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Los paisajes de Ana

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por versos rotos, 14 de Marzo de 2017. Respuestas: 14 | Visitas: 1036

  1. versos rotos

    versos rotos La poesía es el cristal a través del que miro.

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    LOS PAISAJES DE ANA

    I


    Caía la noche, y empezaban a dibujarse las primeras sombras sobre las aceras. Los pocos transeúntes que quedaban, se apresuraban a llegar a donde fueran, porque el fresco de la tarde comenzaba a convertirse en frio.

    Desde la ventana tenía asegurada la visibilidad de las cuatro calles que desembocaban en la pequeña plaza, y aunque los cristales empezaban a vestirse con un fino velo de vaho, todavía se distinguían los rostros de quienes pasaban cerca.

    Una joven pareja se detuvo justo al otro lado del cristal, hablaban mirándose ambos a los ojos, como aquellas parejas que todavía no se esconden nada, luego se unieron en un beso que se me figuró enamorado y se perdieron calle abajo, de la mano.

    Les seguí con la vIsta, tan ensimismado que el camarero tuvo que sacarme de mi abstracción, tocándome el hombro.

    - su te, señor.

    Me disculpé y tomé entre las manos la taza, agradeciendo su tibieza.
    Instintivamente busqué de nuevo el reloj de mi muñeca, aún sabiendo que apenas habrían pasado unos minutos desde que lo miré la última vez.

    Con el tintineo de la cuchara en la taza, recordé la escueta conversación que me había deparado estar en aquella pequeña tetería esa tarde. Su voz había sonado serena, casi era un susurro:

    -Hola javier, soy Ana, he pensado que tienes razón y que tomarnos un té mañana tarde y vernos no tiene porqué ser ningún problema.

    Desde luego, no esperaba la llamada, y mucho menos que accediera a mis anteriores peticiones.

    Hacía semanas que veníamos pasándonos mensajes y enviándonos pequeños relatos cuya única finalidad era descubrirnos un poco el uno al otro, o disfrazarnos de lo que somos, quién sabe.

    - Estoy seguro que vernos solo puede ser positivo. (Le contesté, intentando que mi afirmación no pareciera presuntuosa), mañana tarde a partir de las siete estoy enteramente a tu disposición.

    - ¿Pues quedamos a las ocho en la tetería de tus relatos, te parece?

    -Me parece perfecto.

    Tres semanas atrás, como siempre ocurre, por casualidad o por causalidad, recibí un correo felicitándome por la conferencia que acababa de dar en la universidad, sus halagos hacia mi consiguieron ruborizarme, debo confesarlo, por lo que me vi en la obligación de responderle agradeciéndole sus elogios. De un correo surgió otro, y otro más y en un tercero recibí un micro relato en el que me invitaba a contestar, y lo hice con la sensación de quien inicia un juego inocente.

    El contenido de su relato rayaba entre lo surrealista y la metafísica, pero jugaba con las palabras con pulcritud y a veces hasta con descaro, su historia me invitó a darle continuidad y de allí a la cita de hoy han viajado por la red, de su teclado al mío, dieciséis relatos, encadenados pero no sujetos a reglas.

    Convinimos mutuamente no enviarnos fotos nuestras, aunque ella si me había visto en la universidad y en eso llevaba ventaja, por lo que yo debía esperar en aquella esquina de la tetería, que varias veces le había descrito en mis relatos, y ella se me presentaría a la hora convenida.

    Yo había ido con más de media hora de antelación, pues la tarde en el despacho se me estaba haciendo eterna y me obsesioné con que alguien pudiera ocupar mi mesa y el encuentro fracasara.

    He de confesar que mi relación con el otro sexo no ha sido nunca demasiado prolífica, tras mi divorcio ocho años atrás, apenas había salido con dos o tres mujeres, amigas casi todas de mi entorno laboral, mas como distracción que como objetivo de consolidar nada. Dejé que el trabajo me absorbiera poco a poco y traté de no esforzarme en quebrantar mi solitaria vida, probablemente más por pereza que por convicción.

    Pero ahora Ana había conseguido que mi estómago sufriera los nervios inquietos de quien anhela que su primera cita salga bien, no recordaba cuanto tiempo hacía que no sentía aquella sensación, similar a cuando me subo al atril para presentar un libro muevo o dar una conferencia... pero distinto.

    Una mujer paró en la puerta y parecía buscar a alguien con la mirada, apenas era ya una silueta porque la noche había caído y la tenue luz que anunciaba el local no alcanzaba a disipar las sombras. Me esforcé buscando detalles que me desvelaran su físico pero apenas distinguí la media melena de un cabello oscuro, moviéndose suavemente sobre el pelo de un voluminoso abrigo. Espero sea sintético pensé.

    Un camarero le abrió la puerta, cruzaron dos frases y la mujer se fue por donde vino, miré de nuevo el reloj, que marcaba menos diez, y pensé que diez minutos era una eternidad.

    Extraña sensación tan dado yo a la paciencia, a aprovechar para llenar el tiempo que otros llaman muerto con circunloquios y servilletas repletas de anotaciones. Pero ahora la mente divagaba sin coherencia alguna, igual contando las vueltas de la cucharilla que imaginando las conversaciones de los pocos clientes que a esas horas buscaban el cobijo de un buen té de hierbas calentito.

    Intentaba no pensar en la cita para evitar hacerme conjeturas acerca de mi desconocida admiradora, Muy poco sabía de ella, le gustaba leer, jugar a veces a escritora, mas por diversión que vocación, le apasionaba la música y jugar a descubrir la personalidad de las gentes, lo cual me causó asombro e inquietud a partes iguales.

    Sentía curiosidad por saber cuál era su impresión de mi, aunque hasta ahora solo me conocía de un par de conferencias, la lectura de mis dos últimos libros y los relatos que le he ido enviando, ¿me estaba precipitando dando por sentado que ya tenía un juicio sobre mi? seguramente.

    Levanté la taza para beber cayendo en la cuenta de que no quedaba más té, y que no tenía conciencia de habérmelo bebido. Levanté la vista buscando al camarero y al hacerlo reparé en el reloj que presidia la pared opuesta a mí, llevaba parado años, y esa noche sin embargo marcaba las ocho menos dos minutos, miré mi reloj y confirmé que en él ya eran las ocho.

    Me apremió la necesidad de ir al baño, pero ¿y si justo entonces llegaba ella?,no había elección, la incontinencia, debido a los nervios era manifiesta, me dirigí con urgencia a satisfacer la imperiosa necesidad fisiológica con la esperanza que se retrasara unos minutos.

    Al regresar a la mesa comprobé que el camarero había retirado la taza, pero nadie parecía haber entrado en mi ausencia, al menos que estuviera al alcance de las mesas contiguas y la barra.

    Me senté de nuevo, las ocho y cinco.

    ¿Había sido buena idea quedar con ella, no hubiera sido mejor mantener la relación en el estado inicial? inventarnos un mundo paralelo donde cada relato nos sugiriera paisajes de música, colinas verdes, rebosantes de coloridos versos que pastaban por doquier... recordé su descripción de un ocaso a orillas de un pequeño embarcadero donde nuestras sombras se alargaban sobre placidas aguas a medida que la luna vencía la diurna luz.
    La puerta del establecimiento se abrió y no pude evitar sentir una aceleración de mi pulso. Una mujer cruzó el quicio y miró hacia donde yo estaba, sonrió ligeramente y avanzó hacia mí.
    Vestía traje de chaqueta y falda, del color que llaman burdeos, por el vino imagino.
    Era esbelta, bajo la chaqueta se adivinaba una blusa blanca, aunque la alzada de las solapas le tapaban el cuello, un cuerpo delgado pero sin excesos daba paso a unas piernas que se presumían bien formadas, la falda permitía ver de rodillas para abajo unas medias muy caladas y unos zapatos no muy altos color crema, supongo que conjuntando con el pequeño bolso de mano que sostenía en su izquierda, en la derecha adiviné las tapas de mi último libro.

    Su rostro era sereno, maquillada tan someramente que apenas distinguía el color rojo de su carmín, y quizá el contorno de sus expresivos ojos marrones que ahora me miraban fijamente.

    Tenía la tez morena y el pelo recogido atrás dejaba entrever un largo cabello castaño oscuro.

    Debe ser mucho más joven que yo, pensé. No debe pasar en mucho los cuarenta (Yo ya había recibido el medio siglo).
    Me levanté y pude comprobar que, si se descalzara sería prácticamente de mi estatura porque al acercarme a ella comprobé que me pasaba ligeramente.

    -¿Ana?

    -Claro, contestó riendo y mostrando el libro.

    Sentí fría su mejilla al besarla, y supuse que habría venido caminando un trecho.

    -¿Quieres algo caliente?

    - Si por favor, no esperaba tanto frio y creo que me abrigué poco.

    - ¿Un té verde de hierbas o un café con leche quizás?

    - no, estando en una tetería me parecería un despropósito tomar café.

    Pedí al camarero que nos trajera dos tés y me senté frente a ella. No pudimos evitar que nuestras miradas se encontraran y ninguno de los dos parecía decidido a desviarla, recordé el pequeño embarcadero, al final de la colina donde pastaban multitud de versos cuyo rumiaje sonaba a sonata dulce del nocturno Op. 9 de Chopin.
     
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  2. versos rotos

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    LOS PAISAJES DE ANA

    II


    Cualquiera que en ese instante nos hubiera visto habría pensado que éramos dos esculturas sacadas del museo de cera y colocadas allí para distracción de los clientes.

    De pronto hablar no importaba en absoluto, sentí que su mirada no buscaba escudriñar en la mía, sino más bien abrir de par en par sus recovecos más íntimos para que paseara por ellos. Era como entrar juntos en la atracción de los espejos de una feria, la veía a ella en mil perfiles y en ella me veía yo.

    Noté que el camarero nos miraba dibujando una sonrisa cómplice, como si estuviera acostumbrado a que en aquella acogedora tetería sucedieran cosas así cada día. Dejó con extremada suavidad las dos tazas y un pequeño plato con galletas sobre la mesa y desapareció con el sigilo de un gato.

    Al final de no sé decir cuánto tiempo, Ana tomó entre las manos su taza, buscando seguramente, como había hecho yo antes, el contacto cálido de su porcelana.

    Al hacerlo tuvo que bajar la mirada y me sorprendí a mi mismo hipnotizado frente a aquella mujer. Era resuelta, no tuvo ningún reparo en sostener la mirada durante una eternidad, pero al mismo tiempo había en sus gestos una cadencia serena, humilde, como si se sintiera al mismo tiempo, cohibida por mi presencia y satisfecha de haber llegado a tal encuentro.

    -El té es bueno –dijo tras el primer sorbo y miró alrededor suyo-, y el sitio tiene un clima especial

    Efectivamente el local emanaba un ambiente agradablemente exótico, tenía las paredes forradas con gruesas cañas de bambú, unidas unas con otras a través de bastas maromas que parecían robadas en los muelles. Los asientos y las mesas también eran de bambú, con confortables cojines. La decoración era sencilla y recordaba con algunas imágenes que trasladaban a algún país asiático. La música envolvía el ambiente pero nunca impedía que los clientes pudieran hablar y escucharse, tanto que la gente solía hacerlo con voz bastante queda, como intentando siempre no quedar por debajo del silencio musical que lo envolvía. El suelo era una tarima de delicada madera por lo que el ambiente era cálido. La sensación de atravesar la puerta desde el bullicio de la ciudad, era como si hubieras accedido a través de un pasadizo mágico a otra época, a otra dimensión.

    -Me gusta venir aquí y pensar que al menos por un rato, se necesita muy poca cosa para sentirse en paz.

    Ana me miró como si buscara qué ausencia de paz me embargaba fuera de aquí, pero esbozó una ligera sonrisa que interpreté de complicidad.

    -Me imaginabas así –preguntó y se miró a sí misma-

    -Te imaginaba sin rostro, te imaginaba ojos bebiendo mis escritos. Te imaginaba en los paisajes que me describes, pero estabas allí sin más cuerpo que tu presencia. Me ha sorprendido verte, he de confesarlo, porque sé que si hubiera intentado ponerte cara hubiera fracasado esculpiéndote.

    No puedo decir que Ana me pareciera especialmente guapa, sin embargo su rostro era bello, sus ojos, muy expresivos y tirando a grandes, su nariz ligeramente chata, sus mejillas pronunciadas suavemente, y quizá lo mas destacable fuera aquella boca de labios lo suficientemente carnosos como para esbozar una sonrisa eternamente dibujada y sugerir los más dulces besos.

    -Eso lo consideraré como el más sutil de los piropos que he recibido –y sonrió levantando su taza-

    -Por tu forma de escribir, por las experiencias que rezuman tus textos, creé a una mujer mayor que tu.

    Rió y al hacerlo mostró una bonita dentadura blanca, una risa juvenil y sencilla dibujó algunas tímidas arrugas.

    -Creo que no andamos tan lejos el uno del otro en edad, pero de nuevo gracias por el cumplido. –dijo-

    -Espero no parecerte brusco, pero me gustaría saber con qué expectativas te has aventurado a aceptar esta taza de té. –La miré de nuevo buscando sus ojos, con la esperanza de que me delataran aquello que quería escuchar-

    -He seguido varias de tus conferencias, he leído dos de tus libros, conoces mi afición por escudriñar personalidades, por conocer cuanta diversidad hay en cada persona, nunca he creído eso de que todos los hombre son iguales, es más afirmo que todos los hombres son diferentes, y nosotras también claro. Y en mis encuentros con tu obra he visto a una persona fascinante, ¿mi expectativa?, que te dejaras conocer...

    No sabría decir exactamente el qué, quizá no fuera nada concreto sino una mezcla de todo, la cadencia de su voz, la franqueza que destilaban sus palabras, la sonrisa que no perdía ni aún hablando, la sutil gesticulación de sus manos, a veces jugando con la taza, a veces acompañando en el aire a cada frase, su mirada transparente, no sabría decir exactamente el qué, pero Ana tenía el poder de desarmarme, de desnudarme, y aquello me gustaba y me aterrorizaba.

    -Creo que encontraras a un hombre poco acostumbrado a relacionarse con el otro sexo, hace mucho que guardé en algún recóndito escondrijo, las armas de seducir y conquistar a una dama.

    -Yo no quiero que me conquistes, sino que me habites, que visites mi casa interior y me dejes pasar a la tuya, que te sientes en el sillón de mis pensamientos y me permitas a mi recorrer las habitaciones de los tuyos.

    -El riesgo que ambos corremos puede ser grande, ¿y si me siento confortable en tu sillón y tu encuentras inhabitables mis habitaciones?

    -No te subestimes, también puede ocurrir al contario y en todo caso, habremos ganado ambos, porque siempre se aprende descubriendo a alguien, no te estoy sugiriendo que nos atemos, sino que nos descubramos.

    Me quedé mirándola fijamente, y debió pensar que dudaba, porque añadió.

    -No obstante si piensas que ha sido un error, o una precipitación, no tienes de que preocuparte, han sido fantásticos nuestros “encuentros literarios” y no tenemos porque exigirnos nada mas el uno del otro.

    -No, no, -me apresuré-, la idea de conocernos me subyuga y asusta a partes iguales –intenté sonreir-, pero tengo la sensación de ser yo quien te pueda defraudar, ya sabes, ando algo oxidado en estas lides.

    -El único fraude que cometerías es si tú no te mostraras tal cual eres, el resto ya lo descubriré por mi misma.

    E instintivamente los dos buscamos el platito de las galletas y coincidimos en intentar coger la misma, reímos la coincidencia y acabamos compartiendola.

    El resto del tiempo transcurrió charlando sobre su trabajo y el mío. Ella trabajaba en una biblioteca, generalmente consistía en preparar las sinopsis de los libros que iban entrando, publicándolos en una web que la institución tenía, he de decir que leí algunas de ellas y consideré que muchos escritores hubieran agradecido que sus libros estuvieran prologados por aquella mujer.

    El resto del tiempo transcurrió, simplemente se desvaneció entre nuestros dedos, entre nuestras miradas entre nuestras risas y silencios. Cuando miré el reloj que colgaba de la pared opuesta a la mia, vi que marcaba las ocho menos dos minutos, caí en la cuenta de que, efectivamente, estaba parado.

    El camarero debió darse cuenta porque sonrió y se acercó a nosotros, el local va a cerrar Javier, miré asombrado mi reloj de muñeca y me asombré gratamente al ver que casi eran las once de la noche, ¿Cómo habíamos podido estar allí tres horas charlando?

