La Iglesia

En el interior de una obsoleta y vetusta iglesia, sombras fantasmagóricas de obispos ya fenecidos se proyectaban en el mugriento desamparo de mugrientas paredes. Salpicadas por el carmín de la sangre voraz que el dios de los muertos había vomitado, en acto de sacrilegio, hacia las estatuas impasibles de los santos con sus coronas de espinas. A las afueras, un viento furibundo hacía pestañear a la luna menguante. La cual, teñida de pálido manto sarnoso, iba haciendo acto de presencia. Mientras se desgajaban las múltiples nubes de opaco color gris. Fue entonces, cuando un silbido voluminoso hizo estallar los petriles de la casa de Dios. Y, seguido por el hundimiento del altar donde estaba depositado el niño Jesús, unas voces cavernosas subían como el vaho mortuorio desde la brecha que, cual nefasta fosa común, era ahora la puerta ominosa e infernal por la que subían cadáveres devueltos a la fatal vida. Esos indescriptibles seres, en serio estado de composición, se adueñaron del santo lugar. Y, berreando cual seguidores del dios Baco, hincaron el diente podrido en las pocas ostias de orín que habían quedado atrapadas entre las grietas del ahora suelo hundido hasta sus últimos y maléficos cimientos. A la mañana siguiente, un párroco abrió la puerta de la iglesia y, soltando un grito de horror, observó el panorama. Un descomunal montón de osamentas dentro de un estercolero eclesial ahora ya profanado.

 

Son extraterráqueos. Viven entre nosostros pero no podemos verlos. Salen en las psicofonías, en los rezos.
Enhorabuena. Interesante prosa.

 

Atrocidad de poema, ilustra con perversa belleza lo que a mi gusto las catacumbas muy bien elaboradas por el ser humano. Hermoso poema.