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Las sombras

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Pessoa, 27 de Mayo de 2020. Respuestas: 8 | Visitas: 619

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    LAS SOMBRAS

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    Avanzaba con parsimonia por la amplia avenida iluminada por los neones de los escaparates y los focos fugitivos de los vehículos, que dibujaban luminosos rayos rectilíneos en la calzada, creando caprichosas fantasmagorías luminiscentes al pasar sobre los charcos oleaginosos dejados por la última lluvia. Seguía teniendo aquella extraña sensación de volatilidad que le preocupaba desde hacía algún tiempo. Como si la masa de su cuerpo hubiese sido afectada por alguna especie de carcoma y, dentro de su forma habitual, lo ocupase ya alguna especie de de sustancia incorpórea, esponjosa e ingrávida.

    Una transformación en puro espíritu, podría decirse, pero él nunca creyó que ningún tipo de espíritu pudiese albergarse en la compacta materia del cuerpo humano. Ciertamente desde que se apartó de los trabajos y las rutinas habituales a los que había dedicado las tres cuartas partes de su vida, harto ya de desaires y fracasos, comenzaron a manifestarse en él aquellos síntomas de vacío, junto a un rencor creciente hacia sus semejantes. Aunque le resultaba impropio llamarlos así: nunca se había sentido semejante a los demás, siempre se consideró un desclasado y poseedor de características que lo hacían diferente a los otros. Pero nunca llegó a considerar que este fenómeno de “espiritualización”, que empezaba a barruntar como problema, pudiera ser debido a su falta de integración en la sociedad.


    De origen aldeano, los pasos que tuvo que dar para buscar su “lugar bajo el sol”, como tantas veces le aconsejaba su abuelo en las frías noches del invierno allí, en el pueblo, no fueron ni fáciles ni habituales. La hacienda familiar se había volatilizado en manos de un padre manirroto y mujeriego, y esa volatilización le había generado un íntimo desasosiego y la creencia, nunca sustanciada por otras circunstancias, de que todo lo material era efímero y volátil. Pero nunca llegó a concluir que en la vida cotidiana solo pudiera disponerse de un patrimonio espiritual; aquel concepto era cosa de curas y de los curas, otro consejo de su abuelo, más valía mantenerse alejado.


    Otra de sus obsesiones eran las sombras; siempre le inquietó su incapacidad para entender ese fenómeno de la oscuridad. Tal vez por eso, cuando los avatares de su vivir le fueron empujando a la soledad, siempre lo acompañaba en el salón de su pequeño apartamento, que le servía asimismo de dormitorio y rincón de lectura, un antiguo candelabro de bronce con el que le gustaba iluminarse en las largas veladas que se concedía cuando, cansado de pasear por las calles hostiles, volvía a su piso a encontrar aquello que nunca le abandonó durante el día: la soledad.


    Aquella nueva obsesión, la de su creciente incorporeidad, iba ocupando su espíritu En los bares, en los restaurantes, en las tiendas que frecuentaba, cada vez le parecía que pasaba más desapercibido, le era más difícil hacerse servir por los empleados que parecían ignorar su presencia entre la de los demás clientes. Procuraba mirarse, cada vez con mayor frecuencia, en los espejos y siempre encontraba inexorablemente su imagen envejecida, quizás con los rasgos de su rostro más difusos, aunque él lo achacaba a su extrema delgadez y al deficiente rasurado de su barba.


    Al final de la tarde, después de su prolongado paseo por los arrabales (últimamente evitaba las aglomeraciones y el bullicio del centro, pues tenía que esquivar continuamente los golpes de los viandantes que, ignorándole, se abalanzaban contra él, le apeteció buscar un contacto femenino, el calor de un cuerpo de mujer, siquiera fuese mercenario aunque, ya lo intuía él, le dejase una amarga insatisfacción por el recuerdo de otros cuerpos a los que amó y no pudo conseguir. Entró en uno de aquellos clubs de alterne. Lo recibió una vaharada de tabaco y olores groseros, de emanaciones de cuerpos sucios y de escasa ventilación. Dentro, la penumbra rojiza permitía distinguir varias formas femeninas que se apoyaban con torpe languidez en la barra del establecimiento. Con desmañados gestos se acodó asimismo en la parte más alejada del mostrador; tras algunas gesticulaciones aparatosas para llamar la atención una de las mujeres se aproximó a él, llevando consigo un nube de aromas turbios y un gesto de aceptada resignación ante lo que, suponía, iba a ser una nueva entrega de su ajado cuerpecillo. Pero inesperadamente la mujer no llegó hasta él; quedó hablando distraídamente con otra de sus compañeras, ignorando sin mayor razón la presencia del recién llegado.