    Ana pidió ir al servicio antes de marchar, el camarero le indicó un pequeño pasillo al final de la barra. Luego salimos disculpándonos con el personal del local, se había marchado todo el mundo y no nos habíamos percatado ni ella ni yo.

    Se había movido un viento frio y desagradable, que se mezclaba con algunas gotas dispersas de agua que venían de todos lados.

    -Tengo el coche justo en la otra esquina, te llevo a casa.

    -Gracias cogí el metro para venir y está bastante lejos de aquí.

    Cruzamos Madrid casi sin hablar, creo que ambos nos regodeábamos meditando sobre el encuentro, que iba a ser tomar un te y que acabó cerrando la tetería.

    inicié el CD que llevaba puesto en el coche, el nocturno op 9 de chopin empezó a sonar y me agradó ver que Ana se recostaba sobre el sillón y dejaba que la música la llenara.
     
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    LOS PAISAJES DE ANA

    III

    La semana transcurría pesadamente, me costaba concentrarme y sabía exactamente que el motivo era Ana, pero buscaba mil subterfugios para no admitir que me era imposible sacarme de la cabeza a aquella mujer.

    Era miércoles todavía, y como un adolescente inquieto, abría el correo para ver si había recibido algún mensaje, a pesar de que sabía perfectamente que si entraba alguno, me salía una notificación en la pantalla e incluso en el móvil.

    El círculo de Bellas Artes me había pedido que diera una conferencia en torno a la forma en que la música y la literatura se habían influenciado una a otra en la edad de oro. El tema me apasionaba, lo sabían, y acepté darla a mediados de Abril, pero estábamos ya rematando Febrero y me faltaban muchos flecos que pulir, sin embargo me era imposible concentrarme lo suficiente.

    Ana me sugirió en la despedida, que ella se pondría en contacto conmigo, y aunque me había dado su teléfono, no quería apresurarme pareciéndole desesperado, pero ciertamente me quedé varias veces a punto de marcarlo con cualquier pretexto, para oír su voz de nuevo.

    En realidad no sabía ni siquiera si estaba casada o si tenía pareja, si tenía hijos, me di cuenta de que no sabía nada de ella, y ella casi todo de mi.

    No llevaba ningún anillo en las manos cuando nos vimos, pero tampoco collares, apenas unos diminutos pendientes la adornaban, por lo que no supe si es que no le gustan los abalorios o es que no tenía compromiso alguno.

    Por la tarde decidí salir del despacho y dar un largo paseo por el retiro, hacía algo de fresco, los últimos días de febrero se mostraban desapacibles, como de costumbre, pero necesitaba respirar y ordenar un poco todas aquellas sensaciones.

    Por la noche, como cada miércoles desde hacía más de quince años, acudí a la cita que tenía con la tertulia del café Espejo, cuatro amigos y yo mismo nos veíamos cada semana para charlar y comentar novedades, preferentemente culturales, aunque a veces las tertulias derivaban en temas mucho más prosaicos, como la de aquel miércoles, que al ver mi poca disposición al discurso, me insistieron hasta el agotamiento para que explicase mi estado, pero no entraba en mis planes comentar todavía nada acerca de Ana, apenas la había visto una vez y no quería crear expectativas donde no las había. Se me hizo larga la conversación aquella noche y me retiré temprano con la excusa de no encontrarme bien.

    Y jueves, por fin, muy temprano, cuando todavía no eran las nueve, sonó el teléfono y en la pantalla apareció el nombre de Ana, lo dejé sonar adrede tres veces y descolgué,

    -¿Javier? Buenos días, soy Ana

    -Hola Ana, buenos días, ¿Qué tal?

    -bien, te he llamado temprano, disculpa si te molesto, es que luego en el trabajo me es más difícil.

    -No, no, ningún problema, hace rato que estoy en el despacho.

    -Me preguntaba si querrías que nos viésemos este fin de semana, el próximo sábado si te parece bien.

    -Por mi estupendo, me encantaría volver a pasar un rato contigo.

    -Estaba pensando que fuera algo más que un rato, que te parecería si te recojo y pasamos el día en Buitrago, tengo una pequeña casa allí, creo que podríamos estar tranquilos y disfrutar del sitio.

    -¿Buitrago?, ¿eso está en el Somosierra no?

    -Si, hay una hora de camino, pero he pensado que te podría gustar.

    -Pues seguro que si, ¿a qué hora quieres que salgamos?

    -¿Que te parece si te recojo a las ocho?

    -Perfecto, pero ¿sabes donde vivo?

    -Soy bibliotecaria, mi trabajo consiste en saber casi todo sobre los escritores, -y soltó una picarona risa-

    -Pues habrá que nivelar la situación para que el conocimiento sea mutuo –reí-En ese caso, aquí te espero a esa hora.

    -De acuerdo, que tengas un buen día, nos vemos el sábado. besitosss.

    -Igualmente Ana, un beso.

    -Ah! disculpa, ponte calzado y ropa cómoda por favor, tus pies lo agradecerán.

    -Está bien, pero no me asustes que soy persona de sillón.

    -jajaja, yo también, pero nos vendrá bien desintoxicarnos un poco.

    -De acuerdo. Un beso.

    ¿Qué sentía en aquel momento, como describirlo?, las ideas se me amontonaban en la cabeza y las sensaciones golpeaban mi pulso acelerándolo como a jovenzuelo en su primera cita.

    Ana parecía haber iniciado un juego conmigo, un juego no acordado pero si asumido, donde las reglas no estaban definidas pero estaba claro que ella las imponía.

    La pantalla del ordenador parpadeó y emergió el mensaje de aviso de un correo, era de Ana. Me adjuntaba otro relato, lo abrí de inmediato, sabiendo que me trasladaría a otro de sus paisajes.

    bajo los rayos de sol de febrero, el Lozoya circula manso, como recreándose en cada rincón que lame del amurallado pueblo que a su vez, sabiéndose bello coquetea con el reflejo puro que le devuelve el rio, desde los ventanales se ve el puente viejo a un lado, al otro, se alza la muralla que circunda el castillo, la casa es pequeña, de dos plantas, inmaculadamente blanca, tocada apenas por la forja y la madera de las rejas y las contraventanas. Delante, un cuidado seto de Ilex que todavía muestra gran cantidad de frutos rojos destacando sobre la fachada. Por dentro, la madera de Cedro y haya natural combinan toda la estancia, suelos y paredes conforman una acogedor y cálido ambiente, la chimenea que preside el salón, en piedra y forja crepita desde bien temprano en estas fechas, dando calor tanto a la planta baja como a las habitaciones de arriba, mediante unas cámaras construidas bajo la tarima del suelo. Combinando con las paredes, una espectacular biblioteca de exquisita madera, probablemente cedro o cerezo, ocupa toda la pared izquierda, en ella se pueden contar más de quinientos libros, perfectamente colocados y ordenados. Una mesa de forja y cristal tallado, con seis sillas también de barroca forja y junto a la chimenea, dos sillones y un pequeño sofá invitaban a la relajación, la lectura y la desconexión. Arriba, las habitaciones habían sido preparadas para recibir visitas, posiblemente veraniegas, dos habitaciones contenían literas, bien amuebladas con estilo castellano en maderas de pino, y una tercera habitación, amueblada con mas estilo, tenía una enorme cama de forja. Sobre la cama, llamaba la atención una réplica del cuadro del Jardín de las delicias del Bosco. Y el suelo, que se encontraba allí totalmente enmoquetado color burdeos.

    Los relojes están parados dentro de casa, no hay ordenadores ni wifi ni televisores, una antigua radio sobre un aparador es la única conexión con el mundo exterior cuando cierras la puerta.

    Cuando entras, deben ponerse en marcha los corazones, las sensaciones que entierras en el día a día, el olor de un buen vino, el de la madera quemando, el de la cocina bullendo lentamente sobre los fogones durante horas, el sabor del jamón recién cortado, el de los labios húmedos, la luz tintineante del fuego en la chimenea, la luz de las miradas buscándose, el tacto de un libro incunable entre las manos; las manos entre las manos trenzando tactos, insinuando mapas de piel por descubrir”

    Y ahí terminaba el texto, aquello debía ser una clara insinuación a un fin de semana intenso, donde todo era posible, pero intenté con todas mis fuerzas alejar de mis pensamientos la idea de una aventura con ella. Me asustaba romper la magia de la conexión que habíamos creado. ¿Pero porqué sino me invitaba a pasar el día en una casa a 80 km de Madrid?, Y la descripción del lugar y el clima que había creado con el texto, ¿acaso invitaban a otra cosa?

    Tuve que hacer ímprobos esfuerzos el resto del día para no releer los relatos de Ana y concentrarme en mi trabajo, en el equipo puse un Adagio de Albinoni y dejé que la música inundara poco a poco la habitación del despacho, hasta que por fin pude pasar el resto de la mañana enfrascado en la conferencia pendiente.

    Por la tarde llamé a mi hijo y quedé con él, no sin que antes tuviera que insistirle varias veces. Hacía varios meses que ni siquiera hablábamos por teléfono, finalmente accedió a venir a casa a cenar, así que dediqué la tarde a hacer algunas compras para la cena y meterme un buen rato entre fogones, actividad que me gustaba sobremanera y que hacía tiempo que tenía muy abandonada.

    Pedí en la pescadería que me sacaran unos lomos de caballa y compré espárragos, pimientos rojos y cebolleta. La cena era sencilla pero es un plato nutritivo y digestivo para la noche, además sabía que a él le gustaba.

    Lavé las verduras, corté los espárragos, los pimientos en tiras finas y la cebolleta muy pequeña, en una sartén con generoso aceite virgen rehogué el pimiento y la cebolleta, a fuego medio y semitapado. En otra sartén, apenas untada de aceite puse los espárragos para que también fueran poco a poco haciéndose revisando para que no quedaran excesivamente blandos.

    En un recipiente estrecho y profundo, como un cazo, calenté aceite suficiente para que cubriera los lomitos de caballa, que previamente Julián (el pescadero) me había limpiado de piel y espinas, y cuando el aceite estuvo a unos 75º (antes de que llegue a burbujear), introduje los lomos unos 10 minutos, al cabo de los cuales saqué y reservé sobre papel absorbente.

    A la cebolla y los pimientos, cuando ya estaban rehogados, añadí una cucharada de azúcar y removí hasta caramelizar.

    Cuando los espárragos estuvieron listos, batí dos huevos y con la sartén caliente pero fuera del fuego, hice un jugoso revuelto.

    Para acabar, sobre el lecho del pimiento y la cebolleta coloqué el revuelto y encima los lomos, rocié con un buen vinagre balsámico de Jerez y un poco de Pimentón de la Vera, y espolvoree de sal en escamas por encima….

    La cena estaba deliciosa, Mario se chupaba los dedos con las verduras caramelizadas y yo disfrutaba tan solo de verlo allí, un rato conmigo. Les echaba de menos a él y su hermana, y aunque de vez en cuando estaban pendientes de saludarme y preguntarme, por wassap la mayor parte de las veces, el contacto directo con ellos era sin duda de las cosas que más me dolió del divorcio.

    Conseguí convencerle para que el fin de semana pasara por aquí a regar un poco mis árboles, y charlamos plácidamente sobre sus proyectos musicales y aunque se interesó vagamente por el motivo de mi ausencia, no quise explicarle mi cita con Ana y le argumenté que salía por motivos de trabajo.

    Se quedó todavía un buen rato, mientras saboreábamos un té de hierbas que me habían obsequiado unos amigos chinos y escuchamos algunas de las composiciones que estaban montando para el nuevo disco que en breve iban a presentar. Como de costumbre discutimos amigablemente acerca de la gran diferencia entre sus gustos y los míos por la música, aunque él era un buen instrumentista de viento, y se manejaba con mucha soltura con el Oboe, su pasión era el bajo y lo que él llamaba Rock & Core
     
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    LOS PAISAJES DE ANA

    IV

    El viernes fue más llevadero, gracias a las clases en la universidad, pude sacarme a ratos de la cabeza la obsesión por Ana. No sabía muy bien por qué, pero sentía que un cambio se estaba produciendo en mi vida, que algo estaba revolucionando mi monótono y rutinario mundo; hacía muchos años que una mujer no conseguía acaparar mis pensamientos como lo hacía ella.

    A medio día llamé a Cecilia, mi hija, y la convencía para invitarla a comer.

    -de acuerdo papá, pero vente para acá y comemos cerca del trabajo, tengo temprano que abrir.

    Cecilia tenía 23 años, una muchacha dulce, muy cariñosa conmigo; desde niña hemos tenido mucho feeleng entre los dos, hemos estado muy unidos, ella siempre tuvo más confianza conmigo que con su madre. Recuerdo todavía exactamente el día que me buscó para confesarme que ya no era virgen.

    -No se lo quiero decir a la mamá, seguro que se pone histérica papá, este fin de semana Sergio y yo, bueno ya sabes, te había contado que iba con Sergio en serio pero no habíamos hecho nada, bueno besos y eso…

    -¿Te has acostado con él?

    -Pues sí, eso te quería decir.

    -No crees que te has precipitado, eres una niña todavía, ya hablamos de eso cuando empezaste a salir con él.

    -Ya lo sé papá, pero surgió así, me lo pidió y acabamos haciéndolo.

    -Bueno, ya está hecho, no hay vuelta atrás, ¿tomasteis precauciones?

    -Es que todo fue muy rápido, no teníamos preservativos ni nada, ¿crees que pasará algo papá?

    -¡Claro que puede pasar! ¿Cuándo fue eso?

    -Este domingo.

    -Pues vamos a ver a Santos, por si puede recetarte algo.

    La llevé a mi amigo Santos, ginecólogo y miembro del grupo literario del café Espejo.

    Cecilia tenía entonces dieciséis años. Creo que nunca llegó a contárselo a su madre.

    Comimos en un pequeño restaurante, dos manzanas más abajo de donde ella tiene la clínica de estética y quiropráctica. Charlamos un buen rato, tanto que no nos dimos cuenta de que ya pasaban las cinco cuando en su móvil la llamaron del trabajo porque una cliente le estaba esperando. Nos despedimos en la misma puerta del restaurante.

    -Cuídate papá, te llamo la semana que viene, voy con Luisa a casa y nos haces algo de cena ¿Vale?

    -¡Estupendo hija, pero avísame con tiempo, que luego me pillas sin nada en la nevera!

    Luisa era su pareja actual. Una noche, cuando tenía apenas veinte años recién cumplidos, llamó a la puerta de casa, eran las once, yo ya había cenado y estaba leyendo un rato en el salón.

    -¿Papá, puedo subir? vengo con una amiga.

    -Claro, ¿Qué pasa?

    Entró en casa con una chica pelirroja, pequeña, con la cara salpicada de graciosas pecas sobre sus pómulos, era menuda, me pareció que delgada en exceso.

    -¿Podemos dormir esta noche aquí?

    -Claro, no hay problema, ¿y mamá, lo sabe?

    -Si, bueno hemos tenido una fuerte discusión, mañana te cuento, ahora estamos muy cansadas. Te presento a mi amiga Luisa. Utilizaremos la habitación del fondo si no te parece mal.

    Luisa se acercó y tuve que inclinarme bastante para darle dos besos no debía medir mucho más de metro y medio. Más que cansadas, parecían ligeramente ebrias, o al menos eso me pareció por el brillo de sus ojos.

    -Está bien, no hay problema, ¿habéis cenado?

    -si papá no te preocupes por nosotras. Nos vamos derechas a la cama.

    Y a la mañana siguiente, muy temprano, mientras Luisa todavía dormía, Cecilia se coló en mi habitación, como hacía cuando era una chiquilla, se abrazó a mí y me lo dijo.

    -Papá, estoy saliendo con Luisa, llevamos tres meses juntas. La discusión con mamá ha sido por eso, no quiere que durmamos juntas en su casa.

    No sabía que decir. Nunca había imaginado que Cecilia tuviera inclinaciones sexuales hacia su mismo género, me quedé en silencio, quizá demasiado tiempo para lo que ella acostumbraba.

    -¿También tu vas a enfadarte?

    -No cariño, no es eso, pero entiende que ha sido una enorme sorpresa, deberé digerirla poco a poco. ¿Estáis seguras las dos de lo que sentís?

    -Si papá, nunca he estado tan segura con nadie, Luisa llena mi vida como ningún chico lo había hecho nunca. Quizá te haya defraudado con esto, lo siento.

