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Tristeza enmascarada

Tema en 'Prosa: Obra maestra' comenzado por Adri García, 23 de Octubre de 2017. Respuestas: 2 | Visitas: 910

  1. Adri García

    Adri García Poeta recién llegado

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    25 de Diciembre de 2014
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    Brillaba la luna y la noche alcanzaba su máximo apogeo. El reloj marcaba las 5:30 de la mañana y, entre muebles y vestidores, allí estaba ella yaciendo resplandeciente mientras se encontraba sumida en un sueño profundo a la par que agradable, que rápidamente quedó interrumpido cuando la alarma hizo sonar su voz estridente y provocó que las neuronas de Helen se alborotaran y su cuerpo diera un sobresalto, muy parecido a un gran espasmo. Escondida entre las sábanas, con tan solo la cabeza visible, hizo aparecer su brazo y lo alargó hasta dar con el botón que hacía que el despertador cesara de ladrar. Por fin silencio. Rápidamente, la casa quedó exenta de cualquier ruido y, en ese preciso momento, Helen soltó un resoplido, sabiendo que era la hora de levantarse y prepararse para ir al trabajo. No obstante, no solo volvió a cerrar los ojos con las esperanza de quedarse traspuesta 5 minutos más, sino que también se dio media vuelta y consiguió acomodarse. Finalmente, y con una gran fuerza de voluntad, logró alzarse y poner coordinadamente ambos pies en el suelo. Fuerza de voluntad. Posiblemente, la característica y cualidad más destacable de esta rubia de cabello y piel clara. Jamás había contemplado la opción de rendirse. A pesar de los muchos traspiés adquiridos y decepciones provocadas por diversas situaciones de la vida, siempre lograba encontrar una luz al final del túnel y conseguía hacer cantar a sus gorriones interiores. Recuerda que una vez, cuando tan solo era una niña, realizó un viaje programado con la escuela a la nieve. Por miedo al desconocimiento, y a causa de su gran timidez, no quiso vestirse de esquiadora y llevar puestos los esquís bajo ningún concepto, aunque todos sus compañeros y compañeras se lanzaran al ataque con el instructor vigilando. Finalmente, logró ser convencida y, cuando se precipitó por una cuesta un tanto empinada, su coordinación de pies no fue lo bastante oportuna como para frenar a tiempo y cayó rodando hacia abajo hasta sentir el pequeño contacto de un árbol, provocando las carcajadas de todos sus amigos y amigas. Tal situación le creó un trauma durante un largo tiempo pero, sin embargo, no bajó los brazos y continuó asistiendo a salidas de este tipo. Por otra parte, también recordaba, en esta ocasión de mucho más adulta, cuando recibió la insatisfactoria e ingrata noticia del fallecimiento de sus padres y un par de hermanos en un trágico accidente de avión, el mismo día que ella volaba hacia Dublín acompañada de su violín para realizar una entrevista de trabajo, la cual consistía en un casting ante un equipo de jueces, con vistas a obtener el soñado empleo de su vida y asentarse de esta forma en la ciudad irlandesa. Desafortunadamente, y aun ejerciendo una representación casi insuperable, no fue aceptada y tuvo que volver a España para continuar con la pesada y fatigosa labor de asistenta de hogar. Toda esta serie de infortunios quedaron grabados a fuego en la piel de una Helen debilitada.

