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Un cuento para mis nietos

Tema en 'Prosa: Infantiles' comenzado por Carlos Justino Caballero, 24 de Abril de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 1239

  1. Carlos Justino Caballero

    Carlos Justino Caballero Poeta recién llegado

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    Era la tardecita y como invariablemente a esa hora, acompañado de un mate y a la sombra de cipreses, me disponía a ver la puesta de sol. Un espectáculo que me cautivó siempre.

    Y estando en esa contemplación sentí muchos pequeños pasos que se acercaban corriendo. No tuve tiempo de girar mi cabeza para ver a los intrusos cuando ya los tenía sentados a mis pies en derredor y mirándome fijamente: eran mis nietos.

    Vicky, la mayor, fue quien habló primero: “Me dijo mamá que cuando era niña siempre les contabas cuentos a tus hijos. ¿Nos contarías a nosotros alguna historia?” Mi corazón saltó de gozo al saberme querido y rápidamente mi mente hurgó en sus recuerdos. Esperé unos minutos para crear el clima y con misteriosa mirada y voz un tanto impostada comencé a contar: Hace muchos años en esta zona, donde ahora estamos, todo era distinto: No estaba el rancho, ni estos árboles grandes, ni todos los arreglos que hicimos en el campo. La vegetación era agreste y predominaban los talas y espinillos y había muchos más animales salvajes de los que podemos ver ahora. Ustedes han visto zorros, iguanas, víboras y toda esa maravilla de pájaros que nos visitan a diario. ¡Pero nunca vieron pasar por acá al puma! Dicho esto con especial énfasis.

    Cande me interrumpió: “¿qué es un puma, abuelo?” Un león, le respondí, es el león americano. Como un gran gato, pero muy malo y que se comía a muchas ovejitas.

    Y traté de seguir la narración que veía estaba atrapando la atención de todos los nietos que me miraban con ojos que no les entraban en la cara.

    Tantos pumas existían en ese entonces que preocupaban a los paisanos del lugar por la pérdida de animales de pastoreo, pues entre ellos no alcanzaban a matar a tantos pumas para evitar la mortandad de ovejas. Es que los pumas, les dije, muchas veces cazan para enseñar a sus cachorros cómo deben hacerlo y no sólo para comer. Fue entonces cuando un viejo criollo de nombre Cipriano y que vivía en las cercanías, citó a sus vecinos a una reunión para contarles que él conocía la solución del problema. Les dijo en la tertulia, rodeando un fogón y en oscura noche sin luna, que conocía a dos hombres que eran cazadores de pumas: Don Zoilo y Don Zenón. Dos viejos que eran leyenda en sus pagos donde ya no había leones. Se habían ido a vivir arriba a la montaña y muy lejos de ellos.

    Con el acuerdo de todos encargaron a un joven jinete que fuera a buscarlos y que partiera en tres caballos, porque era tan lejos que tendría que pasar muchos cerros y grandes ríos por lo que debería cambiar de monta seguido. Y partió el muchacho, de nombre Justo Pastor, con todo lo necesario para un largo viaje.

    La espera se hizo larga por la ansiedad de todos los que esperaban. A los diez días, se escucharon relinchos en el corral de los caballos que desde allí advertían la llegada de otra caballada.

    No se movía una mosca entre mis pequeños y queridos oyentes. Hice un silencio un poco más prolongado que lo llevó a Joaquín a apurarme: “¡Dale abuelo, ¿qué pasó!?” Y Josefina que me miraba absorta lo apoyó enseguida: “¡Sí, Abu, dale!”

    Entonces seguí contando: Por la huella de lo que fue el camino real se vio aparecer a Justo Pastor, montado en el tordillo y llevando a tiro al tobiano y al zaino. Metros más atrás y sobre dos matungos que apenas movían sus patas lo seguían Don Zoilo y Don Zenón. Llegaron al lugar donde todos esperaban como adivinando el momento en que llegarían.

    El muchacho desmontó de un salto y ayudó a los otros hombres a bajarse de sus jamelgos y se llevó los caballos para darles agua y comida y dejarlos en el corral.

    Las miradas de todos se clavaron en los recién llegados como facones: Eran gauchos de muchos años, curtidos por soles y por fríos, de caras arrugadas y encorvados y con andar lento y oscilante, pues ambos eran rengos, probables secuelas de sus andanzas. Tenían algunas cicatrices causadas por heridas de colmillos muy feroces, recuerdos de sus enfrentamientos con los pumas.

    Cuando se les preguntó, entre mate y mate, si efectivamente habían hecho desaparecer a los felinos de sus pagos, la respuesta no se hizo esperar: “¡No queda ni uno, paisanos!” Y al preguntárseles que armas usaban, la respuesta fue sorprendente: “Un poncho y una estaca. Llevamos el poncho para defendernos de los colmillos y las garras y a la estaca, decía mientras mostraba un palo de unos treinta centímetros, se la ponemos entre los dientes. Con la cola le atamos las patas al puma y lo llevamos lejos. Y entre ellos se van pasando la voz y huyen antes que les pase lo mismo”.

    Nadie les creyó pero, después de acordar la paga, los viejos criollos comenzaron su tarea lejos de la mirada de los descreídos. Lo cierto es que en menos de ocho lunas ya no había más matanzas en la zona. Nunca nadie más pudo ver un puma ni ovejas muertas y tampoco se supo más de Don Zoilo y Don Zenón que partieron en sus caballos casi tan viejos como ellos y después de recibir la paga

    Abuelo feliz y agradecidos los nietos.

    De mi libro "De trazos del borrador".







    Más allá de la imaginada historia para mis nietos, la verdad es que en la provincia argentina de Córdoba, donde hace 50 años abundaba, hoy es una especie en peligro de extinción. Fue allí donde el Dr. Nores Martínez creó la raza de perro dogo argentino, pensada para abatir al puma (entre otras especies) en lucha cuerpo a cuerpo entre felinos y perros, en un tipo de caza llamada «caza de Montería» en su versión criolla. Para este tipo de caza muchas veces se entrena a los perros haciéndolos pelear con pumas en cautiverio, práctica ilegal que se sigue realizando de forma clandestina. Esos pumas suelen morir prematuramente de ataques cardíacos. Al igual que casi todos los felinos, el puma es un animal solitario. Sólo las madres y sus cachorros viven en grupos. Es discreto y crepuscular (es más activo en torno a amanecer y al anochecer). Por supuesto que el avance de las poblaciones urbanas y la falta de alimentos naturales va restringiendo su hábitat y eso lleva a su desaparición progresiva.
     
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