    -¡No!, no se trata de defraudarme a mí, sabes desde niña que solo quiero que seas feliz, si lo eres con ella, por mi adelante, pero lo que no me gustaría es que fueran caprichos de un momento, eso te hace daño a ti y a las personas que te rodean.

    -No es un capricho papá, hace algún tiempo que mi relación con los chicos no funcionaba, no me gustaba que me tocaran y no me sentía cómoda con ellos, poco a poco me di cuenta que Luisa, que trabaja en la clínica, me llamaba la atención, me atraía y cuando trabajábamos juntas me hacía sentir muy bien, el resto vino poco a poco papá.

    -¿Y qué vais a hacer?

    -Hace tiempo que no quería vivir ya en casa de mamá, y en el fondo creo que ella también necesita que yo salga, sigue con aquel hombre que te conté y a veces tengo la sensación de que estorbo. Este es el momento de buscarme algún apartamento y empezar a vivir con Luisa una nueva vida. Buscaré algo cerca de la clínica.

    -Bueno, no sé qué decirte, mientras tanto podéis quedaros aquí, yo apenas estoy en casa, si me entero de algún apartamento te lo comento, mi amigo Jorge quizá conozca algo, ¿sabes quién te digo? el decorador.

    -Jorge, jorge, ah! Si, el chico este que también es gay?

    Reímos.

    -Pues eso, le diré algo a Jorge.

    De aquello hacía ya tres años, y ella y Luisa seguían juntas y se les veía enamoradas como yo nunca la vi con un hombre. Luisa enseguida congenió conmigo y las tres o cuatro semanas que pasaron en casa, hicimos muy buena amistad, era una muchacha muy jovial y siempre de buen humor, nada le borraba la sonrisa. Un día, desayunando, delante de Cecilia me dijo que había encontrado el amor de su vida, y que yo era casi un padre de verdad para ella. Luego conocí la cruda infancia que la muchacha había tenido.

    Cuando dejé a Cecilia, hice varios recados por el centro, entre ellos aproveché para adquirir unas zapatillas nuevas para la “excursión” del sábado, yo no era demasiado deportista y no recordaba la última vez que había usado calzado deportivo, así que aproveché y también compré un chándal, calcetines adecuados… pero pensé llevarme todo en un bolso, ya que no me parecía correcto presentarme ante Ana de aquella guisa.

    Cené temprano, leí hasta que la vista me lo permitió y me fui a la cama con la vana intención de conciliar el sueño, pero como siempre que tengo algún acontecimiento fuera de lo común, la noche antes es de insomnio, y aquella no lo iba a ser menos.

    A las ocho en punto, Ana llamó por teléfono.

    -¡Buenos días! ¿No te habrás olvidado?

    -Buenos días Ana, ¡que va!, ¿Dónde estás?

    -Estoy abajo, aparcada en un vado, así que si no tardas, me quedo en el coche porque no hay estacionamiento por aquí.

    -¿Está bien, has desayunado?

    -Ahora paramos y tomamos algo, ¿te parece?

    -Vale, pues bajo enseguida.

    Me apresuré a coger la pequeña bolsa de viaje, que tenía preparada desde la noche, y bajé a la calle, caí en la cuenta de que no sabía cuál era su coche, pero enseguida que asomé por la puerta, un claxon llamó mi atención, y Ana sacaba el brazo saludándome.

    -¡Buenos días!

    -Buenos días Javier, sube.

    Tomé asiento y nos dimos dos besos, Su perfume era suave, fresco, juvenil, con ligero toque floral, un olor exquisito que llenó mis fosas nasales e invadió mi cerebro.

    Vestía vaqueros, una blusa blanca con un fino encaje que mostraba sutilmente unos pechos llamativos, sin ser exuberantes, y llevaba una chaqueta corta color rojo coral.

    -Vamos a desayunar a un sitio que conozco, tienen muy buen café, aunque ya sé que eres más de té.

    -No creas, tomo las dos cosas, cuando son buenas, no hago ascos a casi nada.

    Nos cruzamos las miradas y creí entender que había leído correctamente entre líneas mi aseveración.

    No tardamos en llegar a una pequeña cafetería, ya a las afueras de Madrid, casi en San Sebastián de los Reyes, el lugar era sencillo pero efectivamente llamaba la atención el frontal de la barra, repleto de cajones, cada uno con la bandera grabada de un país distinto y la denominación del café, Brasil, Colombia, Hawái, Nicaragua, Tanzania, Etiopia, Vietnam… y un larguísimo etcétera.

    -Te dejo elegir, Ana, tú que entiendes más y me has traído –y sonreí abriendo el brazo en abanico intentando abarcar la multitud de cajitas que había ante nosotros.

    -Está bien, ¿por favor nos pone dos cafés Moka del Yemen?

    Y el camarero se acercó a un extremos de la estantería y sacó el cajón cuya banderita tricolor, roja blanca y negra adornaba el frontal, sacó un saquito de tela de su interior y se dispuso a moler los granos del famoso café de Moka Yemení.

    Ciertamente el aroma afrutado y su sabor recordando casi al chocolate eran exquisitos, tomamos ambos unas pastas que nos sirvieron con el café y a la media hora estábamos ya en camino.

    Ana no había dejado de hablar casi en ningún momento, pero su conversación era tan fluida, tan armónica que yo, entre los aromas del bar, el perfume que ella emanaba y su voz casi susurrante, quise por un momento que el café se hiciera eterno y no nos levantáramos nunca de aquella mesa.
     
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  5. versos rotos

    versos rotos La poesía es el cristal a través del que miro.

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    LOS PAISAJES DE ANA

    V

    Cuando volvimos al coche, Ana puso música. Me sorprendió gratamente cuando empezó a sonar el virtuoso violín de Ara Malikian, su disco pizzicato concretamente.

    El trayecto fue entretenido, no había excesivo tráfico aquella mañana y la conducción era fluida y agradable, el día amaneció espléndido, casi rozando ya la primavera, Febrero quiso darnos aquella mañana un respiro y nos ofreció un sol cálido para aquellas fechas, los vientos y lluvias de la semana anterior se pusieron de acuerdo para dejarnos disfrutar del día que teníamos por delante.

    -Me he pasado la mañana, desde que te he visto, hablando yo, he de decir que tienes mucha paciencia aguantando mi verborrea, -rió abiertamente-, ahora cuéntame tu algo.

    -Cuando hablas es todo menos verborrea, generalmente me gusta escuchar, pero contigo es un placer.

    -Gracias.

    -Dime, no se casi nada de ti, y no es que me preocupe en exceso, pero me siento como vulnerable, ¡tu sabes tanto de mí!

    -Se de tu vida pública, pero yo quiero conocer al Javier que está detrás de las conferencias, detrás de las maravillosas páginas de tus libros. Pero te diré de mi, para tu sosiego –rió de nuevo y cada vez que lo hacía, el coche se llenaba de una risa abierta, diáfana, que alegraba el alma hasta sin quererlo, al oírla pensé por un momento que aquella era la mejor medicación contra la depresión que podría recibir alguien- Tengo cuarenta y siete años, como ves, pocos menos que tu, estuve casada una vez, pero de eso hace veinte años, tengo una hija que por haberla parido apenas con 17 años, hoy en día es mi amiga fiel, mi única confidente, mi almohada y mi esperanza. Trabajo como sabes de bibliotecaria y mis mayores aficiones, amén de la lectura y la música, consiste en escudriñar la mente humana, la masculina sobre todo.

    -Esa afición me ronda la cabeza desde que me la comentaste, ¿soy entonces un conejillo de indias sobre el que investigas?

    De nuevo una arrolladora risa hizo que sintiera estúpida mi pregunta y debió notarlo.

    -Noooo, perdona que ría. Es cierto que de mi conocimiento de tu faceta profesional, tuve muchos deseos de saber más de ti, no te lo voy a negar. Pero después de nuestro encuentro en la tetería, he de confesarte que destrozaste todos mis argumentos para psicoanalizarte, y me diste muchas razones para descubrirte. Lo último que quisiera es que pensaras que te uso como material de laboratorio. –Y su risa fue acompañado ahora por un gesto amable posando su mano sobre mi pierna-

    -Me alegra saberlo, me sentía incomodo pensándolo.

    -Y tú, ¿qué intenciones tienes conmigo? –me miró de reojo y esbozó una sonrisa picarona.

    -¡Vaya, pregunta al grano!, pues también al principio, me tomé tus relatos y la forma en que nos estuvimos comunicando, como un pasamiento, pero con el paso de los días, y después de nuestra primera cita, he de confesarte que me siento muy atraído por ti, no te lo voy a negar, para bien o para mal la franqueza es una de mis virtudes y mis defectos por igual.

    -Nunca la franqueza puede ser un defecto. No obstante, antes de que profundicemos más en nosotros, me gustaría pedirte un favor.

    -Tú dirás

    -¿Hacemos un trato, nos permitimos el lujo de no preguntarnos sobre nuestros viejos matrimonios o parejas habidas?

    -¡Por supuesto!, por mi parte ningún problema. No tengo ningún interés especial por tu pasado, sino por tu presente.

    El resto del viaje estuvimos hablando de mi trabajo, de la próxima conferencia que estaba preparando, era todo un placer la conversación porque su cultura acerca de la música y la literatura era sorprendente, lo que hacía nuestra charla una especie de rodaje del trabajo que había preparado.

    En un tiempo que me pareció cortísimo, llegamos a las inmediaciones de Buitrago, el paisaje cambió radicalmente y el exceso de asfalto y hormigón se fue transformando en arbolado y vegetación. Sin darme apenas cuenta, me quedé mirando a Ana que ahora conducía más pendiente de la carretera, pues habíamos abandonado las vías de dirección única y se volvía más sinuosa por momentos.

    Tan absorto me debí quedar, que sonrió y pasó su mano por delante de mi rostro.

    -Vas a conseguir ruborizarme, ¿encuentras algo raro en mi rostro?

    -Disculpa Ana, no pretendía incomodarte, permíteme la licencia de decirte que me pareces preciosa.

    -¡Ahora si has conseguido sacarme los colores!, ¡Gracias por el halago!

    -No lo es, de veras. Sabes, mirándote me preguntaba qué narices hace una mujer tan fantástica como tú, invitando a este pobre diablo a pasar el día con él.

    -No te subestimes Javier, yo podría pensar lo mismo a la inversa, como un hombre con el encanto, el talento y la planta del doctor Santaeulalia se va, a perder su precioso tiempo, con una simple bibliotecaria.

    -Por favor, los títulos no dan valor a las personas, las más de las veces las envilece.

    -Estoy de acuerdo, Javier, era broma. Tu valía nada tiene que ver con tus merecidos reconocimientos sino con tu persona, como te digo, que con lo ocupado que estás y las muchas proposiciones que recibirás, estés hoy aquí conmigo es un regalo que me es dado sin merecerlo.

    Iba a insistir en que el regalo era ella misma para mí, pero desvié la conversación porque se me figuraba que hubiera sido prematuro mostrarle los sentimientos que se agolpaban por momentos en mi cabeza. Allí estaba, al volante de su BMW –nunca he sabido distinguir los modelos-, irradiando una seguridad que relajaba. La tersura de su rostro invitaba exultantemente a recorrer cada milímetro, observé que sus manos, ahora al volante, estaban cuidadas con esmero y, aunque no tenían pintura de uñas, se apreciaba que era una parte de su cuerpo a la que daba mucha importancia,

    -¿Vuelves a inspeccionarme? -rió-

    -No, el paisaje es sumamente bello. –reí-

    -Pues el de fuera del coche todavía lo es más, mira este es el río Lozoya, ¡cuántas veces me habré bañado en el de chiquilla! y no tan chiquilla, viví aquí hasta los 16 años, después mis padres se trasladaron a Madrid por razón de su trabajo, pero veníamos todos los fines de semana y vacaciones, nunca quisieron desprenderse de nuestra casa en Buitrago, antes de morir mi padre nos obligó a mi hermana y a mí a elegir quien se quedaba con el piso de Madrid y quien con la casita del pueblo. Mi hermana quería el piso y a mí me daba igual, hoy en día agradezco que me tocara la casa, jamás la cambiaría por nada.

    Agradecí sobremanera el giro dado a nuestra conversación pues notaba que la temperatura iba creciendo por momentos y empezaba a sentir en el bajo vientre los preludios de mi excitación.

    -¿Y quién cuida de la casa, está cerrada? –Pregunté por seguir por aquellos derroteros-

    -Cuando mi madre enfermó, mi padre tuvo que buscar ayuda para poder atenderla, una vecina del pueblo y amiga de la familia se ofreció a ir cada día a cuidarla y realizar la labores de la casa. Mi padre nunca se separó de ella ni un momento pero las tareas hogareñas, decía, no eran cosas que sus manazas pudieran realizar con la eficacia de una mujer. Así que Remedios cuidó de mi madre y también se hizo cargo de mi padre cuando mamá falleció. Unos años mas tarde cuando murió ya anciana la señora Reme le propuse a su hija pagarle un discreto salario para que la casa siempre estuviese a punto, Y su hija, Remeditos la Sana, como la conocen todos allí, es como mi ama de llaves. Ya verás, la avisé ayer mañana de que íbamos a ir dos personas, seguro que cuando lleguemos tiene la casa impecable y calentita.

    -Nosotros, mis hermanos y yo sin embargo, nos apresuramos a vender los pocos bienes de nuestros padres para repartir lo que había y que no hubieran conflictos, al final, de todos modos hubo conflictos y hoy en día no tenemos nada que nos recuerde a nuestros ancestros. Así que envidio tu decisión de conservar el que fue tu hogar.

    -Mira ya llegamos, al pasar esta curva se ve claramente la silueta del castillo y la muralla,

    Efectivamente, tras una pronunciada curva, obligaba por el cauce del rio, giramos casi noventa grados, el paisaje tornó de una belleza natural que cualquier pintor gozaría de capturar en su lienzo –muchos lo habían hecho, según supe después-

    El rio envolvía el pueblo como si temiera que fuera a escapar, lo rodeaba mansamente, la muralla y los puentes, de piedras que tenían mil historias que contar, dibujaban junto al castillo un conjunto que parecía invitar a entrar a otra dimensión, otro tiempo donde las cosas suceden con una cadencia muy distinta a la que por desgracia nos habíamos resignado la mayoría de los urbanitas como yo.

    Tomamos un par de calles estrechas y elevadas y apenas giró a la derecha pude ver claramente la casa que me había descrito en su último paisaje.

    -Podría haber encontrado tu casa, solo con el relato que me enviaste –confesé-

    -Gracias. Pero a mi prosa le queda mucho que aprender de la tuya.

    -Para nada, en la faceta descriptiva me sacas mucha ventaja, tus paisajes, ya te lo he dicho varias, tienen alma, tienen vida propia que te envuelve y sume en ellos.

    -Bueno, deja ya de adularme, -rió- hemos llegado.

    Entramos a un pequeño hall en el que había un mueble de forja con perchas, un paragüero, un precioso espejo labrado en sus bordes con una barroca cenefa, a la derecha, una puerta entreabierta mostraba el acceso a la cocina, al frente un arco sin puertas daba acceso al salón, tal como lo había descrito Ana, la chimenea estaba encendida y de la cocina nos llegaba un aroma a guiso lento que inundó mis fosas nasales y despertó el apetito de mi insaciable estómago.

    -¡Como huele!

    -¡Si! No sé que habrá preparado Reme, pero conociéndola debe estar delicioso.

    Y al mismo tiempo que asomábamos a la cocina, aparecía Reme, una mujer que debía tener unos cuarenta años, con el pelo muy rizado, recogido en una pequeña cola, su cara se iluminó al ver a Ana, era una mujer muy ancha de todos los lados, alta, corpulenta, de brazos fuertes y manos grandes, de ojos negros que transmitían enseguida confianza. Estrechó mi mano y pensé por un momento que aquella señora podría levantarme en peso si quisiera. Pero cuando habló, su voz parecía la de otro cuerpo, por su calidez y su jovialidad.

    -Te presento a Reme; Reme este es Javier, un buen amigo.

    -Encantado señor, me alegro de conocerle, si usted es la causa de que por fin Ana haya venido al pueblo, doy gracias a Dios de que le haya conocido!!

    Ana rió y abrazó a Reme, parecía que la señora iba a romper a Ana, porque al abrazarla se perdió entre sus brazos, contra sus voluminosos pechos; pero se notaba el enorme afecto que se tenían.