    Inició, con calma y una gran pesadez, su camino hacia el cuarto de baño con el cansancio cargado a la espalda. La distancia de una habitación a la otra no era precisamente grande, 20 escasos metros separaban las paredes rojas del dormitorio de las azules del lavabo. Con los ojos entreabiertos, impulsó hacia abajo el pomo de la puerta, penetró en el cuarto tropezando con el inodoro de su izquierda y, acto seguido, con la ducha de su derecha y abrió el pequeño armario en el que se encontraban tanto la pasta de dientes como el cepillo, situándose frente al espejo con una tenue luz procedente de una de las bombillas que no estaban fundidas, pero que pronto lo haría. Se introdujo el cepillo en la boca mientras trataba de extraerse las legañas de ambos ojos con la otra mano. ¡Menuda cara de dormida!-se dijo a sí misma- y ¡cómo desearía retroceder y volver a la cama!. Ahora pensaba que pronto habría de hacer su recorrido habitual, ese recorrido sofocante y tedioso que la limitaba a vagabundear de casa en casa, limpiando suciedades y recuerdos, por unos escasos billetes para poder llegar a fin de mes. Estaba convencida de que en cuanto ganara una cantidad respetable de dinero, algo verdaderamente difícil a sus 50 primaveras, compraría una casa de mayor tamaño donde poder tener su espacio y no verse estancada. Si bien es cierto que el comedor era de buenas medidas, cosa lógica por otra parte, ya que estaba pensado para albergar el máximo de invitados posibles, el resto de la vivienda era bastante humilde. Tanto en las habitaciones como en la cocina, apenas podrían transitar 2 personas al mismo tiempo sin estorbarse la una a la otra, careciendo también de muchos espacios para poder guardar los diversos utensilios que Helen almacenaba. Hoy tocaba la casa de la señora Rose. Todos los lunes el mismo itinerario. Abriría la puerta con las llaves que la dueña le había proporcionado, le daría un ''buenos días'', recibiría un ''date prisa y comienza por los baños'' y estaría aguantando 60 minutos de gritos e insultos mientras ella le da brillo a las paredes polvorientas y el suelo grisáceo. Una vez transcurrida esa hora infernal, la vetusta propietaria saldría por la puerta para encontrarse con otras longevas compañeras en una cafetería cercana, donde se reunían cada mañana para intercambiar críticas y cotilleos de cuerpos ajenos.10 años llevaba trabajando con la señora Rose en tales condiciones, sin nunca recibir una muestra de afecto. ¿Por qué debía soportar las constantes quejas y humillaciones de la anciana?. Siempre andaba recordándole el fracaso en que se había convertido su vida hasta sacarle unas cuantas lágrimas, de las cuales se mofaba. Tal vez había llegado el momento de finalizar esa estrecha relación laboral. ¿Por qué no situarse frente a la vieja y darle largas?. Ah sí, claro, por el dinero. Aunque el resto de días semanales asistiera a otros domicilios para realizar la misma tarea, el simple cese de uno de ellos la arrastraría a la miseria aun sin tener hijos, pues perdió al primero cuando se incorporó a la camilla del quirófano para proceder al parto y solo disfrutó 20 años del segundo antes de que iniciara su traslado a Alemania, ni marido, quien la abandonó unos años atrás al conocer a una modelo noruega con la que llegaría a casarse y afincarse en el país nórdico.



    Una vez se hubo lavado los dientes y cara, se dirigió a la cocina para tomarse el pequeño café matutino al que ella bautizaba como 'desayuno'. Abrió, todavía sin haber despertado plenamente, la puerta e inmediatamente fueron la escoba y el recogedor los primeros en saludar a su dueña cuando cayeron al suelo, lo que a punto estuvo de provocarle un tropezón, para luego sumarse un par de fiambreras depositadas en lo alto del mueble izquierdo. ''He de ampliar también la cocina, esto es un desastre''- pensó Helen con cierto tono de ira y decepción. En tan solo 3 pasos consiguió llegar al lugar donde descansaba la cafetera. En estos tiempos tan modernos podían encontrarse máquinas de café de última generación, con filtros para el agua de una gran capacidad, motores difícilmente desgastables y material resistente, pero la que Helen poseía no era de estas características, todo lo contrario, la compró hace más de 30 años cuando acompañaba a su madre, ya convertida en cenizas, a mirar electrodomésticos en una tarde de verano, así que podía dar gracias a dios de que aún continuase funcionando y sin dar ningún tipo de problema. Acto seguido, agarró la taza que usaba a diario para verter la leche. Se trataba de una taza que adquirió en uno de sus viajes adolescentes a Finlandia, cuyo dibujo se basaba en una montaña de grandes dimensiones con ciertos ápices de un sol medio anaranjado. Quizá uno de sus recuerdos más felices, si es que tenía más, el de aquel día familiar a más de 1000 metros de altura, sobre rocas y peñones desde los cuales podía contemplarse la enormidad de la tierra y unos paisajes más que añorados en su España natal, un ambiente con cierta niebla pero que no llegaba a infundir tristeza gracias a los pequeños rayos de sol que dejaban verse en algunos tramos del cielo, todo ello acompañado de un viento gélido pero cálido en los corazones de cada uno de los miembros de la familia. Se quedó mirando fijamente el dibujo de la taza y, al rescatar tan entrañables recuerdos, no pudo evitar soltar unas cuantas lágrimas. Vertió el café caliente en el fondo de la taza y, sobre él, la leche fría de la nevera para conseguir una temperatura templada, pues no le gustaba beber líquidos ardiendo. El poco humo que desprendía el café siempre se le había asemejado al de un tren partiendo. Un humo tan fino e hiperactivo a la vez que podía cambiar rápidamente de destino y dirección, como si fuera un pájaro o ave migratoria. Como si de un sueño se tratase, Helen despertó de aquel ensimismamiento y se bebió agitadamente de un trago el contenido de la taza, puesto que se le había hecho un poco más tarde de lo planeado.