    Un desconcertante dilema le hizo plantearse la posiblidad de que tendría que ser él quien se acercase a la mujer o, definitivamente, salir del local en el que ya se arrepentía de haber entrado. En su cerebro comenzó una espantosa confusión, una tormenta de dudas sobre la realidad de su existencia. No era posible aquel desconocimiento de su presencia, pues era el único cliente del local. Como un trueno que nacía en lo más profundo de su mente, un creciente sentimiento de indignación e incertidumbre se apoderó de él. Salió a todo correr del club necesitando encontrarse en la vorágine de la calle. Le urgía volver a sentirse y a ser. Fuera, todo era sombra, oscuridad profunda. Ni una sola luz, ni de casas, ni de farolas ni de vehículos definía los volúmenes de aquellas conocidas geometrías. Eran las tinieblas del más allá. Temblando se refugió en una de las bocas en las que la oscuridad parecía ser más profunda. Con un alucinado terror comenzó a palparse, a tocar sus estremecidos miembros. Nunca los encontró; todo él era vacío. Fue su último paso hacia la nada que siempre fue.

     
    #1
    Última modificación: 27 de Mayo de 2020
  2. Chema Ysmer

    Chema Ysmer Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Lo que cuentas es algo que a mí me ha pasado, esa sensación de ingravidez e inexistencia que nos obliga a mirarnos en los espejos para comprobar que nuestro cuerpo aún nos sustenta, que el vacio que sentimos dentro está perfectamente envuelto de materia.
    Gracias por este relato, muchas gracias. Saludos afectuosos.
     
    #2
    A goodlookingteenagevampire le gusta esto.
  3. Pessoa

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    Gracias, compañero Chema. Yo nunca he tenido esa sensación de incorporeidad; siempre he sido obeso :p. Sí en cambio he tenido alguna experiencia de vuelo astral. Pero prefiero, salvo en poesía, pisar la tierra firme. Muchas gracias por tu visita que espero se repita con frecuen cia. Un cordial salido,
    miguel
     
    #3
  4. goodlookingteenagevampire

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    La soledad lo condujo sin un solo contratiempo desde un plano hacia el otro asistida por un séquito de sombras. Es increíble lo que escribes, Miguel. Un abrazo.
     
    #4
  5. Chema Ysmer

    Chema Ysmer Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Pues yo lo de vuelo astral no lo he experimentado nunca.
    Y sí, pienso repetir las visitas porque me interesa y mucho como escribes.
    Un afectuoso abrazo.
     
    #5
  6. Pessoa

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    Hola, googlook. Gracias por tu sabio comentario. Puede que sí, que algunos, muchos, crucemos esta apariencia de existir como sombras que nada dejan en su devenir. Solo sombras rodeadas de sombras. No hace falta la muerte biológica para deambular como sombra carente de energía y capacidad de dar vida. Muy interesante tu aportación. Un cordial saludo desde la luz,
    miguel
     
    #6
  7. Pessoa

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    Hola de nuevo Chema. No suelo escribir en prosa (en este foro) porque por un vanidoso deseo de publicitar lo que escribo creo que somos más leídos en los foros de poesía que en estos de prosas. Pero sabiendo que puedo contar con, al menos, un lector potencial dejaré de vez en cuando alguno de mis muchos textos inéditos en MP. Gracias por tu animosa acogida.
    miguel
     
    #7
  8. Guadalupe Cisneros-Villa

    Guadalupe Cisneros-Villa Dallas, Texas y Monterrey NL México

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    ESTIMADO, Miguel, me quedo sin palabras, me conmueve la manera en que escribe, no me extiendo por temor a pecar.
    Abrazo mil de colores a su don y arte al que admiro y del que aprendo,
     
    #8
  9. Pessoa

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    Hola, Guadalupe. Pues deberías recuperar las palabras y dejar tus comentarios haciéndolos más extensos, tanto si son halagüeños como si son críticos. Todo se acepta y todo enriquece. Puede que pequemos de tener una comunicación algo esclerotizada. Un abrazo mediterráneo y postpandemia.
    miguel
     
    #9

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