Resiliencia.

Y así, como si nada, pude ver el eclipse,
mientras lo masticaba me dio por escupir.
Yo no tengo bandera ni corona ni reino
y hasta cambio de acera, aun pienso en resistir.

No sé cómo contarte, Entrañitas Menudas,
cómo ser responsable ni porque estoy aquí.
Solo libre de miedos se me ocurre leerte
lo que a un friki de ciencias le dé por escribir.

No le pidas al cielo lo que esconden los libros,
no permitas que nadie meta fuego por ti.
Si te sientes soldado píntate una medalla
donde ponga bien claro, "me mato por vivir".

Escucha a todo el mundo, también en el silencio,
a veces por un gesto decides decidir.
Yo me quedo contigo, y contigo me quedo,
a tu lado los miedos se atreven a salir.​

 

Elocuente oxímoron. ¿Miedos? los precisos. No, coraje, solidaridad y disciplina.

Un abrazo.

 

Ole tú, Vicente, que complicado está siendo el encierro para muchas personas. Hay muchos abuel@s solitos y gente que estaba sin ahorros. Podemos, eso está claro, pero no va ser fácil para algunos. Un abrazo enorme amigo, sabes que te estimo!

 

Esperemos que funcionen, en la medida de sus posiblidades, los servicios sociales en estos tiempos complicados.
Yo también te estimo, compañero.

Fuerte abrazo, entre todos lo conseguiremos.

 

Hay que dejar los miedos para seguir adelante. Bello y musical poema. Me gusta como se recita. Tiene fuerza. Sslufos. Ordinales.

 

Se me antoja un diagnóstico harto torticero, amén de fantasioso por parte de la susodicha gacetillera (perdón, quise decir periodista), aunque a decir verdad, y puestos a imaginar, si existiera o existiese, que no creo que lo haya, de momento, un número de teléfono para denunciar la violencia psicológica ejercida tiránicamente por la mujer sobre el hombre (no escasea la confusión que atañe a la ley natural estos días), podríamos llevarnos una (tal vez no para todas y todos y todes) sorpresa de ciclópeas proporciones.

En cualquier caso, y puestos a soñar (la vida es sueño), las dos sociedades probablemente más envejecidas del (valga la redundancia) Viejo Mundo (Espanya e Italia, quién lo duda), podrían ahora gozar de un remanso para fabricar futuras generaciones que no se la salta un gitano (perdón a los ofendiditos y ofendiditas y ofendidites por mi desliz etnocéntrico).

Salud y buen rollo, porque ya sabemos que el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Me lo he pasao bien.

 

El pensamiento liberal es más que traicionable, y ampliar la base social es algo que todo partido político debería hacer, independientemente de si se trata de la izquierda, la derecha o la ultra derecha (estas categorías políticas me resultan, ya lo dijo Ortega, propias de hemiopléjicos morales). En cuanto a los dos modelos que describes, no funciona ninguno de los dos. Aquí en España ya se dan 100 euros al mes por hijo, que pueden ser deducidos igualmente a la hora de la declaración. Ello no aumenta la tasa de natalidad ni, por tanto, la de reposición necesaria para mantener, por ejemplo, el sistema de pensiones. Los únicos que tienen hijos son extranjeros a quienes el estado sí ayuda de diferentes maneras (te invito cualquier día de la semana a que vengas a mi barrio y observes a todo un pentecostés de nacionalidades viviendo de su progenie sin trabajar).

En el caso español, la gente no tiene hijos porque se ha implementado, sobre todo desde los presupuestos de una ideología hegemónica (en el sentido de Gramsci y Laclau) lacayuna con el globalismo neoliberal, una ingeniería social que pretende claramente dinamitar la familia, pues esta representa, según Engels, el origen de las relaciones de opresión capitalista y heteropatriarcal a través de una acumulación primitiva de capital o recursos llevada a cabo por el varón que desemboca en el establecimiento de ese gran pecado original de la propiedad privada. Parecería una extraña conspiración ideológica, si no fuera porque existe una profunda aversión a la normativa judeocristiana en casi todos los departamentos universitarios de estudios culturales a ambos lados del Atlántico.
Los españoles no tienen hijos, sencillamente porque no quieren dejar de pasar cachondos fines de semana en casas rurales y cosas por el estilo, que luego muestran ufanos por sus redes sociales. Todo tremendamente banal.

Digámoslo de otra manera. España se suicida demográficamente, aunque también lo hace literalmente. Recordemos que el suicidio es la primera causa, con mucha diferencia, de mortalidad no natural, sobre todo de hombres, en nuestro país.

Y este dato ya es personal: una sociedad que renuncia a los niños, es una sociedad de muertos en vida.

