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Galatea, la mujer ideal

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por Antonio del Olmo, 20 de Mayo de 2020. Respuestas: 4 | Visitas: 787

  1. Antonio del Olmo

    Antonio del Olmo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    GALATEA

    La mujer ideal


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    La idea nació cuando el coprotagonista de esta historia – un señor maduro, de aspecto tímido y amable – esperaba en la fila de la taquilla del teatro. Miró en un cartel enorme la foto con el nombre artístico de la protagonista de la comedia musical, la vedete Galatea. Entonces pensó que la vedete se parecía a la mujer ideal que había imaginado siempre y exclamó sin querer:

    ¡Eureka! – (Lo encontré) – Esa famosa palabra griega que con tanto entusiasmo pronuncian los inventores y descubridores.

    ¿Qué dice? – preguntó la taquillera, que ya conocía a este cliente habitual.

    No… Nada… Perdone. Pensaba en voz alta – respondió él, avergonzado, mientras se tapaba la boca y miraba hacia abajo.

    Deme, por favor, una entrada de la tercera fila, junto al pasillo, para la sesión del próximo domingo, como siempre.

    Ya tiene reservada esa localidad, señor – respondió sonriendo la taquillera.

    – Por favor, ¿puede decirme cuantas localidades tiene el teatro?

    La taquillera respondió intrigada:

    – 420 en la planta baja y 240 en el piso.

    El hombre sacó el teléfono móvil, conectó la calculadora y halló la recaudación máxima del teatro, multiplicando las entradas por su precio: 33.600 euros. Se fue andando presuroso hasta su casa, sin enterarse de que llovía copiosamente y no había desplegado el paraguas. Concentró toda su atención en lo que tenía que hacer antes de la sesión del domingo: comprar un libro de poesías, encargar un ramo de rosas en la floristería y pedir un talón bancario de 33.600 euros.


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    El encuentro en el teatro resultó como estaba previsto. Él acudió con una bolsa enorme que contenía un sobre grande y grueso, un libro y un ramo de 10 rosas rojas y una blanca. Siempre compraba esa cantidad de flores para regalar. Pensaba que las flores no se deberían comprar en docenas o medias docenas, como los huevos, porque resultaría muy vulgar.


    La comedia estaba ambientada en la época del esplendor griego, 25 siglos antes de nuestra era. El primer acto representaba el nacimiento de Galatea, según cuenta la mitología. La vedete, pintada y vestida de blanco, interpretó a una estatua que recibía los últimos retoques del escultor, el chipriota Pigmalión. El artista, enamorado de su obra, abrazó y besó a la estatua. Después miró al cielo, levantó los brazos e imploró:

    ¡Oh Afrodita – diosa del amor, la fertilidad y la belleza – concede el don de la vida a mi amada Galatea!

    Un rayo de luz intenso, casi cegador, iluminó la estatua durante cinco segundos. A continuación, el escenario se quedó completamente oscuro durante diez segundos. Después volvió la luz lentamente, como en un amanecer, y Galatea, convertida ya en mujer, comenzó a moverse muy despacio. Pigmalión abrazó y besó de nuevo en la frente a su amada.

    Durante el segundo acto, Pigmalión enseñó a Galatea el arte, la belleza natural y la cultura de la antigua Grecia. Primero formó su cuerpo y después quiso moldear también su mente.

    Las coristas interpretaron a las nueve musas: las deidades que inspiraban a los artistas, escritores y científicos de Grecia. Las coreografías representan todas las facetas de la cultura: comedia, tragedia, arte, ciencia, filosofía, poesía, historia, música y danza.

    En el último acto, Galatea se rebeló porque no quiso que Pigmalión modelase su mente, igual que antes había modelado su cuerpo, y quiso tener su propia personalidad. Ya no deseó ser una mujer objeto. En la escena final, Galatea huyó de Chipre y Pigmalión empezó a esculpir otra estatua de su mujer ideal.

    El admirador fue el primero en levantarse para aplaudir cuando terminó la función y los actores y actrices saludaron al público inclinando la cabeza. La vedete le miró fijamente, sonrío y agitó la mano para saludarle; pero él desvió su mirada al suelo. Ella ya conocía a su admirador de la tercera fila, ese señor de pelo cano, alto, delgado, un poco encorvado y muy tímido.

    El admirador esperó en el recibidor, hasta que salió todo el público del teatro, para entregar la bolsa con los tres regalos. Entonces le dijo al portero:

    – Buenas noches. Por favor, ¿puede entregar esta bolsa a Galatea? Contiene unos regalos. Mírelos.

