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El nido

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por matisoto21, 13 de Octubre de 2017. Respuestas: 1 | Visitas: 236

  1. matisoto21

    matisoto21 Poeta recién llegado

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    A la vuelta de mi casa, junto a la despensa, se encontraba el nido. Una antigua casa, bastante descuidada. Con sus pastos largos en el frente y la puerta de entrada de metal oxidada, era el refugio de una familia cuya madre había criado allí a 8 niños, de varios padres distintos. De ahí el apodo del lugar, en modo de burla y con un dejo de desprecio ante la precariedad de la misma entre tantas casas bien arregladas de vecinos de clase media, prejuiciosos y altaneros.
    El nido aún albergaba a los 8 y su madre, quien también era abuela de 4 pequeños, hijos de dos de sus hijas mayores.
    Desde los primeros a los últimos hijos, la madre demostró poca paciencia e inclusive violencia verbal y física hacia los 8. Por esto no era querida en el barrio, pero no por ello sus hijos debieran estar considerados de la misma manera. Fueron bebés, niños y adolescentes sin contención. Sin un mimo ni una demostración de cariño. Lo se porque Josefina, una de las del medio, concurrió a la primaria conmigo, aunque luego se vio Obligada a abandonar en 2do año para ayudar en la economía del hogar.
    Desde que tengo memoria la recuerdo llevando a los más chicos al comedor diario en donde al menos tenían una comida caliente todos los mediodías. Eran 30 cuadras hasta allí pero nada la detuvo para, en su bicicleta con carro detrás, pedalear de lunes a viernes por amor a ellos. Siempre me pregunté de dónde pudo sacar amor sin haberlo recibido nunca. Su corazón siempre fue lo que mantuvo a su familia de pie, aguantando a sus hermanos mayores totalmente ajenos a ayudarla en nada.
    Eso era sólo una de sus tareas diarias. El sustento económico de los 8 y su madre había sido, casi en su totalidad, responsabilidad de ella desde sus 9 años. Josefina salía a diario a vender tortas fritas, pastafrolas, bizcochuelos entre otras cosas que ella misma hacía, para llevar un plato de comida caliente para cada miembro de su familia. “Así la explotaban” siempre pensaba yo, con bronca del aprovechamiento ante su bondad y sacrificio. Una bronca que nunca utilicé para darle una mano. Simplemente me causaba pena, pero no me entrometí en la causa.
    Una tarde la volví a ver vendiendo sus comidas puerta por puerta. Estaba ojerosa y desarreglada. Se le notaba el cansancio sin necesidad de hablarle. Solo la salude, mientras seguí mi marcha por la vereda de enfrente. Con vergüenza. Casi sintiendo culpa por no ayudarla, con sus ventas, con su familia, con su vida. Es que Josefina era una de esas compañeras fieles. Habíamos entablado una buena amistad en los años que coincidimos en la escuela. Diría (creo) que fui el único que entró al nido, y lo hice en varias ocasiones.
    Un lunes lluvioso, de esos fríos de invierno que te congela los huesos, pasó por enfrente de mi casa con su bandeja. Le grité y ella vino hacia mi. Salí de la casa, mojandome y sintiendo el frío. El frío que ella soportaba con tal de vender unas tortas. “¿Qué sucede?” me preguntó temblorosa. Sus labios estaban pálidos. Y El piloto que llevaba puesto no tenía capucha, por lo cual tenía su largo pelo enteramente mojado. “Pasa a mi casa, tomemos un café caliente” le dije sonriente. Su cara ni se inmutó ante mi invitación. Sólo dijo “Tengo que seguir, hoy no fue un día de muchas ventas”. Pispeando lo que tenía en la bandeja vi unas tortas fritas y dos bizcochuelos con sólo algunas porciones faltantes. “Te compro todo lo que hay en tu bandeja, sólo para que pases a tomar café y puedas secarte. Hace demasiado frío”. Josefina se detuvo a pensar un instante, mirando para la calle y luego a mi, como evaluando mi propuesta. “Está bien” contestó tímidamente.
    Hablamos un par horas. Me enteré de muchas cosas de su vida que nunca me había contado. Josefina había vivido hasta sus 7 años con su padre, quien la había educado en base a los valores más importantes: respeto, amabilidad, cortesía, no mentir, esforzarse al máximo para cumplir sus metas, responsabilidad. Ahí entendí porque era como era. Luego su padre murió de cáncer y ella cayó en el nido como una extraña. Pero nunca perdió sus principios. De tan chiquita, una niña, asumió que debía cuidar a sus dos hermanas y su hermano menores que ella. Luego el resto le sacaba provecho, sin importarles. “Hacía mucho no hablábamos” me dijo, “exactamente 5 años y 3 meses” continuó diciendo. Al ver que yo la miraba perplejo, aclaró “es el tiempo que hace que tuve que abandonar la escuela”.
    Pasamos una linda tarde y aunque ella no lo quería aceptar la di unas milanesas que tenía en el freezer para que pueda llevar al nido. Me agradeció y la vi sonreír por primera vez en la tarde. Su sonrisa la hacía ver distinta. Podía haberme quedado viéndola un buen rato. “Eres más linda sonriente” le comenté. Ella se sonrojo, mirando para sus costados incómoda. “Deberías usarla más seguido” concluí diciendo.
    Esa, aunque yo aún no lo sabía, había sido la bisagra de una relación de aprecio mutuo incesante. Luego de aquella tarde todo cambió. Charlabamos muy a menudo e inclusive la ayudaba a salir a vender su mercadería. Intenté cocinar con ella pero la cocina no era lo mío. Sin embargo si lo era la venta. Entusiasmados pudimos recolectar dinero extra, ocultandolo de los demás miembros de su familia. Josefina no dejó de ayudar a su familia y nunca lo haría, pero había aprendido de mi que podía ser más ambiciosa en cuanto al destino que podía darle a su vida. Sus sonrisas aparecían con más frecuencia y eso me llenaba el corazón.
    Después de varios meses y con la ayuda de mi padre decidimos comenzar un negocio juntos.Un pequeño bar, en donde ella cocinaba y yo atendía al público. No sólo ella había crecido y se valoraba más, también yo lo hice dado que al terminar la secundaria no había hecho nada más que vivir de mis padres. Así nos encontramos hoy. Juntos, socios y mejores amigos. Aprendimos uno del otro, y entendí que no vale nada quedarse sentado esperando que se solucionen los problemas tanto ajenos como propios. Salir a buscarlos era la única opción. Y su sonrisa borró mi culpa. Y su progreso fue mi progreso. Y sus límites ante el abuso sus hermanos del nido fueron impuestos. Y así, liberó su potencial. Liberó su alma sacrificada, para ponerla en acción para el bien propio, dando a su familia lo necesario pero ya sin dejarse pisotear. Su alegría fue la mía y viceversa.
    Hoy estoy muy feliz. Ganó la perseverancia. Ganó la voluntad. Ganó una persona de bien.
     
    #1
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  2. martagclara

    martagclara Poeta recién llegado

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    22 de Agosto de 2017
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    Hermosa historia :). SALUDOS
     
    #2

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