana, llena cada silla de cada mesa de cada cafetería de la plaza. En silencio, observan cómo va subiendo la gente las escaleras que van a la guillotina, cómo colocan con dulzura la cabeza en el hueco destinado a ello, cómo aprietan a ciegas el botón con la mano derecha, el mismo que les da derecho a sentir la enorme hoja afilada y brillante de la guillotina cortar sus cuellos.

Nosotros vemos cómo caen y ruedan las cabezas hacia el gran cesto de mimbre, cómo el chorro de sangre mancha de rojo vivo el pedestal de tan enorme guillotina.

Se me ha acercado una joven andrajosa que no tiene dinero suficiente para introducir las monedas necesarias que activan el botón de la guillotina. Con gestos, le he hecho entender que hoy ya no le da tiempo, que hay mucha gente en la cola, que venga mañana más temprano y le daré las monedas necesarias.

Nos levantamos, casi a la vez, todos los que llenamos cada silla de cada mesa de cada cafetería que llena la plaza. Nos levantamos cuando el último de la cola ha conseguido cortar su cuello automáticamente, automáticamente.

Por hoy no da tiempo a más, pues han de limpiar el monumento para que esta tarde actúen magos, titiriteros y payasos para los niños y, para que por la noche esté inmaculado el lugar para el concierto de cada día y los fuegos artificiales de cada medianoche.

Madrid, sin duda, es una ciudad ejemplar, digna de pertenecer a este mundo, a este mundo que puede llamarse, todo él, Madrid.




Gracias por leer.

 

Cómo ha cambiado la Puerta del Sol desde el 15m ; lo de las guillotinas, ¿no serán en su memoria, por eso de la revolución popular y tal, no? ¿...o es por aquello de la nostalgia histórica? . En fin, de Madrid al cielo! como está escrito, (que no es mal sitio para palmarla después de un día de compras en la calle Preciados jeje).
Todo un placer de lectura señor Vicente. Un abrazo, amigo.

 

Creo que me refiero a la pasividad mundial ante la pobreza, ante la desigualdad. Quizá esto sea un avance del futuro. No quisiera, pero lo veo así. Elegí Madrid por ocurrencia, pero bien podría ser cualquier lugar de este mundo.

Un abrazo, señor Libra Luis.

 

Lo había leído más como fantástico o surrealista que como metáfora social. Sorry.
La mayoría de los que viven bien casi siempre serán pasivos ante la pobreza de los demás, y si los pobres no fueran pobres también lo serían a su vez (pasivos).
La capacidad de empatía del ser humano es bastante limitada, a veces por necesidad o condición, y otras veces por pura comodidad.
Ahora que he cogido el sentido me gusta más si cabe, y estando mi querido Madrid por medio, pues más todavía.

 

Como usted sabe, señor Libra Luis, todo son intereses para mantener riquezas y poder. Pongamos el caso de los refugiados sirios:

Si Europa los acepta, la extrema derecha avanza y amenaza a los ya instalados en el poder. Lo hemos visto en los ataques a instalaciones de refugiados en Alemania y otros países, en la casi victoria reciente de la extrema derecha en Francia, y eso con unos cuantos de refugiados aceptados de los millones que hay en Turquía, Jordania, Líbano... (España ha dado asilo a la increíble cifra de 18 personas). Y como bien dice, si España aceptara a miles se liaría la marimorena aquí. Es más fácil pagar a Turquía y que se queden allí. A su vez, Turquía sacará provecho de ello.

En fin, como hace 500 años, como siempre, los pobres y débiles sirven para comerciar, como comerciaron con Cervantes hace cuatro siglos en una ciudad donde comerciaban y paseaban por sus calles árabes, cristianos y judíos.

Reina el miedo en el mundo, el miedo a perder el trabajo, a la pobreza. Miedo a todo mientras los de siempre se siguen, como siempre, enriqueciendo a costa de los pobres. Los muertos serán números y reflexiones hipócritas en el futuro. Lo importante es el presente inmediato.


Un abrazo hasta su Madrid.

 

El miedo de las clases medias, la ignorancia de los pobres y la ambición de los ricos es la fórmula que, lamentablemente, mueve el mundo.

Otro abrazo, amigo.

 

Ha captado mi atención este relato por su título y no la ha soltado hasta el desenlace, la idea de usar la guillotina como método para suicidarse me resulta chocante, le felicito porque me impresiona lo imaginativo del argumento. Un fuerte abrazo querido Évano.

 

Hola, Lebo, espero que siga todo genial por allá.

Sí, es un método curioso para suicidarse, quizá una metáfora de cómo guillotina las cabezas la ciudad, de cómo guillotina a los pobres. Fue una especie de sueño.

Un fuerte abrazo, amigo.

 

Wowwwwwwwwwwwwwwwwwwww Ébano, me encantó tu relato jajajaa, estaba a punto de pedir unas monedas y formarme para ver caer mi cabeza, un enorme placer leerte, besos.

 

Me ha encantado el relato, Vicente. Muy original y excelentemente escrito. Tengo que confesar que siendo de Madrid, la puerta del sol me parece una auténtica mierda. La masificación es brutal y realmente no es nada bonita. Pero en fin, para gusto los colores. Allí no me busquéis. Prefiero ir por el barrio de las letras a tomar un vino o una cerveza.
Abrazos.