    -Reme y yo vamos a charlar un momento para que me ponga al corriente de la casa, ¿no te importa?

    -¡No que va!

    -Por favor pasa al salón y sírvete algo, seguro que el mueble bar no estará vacío. –y miró a su amiga riendo-

    -¡Noooo! aparte de que hay allí botellas de licores de cuando su padre vivía, he llenado la nevera del bar con cerveza y refrescos. También he puesto varias botellas de vino en el mueble enfriador.

    -Me lo imagino, ¡como siempre, estás en todo!

    Dejé mi chaqueta en las perchas del hall, dentro de aquella casa la temperatura era cálida, pasé al salón y enseguida relacioné cada rincón con la descripción de Ana; al frente la chimenea encendida, la biblioteca a la izquierda, la mesa central, de un forjado exquisito. El mueble bar se hallaba en la pared opuesta a la chimenea, a la derecha según entrabas, me recree en recorrer los cuadros que había en las paredes, cinco en total, y sobre todo me acerqué a admirar el escudo de armas que colgaba sobre la chimenea. Era un escudo metálico, rectangular con el borde bajo redondeado, en el centro, una cruz roja, floreteada de gules y cantonada de cuatro calderas doradas. Y en la repisa, bajo el escudo, encontré diversas fotos que entendí debían ser de los padres de Ana, familiares, y una, en la que aparecían dos muchachas adolescentes, portando un ramillete en las manos y ambas con preciosos vestidos largos, me pareció que Ana era una de ellas, su hermana debía ser la otra imaginé.

    Oí que se despedían en el hall y el ruido de la puerta al cerrarse, al darme la vuelta Ana estaba bajo el arco del salón, entonces, allí parada, envuelta en la luz del sol que se colaba a través de una vidriera que había sobre la puerta de la entrada, parecía más bella de lo que antes la había visto. Me di cuenta que sus pantalones vaqueros ceñídos, mostraban unas caderas firmes y ligeramente anchas, un vientre plano tal vez incluso en exceso; su blusa blanca, al contraste de la luz insinuaba la línea del sujetador y marcaba más si cabe, unos pechos altivos, no demasiado grandes pero que se adivinaban firmes.

    -¿Has visto un fantasma?

    -Si los fantasmas fueran así, la señalé, estaría dispuesto a pasar al inframundo ya.

    -¡Fantasma! -rio y se acercó hacia la chimenea levantando la vista hacia el escudo, como si supiera que lo había estado observando- Rincón –dijo-

    Me di la vuelta sin entender hacia donde miraba, y se dio cuenta.

    -El escudo es del apellido de mi familia, o al menos eso nos dijo siempre nuestro padre. Escudo de armas de nuestros antepasados, Rincón es un apellido toledano y según mi padre, nuestros tatarabuelos, lo llevaron en varias batallas hasta que algún rey de aquellas épocas les otorgó el reconocimiento a su valía. Mi padre contaba, nunca supe si en broma, que los calderos de oro que acompañan la cruz significan las muchas riquezas que los Rincón pusieron a disposición del Rey para sufragar las batallas.

    Y mientras me hablaba, con ese timbre de voz envolvente y acariciador, se estaba acercando mas a mí y cuando quise darme cuenta, sus brazos me rodearon por detrás girándome hacia ella, puso sus manos alrededor de mi cuello y me inclinó suavemente hasta que sus labios encontraron mi boca, la cálida humedad, el movimiento frágil y sedoso de las manos, su boca buscándome de comisura a comisura con una danza de de besos que al poco hallaron nuestras lenguas y se fundieron. El delicado sabor del carmín, el perfume de su cuello que me embriagaba, la rodee con mis brazos y eternizamos aquel instante hasta el infinito.
     
    #5
  6. versos rotos

    versos rotos La poesía es el cristal a través del que miro.

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    LOS PAISAJES DE ANA

    VI

    Cuando las bocas lograron darse un respiro, Ana clavó sus ojos en mí y el silencio elocuente con el que nos comunicamos fue más intenso que cualquier cosa que hubiéramos dicho.

    Me sacó el Jersey y me desabrochó el cinturón, luego, con la suavidad de una pluma sobre la pies, fue desabrochando cada botón de mi camisa, primero tiró de ella hasta sacarla del pantalón, luego, de abajo hacia arriba, con una lentitud excitante y desesperante a partes iguales; sin dejar de mirarnos, buscaba el siguiente botón y lo sacaba del ojal, como un carterista saca una cartera en el metro. Yo la miraba y sentía como rápidamente el calor invadía mi cuerpo y bajo el pantalón, la carne reclamaba espacio. El fuego de la chimenea se trasladó a mi bajo vientre; cuándo me hubo quitado el último botón sacó la camisa, dejándola caer sobre la alfombra y paseó sus manos sobre mis hombros, descendiendo luego por la espalda; se abrazó a mí y sentí la dureza de sus senos sobre mi pecho, mi vientre pegado a su blusa y una pierna suya, ligeramente adelantada, entre las mías, presionándome y aumentando ya hasta casi dolerme la presión que la bragueta ejercía sobre mi miembro.

    Bajó sus manos tan lentamente por la espalda que logró erizarme el vello completamente; estaba tan excitado que creí que iba a eyacular antes de desnudarme. Pero Ana parecía saber muy bien qué hacer, porque a medida que bajaba las manos hasta llegar a la altura del pantalón, separó su pierna e introdujo sus dedos por el slip recorriendo mi cintura hasta encontrar el botón y la cremallera, que desabrochó hábilmente. Nuestras bocas se buscaron de nuevo, como añorando el largo beso primero.

    Se separó un paso de mi y sacó su blusa, ahora sus pechos se mostraban exultantes, encerrados en un sujetador blanco de encaje finísimo que los realzaba juntándolos sutilmente; quité mis zapatos y acabé de deshacerme del pantalón que ya andaba por los tobillos, y cuando volví a mirar a Ana ya no tenía sujetador y estaba frente a mi apenas con unas pequeñas braguitas blancas de encaje también.

    Era preciosa, sus pechos seguían altivos, apenas el sujetador los elevaba porque sin él, la firmeza con que se mostraban era la misma, su vientre plano hasta casi rozar la delgadez, su pequeño ombligo, sus muslos torneados que daban la sensación de atlética sin llegar a musculosa.

    Me acerqué a ella y la rodee con los brazos por la cintura, mirándola de nuevo a los ojos, diciéndole claramente sin hablar, “he deseado esto desde que te nos vimos, hagamos eterno el momento”

    Ella se acercó a mi oído y susurró

    -por fin te tengo en mi paisaje.

    -Pues descríbeme entero con tus manos y tu boca –contesté sin dejar de mirarla-

    Fundimos los labios, y los suyos fueron míos, y los míos ya no lo eran.

    Fundimos nuestros pechos y sus senos me llenaron de un calor balsámico.

    Fundimos nuestros vientres y me sexo contra su pubis latía bajo el slip.

    Ana posó sus manos sobre mis hombros invitándome a buscar la comodidad de la alfombra, acercó su boca y en murmuró “no puedo más” y tomando mi mano la introdujo en su braguita haciéndome sentir todo el calor y la humedad con que su sexo me reclamaba; y con la agilidad de un felino, me tumbó de espaldas, acabó por desnudarme, librando al fin mi miembro que recibió con éxtasis infinito todos los humores cálidos de su vagina. Su gemido y el mío buscaron los besos para amortiguarlos e hizo que aquél momento durara tanto que llegué a creer que uno y otro perderíamos las fuerzas o el conocimiento; hasta que Ana se incorporó, se echó hacia atrás arqueando la espalda y apoyando las manos sobre mis piernas y con ligeros movimientos circulares, sus caderas me llevaron al más excelso de los placeres, a un planeta ingrávido, “¡No puedo más!” creo que grité, pero mi grito se ahogó en los suyos y nuestros orgasmos encontraron juntos el cénit.

    Tras unos instantes en que ni uno ni otro queríamos –ni podíamos- mover un músculo, se recostó sobre mí y sonriendo comentó,

    -Reme me matará cuando vea la alfombra manchada.

    -¿En serio?

    -(rió) A besos, me matará a besos…. Pero si no apago el fuego de la cocina me matará por estropear el guiso que nos ha preparado.

    Me besó con una dulzura que acabó por desarmarme del todo y extinguir las pocas fuerzas que me quedaban,

    Se incorporó suavemente, sacando como con resignación mi miembro de sus entrañas y se dirigió a la cocina, desnuda, bella hasta la extenuación. Cuando llegó al arco del salón, sabiéndose observada, paró y movió las caderas y las nalgas contorneándose, tan sexy como divertida.

    Aplaudí y desapareció por la cocina.

    Me quedé unos instantes incapaz de incorporarme, interiorizando todas aquellas sensaciones que había vivido minutos antes, guardándolas celosamente porque a pesar de que lo había imaginado en más de una ocasión durante aquella semana, ni el más excitante de mis pensamientos llegaba a rozar el encuentro que acabábamos de tener.

    No sin esfuerzo me levanté y me puse el slip.

    -¿Puedo poner algo de música? –Le grité desde el salón-

    -Pues claro Javier, siéntete como en tu casa, te lo ruego. –contestó-

    Tenía una buena colección de discos de vinilo, en un mueble que albergaba un tocadiscos con aires retro, me entretuve viendo su ludoteca hasta que encontré un disco que me llamó la atención: en unos instantes empezó a sonar la filarmónica de Berlín, bajo la batuta de Rafael Kubelik interpretando a Wagner en el Idilio de Sigfrido, una grabación de 1963.

    Ana apareció en el arco del salón con los primeros compases de la sinfónica.

    -Tienes un gusto musical exquisito Javier, mi padre ponía a menudo ese mismo disco.

    -¡Oh lo siento!, si te molesta lo quito.

    -Nooo! al contrario, me agrada que lo hayas elegido entre tantos. La comida está terminada, nos ha preparado un cocido madrileño que debe estar de miedo.

    -No me extraña, el olor llega hasta aquí.

    -Lo he dejado para que repose un rato, para que gane sabor. ¿Te apetece una ducha mientras tanto?

    -¡Oh si! no estaría mal.

    -¿vienes arriba?

    -Claro.

    Lo que no esperaba es que la ducha la tomáramos los dos a la vez, pero Ana, con la mayor naturalidad del mundo subió delante de mí las escaleras, desnuda, contoneándose a cada escalón; no podía apartar la vista de aquella figura esbelta, me di cuenta de que ni en la espalda ni en sus nalgas había marcas de ropa interior por lo que me la imaginé haciendo naturismo, bronceándose desnuda bajo el sol de alguna cala de nuestro mar mediterráneo, allá por las costas de Calpe o Torrevieja.

    -¿Te importa que nos duchemos a la vez?

    -Claro que no.

    Desde luego en el plato de ducha cabíamos los dos, y dos más si se hubieran unido, cerró las puertas de la mampara y abrió los grifos para que el agua saliera caliente, luego movió varios pases y el agua comenzó a brotar, cálida de cuatro o cinco puntos distintos, a varias alturas. Ana cogió una esponja, la enjabonó y pidió que me diera la vuelta, la esponja era de esas que tienen una ligera dureza por lo que la aumenta la sensación de masaje; Ana enjabonó mi espalda lentamente, no parecía tener ninguna prisa en terminar, luego bajó hasta mis nalgas e introdujo suavemente la esponja entre ellas, no pude evitar una nueva erección, fue automático, y dado que estaba de espaldas, confiaba que ella no la percatara; vana ilusión porque su otra mano, fue a dar con mi miembro, sujetándolo delicadamente mientras lo enjabonaba hasta frotar con ligeros movimientos circulares mis testículos.

    Tuve que apoyarme mis mandos en la pared porque pensé que de un momento a otro perdería el equilibrio.

    Ana dejó mi pene en aquél estado y pidiéndome que me diera la vuelta, continuó frotándome el vientre y el pecho, como si mis genitales hubieran dejado de existir de pronto. Con aquella excitación, turbado, me pidió que tomara la esponja y la enjabonara, echó más gel y comencé a masajearle los hombros, bajé a sus senos y confieso que me recreé hasta la saciedad con ellos, luego buscando su mirada, bajé la mano hasta el vientre, hasta encontrar su sexo, sin vello, masajee muy lentamente su clítoris con la esponja y abrí su vulva hasta encontrar la abertura de su vagina; Ana suspiró quedamente y abrió ligeramente las piernas, sin dejar de mirarme. No parecía hacer falta decir nada. Me arrodillé y bebí de aquel manantial de placer hasta que sus gemidos fueron gritos que llegué a imaginar de dolor, erróneamente según su posterior confesión.

    Tras un breve momento de relax Ana se puso de espaldas y apoyó las manos en la pared opuesta, inclinándose hasta dejar su sexo totalmente expuesto contra el mío, la tomé por las caderas y penetrándola me vacié por completo en cuanto ella comenzó a moverse, estaba tan excitado que todo sucedió con una rapidez que me contrarió. Pero Ana se incorporó y me susurró que había sido delicioso, que hacía años que no había sentido aquello.

    Bajamos desnudos al salón, Ana abrió una botella de vino del mueble bar y sirvió dos copas.

    Wagner seguía acompañándonos con su preciosa sinfonía.
     
    #6
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    LOS PAISAJES DE ANA

    VII

    La E-5 y la M-50 estaban casi vacías a las seis de la mañana, pero cuando enlazamos con la R-3, dirección Albacete, el tráfico comenzó a crecer, y con él crecía mi nerviosismo.

    Decidimos pasar la noche en Buitrago, el día había sido fabuloso y cuando cayó la noche ninguno de los dos tenía ninguna intención de irse de aquella casa, dónde habíamos vivido un día que difícilmente olvidaríamos nunca.

    La nevera estaba llena de comida y tras dedicar el resto del día a recorrer los ambientes de la preciosa villa, en los que Ana me descubrió los rincones de su infancia, optamos por preparar una frugal cena, todavía estábamos saturados con el exquisito cocido de medio día; una ensalada con Alcachofas, escarolas, tomates cherry, aceitunas negras y lomos de bonito desmigado, con un intenso aceite de oliva virgen y el resto de la botella de vino que había quedado de la comida fueron mas que suficiente para aliviar el desgaste que habíamos realizado subiendo y bajando callejuelas y escaleras.

    Pero a las cinco de la mañana, una llamada truncó el fin de semana. El número que llamaba no lo tenía registrado en mi móvil.

    -¿Dígame, quien es?

    -Buenos días, ¿el Señor Javier Rosendo?

    -Si soy yo, dígame, ¿Quién es a estas horas?

    -Disculpe, llamo del Hospital general de Albacete, soy el doctor Andreu, hace un par de horas hemos ingresado a un muchacho de nombre Mario Rosendo, ¿es su hijo?

    -¿Mario, en Albacete? Si, es mi hijo pero… ¿qué ocurre, como está?

    -No se preocupe, esta madrugada su hijo y otros tres muchachos sufrieron un accidente de tráfico, está estable, pero tuvimos que operarle de urgencias de una fractura en su pierna derecha. En su cartera hemos localizado su tarjeta y como tiene usted el mismo apellido que el de su DNI, hemos supuesto que era su padre.

    -¿Pero está bien?

    -Si, tranquilo, únicamente tenía la fractura y magulladuras sin importancia. En un par de horas despertará del la anestesia, la operación ha salido muy bien.

    -Está bien, salgo para allá.

    -De acuerdo, por cierto, me avisan de administración que el muchacho no lleva tarjeta sanitaria, ¿puede usted venir con ella?

    -Lo intentaré. Veré si puedo recogerla de su domicilio.

    -De acuerdo, no se preocupe demasiado por ello, nos la puede remitir en otro momento. Y no se preocupe, el chico está bien.

    -De acuerdo. ¿Y el resto de sus amigos?

    -Todos están estables, el conductor del vehículo y su acompañante han sufrido más lesiones pero se encuentran estabilizados y sin peligro. Su hijo iba en el asiento trasero y afortunadamente llevaba el cinturón.

    -Está bien, salgo para allá.

    Ana se había despertado con mi conversación al teléfono, pero la besé y me levanté de inmediato para arreglarme.

    -¿No es grave verdad?

    -Parece que no Ana, pero quiero estar allí cuando salga de la anestesia.

    -Está bien, ¿nos vestimos y vamos juntos?