    El portero miró los tres regalos, cumpliendo las normas de seguridad, y dijo sonriendo:

    – Espere un minuto. Preguntaré a la vedete si quiere recibirle.

    No. No. De ningún modo. – respondió alterado – Puede llamarme al número de teléfono apuntado en el sobre.

    Está bien. Como usted quiera, caballero.

    El admirador salió deprisa. El portero cerró la puerta, fue al camerino de Galatea y entrego la bolsa:

    Aquí tienes unos regalos de tu admirador, el señor alto y delgado de tercera fila. Ya le conoces.

    Vaya sorpresa. Ya no recibimos regalos las vedetes. Eso era cosa de antaño, según cuentan mis antiguas compañeras. Quisiera saludarle. ¿Me espera en el recibidor?

    No. Ha salido corriendo, aunque le he dicho que podía esperar.

    No me extraña. ¡Es tan tímido! Hoy, cuando le he saludado al finalde la representación, ha agachado la cabeza. Parece un caballero que ha salido del siglo XIX. Solo le falta el sombrero de copa. A ver qué contiene este sobre. Me muero de curiosidad.

    – Muy bien. Voy a apagar las luces del escenario y la sala – dijo el portero mientras salía del camerino.


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    Galatea abrió el sobre muy deprisa, después de sacar el ramo de 11 rosas y un libro de poemas de Tagore. El sobre contenía 50 folios manuscritos con el título:

    “GUION DE MI ENCUENTRO CON GALATEA”

    Estaba escrito como si fuese una obra de teatro, con el nombre de dos personajes, Galatea y Pigmalión, delante de cada dialogo. Pensó que su admirador era un aficionado que quería ofrecerla un guion para que lo interpretase. Después llamó su atención un sobre pequeño, con el nombre de Pigmalión y un número de teléfono, que contenía… ¡Un talón bancario de 33.600 euros!

    Su admirador deseaba concertar una cita con ella para interpretar ese guion en un parque público el próximo domingo, de 9 a 10:30 de la mañana; quería dejar bien claro que no quería nada más.

    Sin embargo, recordó con tristeza a su amante millonario. Se había enamoró de un empresario emprendedor, pero se despidió de ella cuando le propuso compartir sus vidas. Lo más humillante fue el talón bancario que le envió, como si fuese la gran indemnización para despedir al principal ejecutivo de sus empresas. Ahora era una vedete famosa, aunque quería ser una actriz dramática para trabajar en el teatro toda la vida. Desearía interpretar primero a la protagonista joven, después a la madre de la protagonista y, al final, a la abuela; según fuera pasando el tiempo.

    Se miró en el espejo y descubrió una cana nueva en su sien y dos arrugas en los ojos. En ese momento decidió que su carrera de vedete había terminado, no renovaría el contrato con la compañía. Estaba cansada, muy cansada, de los hombres que la desnudaban con la mirada y la trataban como si fuera un objeto placentero. Ya no tenía relaciones sentimentales, vivía sola en un pequeño apartamento.

    Sintió un impulso muy fuerte para romper el talón inmediatamente, pero decidió que antes debería leer el guion y llamar por teléfono al impertinente admirador para desahogarse con las palabras más contundentes.

    – Me va a oír este cerdo que parecía tan tímido y amable” – pensó y dijo sin querer.

    El argumento del guion parecía muy inocente: Un buen hombre socorre a una mujer desmayada en un banco de un parque y después conversan en la mesa de una terraza mientras ella se repone. De todos modos, no se fiaba de ningún hombre, porque había tenido experiencias muy traumatizantes que quería olvidar. Supuso que después la invitaría a la casa de él, la acompañaría a la suya o irían a un hotel para terminar de “reponerme” del desmayo en la cama. A muchos clientes ricachones les gustaba este tipo de juegos eróticos refinados.

    En ese momento sonaron unos golpes fuertes en la puerta y se asustó, pero se tranquilizó enseguida cuando escucho al portero:

    – ¿Se encuentra bien?

    Miró el reloj. Había pasado más de dos horas en el camerino sin darse cuenta.

    – Perdona. Enseguida salgo – respondió.

    Tiró las flores al suelo y se cambió de vestido rápidamente. Ahora ya no era Galatea, sino Carmen Pérez. Decidió que en la nueva carrera profesional que emprendería no cambiaría su verdadero nombre, aunque fuese tan vulgar. Quería ser ella misma, aunque tuviese que interpretar muchos papeles. Le gustaría representar a personajes reales, sobre todo a los que han pasado a la historia.

