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No hay federal de caminos que me alcance te lo juro.

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por jorgeaa, 5 de Agosto de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 538

  1. jorgeaa

    jorgeaa Poeta recién llegado

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    Hombre
    Les comparto el noveno capítulo de mi novela policiaca.


    Con esta nueva información ya tenía, más o menos, un rumbo que seguir.
    Ahora conducía en sentido contrario y a velocidad moderada.
    Tenía que volver al arrabal. Era el único lugar dispuesto a darme respuestas, a recordarme felicidades efímeras, a ser fiel testigo de como mi cordura se iba trastornando poco a poco, en una enfermiza obsesión.


    El arrabal ahora se sentía tan lejano, inhóspito y traicionero por haberme dado esos delgados destellos de luz y extinguirlos entre una espesa neblina que significaba la vida sin Eylin.
    La terrible escena de su cuerpo ensangrentado entre mis brazos me vino a la mente. Hacía días que esa imagen seguía apareciendo en mi cabeza volviéndose parte de mi rutina; pero ahora venía acompañada de otra imagen, más lúgubre, igual de tétrica que me erizaba la piel: Junior desparramandose por todos lados cuando le disparé tres veces.

    Aún no terminaba de convencerme que la muerte, fuera la terrible consecuencia del amor y la pasión.


    Llegué a casa huyendo todavía de la acusación y el desasosiego. Tomé el revólver, el único objeto que afirmaba la realidad de mis actos. De no haber bajado del carro con él, me habría quedado la sensación de que todo había sido un mal sueño; que en algún momento despertaría junto al cuerpo tibio de Eylin, entregándonos al calor de la tarde, sucumbiendo ante la risa que nos provocaba el sonido del pequeño ventilador que apenas refrescaba el cuarto; contemplandonos en silencio, como dos mudos que saben que el amor no se compone de palabras.

    Pero ella ya no estaba y lo único que me quedaba era esta mirada perdida, como un reflejo de mis horribles recuerdos y esta pistola gigantesca y fría con la que compartíamos un secreto inimaginable. Ella era ahora mi única confidente.

    Después de envolver el revólver en la toalla café y ocultarlo en la parte más profunda de mi ropero; me duché varias veces tratando de limpiar las impurezas, queriendo restregarme de la culpa y el miedo; jugando, fallidamente, a expiar mis pecados.

    Me cambié de ropa y salí a la calle con dirección al Criadero, repitiendo como si fuera un remedio milagroso, como una panacea para el corazón, aquel viejo dicho que grabé en mi mente: el tiempo lo cura todo.


    Dicen que todos los asesinos vuelven a la escena del crimen; y yo no hacía más que confirmar esta teoría con mi pronto regreso al prostíbulo. Pero hubo algo que me llamó la atención; y no sé ni cómo podía estar tan pendiente de mi entorno cuando sentía la fuerza del pecado arrastrándome.

    Estaba muy nervioso pero tenía que disimular. Tomé tres cervezas y un vaso de agua en la tienda de Doña Blanca para calmarme un poco. De pronto, ingresó Roger con El Pelón seguidos por el Gordo.

    -¿Qué putas muchá?- los interrogué en forma de saludo e hice un gesto para que me acompañaran.

    -¡Venimos de ver el gran vergueo que se armó en el Criadero cerote!- exclamó Roger sentándose a mi lado en su clásico lugar.

    -¿Qué vergueo? ¿Qué pasó?- les pregunté tratando de fingir la mayor inocencia posible.

    -Dice que el Junior se desapareció fijate vos.- comentó el Gordo cargando la rocola de fichas.

    -Creyeron que se había perdido otra vez el pisado pero lo estuvieron llamando y no contestaba.- siguió narrando el Gordo mientras tomaba asiento y le hacía señas al Pelón que estaba pidiendo la cerveza. -pues sí, dice que lo llamaron y no contestaba; pero una doña que cabal salió a la terraza a tender la ropa, vió que lo zamparon entre un pick up y saber a dónde putas se lo llevaron vos.-


    Me tomé unos minutos en responder y fue porque estaba pensando que iba decir.

    Recordé que hice todo de una manera rápida y precisa; también me aseguré que no había nadie observándonos y traté de mantener la pistola pegada al cuerpo de Junior y al mío para que nadie sospechara de una posible amenaza. Pero siempre se deja un cabo suelto, no se puede estar pendiente de todo; en especial cuando se trata de un acto violento alimentado por la ira y la vehemencia.


    -¿Y no vieron quién fue vos?- le pregunté al Gordo mientras tomaba de mi tarro de cerveza.

    -¡Dicen que fue un pick up rojo igual al tuyo cerote! - exclamó El Pelón bromeando mientras colocaba los litros de Gallo sobre la mesa.

    -¡Ahuevos!- exclamé con una risa nerviosa seguida de un largo trago de cerveza.