    -No quiero importunarte Ana, pediré un taxi hasta Madrid y cojo mi coche.

    -¿Estás loco? Si no quieres que vaya contigo a Albacete, lo entenderé, si no ves oportuno que conozca tu familia, pero a Madrid te llevo yo.´

    -¿Qué dices?, ¡no me importa nada que conozcas a mi hijo!, por cierto debo llamar a su madre y su hermana.

    -Pues entonces te llevo a Madrid, y tú decides si no te importa que nos crucemos con tu ex, hoy es domingo y no tenía más plan que convencerte para pasarlo juntos.

    -Eres increíble Ana. Pues vamos, gracias por acompañarme, la verdad es que estoy algo nervioso para conducir. –Intenté darle el más dulce de los besos-

    -Si me besas así cada mañana, será difícil ir a trabajar, -y rió queriéndole atenuar la tensa situación que se había creado-

    -Si no te importa, ¿salimos enseguida y desayunamos cuando lleguemos a Albacete?

    -Claro, me visto en cinco minutos y salimos.

    Por el camino, había llamado a mi ex y a Cecilia, intenté no alarmarlas demasiado, aunque tuve que hacer un gran esfuerzo y no lo logré del todo. Cecilia iría con Luisa, pues ella no conducía, nunca le gustó; y mi ex me respondió con un escueto, “Tengo turno esta mañana en el Hospital –es enfermera- pero voy a ver si lo arreglo y salgo para allá en cuanto pueda”

    Nos llevó casi cuatro horas llegar al Hospital General de Albacete, el tráfico se había ido complicando a medida que amanecía el domingo, Ana conducía con mucha soltura pero se daba cuenta de que por mucho que apretara el paso, mis nervios iban en aumento con cada retención.

    -Tranquilo Javier, si el médico te ha dicho que está bien, y no recibes ninguna nueva llamada, es que no habrá novedades.

    -Lo sé Ana, disculpa. Este no es el fin de semana que habías planeado, podrías haberte quedado en Madrid descansando, te agradezco tu compañía.

    -Si me hubiera quedado estaría más preocupada por ti. No te preocupes por mi descanso, a la vuelta, que seguro estarás más tranquilo, conduces tu.

    -No sé si me quedaré en el Hospital Ana, lo siento pero si su madre tiene que trabajar, yo tengo mayor disponibilidad para acompañar a Mario hasta que le den el Alta.

    -Claro, pues no te preocupes, si te tienes que quedar ya lo organizamos. Lo malo es que te quedas sin coche en Albacete.

    -No te preocupes, pediremos una ambulancia para el regreso. Lo malo es que tú te vas a dar una buena paliza de coche.

    -Tranquilo, descansaré y volveré esta tarde.

    -Lo siento.

    -¡No hay nada que sentir!, te agradezco que me hayas permitido acompañarte.

    -Ayer fue un día muy especial Ana, no te lo había dicho pero hacía muchos años que no estaba tan bien junto a una mujer. Me gustaría que esto pudiera continuar, que intentáramos seguir…

    -Hasta donde lleguemos Javier –me interrumpió-, sin planes de futuro; Esto es igualmente maravilloso para mí, pero vivamos cada día como el primero, visitemos todos los paisajes que podamos, mientras los dos queramos.

    -Disculpa Ana, no pretendía comprometerte a nada…

    -Lo sé, lo sé, no te preocupes, para mí esto es un sueño, no deseo despertar.

    La conversación acabó buscándonos fugazmente las miradas, que se encontraron y terminaron de decir todo lo que las palabras no hubieran logrado.

    Para relajar el trayecto, Ana cargó un cd y la música de Sabina comenzó a sonar.

    -¿Te gusta?

    -Si, le sigo bastante, sobre todo su poesía.

    -¡Yo también! –Rió, y su risa consiguió relajar un poco la tensión que yo llevaba-


    Llegamos al Hospital a las diez menos cuarto, cansados por la tensión del viaje y la expectativa de la situación que nos íbamos a encontrar.

    El doctor Andreu ya había terminado su turno, por lo que nos atendió una doctora muy joven, tanto que al verla pensé que era imposible que hubiera acabado la carrera, era menuda y muy morena, con el pelo extremadamente rizado, enseguida me recordó a Mario, cuyo origen dominicano le daba una fisonomía muy similar a la de aquella profesional.

    -¿El padre de Mario Rosendo? –Preguntó la doctora tendiéndome su mano-

    -Si, yo soy. He preguntado por el doctor que me llamó pero parece que no está.

    -Efectivamente, el doctor Andreu, es el cirujano que le operó, yo soy Irene, la doctora que seguirá su evolución a partir de ahora.

    -¿Cómo está?

    -Está bien, hace un buen rato que despertó de la anestesia sin problema, le hemos dado calmantes porque empieza a dolerle la fractura, pero es normal. Se encuentra algo confuso por el accidente pero puede usted pasar a verle, ya está en planta, en la habitación 215.

    -Muchas gracias Doctora, disculpe mi curiosidad, ¿no es usted nacida en España verdad?

    - -rió- Pues aunque parezca una rarísima casualidad, lo mismo le he preguntado a su hijo, efectivamente, los dos hemos nacido en Republica Dominicana y ambos somos adoptados.

    -¡Increíble!, que extrañas coincidencias nos va deparando la vida.

    -Si, cierto, desde que estoy en España, que ya son casi treinta años, nunca había coincidido con alguien que hubiera vivido mi misma situación.

    -Por cierto, disculpe mi grosería, ella es Ana, con los nervios ni siquiera les he presentado.

    Se saludaron con un beso y quedamos en vernos antes de que ella abandonara su turno. Y nos dirigimos directamente a los ascensores para subir a la segunda planta.
     
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    LOS PAISAJES DE ANA

    VIII

    Hoy tengo la certeza de que las cosas ocurren por algún motivo siempre, pero entonces no pensaba igual.

    Cerca de medio día llegaron Cecilia y Luisa, y no mucho después entraron en la habitación mi ex y su pareja.

    Sin saber porqué, me sentí incómodo en presencia de Ana y Fina, mi ex-mujer.

    Tras las presentaciones, decidimos salir de la habitación porque habíamos demasiados, y dejamos a Mario con su madre.

    Roberto, salió del hospital inmediatamente.

    -Lo siento, me voy a la calle, no soporto estos espacios y llevo todo el trayecto sin poder fumar.

    -No te preocupes, ahora te localizamos, le voy a decir a Fina si quiere que busquemos un restaurante cercano y tomamos algo todos.

    -Me parece bien, estaré en la puerta.

    Nosotros nos quedamos en el pasillo y cuando Fina salió, estuvo de acuerdo en ir a tomar algo, por lo que localicé a la doctora para darle mi teléfono por si había alguna novedad.

    -Vamos a salir a tomar algo, todos hemos venido con prisas y necesitamos reponer fuerzas, ¿le importa tomar mi número por si me tiene que llamar?

    -No se preocupe por nada Sr. Rosendo –y sonrió amablemente-, cuidaré de su hijo. Vaya tranquilo que Mario estará atendido.

    -Muchas gracias. ¿Cuando volvamos estará usted?

    -sin duda –y ahora su risa fue más abierta, tenía unos ojos enormes y negros como carbón-, hoy doblo turno, así que hasta las diez me tendrá usted aquí.

    La muchacha me tendió la mano y luego se dirigió al box, donde la estaban esperando.

    Preguntamos a un guarda jurado dónde había un sitio cercano para comer y nos aconsejó la tapería de El Labrador, que estaba apenas a dos manzanas y tenían restaurante de carta y comida típica.

    Durante la comida, la situación era ligeramente tensa, fría diría yo. A Fina no le gustaba Luisa y además la noté mirando a Ana como si tratara de explorarla.

    Roberto, que también pareció darse cuenta, puso notas de humor sobre la mesa, distendiendo un poco la situación; lo cual le agradecí tras la comida.

    Cecilia y Luisa, abandonaron el restaurante en cuanto acabaron de comer, ni siquiera aguantaron hasta los cafés, con la excusa de ir al centro a tomar algo por allí.

    Nos quedamos los cuatro, y centramos la conversación en la situación de Mario, decidimos que si él quería, se viniera a vivir unos días conmigo hasta que se restableciera del todo.

    Ana, ante mi sorpresa, se dirigió a Fina.

    -Voy al servicio, me acompañas –le preguntó sonriéndola-

    -Si claro.

    -Bueno Javier, o te lo pregunto o reviento. ¿Es tu pareja?

    Roberto es un hombre extrovertido, dicharachero, siempre positivo y aunque a veces resulta algo cargante, en general debo admitir que Fina eligió bien a su nueva pareja. Casi antagónico a mí, pero que por las noticias que me llegaban de Cecilia, trataba con mucho cariño y respeto a mi ex, por lo que consiguió ganarse mi simpatía.

    -Bueno, no se puede decir que seamos pareja, acabamos de conocernos, pero si es cierto que algo hemos iniciado.

    -Pues no lo estropees, parece una mujer estupenda…. ¡y está para mojar pan!

    Le reí la gracia, aunque en realidad lo que pensé fue “ni te lo imaginas”

    A los pocos minutos volvieron Ana y Fina, y creí ver en mi ex una expresión distinta, miré a Ana y me sonrió, con una expresión que se me antojó trataba de relajarme, como si me dijera, todo está perfecto, no te preocupes.

    Volvimos al hospital y Fina subió un momento a despedirse de Mario, nosotros nos quedamos fuera con Roberto. Después quedamos en la habitación Ana y yo con Mario, que se había dormido de nuevo y descansaba.

    -Ana, debes volver a Madrid, pero no has descansado nada. Me preocupa que cojas el coche ahora.

    -Voy a salir a hacer un par de llamadas, ahora regreso –me dijo al tiempo que rozaba mis labios con los suyos-

    Yo estaba cansadísimo de la tensión del día, me acomodé en el sillón y cerré los ojos buscando un poco de relajación. Los pensamientos iban todo el rato hacia Ana. Como me dijo Roberto, era efectivamente, una mujer estupenda y una y otra vez me preguntaba que podía haber visto en mí, una mujer que físicamente estaba espectacular, que tenía una cultura que apasionaba… no encontraba respuestas. Me pedí a mi mismo que no fuera tan capullo de estropear aquello, creo que dormí unos minutos porque Ana me tocó el hombro y me sobresalté.

    -Disculpa, ya lo he arreglado todo. Te dejo el coche aquí, Yo he pedido un taxi que me llevará a la estación para ir en tren hasta Madrid.

    -¡Pero Ana!, ¿y como te quedas sin coche tú?

    - No te preocupes, allí no lo uso apenas, siempre lo tengo en el garaje. De ese modo no me doy otra vez la paliza de kilómetros. Mañana tengo citas ineludibles, sino me hubiese quedado aquí contigo.

    -Que te vayas en tren me tranquiliza desde luego, pero lamento muchísimo los contratiempos que te estoy causando. ¡La primera cita y mira como sale, espero que no huyas despavorida!

    Soltó una carcajada y me miró luego con una dulzura que no parecía de este mundo, tomó mi cara entre sus manos y nos fundimos en un beso largo y suave.

    -Yo te doy las gracias por dejarme acompañarte, no te das una idea de lo que conocerte y haber estado contigo me ha hecho sentir. Soy yo quien debe pedirte que no te canses de mí.

    -¿Estás loca?

    -Bueno, me debo ir, el taxi estará al llegar y el tren sale en una hora. Cuídate. ¿Hablamos por teléfono esta noche?

    -Claro, llámame también cuando llegues por favor.

    -Lo haré.

    Nueva despedida, otro beso rojo e intenso, ahora con mayor pasión, nuestras bocas se abrieron y nos fundimos dentro. ¡Dios como besaba aquella mujer!, Miró a Mario que dormía y salió de la habitación.

    Me quedé un buen rato todavía disfrutando del sabor de sus labios, del perfume que me había dejado, de la luz de su mirada que llenaba todavía la habitación. Recordé el día anterior, minuto a minuto, y no podía creer que uno de los protagonistas de aquel encuentro fuera yo.

    Ya creía haber asumido que mis días de vida en pareja habían pasado, y que tras ocho años, la soledad y yo estábamos acostumbrándonos a convivir. Era una soledad mas impuesta que pretendida, pero cierto es que tampoco hacía esfuerzos por sacarla de casa. Tenía mis amigos de la tertulia, muchos alumnos de los que ocuparme, bastantes seguidores de mis trabajos y conferencias, mis dos hijos que a su manera se preocupaban y acordaban de mí. ¿Qué más podía querer?

    Y sin embargo aquello era tan distinto, hacía tanto tiempo que no había sentido aquellas sensaciones. ¡Llenaba tanto la presencia de Ana!

    Con aquellos pensamientos estaba cuando la doctora Irene entró en la habitación, observó los goteros y luego peinó con los dedos a Mario y le tocó la frente, como para calcular si tenía fiebre.

    -¿Qué tal está doctora?

    La muchacha se sobresaltó.

    -Oh! pensaba que estaba dormido. Todo va bien, he pasado por aquí y he entrado, pero las enfermeras están atentas a los goteros, así que duérmase usted y descanse.

    -Difícil dormir en el sillón, pero lo intentaré. ¿Cuándo cree usted que le darán el alta?

    -Si todo evoluciona bien, mañana lo bajaremos a rayos para ver como ha quedado la operación, y martes, si quiere, puede pedir el traslado a su hospital en Madrid.

    -Me parece bien, tengo compromisos que puedo atender si Mario está allí más cerca, pero desde aquí, me siento atado.

    -Pues mañana, después de las pruebas le confirmo.

    -Muchas gracias.

    -De nada, descanse. Buenas noches.

    -Buenas noches.

    Las horas se hicieron eternas en aquél sillón. Ana me llamó a las nueve de la noche, había llegado a casa y se había puesto cómoda, charlamos al teléfono casi una hora, como dos adolescentes, como dos enamorados.

    Después, una amable enfermera que vino a cambiar el gotero de Mario, tuvo la gentileza de localizarme unos auriculares y un cargador para mi móvil, que estaba a punto de agotarse. También me prestó una sábana para que me cubriera y no cogiera frío. Así, dando vueltas toda la noche, adquiriendo a cada rato, posturas imposibles para acomodarme al sillón, con los auriculares colocados y escuchando radio clásica, medio dormí.
     
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    LOS PAISAJES DE ANA

    IX

    “Los blancos troncos emergen erguidos y orgullosos de entre el fino manto que ya empieza a cubrir el suelo de rojizas, pardas y amarillentas hojas, que parecen caer con pereza de las altas copas donde medraron.

    El camino acompaña el serpenteo constante del riachuelo que se diría juega con los arboles a separarlos a uno y otro lado de su margen.

    La luz de la mañana, todavía temprana, siembra de sombras y claroscuros los grupos de árboles, dejando aquí y allá, según consigue atravesar el alto follaje, pequeños escenarios iluminados donde los ocres empiezan a ganar sobre el verde de los acebos, los arándanos y la hiedra.

    Entre el camino y el agua, una alfombra de musgo verde brillante contrasta con las hojas secas del sendero.

    Unas veces más cerca, otras más alejados, se oyen los pájaros carpinteros, tamborileando sobre los chopos y las hayas.

    Ahora el riachuelo estrecho y zigzagueante se ensancha de pronto creando una transparente laguna de agua fresca, tanto que allí amansada se diría que no es agua sino un enorme cristal sobre cantos de piedra.

    Un banco de madera lucha contra la trepadora que lo abraza y espera paciente al caminante que allí puede parar el reloj y sólo acompañarse del canto de multitud de aves, el toc-toc-toc del pito negro y de la música que la brisa compone al mecer las ramas para desnudarlas de su veraniego vestido.

    En el banco han quedado mirando a la laguna, mil besos, unos furtivos, otros robados, otros apasionados y casi siempre enamorados.

    En la margen opuesta se distingue un claro donde las hayas forman un semicírculo que desemboca en un sendero estrecho y empinado. Hay que rodear la laguna hasta hallar su lado más reducido para encontrar un pequeño puente desde el que cruzar y volver hacia atrás para enfilar aquella senda.

    El camino es angosto y en ocasiones hasta se pierde porque la vegetación de los lados se esfuerza en esconderla. Empinado hasta momentos de tener que casi escalar pequeñas zonas rocosas.

    Y tras la pequeña colina, escondido en un diminuto valle rodeado de abetos, se levanta humilde la pequeña casona de piedra.