    Cuando se disponía a salir a la calle, el portero la llamó la atención conteniendo la risa:

    Galatea, ¿vas a salir a la calle con la corona de plumas que usas en el escenario?

    – ¡Vaya despiste! Guarda esto en mi camerino, por favor. Y otra cosa, llámame Carmen a partir de ahora. Es mi nombre verdadero.

    Entrego la corona de plumas y salió enseguida mientras el portero la despedía cordialmente:

    – Buenas noches, Carmen. Hasta mañana.

    – Buenas noches. Y perdona el retraso.

    Aquella noche tuvo varios percances Carmen: Cinco minutos después cayó un chaparrón imprevisto, no pasaba ningún taxi, no encontró un sitio para cobijarse y, además, la lluvia y las lágrimas acabaron emborronando la pintura de la cara. No se había quitado el maquillaje después de la función, como hacía siempre, para que no la esperase más tiempo el portero.



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    La llamada de Carmen sonó enseguida, esa misma noche, a las doce y media.

    Buenas noches. ¿Pigmalión?

    – Buenas noches, Galatea. – contestó amablemente su admirador, aunque la voz que había escuchado le pareció extraña, como si fuese de otra mujer que estaba muy enfadada.

    – No soy Galatea, mi nombre verdadero es Carmen. La función ha terminado hace cuatro horas. Daré instrucciones al portero pare que le devuelva su talón bancario y no le permita jamás entrar en el teatro cuando yo actúe. Está reservado el derecho de admisión a los ricachones puteros que buscan putas de lujo. ¡Hasta nunca!

    El admirador se quedó paralizado, como si huera recibido un golpe de hacha en la frente. Tardó casi un minuto en contestar suplicando:

    – No… No… No quería ofenderla, solo quería interpretar con usted el guion que le entregué, no quería nada más. Solo quería hablar con usted en el parque durante una hora y media, el tiempo que dura la función en el teatro. ¡¿Por qué no me cree?!

    Pero Carmen no respondió, había colgado el teléfono después de despedirse. “Pigmalión” había hablado con un teléfono colgado. Ella se calmó después descargar toda su ira y respirar hondo 10 veces. Pero en ese momento, cuando ya estaba tranquila, empezó a dudar.

    Su admirador parecía un hombre muy tímido, no tenía el aspecto de

    los ricachones depravados que había conocido y deseaba olvidar para siempre. Además, ni siquiera le había dejado replicar. Pensó que es muy fácil confundir la realidad con nuestros deseos o temores. Decidió volver a llamar inmediatamente para escuchar la réplica.

    Él contestó enseguida con voz temblorosa:

    – Dígame…

    – Soy Carmen o Galatea, como quiera usted llamarme. Antes he colgado el teléfono sin escuchar su réplica. Estaba muy enfadada porque he sufrido muchas humillaciones de hombres que quieren comprar a las mujeres. Dígame qué quiere después de interpretar su guion en el parque.

    – No quiero nada más, no tengo segundas intenciones. Después de la representación no nos veremos, ni siquiera volveré al teatro. Solo deseo guardar un buen recuerdo.

    – ¿De verdad está usted dispuesto a pagar 33.600 euros para participar en una representación teatral conmigo? ¡Vaya capricho! Es usted muy rico, ¿no?

    No. No soy rico, ni muchísimo menos. Ese dinero es la mayor parte de mis ahorros durante más de 12 años. 33.600 es el precio de todas las entradas del teatro.

    – Sea sincero. ¿No desea tener ningún tipo de relación sexual conmigo? No entiendo nada de nada.

    Él tardo mucho tiempo en responder, pero al final, decidió revelar el secreto que siempre había guardado con la mayor cautela:

    – Padezco una malformación genética que me impide tener relaciones sexuales, ni siquiera siento esa atracción. Sin embargo, sí siento atracción afectiva hacia las mujeres. Cuando era joven, hace ya más de 40 años, intenté entablar una relación con una mujer, pero descubrí mi impotencia y sufrí un trauma que no he conseguido curar. Los médicos no pueden solucionar mi problema. Desde entonces imagino escenas afectivas con una mujer que, casualmente, se parece a usted, así encuentro sosiego.

    Él recordó en ese momento la relación que había intentado mantener con una prostituta cuando era joven. Aquel día comprendió que su órgano genital eran como el de un niño, no se habían desarrollado, parecía un juguete roto.

