El Zafiro

Brilla en la medianoche, allá en lontananza, un zafiro estrellado que no se conmueve ni ante los perversos juegos de los hombres crapulosos y demacrados. Ese portento singular del mundo sublunar guía en la espesura de la eternidad a las mujeres y los niños hacia el risco donde puedan contemplar sobresaltados el vacío que tiembla a sus pies. Pero cuando llega la aurora, el zafiro desaparece y las cabriolas de los seres diurnos se burlan de las alucinaciones de los nocturnos. Los cuales desisten de toda empresa de explicar con tono multicolor la Verdad encarnada que se vaporizó; cuando la inmensidad del día comenzó a jugar en las mentes de los incrédulos con sofismas de podredumbre ateísmo recalcitrante. Sin embargo, los fervorosos creyentes están firmes en que - cuando vuelva el crepúsculo - tal piedra preciosa que en lucero reconvertido se encendió, volverá a iluminar los parajes desérticos de una naturaleza manchada con el reguero de luz divina. E invitará a sus neófitos a descansar otra vez en el regazo materno de la madre tierra tierna y plena.

 

homo-adictus, tal bella piedra preciosa, reconvertida en lucero nocturno, despertaba con su haz sobrenatural el vértigo peligroso hacia los insondables abismos en los que fervientes seguidores de la obscuridad miraban con cierto morbo teñido de sacro temor. El espíritu que poseía el zafiro no se inmutaba ante las asechanzas siniestras de hombres de impura alma manchada por el vil vicio. Pero, cuando llegó el amanecer, los seres mundanos - carentes de intuición délfica - se burlaban de los seguidores de tal magno astro engastado en firmamento mágico. Éstos desistían de hacerles mudar su opinión por la verdad de una nueva era; en la que la consagración de una portentosa luz en medio de las tinieblas les daría al fin la razón y potestad de una tierra dichosa. Fuera ya del alcance de cualquier vana presunción de ignorante ateísmo o incredulidad sarcástica. Atentamente Edouard.

 

snowquxxn, el zafiro era una estrella pavorosa ante la cual el respeto de su inmutable brillo nocturno, que brillaba tanto sobre malvados como bondadosos, hacía experimentar a éstos últimos las más angustiosas experiencias de vértigo lacerante ante barrancos sinuosos de caída libre. Pero cuando llegaba el día y tal magna joya de engaste divino desaparecía, los entes diurnos se burlaban de aquellos. Creyendo que eran meras alucinaciones de mentes extasiadas. Pero no por eso los creyentes dejaron a un lado su fe ardiente en tal lucero. Al contrario, tenían la esperanza que aquel los habría de llevar - por mucho que los tercos escépticos les hiciesen cambiar de opinión - hacia el vergel de la madre natura, en tinte de radiación lunar dibujada. Atentamente Edouard.