    Desde allí se escucha el rumor constante del Irati. El tiempo ya no nos pertenece en aquel lugar, no hay nada fuera que merezca un segundo de nuestros pensamientos cuando cierras tras de ti la vieja puerta.

    Dentro, todo es austero, simple; nada sobra, nada superfluo encuentras pero nada falta para sentir la sensación que podrías quedar allí el resto de tus días.

    No falta madera seca con que abastecer la chimenea que en aquellos días ya está encendida día y noche, en ella te calientas y sobre ella cocinas.

    La estancia cuenta con un salón, una habitación y un cuarto de baño, suficiente para que dos personas se pierdan, o se encuentren, sean llamas con las llamas del hogar, sean hiedra con la hiedra de sus muros, sean bosque sobre el lecho crujiente de las hojas secas.”

    ¿Quién podría, leyendo el nuevo paisaje de Ana, eludir la posibilidad de vivir un fin de semana en el lugar que me había dibujado?

    Mario ya estaba por entonces bastante recuperado, y aunque se ayudaba de una muleta para no forzar demasiado, hacía su vida de forma independiente y acudía por si solo a los ensayos y la rehabilitación. Atrás quedaron un mes de casi confinamiento para poder atenderlo, ayudarle en la ducha, a vestirse, a prácticamente todo, pero lejos de haber supuesto una carga, fue una ocasión que los dos supimos aprovechar para estrechar nuestros vínculos. Teníamos una buena relación, pero nuestras conversaciones no pasaban de temas banales o de las expectativas y necesidades que tenía él con sus proyectos musicales. Estos días sirvieron para hablar de sentimientos, para convertirnos en confidentes de nuestros deseos, él me habló de una chica que había conocido y con la que estaba manteniendo cierto contacto telefónico y esperaba verla en breve y yo le hablé de los paisajes de Ana y de mi relación con ella.

    Dejé que Mario leyera el último paisaje que acababa de recibir aquella mañana y me alentó a que organizara con Ana aquel fin de semana.

    -Papá, yo ya puedo valerme por mi mismo, además van a venir a recogerme los chicos del grupo y estaré fuera también unos días. Sergio, ¿sabes quién es?, el batería del grupo, dice que me vaya unos días a su apartamento para terminar de retocar las nuevas canciones.

    -¿Cómo está?

    -recuperándose muy lentamente, teme que en el brazo izquierdo le queden secuelas que le impidan tocar bien, está un poco desmoralizado y creo que me necesita.

    -Pues no le dejéis sólo, ahora es cuando más unidos debéis estar.

    -Y tú no pierdas la oportunidad de pasar cada minuto con esa mujer. ¿Te has mirado al espejo?

    -¿Qué?

    -¡Papá, has rejuvenecido diez o quince años desde que conoces a Ana!

    -¡Que dices!

    - No te lo notarás, pero yo sí. Y Cecilia también, incluso mamá te lo notó.

    -¿Tu madre, que te ha dicho?

    -Nada, pero me preguntó el otro día, cuando me llamó para ver como estaba, sí seguías con ella y los dos coincidimos que Ana te había sentado muy bien.

    -¡Pues vaya par de alcahuetes! –reímos-. Si, no niego que ha revivido en mí sensaciones que tenía olvidadas, pero no quiero precipitarme, ella es muy especial y temo romper en cualquier momento el sutil universo que ella ha creado.

    -¡No vas a romper nada… o mejor dicho, lo puedes romper si no tomas las decisiones correctas!, y ahora lo correcto es que le propongas ese viaje al paraíso que te ha dibujado, si es que existe.

    -Existe. Todos sus paisajes existen, y sé que los describe para descubrirlos. Lo que me da miedo es no estar a su altura.

    -¿Por qué no vas a estarlo? –Soltó una carcajada- ¿no me hablarás de gatillazos?

    -¡Serás imbécil! –Y un cojín del sofá fue usado como misil contra Mario, que hábilmente cogió en el aire con una nueva carcajada-

    -En serio papá. Adelante, a todos nos gusta verte de nuevo con ese ánimo.

    Probablemente Mario tuviera razón y me sentí perplejo y a la vez gratamente sorprendido de que mi ex hubiera preguntado por mí; hacía mucho que creía tener la certeza de que yo no figuraba ni un segundo en sus pensamientos.

    Por la tarde, antes de prepararme para asistir al café Espejo, como cada miércoles, decidí enviar un mensaje de móvil a Ana. Llevábamos toda la semana sin hablar y su paisaje recibido por la mañana era el primer contacto en bastantes días. Ana lo quería así, no le gustaba que estuviéramos a diario saludándonos o preguntándonos, decía que nos encorsetaba, que de algún modo nos obligaba a saber el uno del otro de una forma superflua, decía que nuestros momentos debían ser importantes, únicos, no un wassap de buenos días con una carita amarilla dando un beso.

    Así que me pensé varias veces qué mensaje le enviaba, hasta que decidí hacer caso a Mario y tomar alguna iniciativa. “¿saco yo los billetes y organizas tu el viaje? No es otoño ahora, pero llevo todo el día perdido en tu bosque.”

    Pasó casi una hora, desesperante, hasta que el móvil sonó con un mensaje de Ana : “He tenido que hacer varias llamadas para ver si la casita estaba libre. Disculpa. He conseguido tenerla para el próximo fin de semana, éste ha sido imposible, si para entonces no puedes, lo anulo, no hay problema, espero tu respuesta. Besos”.
     
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    LOS PAISAJES DE ANA

    X

    Todo era tal como Ana había ido describiendo en su relato, aunque ahora, los verdes inundaban cada rincón, cubrían cada piedra con un aterciopelado musgo, brillante y sedoso, que pugnaba con las trepadoras, las zarzas, los acebos, abrazándose a todos los árboles, escalándolos palmo a palmo, buscando un rayo más de luz. Las hayas, con sus nervadas hojas, pletóricas de humedad y sol, lucían en la altura dejando caer sobre el manto suelo una luz exultante, rebosante de vida.

    Con las lluvias recientes, el riachuelo era ahora un pequeño rio, que con aspiraciones de grandeza, corría veloz a nuestro lado. La pureza del agua invitaba a meter las manos en algunos recodos, aunque no podías mantenerla dentro más que unos segundos, a riesgo de quedar congeladas.

    Allí estaba el banco, tal como me lo hizo imaginar, su madera, ahora verdosa por tanta humedad, era una página infinita de arañazos donde unos con mas fortuna que otros, trataron de dejar su impronta con corazones, nombres e incluso versos. Nada más podía añadirse porque no había un milímetro de su asiento y respaldo que no estuviera ya firmado. Nos sentamos unos minutos pues ya llevábamos caminando casi dos horas y no pude evitar curiosear los mensajes allí grabados, unos versos me llamaron la atención.

    “¡Con tanta belleza concentrada en este hayedo,

    y no apreciarla más porque en tus ojos me enredo!”


    Se la señalé a Ana, que me miró con una sonrisa dulce y cómplice.

    - Alguien antes que yo estuvo aquí sentado contigo? sonreí

    Y la respuesta fue un beso largo y casi salvaje, como el sitio donde estábamos.

    -¿Cansado? -me preguntó-

    -No, acabas de recargarme las pilas.

    -¡Tonto!

    Continuamos la marcha, bordeando la preciosa laguna que cual espejo, reflejaba todo el verde de las copas, los blancos troncos y se veía el fondo con tanta nitidez que se diría vacía.

    -¡Dan ganas de bañarse! -comenté-

    -¡Si quieres que te lleve a la casa como un cubito!

    -¡el agua debe llegar a la cintura, no más!

    Nos acercamos a la orilla y Ana me señaló.

    -¿Ves esa roca plana grande casi en el centro? Debe estar a unos tres o cinco metros de profundidad.

    -¿seguro?

    -El agua tan transparente impide que tengamos noción de lo hondo de este lago. Algunos veranos se puede ver casi seco y te aseguro que para llegar a ella hay que bajar una buena sima.

    Cuando llegamos a la parte más estrecha del lago, el puente estaba casi cegado por el caudal de agua.

    Era un puente de piedra de un solo arco. Parecía construido muchos años atrás por el aspecto de sus piedras, era sencillo pero resultaba como de cuento porque la argamasa que unía cada piedra estaba cubierta de verde, y el sol incidía sobre él iluminando la humedad que rezumaba, envolviéndolo de un halo mágico. Por el margen opuesto volvimos sobre nuestros pasos y casi a la altura del banco donde estuvimos, enfilamos un sendero invisible.

    -Si debo encontrar yo este camino ya me hubiera perdido.

    -En primavera la vegetación casi se lo traga por completo, pero ve detrás de mí que ésta es la senda.

    Allí no había senda alguna, en el mejor de los casos, alguna señal de que otros antes que nosotros habían pisado por allí y se apreciaban algunas ramas quebradas y vegetación ligeramente agostada, pero Ana se movía con soltura entre las resbaladizas rocas y apartaba con extremo cuidado el ramaje para que no me golpeara al seguirla.

    -Parece que para ser una chica de biblioteca, te manejas bien por estos lares.

    -Si, hemos venido aquí porque un buen amigo, ornitólogo de profesión, trabaja de conservacionista en este hayedo. Le conocí por casualidad en internet porque se puso en contacto con mi biblioteca para pedir un libro muy especial sobre la fauna silvestre de Navarra, un manuscrito de primeros del siglo pasado que conservamos y al que le dimos acceso en varias ocasiones en las que se desplazó a Madrid para estudiarlo. Así le conocí, hicimos amistad y me reveló el rincón que ahora verás.

    Habíamos dejado el coche en Orbaizeta, dónde Ana contactó con una persona que nos adentró en la montaña, hasta llegar a un pequeño pantano, le dio unas gruesas llaves y nos indicó “ya sabéis, la margen del arrazola todo el rato hasta la laguna ancha”. Como si nos hubiese dicho, la segunda calle a la derecha, pensé.

    Tuve que reconocer que mis habilidades de caminante campestre eran nulas, pero es que aquello no era campo, era una verdadera selva verde, resbaladiza, que a cada paso exigía medir donde colocar los pies porque resbalar era más fácil que andar. Huelga decir que caí varias veces de rodillas, agarrándome in extremis a donde podía, que en una ocasión fue una zarza a la que yo no tuve tiempo de identificar, ella se encargó de informarme que era una planta con muy mala uva, aunque sus frutos fueran exquisitos.

    - ¡Tras ese repecho está la casa!

    Me miró compadeciéndose del sufrimiento que me estaba infligiendo aquel diabólico camino de cabras

    - Estoy empezando a lamentar haberte traído.

    - No te preocupes, me está bien empleado por urbanita. Lo más parecido al campo que había pisado nunca es el Retiro.

    Miré hacia arriba buscando a Ana pero había desaparecido. Terminé de escalar a cuatro patas un montículo rocoso, resbaladizo y frío como un témpano y la vi de pronto, ladera abajo, trotando como una chicuela que no dejaba de gritar ¡Vamos!

    Tuve que parar un instante, en primer lugar para tomar aire, pero después porque mis ojos no daban crédito a tanta belleza.

    Una ladera se deslizaba frente a mí, con un verde insultante, imposible, salpicado por multitud de macizos de flores que para un hombre de asfalto como yo era imposible reconocer, pero que pintaban llamativas pinceladas multicolores en el enorme lienzo de gramas.

    Bajé, con más tiento que Ana, hacia la pequeña casa que se acurrucaba al fondo derecho del valle, al cobijo de espectaculares abetos. Las hayas habían quedado atrás y todo el perímetro del valle lo delimitaban majestuosas coníferas de intenso verde oscuro.

    Cuando llegué por fin a la casa, ella ya había abierto la puerta y me aguardaba sentada en un poyo de piedra que había junto a la entrada.

    Probablemente para inexpertos como yo, la casa hubiera pasado inadvertida desde el cielo, pues la hiedra y el musgo envolvían sus paredes, de gruesas piedras rectangulares, hasta las contraventanas, cerradas, de madera, se mimetizaban con el entorno.

    Llegué jadeando pero totalmente embriagado por la belleza del lugar, la miré y distinguí su sonrisa picarona, señalé abarcando el ancho paisaje.

    - No creí nunca que me encontrara con un sitio así.

    El rumor del rio era incesante, una música en movimiento, una orquesta de aire entre las ramas, agua removiendo cantos, sonidos de aves emergían de todos lados. Debió darse cuenta de mi fascinación porque soltó una carcajada sonora, jovial, que se fundió con el resto de sonidos.

    -Venga, quítate la mochila y descansa, se te ve agotado. Esta noche a la caída del sol de encuentro dormido ya seguro, Vamos a encender el fuego y tomamos algo, debes reponer fuerzas, las vas a necesitar. –y ahora su sonrisa se tornó claramente insinuante, erótica incluso-

    El interior era sobrio y aunque al principio creí que haría frio, a los diez minutos de tener el fuego prendido, tuve que quitarme el chaquetón y hasta el grueso jersey que me había recomendado ponerme y que hasta entonces no me había molestado en absoluto.


    -Voy a cambiarme de pantalón y calcetines Javier estos los llevo empapados, deberías hacer lo mismo para no enfriarte.

    Obedecí de inmediato y me desvestí en el salón ya que Ana había entrado al dormitorio. Me puse un nuevo pantalón de chándal y la camiseta que me había regalado Mario de la promoción de su disco.

    Ana volvió vestida con una larga camiseta blanca, que le llegaba hasta los muslos desnudos porque debajo llevaba unos vaqueros tan cortos que no se le veían.

    -¿No cogerás frio?

    -En media hora tu también querrás quitarte ropa, aquí dentro se pasa calor.

    Sacó de su mochila, en un momento, tantas cosas, que parecía una prestidigitadora realizando el truco de la chistera. Varias fiambreras, pan, cubiertos…

    -¿Cómo venias cargada con todo eso?

    -Ya sabes, las mujeres y sus bolsos… -rió-

    Enseguida estuvimos disfrutando de una apetitosa tortilla de patata y cebolla, una salsa de conejo con pimientos verdes y hasta una ensalada. En la cocina había también de todo, al parecer el ornitólogo se había encargado de proveernos adecuadamente.

    Pasamos la sobremesa descansando junto al fuego, ciertamente hacía bastante calor en la estancia. Tendimos esterillas en el suelo y disfruté de la apasionada conversación de Ana, que me relató sus experiencias en aquellas preciosas tierras.

    Se colocó delante de mí, entre mis piernas y recostó su espalda en mi vientre, y su cabeza en mi pecho, la rodee con los brazos entrelazando mis manos sobre su vientre y sentí el sonido de su voz vibrar sobre mi; aquello era un sueño y no quería despertar de ningún modo.

    Dormitamos los dos, yo apoyado contra el asiento de un sillón, ella recostada sobre mí.

    La noche cayó sin darnos cuenta, pues no habíamos abierto las contraventanas y no recibíamos luz del exterior.

    Sonidos extraños, de animales que no conocía, rompían a lo lejos el intenso silencio de la cabaña, donde el crepitar de la leña ardiendo y la respiración profunda de Ana me sumían en un confortable relax que hacía mucho que no sentía.

    -Estoy especialmente bien ahora –dijo murmurando-

    -Creí que dormías.

    -Si, me he dormido unos minutos.

    -¡Unos minutos de casi una hora! –le informé-

    -¿En serio? ¡Oh Disculpa!

    -¿Disculpa porqué? Ha sido una hora maravillosa, además yo también he dado alguna cabezada.

    Ana tomó mis manos y las deslizó bajo su camiseta, sobre su vientre.

    -Tienes las manos suaves de un poeta.

    -¿Todos los poetas las tienen?

    -No lo sé, eres el primero que conozco que me las pone encima. –reímos-

    -Hoy no deben estar muy suaves, con todas las rocas y zarzas a las que se han enfrentado.

    -Siguen siendo suaves –susurró-

    Cogió de nuevo mis manos subiéndolas hasta sus senos; se había quitado el sujetador cuando se cambió de ropa y ahora llenaban mis manos, no eran unos pechos grandes, quizá por eso seguían turgentes y erguidos. La suavidad de su piel y el balanceo de sus senos me excitó de inmediato; los masajee delicadamente, dibujando círculos alrededor del epicentro de sus pezones, que entre mis dedos, despertaban creciendo rápidamente. Oí que su respiración se agitaba y sus suspiros comenzaban a levantar mi miembro ostensiblemente

    -Continua –murmuró mientras vi que se desabrochaba el escueto pantalón y metía su mano buscando la humedad de su sexo. Comenzó a masturbarse, primero de forma casi imperceptible pero su ritmo fue creciendo al compás de sus jadeos. Yo estaba tan excitado que mi pene, aplastado bajo su espalda, pugnaba por levantarse inútilmente. Sentí los espasmos de su vientre y sus gemidos se volvieron gritos ahogados. Su orgasmo me provocó tanta excitación que eyaculé ferozmente bajo la ropa, sintiendo cómo la calidez de mi esperma mojaba la ropa interior.