    Ella no esperaba esa respuesta. Ahora comprendía el trauma que él arrastraba, la causa de su timidez enfermiza, se parecía a esa enorme bola de acero atada a una pierna que llevaban los presos. Se quedó sin palabras durante unos segundos. Sintió mucho los insultos que le había espetado. Cuando se recuperó, le suplicó:

    Lo siento, lo siento mucho. Perdóneme. Yo también he padecido relaciones traumatizantes y sé lo que se sufre. Quisiera ayudarle, pero no sé cómo. Si acepto su plan, ¿qué pasara después, cuando nos separemos? ¿No se sentirá peor que hasta ahora?

    – Después guardaré el recuerdo toda mi vida. Creo que el momento más feliz de una relación afectiva es el comienzo, cuando se imaginan los momentos más felices que se pueden pasar juntos. Solo quiero disfrutar ese momento. Acariciaré ese recuerdo todos los días.

    – ¡¿Solo quiere tener un buen recuerdo del primer encuentro?¡ ¿Así quiere superar el trauma? No termino de entender su plan. Lo siento. Conozco un buen sicólogo, el que me trató a mí. ¿Quiere su teléfono?

    Ya me trata un sicólogo de confianza. Me recomienda que siga imaginando relaciones afectivas con una mujer, siempre y cuando cumpla tres requisitos: que no confunda la realidad con mis anhelos, que no piense en ella más de media hora cada día y que me quede más tranquilo después de cada sesión.

    – Está bien. Acepto su plan si se compromete a no volver insistir cuando termine la representación.

    Gracias, Galatea. Me comprometo. Quedamos el próximo domingo, a las 9 de la mañana, en el banco del parque que está junto a la estatua de Venus.

    – Bien. Acudiré al parque. Buenas noches y cuídese mucho.

    Carmen colgó el teléfono y entro en el baño para lavarse. Todavía tenía la cara emborronada por la lluvia y las lágrimas. Se miró en el espejo y sonrió. El espejo la devolvió la sonrisa. Pensó que solo le faltaba la corona de plumas para ofrecer una imagen más ridícula. Le gustaba reírse de ella misma ante el espejo para animarse.

    La conversación que había tenido con su admirador le pareció muy inverosímil ahora, cuando pensaba fríamente; pero tenía que aprenderse el guion y acudir a la cita. Ya estaba decidido, no quería dar marcha atrás. Además, le vendría muy bien el talón de 33.600 euros para viajar durante un mes, cuando terminara el contrato del teatro, y comenzar una nueva carrera de actriz dramática. Pero pensó que también se prostituiría si vendía su afecto, igual que antes, muchos años atrás, había vendido su cuerpo. Al final, antes de acostarse, aplazó la decisión hasta la cita del próximo domingo.



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    El encuentro en el parque fue un domingo de octubre en Madrid. En esta época del año se caen las hojas de los árboles y nacen los brotes verdes sobre la hierba seca. Así el color verde pasa de los árboles a la tierra. Carmen encontró un paralelismo entre el cambio de su vida y el del otoño.

    El admirador llego primero a la cita. Cinco minutos después llegó Carmen, se sentó en un extremo del banco, sacó el libro del bolso y simulo que leía. Cuando se acercó él, dejó caer el libro al suelo y se recostó en el banco para simular un desmayo, según estaba previsto en el guion.

    – ¿Se encuentra mal, señora? ¿Necesita ayuda? – pregunto él.

    Carmen simuló incorporarse con esfuerzo y respondió con palabras entrecortadas:

    – No. Gracias. Enseguida… se me pasa. Me ocurre con… frecuencia, todos los meses.

    – Tiene la cara muy pálida. Llamaré a una ambulancia – dijo mientras sacaba el móvil del bolsillo y empezaba a marcar.

    – No. No insista. No es nada. En… cinco… minutos se me pasa.

    – No quiero ser impertinente, señora, pero en este momento soy la única persona que la puede socorrer. No hay nadie en el parque. Me sentaré en aquel banco de enfrente y esperaré hasta que se reponga.

    – Muchas gracias. Es usted muy amable. Puede sentarse a mi lado hasta que me recupere, para que se quede tranquilo.

    – Muy bien.

    Él dejó en el asiento el libro que había cogido del suelo y se sentó en el otro extremo del banco, para guardar las distancias. Pensó que todo seguía el curso previsto y dijo simulando sorpresa:

    – Por cierto, estaba leyendo usted un libro de mi poeta favorito, Rabindranath Tagore. He leído todos sus poemas.