Carlos

 

Sí, bienvenido Mr. Marshall.

Para nada. No es una inmigración sana ni responsable, ni controlada ni, en la mayoría de casos, enriquecedora.

Una cosa es apoyarse en un natural y necesario flujo inmigratorio, y otra muy distinta utilizar esa inmigración con peligrosísimos fines multiculturalistas que dañan nuestro tejido social y no despiertan las conciencias sedadas de los propios españoles. No. Si se quisieran hacer las cosas bien, no se empezaría por dar limosnas a personas ociosas y cargadas de hijos que luego resienten el país donde sus padres medraron, sino por incentivar y proteger la estructura familiar tradicional, en tanto figura jurídica, por mucho que se haya extendido una fobia al catolicismo y un encumbramiento de los derechos de bragueta, que diría aquél.

Hay pocas cosas que me molesten más que hacer demagogia con personas que están tratando de encontrar una vida mejor, y eso es precisamente lo que se hace desde ambos lados del espectro político español.

Saludos

Carlos

 

Creo que, al hilo de lo que comentábamos, este asunto encierra problemas que no es fácil identificar a simple vista.

Uno de ellos es que, bajo el beatífico aspecto de concordia y solidaridad entre los pueblos del mundo, nos están intentando colar de matute la disolución de las identidades nacionales, con el objetivo último de neutralizar el concepto de soberanía nacional, cuya existencia es imprescindible refugio para eludir el yugo globalista del capitalismo financiero, con sus pretendidas bondades del teletrabajo y las rentas básicas universales, pero que en realidad precipita a las naciones hacia la completa indefensión a que nos avoca la larga noche neoliberal. (¿qué ha pasado con el campo en España, y con el euro, y con las naranjas valencianas, y con el carbón leonés: Sudáfrica explotando a su gente para vender sus productos por cuatro perras, eso ha pasado).

El capital transnacional, con sus deslocalizaciones y desregularizaciones fiscales, arancelarias, y demás añagazas capitalistas, ha logrado, entre otras cosas, y como saben perfectamente aquellos países que fueron colonizados y expoliados, convertir en cierta medida a las comunidades políticas de la Tierra en masas cada vez más amorfas y desvinculadas, sujetas a un mercado global carente de criterios éticos, donde la tradición (que cobija al hombre en el tiempo como su hogar lo hace en el espacio) es ridiculizada o incluso arrancada de raíz, y todo porque unos multimillonarios con sueños de mesías redivivos quieren imponer a toda costa (el fin justifica los medios) su personal utopía a troche y moche, por sus santos huevos, caiga quien caiga.

Esta utopía es un infame engrudo, mezcolanza grotesca, mitad ultraconservador en lo económico, y mitad ultraliberal en lo social: toda una monstruosidad antropológica dirigida a la transhumanización.

Pero no solo una transhumanización en abstracto, a lo Hegel, en tanto el hombre moderno pretende liberarse de todas sus ataduras, incluso las biológicas (es decir, endiosarse groseramente con la telomerasa cuando no puede frenar ni un virus de pacotilla), sino también liberarse de la existencia de naciones enteras, con la bicoca de derechos reproductivos y sexuales (hay más sucursales de Planned Parenthood en el mundo que MacDonald's, unas 66.000). Este prurito malthusiano de reducir la población mundial me hace mucha gracia, pues quienes lo propugnan nunca predican con el ejemplo (¿por qué no se suicidan ellos, tanto que les gusta la eugenesia y la eutanasia, y se quitan del puto medio primero? Algo me dice que les faltan cojones). Lo que se dice quitarse la vida, no, pero persuadir a muchos, haciendo del marxismo cultural su puta de postín, seguro que sí.

Sí, la familia, la nación y la religión, pilares fundamentales de toda sociedad y potentes principios civilizadores, son los escollos últimos a batir por estos demiurgos intransigentes y billonarios, porque saben que tales principios aglutinan y hacen fuertes a los pueblos, garantizando su libertad y posibilitando relaciones armoniosas con otras culturas, sin disolverse en un batiburrillo inane y baldío con ellas.

Toda esta matraca global y transnacional es a los hombres lo que el esperanto (esperpento) es a las lenguas. Esperemos que tal y como hicieron las lenguas, los hombres que las cultivan logren sustraerse a los designios ya mencionados.

Y una cosa más. El miedo y la inteligencia caminan de la mano. Hay que ser inteligente para verle las orejas al lobo, y tenerle miedo para saber que necesitamos combatirlo. Una vez metidos en la contienda, debemos dominar ese miedo, y luchar por lo que creemos bueno, verdadero y bello.

Ahora es cuando la palabra resiliencia cobra pleno significado.

Saludos cordiales

Carlos

 

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