El ataúd de las cuatro esquinas

EL ATAÚD DE LAS CUATRO ESQUINAS


Cavé sin descanso apartando la tierra que giraba en torno al cajón. El ataúd que intentaba exhumar se aferraba con raíces de mandrágora y, al partirlas, estas chillaban en plena noche despertando acaso a alguna bestia de rito nocturno. Moví el quinqué hacia la losa de la susodicha tumba, y su danzante resplandor mostró una inscripción, tras observarla un rato, inerte, aquí en la región de los muertos, proseguí con el absorbente desentierro. Me pareció que las estrellas bailaban trayendo soplidos de emergente ventisca, y me adapté a la forma en la que el viento enmarañaba mis cabellos de triste cenizo, con la arena que iba excavando. A la pausa de las ráfagas de aire podía oírse el chasquido de mi espina dorsal, parecía el tonar de un fúnebre desfile a la orden de huesos y osamentas ¡estaba divagando!
Al fin hallé lo que buscaba, un maldito cajón, una caja enterrada en este lugar de abandono alimentado con soberano silencio. El estropicio de la madera descubierta, era señal de su bestial antigüedad, así que con sumo cuidado extraje los clavos que oxidaban las cuatro esquinas del ataúd, y pude alzar la tapadera. En tal momento mi corazón no latía tañido alguno, también, noté que la sangre ya no estaba en mí y contemplé el interior. ¡Vacío! Desierto quedaba el féretro sin nadie en su interior. Era cierto lo que el gentío bramaba al advertirme, por alguna extraña razón ¡había vuelto de entre los muertos!

 

jeje, bienvenido al mundo de los vivos

 

Ese mundo sí da miedo...