    Ella se incorporó, cogió el libro, le miró sonriendo y dijo:

    –Ya estoy mejor. Tomaré una infusión de manzanilla, siempre me viene muy bien. Voy al bar con terraza que está aquí cerca, al otro lado del estanque. Muchas gracias por su atención. Espero que pase usted un buen día.

    – Ya veo que ha vuelto el color a su cara. De todos modos, permítame que la acompañe hasta el bar. No hay nadie en el parque que la pueda atender si tiene una recaída. Además, conozco bien los primeros auxilios porque dedico mi tiempo libre a colaborar de voluntario en la Cruz Roja.

    – Puede acompañarme, aunque no deseo abusar más de su amabilidad.

    Mientras andaban hacia el bar, guardando las distancias, él empezó a recitar un poema de Tagore:

    – “El mismo río de vida que corre a través de mis venas,
    noche y día,
    corre a través del mundo y danza al mismo ritmo.”

    Ella continuó recitando el poema, siguiendo el guion acordado:

    – “Es esa misma vida la que lanza por el polvo de la tierra su alegría
    en innumerables briznas de hierba
    y estalla en fogosas olas de hojas y de flores.”

    –¡Qué casualidad! – dijo ella fingiendo entusiasmo – Los dos conocemos de memoria el mismo poema, parece que este encuentro estaba predestinado. Permítame que le invite en el bar para agradecer sus atenciones, si no tiene prisa.

    Muy bien, gracias dijo sin ocultar el entusiasmo que realmente sentía.

    El camarero acudió a atender a los dos primeros clientes de la mañana:

    – Buenos días. ¿Qué desean?

    – Dos manzanillas. respondió él A mí también me gusta esta infusión.

    – ¡Vaya! en esto también coincidimos. – dijo ella mientras se sentaba.

    Él se sentó a su lado. No podía sentarse enfrente porque su timidez le impedía mirar a la cara. Ella se cambió de sitio para colocarse enfrente de él, mientras comentó:

    – Me gusta que nos sentemos de frente para vernos las caras.

    – Perdone. Ya sabe que soy muy tímido. Voy a recitar unos versos que me inspiró la comedia musical titulada “Galatea” Es una obra de teatro muy buena, se la recomiendo. El poema se titula: “Galatea, mi amada imaginada” y dice así:

    Solo vives en mi mente,
    eres un sueño ideal
    nacido del desamor
    y la triste soledad.

    Sé que no puedo abrazarte,
    pero mi amor es real.

    Soy un nuevo Pigmalión,
    he conseguido crear.
    La escultura de mis sueños
    vive en mi realidad.

    Recitó el poema mirando a la mesa, todavía no se atrevida a mirar a los ojos de Carmen. Ella le llamó la atención sonriendo y agitando la mano para saludar.

    – Estoy aquíííí. Míreme.

    Él se armó de valor y la miró fijamente. Estaba mucho más bella sin maquillaje ni plumas. No se arrepintió de haber gastado la mayor parte de sus ahorros para disfrutar estos momentos que recordaría todos los días durante media hora. Nunca olvidaría esos ojos que combinaban los colores verde y azul en los dos círculos concéntricos de los iris. También le gustaban sus labios, pese a que el inferior estaba un poco desviado. Ese pequeño defecto también le gustaba, porque le daba un carácter único. Una mujer perfecta parecería irreal.

    – Por fin se atrevió a mirarme a los ojos, al menos durante unos segundos ha vencido su timidez – dijo sonriendo ella – Me gusta su poema, aunque no estoy de acuerdo con el mensaje. Voy a decirle algo que no está en el guion: Yo añadí el acto final de la comedia, para que Galatea se liberase del hombre que quería modelar su mente. Creo que hay aceptar a la persona amada tal como es, sin esperar a que cambie.

    – Así me gusta más la comedia. El último acto contiene el mensaje de toda la obra.

    – Eso creo yo también. El director se negó, pero rectificó cuando le dije que buscase a otra mujer para ese papel. Además, he decidido no renovar más contratos de vedete, quiero dedicarme al teatro dramático.

    – También podría escribir obras de teatro, lo ha demostrado en el último acto de su comedia.

    – Me ha dado una buena idea. Podría escribir los guiones que interpreten otros actores, es el trabajo más creativo.

    – ¡Anímese a escribir! – dijo con mucho entusiasmo – Ya tiene un espectador asegurado. Acudiré a todos sus estrenos.

