El libro de Onetti

Hace dos años, curioseando en la biblioteca de mi madre, descubrí un libro de Juan Carlos Onetti: El astillero. Era el único libro de Onetti de la biblioteca y me vinieron muchas ganas de leerlo. Nunca había leído nada de él, pero supuse que me gustaría por su afinidad con Sartre y Camus.
Me pareció además una edición atractiva. Se sentía compacta y se veía austera pero sobria, con sus tapas duras y enteladas, y una magnífica ilustración de tapa.
Como hacía algún tiempo me había llevado dos libros de mi madre con la promesa incumplida de devolverlos rápido, y sabiendo lo celosa que era mi vieja con sus libros, decidí llevarme el de Onetti sin avisarle. Lo leería rápido y lo devolvería antes de que pudiera darse cuenta.
Disimuladamente lo guardé en mi bolso y me despedí de la vieja.
Durante un año entero el libro se mantuvo inerte en mi biblioteca. Siempre que pensaba en iniciar su lectura le anteponía otra, aunque tampoco era mucho lo que llegaba a leer. Pero entonces mi vieja falleció.
Durante el siguiente año, cada vez que iba a la biblioteca en busca de algo para leer se me aparecía el lomo del libro de Onetti y experimentaba cierto sentimiento de culpa o pesar, debatiéndome entre emprender la lectura o seguir posponiéndola.
Cierto día, meditando en el caso, me invadió la certeza de que me estaba resistiendo a su lectura. Fue entonces cuando me propuse hacerlo.
Llevé el libro a mi dormitorio y lo coloque junto a los libros que tengo para leer antes de acostarme. Desde entonces, cada noche miraba su lomo pensando si sería oportuno o no comenzar con su lectura.
Ayer mismo, le di esa oportunidad. Me acosté, prendí el velador y apagué la luz de la pieza, coloqué en la cabecera el gran almohadón que uso de respaldo, tomé el libro y me metí en la cama.
Lo sopesé, delgado y compacto como era, y estuve un tiempo mirando la tapa, acaricié la textura de la tela impresa, lo di vuelta para ver la contratapa en blanco, sucia con el manoseo de quién sabe cuántos años, y deduje que debió haber tenido una cubierta de papel. Entones lo abrí.
En la esquina superior derecha de la portadilla, escrito con lápiz decía: RNS, las iniciales de mi padre, y abajo, impreso leí:

Juan Carlos Onetti
El astillero
Círculo de lectores

Di vuelta la página y leí la dedicatoria del autor:

Este libro está dedicado a Luís Batle Berres.
Junio de 1960

Volví a pasar la página y comencé la lectura. Pero antes de terminar la página percibí que había algo extraño en el libro. Lo hojeé hasta el final y me encontré una la sorpresa. Desde la diecisiete hasta el final las páginas estaban pegadas entre sí formando un bloque con un hueco calado a trincheta en forma algo desprolija. Dentro del hueco, de un centímetro de profundidad, había un papel doblado al medio y cerrado con cinta adhesiva. Moví el libro y el papel cayó sobre la cama del lado revés, donde, escrito con la letra de mi madre decía: “No abrir”.
Lo miré fijo, anonadado por la sorpresa y la emoción. Ansioso, lo tomé, y despegué con cuidado la cinta, lo abrí y me encontré con una nota:

«El único de mis hijos que pudo haberse interesado por este libro es Fernando.
Hijo mío, seguramente considerarás que cometí un sacrilegio al calar ese libro, y es posible que así sea, pero después de todo, no deja de ser solo papel y tinta, y yo no puedo resistirme a tener un libro secreto para usar de escondite, donde guardar notas, dinero, contraseñas, claves... Es algo divertido, novelesco.
Elegí este libro porque pensé que de entre todos los de la biblioteca sería el que más desapercibido podría pasar, pero una vez que lo hube calado imaginé que seguramente podría llegar a interesarte. Entonces decidí calar otro y dejar este para divertirme el día que lo encuentres.
Te quiere siempre.
Tu madre»

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Fernando M. Sassone

www.blogs.singularidad.org

 

Fantástica la historia. No sé si es real o no pero si lo fuera sería una sorpresa de gran magnitud, y si es pura imaginación también es genial ese cordón que se mantiene entre madre e hijo a través de un libro. Felicidades si y si.

Un abrazo.

Palmira

 

Mirá las imagenes que agregué en el cuento, Palmira...

ejejeje

 

Mirá las imagenes que agregué en el cuento, Palmira...

ejejeje

 

Estoy flipando por el relato, la historia, lo q le has dicho a Palmita y las imágenes.

Se pone el vello de punta. Vaya regalazo te encontraste. Que bonito.

Saludos.

 

Gracias Elena...
leete mas relatos míos... todos son emocionantes... solo falta gente que se emocione...

 

Lo leí antes de ese donde dabas la calve de su ausencia, por eso pensé que podía ser una historia imaginada, aunque en el fondo intuí que era real.

Sabes Fer?, algunos somos muy afortunados de haber tenido madres con ese calado.
La tuya tuvo que ser una mujer muy especial para hacer ese guiño con el libro, con ese libro y sabiéndote único lector.

Cuando perdí a la mía, no hace mucho, alguien me dijo, quédate con todo lo que te ha dado, no con el vacío que ahora sientes, y creo que tenía razón. Con el tiempo he sentido su ausencia como una inmensa presencia en mi ahora y eso me ha enseñado a valorar lo que hay aquí, junto a mi, me ha enseñado a valorar la fortuna de la vida, la gran suerte que es ser consciente.
Eso es lo que te dejan los vacíos, la conciencia de su presencia.

Un abrazo cálido para ti y un beso enorme a SU estrella.

 

Muchas felicidades...

 

Qué alegría!!!!!!!!!! Muchas gracias!!!

 

Atrayente me ha resultado la lectura, tambien me ha dicho el porque del reconocimiento, una felicitación por el mismo con mi saludo cordial.

 

Muchas gracias Rigel!