La tarjeta

Le estaba regañando a la muñeca pepona que tenia desde los tres años. Eran como dos gotas de agua: trenzas doradas, ojos abotonados, mofletes carmesí, boca enjuta con dientes delgados y firmes, nariz ametrallada.

-Has sido mala, muy mala ¿quién te ha dado permiso? ahora te voy a tener que castigar.

La reprendía por algo que, seguramente, había hecho ella misma. Puede que hubiera hurgado en el joyero de la abuela, o puede que se hubiera probado el vestido malva que tan bien le sentaba a mamá, o la faja que le comprimía la cintura, o los falsos pendientes de ámbar rosa que le regalo su último amante.

-De mayor voy a ser tan guapa como tú-le dijo a su confidente.

En el atardecer de la edad su madre acababa de enterrar el quinto amor. No entendía por qué la pasión era tan caprichosa: nacía con fuerza telúrica, rompía el dique de la monotonía y la convertía en una fiera sedienta de roces, calenturas, comuniones y arrobos; después, las aguas se amansaban, el fluido se entretenía sin la fuerza del torrente y por último se estancaban los ardores para convertirse en ceniza reseca.¿ Lo sabia su hija?, la pequeña-diez años- se rendía al fulgor mágico de los colores y las caricias, al revoloteo de los hombres y las finas sedas, a los brocados, los oropeles y al brillo de las joyas malditas, desconocía el vacío sin fondo, el pozo tenebroso y los duelos que el tiempo concibe cada tanto.

-Esta noche me quedo contigo, cariño, vamos a jugar las dos. Te voy a enseñar que hay una magia oculta en el corazón de trapo, una alegría inmensa en las pupilas de cristal, un sol vertiginoso en los cabellos que se derrama en hilos de miel, una sonrisa eterna en los colmillos de tela y una felicidad secreta que solo conocen las muñecas como la tuya.
-¿estás segura mamá de que todo eso lo ves en mi muñeca?
-eso y mucho más, querida, te veo a ti.

La niña sueña su rostro en el rostro de la muñeca, le da vida, en su imaginación la viste con túnica de lino, diadema dorada, cíngulo de plata y sandalias de antílope. Siente como el tejido se comprime sobre su carne y la baña de aire, sudor y voluptuosidad.

-Vamos a jugar a que tú eres yo
-¿cómo se juega a eso mamá?
-imítame

Entonces la pequeña se sienta muy seria ante el tocador de su madre, suspira, posa una mirada lánguida en el espejo, busca en el tarjetero de nácar material para la misiva, sobre la superficie de mármol coloca una tarjeta perfumada y en ella escribe con letra seductora: "Lo siento, Gerardo. Me he dado cuenta de que ya no te amo".

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