    – Pues lo voy a intentar y, además, le ensenaré antes mis guiones para conocer su opinión.

    – Muy bien, pero ahora vamos a continuar representando mi guion.

    Él continuó recitando de memoria poemas de Tagore y ella leía los versos señalados en el libro. Así pasaron más de una hora, hasta que él miro su reloj y dijo con tristeza:

    Bien, la representación ha terminado. Gracias por interpretar tan bien su papel. Me dan ganas de aplaudir, pero no quiero importunar, ni que piensen que estoy loco. Ahora nos despedimos para siempre, como habíamos acordado. Guardaré el recuerdo más…

    – No, no quiero despedirme para siempre. – interrumpió Carmen – Ahora tengo que interpretar mi propio guion. Ya sabes que he decidido escribir obras de teatro. Me ha gustado mucho actuar contigo. Permíteme que te tutee. Te regalo la representación de hoy. Aquí tienes el talón bancario – dijo sonriendo y ofreciéndole el talón.

    – No. No. No. – respondió enfadado – No desprecie mi regalo ni piense que soy un pobre hombre. Este dinero le servirá para comenzar otra carrera. Los comienzos son difíciles y…

    – Tienes que aceptar mi regalo – interrumpió otra vez, enfadada – Mira lo que hago:

    Carmen rompió el talón en trozos muy pequeños. Una ráfaga de viento otoñal se llevó volando los trocitos de papel, caídos sobre la mesa, y tres palomas fueron a picotearlos, pensando que eran migas de pan. Después continuó hablado con el tono más amable y persuasivo:

    - Bien. Ya ha terminado la función de hoy, si no tienes nada más que añadir. Es la primera vez que interpreto una comedia para un solo espectador que también es actor. Tiene gracia. Te llamaré para que me recites tus versos y leas mis guiones – dijo Carmen sonriendo mientras se levantaba de la silla –¿Dónde vas ahora?

    Él se encontraba muy aturdido, no sabía qué decir ni qué pensar. No estaba acostumbrado a las emociones fuertes, porque su vida había sido muy monótona hasta entonces, cuando se le ocurrió la feliz idea esperando en la taquilla del teatro. Solo acertó a pronunciar tres palabras muy simples:

    – Voy al metro.

    – Te acompaño hasta la estación.

    Él se levantó de la silla e intentó mantenerse erguido, como hacía cuando se sentía observado, pero enseguida volvió a encorvarse sin darse cuenta, igual que le pasaba siempre. Caminaron juntos hasta el acceso del metro, donde se despidieron. Otra ráfaga de viento anuncio una tormenta inminente.

    Carmen le abrazo y le acaricio con los dedos las vértebras mientras dos lágrimas intentaban asomarse a sus ojos. Pensó que la timidez había encorvado la espalda de aquel hombre tan alto y delgado. Sitió hacia su admirador dos clases de afectos desinteresados: el del hijo desvalido y el del padre que nos ayudará siempre. En ese momento empezó a caer otro chaparrón. Levantó el brazo y grito:

    – Taxi… ¡Taxi!

    Carmen entró deprisa en el coche para no mojarse. Se despidió agitando la mano y sonriendo, igual había hecho en la mesa del bar:

    – Nos veremos pronto. Ya te llamare. Adiós.

    – Adiós, Galatea – contestó él, mientras la lluvia de aquel domingo otoñal inolvidable le empapaba la cara.

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    Última modificación: 21 de Junio de 2020
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  2. goodlookingteenagevampire

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    Ahora cada lector que se imagine si hubo tal reencuentro.
    Muy amena lectura, muchas gracias, Antonio.
    Um abrazo.
     
    #2
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  3. Antonio del Olmo

    Antonio del Olmo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Cada lector puede seguir escribiendo en su imaginación el desenlace final.

    Gracias por tener la paciencia para leer este relato tan extenso.

    Salud y ventura desde Madrid.
     
    #3
  4. goodlookingteenagevampire

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    En un momento me pregunté qué tan extenso era:) pero un relato bien contado te engancha. Sabes, no sé por qué esta actriz me recordó a Naomi Watts en King Kong.
    Otro abrazo.
     
    #4
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  5. Antonio del Olmo

    Antonio del Olmo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Naomi Watts podría ser la la protagonista de este relato. Tiene unos ojos muy bellos, entre azules y verdes, como Galatea.

    Gracias de nuevo por leer y comentar. Te mando un abrazo aséptico desde Madrid, donde estamos intentando vencer al virus.
     
    #5

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