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De raíz

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Cris Cam, 17 de Febrero de 2019. Respuestas: 2 | Visitas: 601

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    1 de Enero de 2016
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    De raíz

    Denso humo en el anden. A medida que se acercaba, las figuras fantasmales se convertían, primero en maniquíes y luego en personas. Eran tantas y tan diferentes. No conocía a nadie, no sabía sus nombres. Pero les podía adivinar el pasado y el futuro con sólo mirarles la cabeza. No, por cierto, la cabeza sola no le alcanzaba, necesitaba más información. Los brazos, a veces, también. Estas dos adolescentes que se acercan, por ejemplo, pelo violeta y rojo, gel riguroso y rapado de nuca, tatuaje de calaveras en el brazo, fumando y haciendo del pucho luciérnagas. Secundario y padres separados.

    Señor algo gordo. No le abrocha el botón del saco, cabeza calva; y el pelo, en corona, engominado. Jefe de sección de alguna vieja y anquilosada empresa. La mano derecha siempre en la cintura, señal de clara lumbalgia permanente. Esclavo de una silla de escritorio. No se lleva en ningún momento las manos a la cara, señal de que no le importa. Ya se afeitó, ya se vio, suficiente. Ni luz en la oficina tiene.

    ¡Ah!, ¡Ah!. Ahí viene, la cabeza a un lado, luego al otro, se la agarra con las dos manos, se despeina aún más. Se pueden ver los piojos saltar hacia todos lados. La barba tiene abrojados restos del cartón que usó de frazada. Escupe cada dos pasos y grita los nombres de políticos que hace rato están muertos.

    Paró el tren. Antes de subir, el patovica, gordo, infinitamente alto, dentro de su campera tres números más chica, una mano en la nuca y la otra en la macana. Se ve que su postura de gallito tres números más grande, le afecta las cervicales.

    Adentro. El travesti mal afeitado, pésimamente teñido, le hace caritas, con el mentón apoyado en la palma derecha, y los codos sobre los muslos bamboleantes; tratando de insinuar lo que no tiene o esconder lo que le sobra. Patético. Más allá, otros pintorescos, llamativos, simpáticos, hasta deseables.

    Volvió a su yo. Reabrió un ojo, para certificarse que, efectivamente, estaba en el vagón equivocado. O no, quien sabe. Se volvió a dormir. Despertó en Palermo por el ruido histriónicamente gallináceo de los personajes que salían a escena. También bajó.

    Se acercó a un letrero luminoso con un afiche sólo apto para paidófilos. Se colocó los guantes. Sacó la tarjeta con la dirección escrita en el reverso. Volvió a meter la mano en el bolsillo de la campera para tantear las llaves. Rozó la cinta adhesiva con la indicada. Caminó las 7 cuadras estirándose con las palmas la cara y peinándose con los dedos, alternando de una a otra su pesado portafolios como un badajo.

    Llegó. Se paró frente al blindex oscuro. Pasó la tarjeta por la ranura, se abrió. Caminó hasta el ascensor, el guardia de seguridad, luego de inspeccionar y corroborar su tarjeta, le hizo un respetuoso saludo. Nunca antes había estado allí, pero no se turbó. Mientras el ascensor subía, se explotó un granito de la mejilla izquierda. Ensayó una sonrisa. Se abrió la puerta. Caminó los ocho metros de alfombra de pelo largo natural. Usó la llave de doce puntos sin cinta. Se abrió la primer puerta. Entró al cubículo espejado que repetía su imagen hasta los cuatro infinitos. Empujó el cristal. La segunda puerta, la segunda llave. Silencio. Entró directamente al dormitorio.

    Él estaba sentado en la cama, con un habano en la mano izquierda y una copa de champagne en la otra.

    - Hola, ¿Sos Lorena?. Le dijo mientras hacía anillos de humo.

    - Sí. Vengo a darle lo que Ud. ha pedido.

    - ¡A que bien!. Le dijo, mientras cambiaba de posición gateando, arrastrando la panza, y los flácidos brazos por sobre el fino raso, dejando las manos y la cabeza a medio colgar del borde de la cama. Pudo ver su cuerpo aún joven, a pesar de los años que denunciaba su documento. Se podía percibir un pasado de buena y tranquila vida.

    - Eso facilita el trabajo, dijo Lorena.

    - ¿Sí?. ¡Comenzá pronto! Que estoy muy excitado y ansioso.

    Lorena apoyó el portafolio sobre la mesa ratona. Lo abrió. Le miró el pelo raleado, el rostro pálido y huesudo.

    Sacó, rápidamente, la Chimitarra. Estiró los brazos y sin respirar, le cortó la cabeza, que cayó secamente sobre la alfombra, seguida de una cascada de sangre. Corte limpio entre la cuarta y quinta cervical.

    Llamó por el interno. Se tomó el resto de la copa de champagne que había quedado sobre el bar. Todavía tenía la tibieza de las manos de ese cuerpo que estaba dejando de contorsionarse.

    Esperó cinco minutos. Se abrió la otra puerta. Se acercó un hombre joven.

    - Mi padre fue un gran tipo, es un honor conocerte. Este cheque es una paga extra. El resto estará como él lo ha convenido.

    Lorena comenzó a alejarse y pudo escuchar, finalmente, el llanto contenido.

    No se dejó inmutar.

    No era ella quien lo denominaba Eutanasia.
     
    #1
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  2. Samaelangel

    Samaelangel Invitado

    Algún día debiera poderse acceder a la piedad inyectable con facilidad...
    Interesante!
    Saludos
     
    #2
  3. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    1 de Enero de 2016
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    A eso apunta el cuento, que algunos me lo han tildado como apología del asesinato o suicidio. Quien no ha visto morir a alguien de cáncer, no sabe lo que se sufre. En Argentina, supongo que luego de la necesaria sanción de la ley de Aborto libre, seguro y gratuito, se deberá debatir por esto. En USA, a cuyo gobierno detesto, (no al país ni su gente, alli vive la adorable Yoko que lucha por el desarme) en varios estados se puede desconectar al comatoso o inyectar una sobredosis de adrenalina y darle una muerte digna.
     
    #3

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