    No sé el tiempo que nos quedamos allí, quietos, abrazados.

    -Voy a darme una ducha Javier, estoy empapada entre el sudor del día y esto –dijo señalándose la entrepierna-

    -vale, ahora también me doy yo una.

    Ana salió del baño con la misma camiseta, sólo con la larga camiseta blanca. Yo seguía tumbado sobre la esterilla.

    -¿Te quedan fuerzas para llegar a la ducha?

    -¡Voy a intentarlo!

    Me incorporé y al quedar frente a ella, puso su mano en mi bragueta.

    -Debe estar cabreada porque no le he hecho caso –sonrió-

    -No te creas, el placer de verte le ha sido muy productivo. Ha sido una experiencia nueva para mí.

    -¿De veras, ninguna mujer se había masturbado ante ti?

    -Ninguna. Las relaciones con mi ex eran buenas, pero muy “tradicionales”. Tu acabas de hacer realidad una de mis fantasías sexuales.

    -¡Vaya, pues ve a la ducha, que la noche no ha hecho más que empezar!
     
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    LOS PAISAJES DE ANA

    XI

    -¿Javier?, buenos días

    -Hola Ana, buenos días, ¿ocurre algo?

    -Bueno llevo bastantes días sin contactar contigo y no quería que te preocuparas.

    -¿Pero es que ocurre algo? Me tienes días en vilo esperando noticias tuyas, echo de menos tus paisajes.

    -Disculpa pero he estado muy atareada con temas familiares, ya te contaré. Y tú, ¿Cómo vas con la conferencia del círculo?

    -Pues la verdad es que me cuesta concentrarme en ella más de lo habitual, pero creo que la tendré a tiempo.

    -Seguro que si. El martes pasé por una librería y vi en el escaparate un libro tuyo que no conocía.

    ¿Cuál? Hace tiempo que la editorial no saca ninguna edición mía, o al menos no me han avisado.

    -No es nuevo, pero es un libro de poemas tuyo que no conocía. Tu faceta de poeta me encanta, son preciosos.

    -¿El libro de sonetos? ¡Madre mía, tiene años!, no sé qué haría en ese escaparate.

    -La dependienta me dijo que se lo piden bastante, sobre todo jóvenes. Deben ser estudiantes de tu facultad.

    -Pues es la primera noticia que tengo. Pero dime, te noto distante, hay algo que no esté funcionando bien, o solo es que ya te has aburrido de este cascarrabias.

    -¡Tonto!, no digas eso ni en broma, eres lo mejor que me ha pasado en muchos años Javier, y estoy deseando que nos encontremos de nuevo, pero he estado muy liada, ya te contaré. Muy pronto te envío un nuevo paisaje ¿Vale?

    -De acuerdo, no quiero insistirte más pero me dejas preocupado.

    -Pues concéntrate en la conferencia y no pienses en mi.

    -¡Eso es fácil de decir!

    -Bueno, te dejo trabajar, un beso.

    -Un beso Ana, no tardes en escribirme.

    -De acuerdo.

    -Hasta pronto….

    -¿Javier, has colgado?

    -no, dime.

    -Hay algo más que te quería decir… bueno en realidad para eso te he llamado, bueno, es solo… que me apetecía oír tu voz y…. decirte…

    -¿Ana, que pasa?

    -Que… creo que me he enamorado de ti… lo siento, a lo mejor no es bueno, pero quería que lo supieras.

    -¡Ana!, ¿Por qué no ha de ser bueno?

    -No lo sé, no lo tenía previsto, ¿sabes?

    -Nunca se tiene previsto enamorarse. Si te sirve de consuelo te diré que ayer mismo mi hijo me dijo que parezco un adolescente, todo el rato con tu nombre en la boca y flotando como en una nube, empanado me dijo exactamente.

    Se oyó la risa al otro lado del teléfono.

    -Te dejo Javier, ya hablamos. Un beso.

    Colgó. Hubiera jurado que aquella última frase la dijo como sollozando, pero lo que pensé es que estaría emocionada. Era la primera vez que nos confesábamos amor, y aunque habíamos vivido dos meses muy intensos, con experiencias que ni imaginar hubiera podido, ninguno de los dos se había atrevido hasta ahora a hablar de sentimientos. Como si el juego de los paisajes, la aventura de nuestras citas se pudiera romper si añadíamos el componente del amor.

    Me dejó una sensación agridulce la conversación, y tuve que hacer grandes esfuerzos para no llamarla, para no salir en su busca donde estuviera y abrazarla. Luego pensé que mi hijo tenía razón y que lo mejor era serenarme y concentrarme en la conferencia, quedaba solo una semana y mucho por hacer.

    Debía concentrarme, todo lo que tenía que hacer era concentrarme en mi trabajo, era fácil, desconectar de Ana y concentrarme… Era imposible, debía salir y despejarme porque no podía quitarme de la cabeza su llamada. Hacía tiempo que no cogía un cuaderno y salía a caminar, así que me abrigué un poco porque la mañana de abril era fresca y tomé dirección del Retiro, lo tengo a no más de diez minutos de casa.

    Había bastante gente en el parque esa mañana, intenté caminar despacio y observar a mí alrededor, la mayoría de los paseantes parecían caminar con prisa, como si por deformación del día a día ya no supiéramos pasear.

    Llevaba un buen rato ya distraído observando rostros y conductas cuando me di cuenta de que alguien me observaba a mí. Desde un banco cercano, una muchacha me miraba y charlaba con otra chica que estaba sentada del revés, es decir una hacia el camino y la otra de espaldas a este. La joven levantó la mano en lo que parecía un saludo y sonrió tímidamente. Me acerqué a ellas y las saludé.

    -Buenos días, ¿nos conocemos?

    -Yo si –me dijo la muchacha sonriendo-, empecé hace poco a asistir a sus clases en la universidad. Me llamo Sandra.

    -Pues perdona que no te haya reconocido, no soy muy buen fisonomista. Espero que mis clases no te aburran demasiado.

    -Para nada, son muy amenas. Por cierto, le importaría firmarme un libro suyo.

    -Claro que no, déjamelo.

    La muchacha sacó de su bolso el libro de poemas que hacía años había publicado una pequeña editorial, me llamó la atención que estuviera mucho tiempo sin saber nada de él y aquella mañana me lo nombrara Ana y ahora aquella muchacha.

    -¿Me has dicho Sandra?

    -Si

    -¿Lo has leído?

    -Todos no, voy por el número 16 o 17, no estoy segura.

    -¿Lo acabas de adquirir?

    -Hace unos días, pero no me gusta leer la poesía como si fuese una novela, leo uno o dos sonetos y medito sobre lo que dicen, y no leo mas hasta que pasan unos días.

    -buena forma de leer poesía.

    “A Sandra, para que se tome mucho tiempo en leer estos versos” le escribí en la dedicatoria.

    -Muchas gracias, -me dijo y le enseñó a su compañera el libro, que no pareció interesarle demasiado.-

    -¿Le puedo hacer una pregunta sobre los sonetos?

    -Claro.

    -¿Todos los de desamor, o amor perdido, van dirigidos a una misma persona?

    -¡Vaya!, veo que eres una lectora que busca mas allá. Verás, la poesía, al menos la que yo hago, no puede salir más que de experiencias personales, añádele a eso que solo estuve durante muchos años con una sola mujer y creo que tendrás la respuesta.

    -Me lo imaginaba. Sabe usted porque me gustan tanto sus poemas, porque han captado todo el dolor y a la vez todo el amor que se puede sentir por alguien

    -Parece algo personal.

    -Como lo suyo.

    -Pues espero que el dolor pase pronto y el amor te guie siempre. Y espero poder saludarte en clase.

    Nos dimos un beso y seguí caminando, pensaba en lo que la muchacha me había dicho, era curioso que una chica que debía tener poco más de veinte años se identificara con los versos de un cincuentón, era, me dije, la grandeza de la atemporalidad de los sentimientos.

    Aquello me volvió a recordar la confesión de Ana, se sentía enamorada de mi, y yo, sin ser capaz de etiquetar mis sentimientos, me veía también totalmente absorbido por ella, no sabía si llamarlo amor, no sabía cómo llamarlo.

    Recordé el fin de semana en Irati, la locura de vivir el sexo como una prolongación natural de nuestra relación, en dos días allí Ana había abolido todos mis prejuicios sobre el placer, con la misma naturalidad que paseábamos por el valle y jugábamos a robinsones intentando pescar en el riachuelo.

    Me senté en un banco y por un momento creí que la gente que pasaba y me miraba podía leer en mis pensamientos, las imágenes que evocaba de los momentos que vivimos en aquella casa.

    Recordé con que sutil habilidad me propuso que fuésemos contando nuestras mas intimas fantasías y si lo veíamos posible, hacerlas realidad. Ella me contó que una de sus fantasías era practicar con un hombre la penetración anal, pero que nunca se había atrevido por vergüenza y miedo al dolor, su fantasía consistía en ser penetrada y también sodomizar ella a la pareja. Tras minutos de caricias y besos, ambos, adoptando la postura del sesenta y nueve lubricamos la zona con un gel que había traído, tras unos minutos de excitación máxima, sentí como introducía su dedo en mi ano, con extrema delicadeza, yo hice lo propio en el suyo y durante un buen rato jugamos a meter y sacarlo cada vez de forma más profunda y rítmica; cuando Ana tocaba con la punta de su dedo, por dentro de mi recto, la zona de la próstata, me producía unas sensaciones que antes nunca había sentido, un placer diferente. La experiencia, de nuevo, había sido extraordinaria, y aún aquella tarde, al recordarla, sentado en medio del parque, sentí que el calor me subía a la cara.

    Regresé a casa y me propuse trabajar un rato en la conferencia, pero antes, puse música y me di una ducha larga y cálida. Dejé que el agua cayera sobre mí durante mucho rato, no era posible apartar a Ana de mis pensamientos y recordando en qué forma me lo hizo en la ducha de aquella vieja casona verde, me masturbé visualizando su boca lamer y tragarse una y otra vez mi miembro.

    Cuando salí de la ducha, la música de Chopin seguía sonando, pasé el resto del día acabando la conferencia del círculo.

    Bien entrada la tarde, el teléfono que había estado mudo, afortunadamente, hasta entonces, sonó sobresaltándome. Era Mario.

    -¿Papá que haces?

    -Hola, pues estoy en casa trabajando, ¿qué ocurre?

    -No nada, ¿recuerdas que te hablé de una chica que había conocido?

    -Si, claro.

    -Pues me gustaría presentártela, ¿porqué no salimos y tomamos algo los tres?

    -¿Hoy?

    -Si, es que mañana temprano se marcha.

    -Bueno pues pasad por aquí, voy a vestirme, que me has cogido en bata.

    -Vale, a las nueve pasamos, ¿vamos al chino amigo tuyo?

    -Hoy es el día que cierra, ahora llamo yo a Botín, estoy tiempo sin saludarle, si tiene mesa pasamos por allí.

    A las nueve Mario abrió la puerta de casa y me presentó a su amiga,

    -Papá te presento a Irene

    -¡Doctora Andreu!

    -Señor Rosendo

    -¡por favor, llámame Javier!

    -Está bien, a condición que me llame Irene.
     
    #11
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    LOS PAISAJES DE ANA

    XII

    Como de costumbre, vísperas de acontecimientos igual a insomnio. La conferencia estaba preparada, no era la primera vez que me dirigía al público del círculo, me apasionaba el tema y sabía que lo dominaba lo suficiente como para salir airoso de un acto como aquél, sin embargo estaba más nervioso que de costumbre, incluso en la tertulia me lo habían notado mis colegas.

    Tampoco era solo por la conferencia, lo sabía, aunque intentara no pensar en ello, la ausencia de noticias de Ana en toda la semana me tenía intrigado. Abría el correo aguardando un paisaje que no llegaba, y me extrañó que ayer no me llamara para desearme suerte con la conferencia. ¿Por qué aquel silencio, era premeditado, preparaba algo especial y me mantenía adrede en este impás?

    Tenía que distraerme, apenas eran las ocho de la mañana y por delante tenía que llenar doce horas hasta mi cita con los eruditos melómanos del siglo de oro.

    Decidí no desayunar en casa, para buscar distracción, así que bajé a una cafetería a dos manzanas. El aire era fresco pero se sentía la luz de la primavera, estaba todo lo despejado que Madrid puede estar en un día despejado.

    A aquellas horas ya no había mucha gente en la cafetería, una hora antes habría estado abarrotada de gente que desayunaba antes de ir al trabajo, y una hora después estará atestada de madres que han dejado a los niños en el colegio y se reúnen allí a desayunar antes de volver a sus tareas. Pero a las ocho y media no habríamos más que ocho o diez personas. Tomé una mesa y di cuenta de un buen café con leche y una esponjosa ensaimada.

    Me propuse desayunar con tranquilidad, tomarme el día con la máxima serenidad posible. Cuando empezaron a llegar las señoras, pedí la cuenta y salí en busca de la prensa. De vuelta a casa me sonó el móvil y atendí y una llamada del Círculo de Bellas Artes, quería saber si iba a necesitar algo en especial para la conferencia y ultimar los detalles del orden del día. Cuando colgué vi que tenía un mensaje de Cecilia para que la llamara.

    -¡Buenos días Cielo! ¿Estás bien?

    -¡Hola papá!, Si gracias. ¿Hoy es tu conferencia verdad?

    -Si, luego a las ocho de la tarde.

    -¿Estas muy liado entonces?

    -No demasiado, lo tengo todo preparado y no he previsto nada más para hoy. ¿Por qué?

    -Buenos, llevamos tiempo sin comer juntos, me preguntaba si podías hoy.

    -Pues no es mala idea, necesito despejarme y charlar contigo me vendrá bien.

    -Oye papá, ¿Algún problema con que se venga también Luisa?

    -¡Por favor Cecilia, que cosas tienes, claro que no!

    -Vale, esta vez pagamos nosotras, ya te contaré –se la notaba exultante-

    -De acuerdo, ¿Y adonde me vas a llevar?

    -¿Te recogemos a las dos?

    -Está bien, pero no me has contestado… ¿Todo sorpresas?

    -¡Si! -rió-

    -De acuerdo cielo, pero no vayamos muy lejos, a las seis como muy tarde quiero estar en casa para arreglarme y coger todo sin prisas.

    -No te preocupes.

    Al colgar aproveché para llamar a Mario, hacía días que tampoco sabía nada de él.

    -Dime papá.

    -Hola Mario, ¿Dónde estás?

    -Pues ahora mismo estoy con los chicos del grupo. ¿Qué quieres?

    -¡Oh nada!, es que acabo de hablar con tu hermana y como tampoco sabía nada de ti…

    -Si, disculpa papá por no llamarte estos días, hemos estado liados preparando cosas del nuevo concierto.

    -Bueno, no pasa nada. Y dime ¿Qué tal con la Doctora?

    -¡Muy bien! Este fin de semana libra y me voy a Albacete en tren, lo pasaremos en su apartamento. Hablamos casi todos los días.

    -¡Estupendo!

    -¿Y tú, que tal con Ana?

    -Bien, bueno ahí estamos, ya sabes que es muy especial y lleva un ritmo un tanto errático… Supongo que será cuestión de tiempo.

    -¿Pero estáis bien, no? Me refiero entre vosotros.

    -Si, si. Perfectamente, es sólo que yo soy más convencional, y eso de saber de ella tan de vez en cuando me tiene algo desquiciado.

    -¡Pues coméntaselo! No te lo calles porque es peor, pero bueno mi experiencia con las mujeres no te servirá de mucho, así que no hagas mucho caso a mis consejos.

    -Bueno, quizá tengas razón y deba dar yo algún paso.

    -Oye papá, perdona, ¿quieres que hablemos mañana?, ¿nos vemos y así me cuentas más en detalle? Es que ahora los chicos me reclaman.

    -Claro hijo, mañana quedamos. Un beso. Cuídate.