    Así, inició su andadura hasta la habitación a través de los estrechos pasillos. Encendió la luz y volvió a lanzar un pequeño conjuro al ver el desorden presenciado en aquel habitáculo. Una docena de camisetas esparcidas a lo largo de la encimera, 4 pantalones a los pies de la cama y el perchero repleto de camisas y chaquetas por la escasez de tamaño que presentaba el armario. Hace años, cuando convivía con su ahora ex-pareja, contaba con un armario con zapatero incluido en el que podía almacenar tanta ropa como gustara, hasta que su marido decidió llevarse todo lo que él consideraba de importancia propia sin siquiera valorar la opinión de su mujer, por lo que Helen tuvo que comprar un mueble que se ajustara a las condiciones de su hogar. Otra vivencia desagradable para su letanía de desdichas. De entre todas las mezclas de prendas, logró extraer la bata de la limpieza que utilizaba para trabajar, la estiró un poco para intentar evitar la visualización de arrugas y, tras asegurarse de que no existía ninguna mancha, al menos visible, se la adhirió al cuerpo. Aún a sabiendas de que emplearía sus horas encerrada en una casa quitando ácaros, regresó al cuarto de baño para colocarse unas pequeñas pinceladas de maquillaje con el objetivo de disimular las profusas ojeras que emergían debajo de sus apagados párpados y como consecuencia del insomnio sufrido durante años. Un insomnio hecho de preocupaciones, de anhelos, de ametralladoras en la cabeza. Un insomnio con sabor a melancolía, arrepentimiento y cierto optimismo. Porque ella siempre tenía un pequeño hueco en su alma para el optimismo y, en el fondo, lo sabía. Pensar en todo aquello casi hizo que una gota se precipitara desde el lacrimal de su ojo derecho, pero pudo contenerse antes de que se extendieran por toda su cara el rímel y el lápiz de ojos con los que había adornado su rostro. A punto estuvo de agarrar el pintalabios, pero hoy no lo haría, hacía tiempo que dejó de hacerlo, pues ahí ya no quedaba nada por encubrir.

    Mirando su reloj de pulsera, un rolex de oro que le fue entregado por su mejor amiga (quizá la única que tenía) mucho antes de abandonar el país en busca de un futuro óptimo, aceleró el paso para coger las llaves depositadas en la mesa de cristal del recibidor. Llavero en mano, dedicó sus últimos segundos antes de salir por la puerta para realizar un raudo repaso físico frente al espejo cristalino. Se dispuso a ver su propio reflejo y observó cómo incluso la misma luna de la antesala se empañaba al contemplar tal mirada. Era una mirada triste, cabizbaja, merecedora pero ausente de ilusión. Allí estaba. Vacía. Hueca. Se sentía un diminuto alfiler en un campo colmado de paja. ¿Qué había hecho ella para tener una vida así?. Jamás fue, ni tampoco lo sería en días venideros, la persona más perfecta del mundo. No obstante, sí tenía otras cualidades más que valoradas. Era una mujer sensible, simpática, amable, afable, altruista y soñadora, solidaria y conformista. ¿Realmente era merecedora de tanta soledad y horas ancladas en el olvido y el abandono?. Casi una existencia siendo la oveja negra, con a penas 20 años verdaderamente disfrutados, y todavía quedaban muchos días por soportar. ''Venga Helen, otro día más. Puedes hacerlo.- Se dijo en voz alta-. Estás acostumbrada. Has de aceptar que esta es tu rutina, quizá no la soñada, pero es lo único que tienes. Te tienes a ti misma, solo tú puedes elevarte y sacarte de este laberinto. Ambas nos conocemos y por eso sabemos que no podemos vivir en la amargura. No podemos limitarnos a pensar en aquello que anhelamos, sino admitir que tus minutos son más duros que los del resto y vas a combatirlos con firmeza. Así que vas a salir ahí fuera, seguirás lesionándote con tus monstruos mentales e hiriéndote por dentro, pero no vas a consentir venirte abajo. Todo lo contrario. Regalarás sonrisas a cualquiera que se cruce en tu camino y darás abrazos a aquellos que te lo rueguen. Porque la vida no es sencilla, pero peor es no haber nacido''.

    Y con esas palabras, realizó una especie de mueca , abrió la puerta y se puso la máscara de alegría.
     
    #1
    A Zev le gusta esto.
  2. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

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    Excelente relato bien presentado que conmueve las fibras emocionales del lector.

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    #2
  3. Zev

    Zev Invitado

    Es de fácil lectura.

    el ultimo párrafo fue el mas cargado para mi, de significado.

    saludos.
     
    #3

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