    -¡Tu también, papá!.... Ah! y mucha mierda esta noche.

    -Gracias.

    A medio día, Cecilia pasó a recogerme con la exquisita puntualidad que siempre guardaba y fuimos los tres a un restaurante en el barrio de Chamberí, cuyo curioso nombre era “Con amor”.

    La cocina resultó muy buena, ellas comieron unas berenjenas con salmorejo y yo unas carrilladas con hongos, ambos platos, especialidad de la casa.

    -¿Bueno y a que se debe este lujo?

    -Papá, ¡hemos conseguido un contrato con la más prestigiosa cadena de productos de belleza y van a promocionar sus últimos lanzamientos en nuestro local!

    -¡Vaya, eso debe traducirse en mucho dinero!

    -¡Claro, sólo por la publicidad gratuita que va a suponer es ya un chollo! Pero además vamos a tener durante un tiempo varios de sus productos nuevos en exclusiva.

    -¡Pues en ese caso, brindemos por el futuro de vuestro local!

    La comida se prolongó con los cafés hasta las cinco de la tarde. Era muy alentador para mí como padre verlas tan felices con su futuro profesional, y verlas también tan unidas como pareja, a Cecilia se la notaba feliz y eso me daba felicidad a mí y mucha tranquilidad.

    Cuando llegué a casa miré el ordenador por si tenía alguna noticia de Ana, pero nada nuevo había y aquella situación me empezaba a desbordar. ¿Porqué aquél silencio, que pretendía manteniéndome en aquella espera?, ¿Por qué no la llamaba yo? ¿Orgullo de no querer parecer desesperado?

    Me di una ducha, me cambié de ropa y pedí un taxi para ir a la calle Alcalá, donde se encuentra la sede del círculo.

    La conferencia comenzó con algo de retraso, el habitual en estos casos mientras se espera que el aforo se complete; poco a poco fueron llegando, hasta unas cincuenta o sesenta personas.

    Había apoyado mi conferencia con una serie de audiciones de obras que, como el título de la disertación anunciaba, tenían claras conexiones con obras literarias de la época. El público fue muy respetuoso y les agradecí que permanecieran en su sillones, sin moverse, las dos horas que casi duró la ponencia.

    Tras unos breves aplausos, algunos se acercaron al atril para felicitarme y cambiar impresiones.

    En el fondo de la sala, una mujer me había llamado la atención porque no parecía acompañada de nadie y era sin duda demasiado joven para la edad del resto del auditorio. Desde el atril la observé en varios momentos, su rostro me resultaba familiar, morena, con una larga melena de cabello ligeramente ondulado, de tez también morena y bonitas facciones. No debía tener más de treinta años. Vestía un traje oscuro de falda y chaqueta, con una blusa azul cobalto.

    Seguía allí sentada en el fondo de la sala y cuando apenas quedaban dos o tres personas hablando conmigo, me disculpé y me acerqué a ella joven. ¡Había algo en su rostro que me resultaba tan conocido!

    -Disculpe señorita, la he estado observando todo el tiempo, y creo que su cara me resulta conocida, pero soy muy mal fisonomista, ¿nos conocemos?

    -No, no nos conocemos –la muchacha bajó los ojos, como buscando palabras con las que proseguir-, luego abrió su pequeño bolso, azul como su blusa, y extrajo un sobre doblado- Verá vengo porque debo darle esto y decirle algo.

    -¿te encuentras bien?

    -¿Podríamos sentarnos por favor?

    -Claro - nos fuimos a un rincón de la sala, el más lejano del atril, donde seguían departiendo varios asistentes-, dime quien eres, hasta tu voz me resulta conocida ¿y qué hay en este sobre que deba tener yo?

    -Disculpe señor Rosendo, soy Amanda.

    -¡Amanda!, ¡Claro, como no te había reconocido! ¿Eres hija de Ana, donde está ella, que ocurre?

    La muchacha rompió a llorar y no había forma de conseguir que articulara palabra, comprendí que si ella estaba allí, Ana era el motivo y no debía ser nada bueno a juzgar por el desconsolado llanto de la joven. Le presté my paquete de pañuelos y le rogué que por favor se calmara y me explicara.

    -Mi madre me dio esto para usted y me dijo que viniera hoy a dárselo si ella… -y volvió a llorar-, disculpe… mi madre falleció el martes..

    -¿qué? –un sudor frio recorrió mi espina dorsal. Aquello no podía estar pasando-

    -Todo ha sido tan rápido, en una revisión le detectaron algo extraño en un ovario hace unos días, pero la metástasis ha sido muy agresiva, la semana pasada le dijeron que iban a operarla, intentar extirparle la zona dañada, el lunes las condiciones eran ya muy desfavorables, se estaba extendiendo incluso a un riñón. Todo ha sido muy rápido.

    La apoye contra mí hombro porque vi que le era imposible hablar. Y yo no podía escuchar tampoco. No era posible, Ana estaba tan llena de vida.
     
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    LOS PAISAJES DE ANA

    XIII


    El timbre de casa no dejaba de sonar, no sabía el tiempo que hacía que el móvil se descargó, cansado también de emitir todo tipo de sonidos de advertencia de mensajes y llamadas.

    Escuché la llave de la puerta girar y luego gritos.

    -¡Papá!... ¡Papá!

    Reconocí la voz de Cecilia y Mario.

    -¿Dónde estás?, ¡Papá!

    Les oí entrar al salón y a la cocina, también les escuché abrir mi dormitorio e incluso el contiguo donde se había quedado Mario el tiempo que estuvo convaleciente. Luego llamaron a la puerta del aseo, no recordaba haberla cerrado, nunca la cierro cuando estoy solo, pero oía que forcejeaban con la manivela y luego escuché un golpe seco y la puerta se vino abajo.

    -¡Papa!, ¿qué haces aquí?, ¿cuánto tiempo llevas ahí dentro?

    Demasiadas preguntas para una mente tan embotada como estaba la mía, es cierto que les escuchaba, que les entendía, pero no tenía nada que contestar en realidad. Estaba allí, ¿Qué más daba lo que hiciera o el tiempo que llevara? ¿Qué importancia tenía estar en aquél o en cualquier otro lugar?

    Me contaron que estaba completamente vestido, con la camisa, el pantalón y los zapatos, dentro de la bañera. Con el agua cubriéndome hasta el cuello, si en algún momento estuvo caliente, cuando me cogieron estaba fría como un témpano.

    Me contaron luego que temblaba como un azogado, que tenía la piel amoratada y los ojos hinchados. Que me sacaron de allí entre los dos y me desnudaron y me pusieron ropas secas, y que me metieron en el sofá con dos colchas encima. Me dijeron que en el suelo del aseo había una botella de ginebra y otra de whisky, pero que ambas estaban vacías. Que se quedaron conmigo en casa los dos días siguientes, mientras yo dormía. Pero yo no dormía, les oía deambular por la casa, parecía que estaban limpiándola y les oía hablar bajito cuando estaban en el salón.

    Al final del segundo día de tener allí a mis dos hijos les llamé.

    -¿Cecilia, Mario?

    Acudieron corriendo desde la cocina.

    -¡Papa! ¡Por fin! ¿Cómo te encuentras?

    -escuchad, gracias por haberme cuidado estos dos días, marchaos ya que habéis dejado desatendidas muchas cosas vuestras por culpa mía.

    -¿Estás loco?, Cecilia te llevaba llamando toda la semana, yo te llamé cinco o seis veces el siguiente de la conferencia, como habíamos quedado. Hasta que anteayer ella me preguntó si yo tenía llaves de casa porque no sabíamos nada de ti. Ahora nos quedamos unos días contigo, hasta que te encuentres bien. Hemos preparado algo de comer, así que por favor levanta y comamos los tres.

    -No Mario, comemos y os marcháis, yo estoy bien ya. Tomo algo con vosotros y luego me quedaré en casa, tengo muchos papeles que revisar. ¿Qué día es hoy?

    -Jueves.

    -¿Jueves?, no, jueves fue la conferencia…

    -¡Jueves, 7 días después de tu conferencia papá!

    -¿Qué?

    -Si papá, llevabas cuatro días metido en el agua de la bañera, sin comer, sin… nada.

    -¡Dios santo!, mis muchachos tenían exámenes.

    -Hemos puesto a cargar el móvil, tienes un sinfín de llamadas y mensajes, además de los nuestros.

    -Está bien chicos, tomemos algo, debo ponerme al día con mi trabajo.

    -Eso está bien. Vamos pues, hemos preparado una sopa estupenda y algo de carne que tenías congelada.

    Me ayudaron a levantarme porque realmente no me encontraba con fuerzas ni para llegar a la mesa de la cocina. La sopa me supo a gloria, pero no pude tomar nada más. Por fin pude convencerles de que estaba bien, que hablaríamos por la noche para que quedaran tranquilos.

    No sabía por dónde empezar, ¿el ordenador?, ¿el escritorio?, ¿debía atender los mensajes atrasados para tranquilizar a la gente preocupada por mi? Cogí el móvil y contesté los mensajes que consideré más urgentes, del rectorado de la universidad, de los amigos de la tertulia… luego me encontré con uno de Amanda que me preguntaba si estaba bien y si podía concertar conmigo una cita para tratar algún asunto que quedó pendiente. Hacía tres días que me lo había enviado y yo no estaba en condiciones de ver a la muchacha.

    Recordé entonces que me dio un sobre, y todavía no conocía su contenido ni sabía dónde estaba. Revolví infructuosamente en el portafolio que llevé a la conferencia, sobre el escritorio tampoco había nada, y mi ropa había sido lavada y guardada. Llamé a Mario y Cecilia pero ninguno de los dos había visto nada.

    -¡Guardasteis mi ropa no!

    -Si papá pero en los pantalones no había nada más que las llaves oxidadas por cierto, te las dejamos dentro del cenicero grande que tienes en el salón, donde tu las pones siempre.

    -¡Pero la hija de Ana me dio un sobre que debo leer!

    -¿Y no recuerdas donde lo guardaste?

    -¡No!, pensaba que en el portafolios pero no está. ¿Qué traje llevaba puesto?

    -Llevabas un pantalón gris oscuro y una camisa blanca.

    -¿Y la chaqueta?

    -En la bañera no llevabas chaqueta.

    -¡Pero yo fui con traje!, ¡llevaba mi chaqueta!

    - A ver si te la dejaste en el círculo papá, ¿quieres que me acerque a preguntar?

    -Gracias hija, no es necesario, voy a llamarles yo.

    En el Círculo nadie recordaba haber visto mi chaqueta de traje, es más el conserje recordaba que salí del local junto a una muchacha y llevaba el traje completo.

    Entonces llamé al servicio de taxis, localizaron el taxista que me recogió aquella noche en Alcalá y antes de una hora me llamaron diciendo que efectivamente habían dejado en objetos perdidos una chaqueta de aquella carrera. Me pidieron identificar la chaqueta y gracias a que les confirmé que en un bolsillo debía haber un sobre blanco doblado y cerrado, no tardaron en enviar a un mensajero con la prenda.

    Allí estaba el sobre, debía abrirlo y enfrentarme a las palabras de Ana, por última vez. Pero antes de hacerlo todavía pasé toda la tarde sentado frente a él, incapaz de leerlo.

    Cuando creí tener las fuerzas necesarias, tomé el abrecartas y con mucho cuidado lo abrí sin romper el sobre.

    “Javier, si estás leyendo esto es que algo ha salido mal, y en tal caso te pido perdón por hacerte tanto daño dejándote de esta forma. Jamás pude imaginar que este fuera el desenlace y solo quiero que sepas que tuve la gran suerte de ser inmensamente feliz mientras estuvimos juntos. No me odies por no haberte dicho nada de la enfermedad, ni yo misma conocía su alcance, pero además es mejor que me recuerdes como me conociste, por eso pedí a Amanda que si me ocurría algo en la operación te entregara esto.

    Javier, únicamente hay una cosa que deseo pedirte. Nunca nos hemos pedido nada, porque nos hemos dado el uno al otro cuánto queríamos, pero ahora debo ser infinitamente egoísta y aprovecharme del afecto que sé que me tenías. ¿Cuidarás un poco de Amanda? Es una muchacha muy despierta y sé que en la mayoría de asuntos se valdrá por sí misma, pero ha sufrido muchísimo a nivel sentimental, cosas que yo no puedo contarte ahora. Tan solo te pido que de vez en cuando te intereses por ella. Es lo único de valor que dejo.

    Ahora te dejo con el último paisaje que recibirás mío, este no podremos descubrirlo juntos, pero si algún día vas, yo estaré allí dentro de ti.

    ‘La playa allí es ancha y de arena suave, y aunque el mar es demasiado abierto y algo traicionero, el agua es cálida y limpia. En Mayo, todavía no hay aglomeración de turistas, y desnudar los pies y sentir el ir y venir de las olas, dejando que su espuma blanca masajee tu piel, es un placer que casi todo Madrid conoce. El sol ya calienta lo suficiente para despojarse de casi todas las prendas y andar con pantalón corto y camiseta, o incluso menos si no se es muy friolero. Hay más de dos kilómetros de paseo, con el rumor del mar, la brisa salada y el calor incipiente la relajación está asegurada. Más arriba de las dunas un bosque de pinos carrascos y piñoneros componen un bonito parque llamado “del molino de agua”. Una construcción de pasarelas de madera y caminos empedrados permiten recorrer el pinar disfrutando de una tranquilidad sanadora. Muchas parejas pasan cogidas de la mano, cuando son octogenarias y las veo tan juntas, sin apenas hablar porque se conocen las miradas y los gestos y establecen un lenguaje mucho más profundo que las palabras, no puedo evitar mirarlos y si me miran sonreírles tratando de comunicarles “ gracias por enseñarme que sí es posible”.

    Por los caminos que se adentran entre los pinos, la sombra es fresca y la multitud de bancos que jalonan el sendero invitan al caminante a detenerse y saborear el tiempo.

    El Molino envía agua fresca hacia una conducción de canales y lagunas artificiales que se suceden entre ellas con pequeñas cascadas, lo que refresca el ambiente tórrido del verano y emite una musicalidad acuática que embriaga el entorno.

    Un poco más arriba, al principio del parque, un restaurante con forma de barco se alza a la entrada del pinar, junto al molino. Un buen rincón donde reponer las energías gastadas con el largo paseo de la tarde”

    La cabeza me daba vueltas, no sabía qué hacer. No tenía ganas de hacer nada.

    Debía responder al mensaje de Amanda, pero la idea de volver a verla me daba escalofríos. ¡Dios como se parecía a ella! Incluso el timbre de su voz, su mirada evocaba los ojos negros de Ana con tanta claridad.

    Pero no podía pasar por alto su petición.

    -¿Dígame, Sr. Rosendo es usted?, ¿Oiga?

    Su voz, ese timbre tan jovial, parecía que Ana hablara a través de ella.

    -Perdona, ¿Amanda?

    -Si, soy yo.

    -Hola, no me llames Señor Rosendo por favor, tutéame. He visto tu mensaje, disculpa que no te llamara antes, he estado…. bueno, liado.

    -Gracias por llamar Señ…, perdón, Javier, verá, igual le parece un atrevimiento por mi parte, pero mi madre me dijo que podía confiar en usted y ando bastante confusa con algunos asuntos relacionados con su pérdida. Si Usted… Si tú me pudieras ayudar.

    -Está bien, podemos vernos y me cuentas, si algo puedo hacer lo intentaré.

    -Muchas gracias Javier, dime cuando y donde podemos quedar, no quiero quitarle mucho tiempo, indícame el sitio y me acerco.

    -¿Conoces la plaza de 2 de Mayo?

    -Si claro.

    -Bien, pues en la esquina con la calle San Andrés hay una pequeña tetería.

    -La encontraré, no te preocupes.

    -De acuerdo, ¿Qué te parece mañana a las 8 de la tarde?

    -Perfecto, allí estaré.

    -Buenas tardes Javier. Y gracias de nuevo.


    FIN
     
    #13
  14. AntonioG

    AntonioG Poeta recién llegado

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    Acabo de regresar al foro y leí sólo el primer capítulo. Me agradó la pulcritud de la narración y me gustó la trama en lo poco que pude enterarme. Continuaré leyendo. Saludos.
     
    #14
  15. versos rotos

    versos rotos La poesía es el cristal a través del que miro.

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    Muchas gracias AntonioG, espero puedas seguir todo el relato y opines sobre él.
     
    #15

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