    -Es que ese pisado del Junior se la estaba buscando ¿va mijo?- me preguntó El Pelón con picardía recordando la larga plática que habíamos tenido en su casa.

    Reí nerviosamente otra vez y me limité a seguir bebiendo.

    Mi personalidad, marcada por largos períodos de introversión y silencio, era mi mejor disfraz en ese momento. Tenía que vestirme de ella, apropiarmela, limitarme a tratar el tema con nuestra cotidiana frivolidad; sólo así saldría de tan sutil interrogatorio que se volvía tan difícil por la peligrosa dualidad que significa la confianza entre amigos.


    -Saber vos. Saber, de verdad, en que rollos estaría metido el pisado.- le contesté.

    -Sí, es que aquel pobrecito, había varia mara detrás de él. De plano el del punto* se aburrió que le debiera pisto y lo mandó a traer.- afirmó El Pelón quitándome de encima el peso de sus preguntas.

    -Pues, puede ser que no se lo hayan quebrado.- interrumpió Roger que trataba de señalar al Gordo la canción que quería poner en la rocola.

    -Tal vez sólo lo querían ahuevar para que ya no estuviera chingando. Ahí van a ver que va aparecer en un par de días.- afirmó Roger quien empezaba a corear las primeras líneas de un corrido.


    “Traía llantas de carrera con sus rines bien cromados. Motor grande y arreglado, Pedro se sentía seguro. No hay federal de caminos, que me alcance te lo juro.”

    Rugían Los Tigres del Norte a todo volúmen en el momento que vaciábamos el doceavo litro.

    Mis amigos habían pedido media botella de Venado, la cual empezaban a mezclar con la cerveza. Yo preferí abstenerme de tomar guaro, sabía lo parlanchín y hablador que me ponía dicha combinación y lo mejor era permanecer callado, al margen de lo que sucedía. No quería decir algo de lo que me fuera arrepentir.


    Una hora después, habían vaciado también la media de Venado.

    El Gordo volteó a ver al mostrador, asegurándose que Doña Blanca estaba dentro del local viendo la televisión (como era su costumbre) y se encorvó sobre la mesa, tratando de bloquear la vista hacia nuestro rincón con su espalda rechoncha y enorme. Sacó un pequeño frasco transparente de su pantalón y vertió sobre la pantalla de su celular un fino polvo blanco que agrupó en cuatro líneas anchas. Era cocaína obviamente. Enrolló un billete de cinco quetzales e inhaló una línea con él; luego le pasó el celular y el billete a Roger y él procedió a inhalar.

    La vuelta cerraba conmigo. Yo necesitaba algo que me mantuviera despierto y alerta, tomé el billete e inhalé media línea, después lo pasé a mi fosa nasal izquierda e inhalé el resto.

    El efecto tardó unos dos minutos en llegar a mi cerebro, pero cuando lo hizo, fue un cambio inmediato. Ahora estaba consciente, lúcido y atento a las palabras que salían de mi boca y a las reacciones que desencadenaban.


    Éramos hombres jóvenes pero esta rutina destructiva que seguíamos desde pequeños nos adivinaba viejos y monótonos, como si cada año que pasaba dentro del arrabal contaba por varios fuera de él.

    Y por si fuera poco, el olor a sudor lascivo y perfume barato salían a darme la bienvenida a la Posada 11:11, nuestro prostíbulo preferido de los tantos que conformaban El Criadero.


    Tomamos asiento y pedimos un cubetazo de Dorada Ice.

    El fuerte sabor a acetona que tenía en el paladar por la cocaína y su efecto neutralizante, le quitaban lo amargo a la cerveza haciéndola más fácil de ingerir; en pocos minutos bebimos una cantidad similar a la de la tienda y aspiramos tres líneas más para cada uno.


    Yo me sentía como un demente; estaba acomodado en la silla con mis amigos, pero sentía como cientos de ojos me apuñalaban desde lejos con miradas acusadoras; trataba de evitarlas pero en el intento me encontraba con otras. Tenía el horrible presentimiento que Junior entraría en cualquier momento con su rostro cubierto de sangre y el pecho apenas incorporado por pequeñas hebras de carne y hueso, y que iba a caminar hacia mí para señalarme con sus dedos mórbidos y flacuchos. Eso es lo único que haría, señalarme. Después se retiraría lentamente para entregarme ante los acusadores que me destazarían como aves de rapiña hambrientas. Del ataque saldría ileso, porque así es como se siente la culpa.


    Además, sentía también algo ardiendo dentro de mí. Me sentía empoderado, energético y con mucho brío. Era la euforia clásica que produce la coca. Tenía que liberarla.

    Entre la combinación agridulce de aromas, pude distinguir el perfume barato de Yessica, quien acompañaba a dos borrachos obesos sentados en la mesa de atrás.


    No tenía tiempo para tanta casaca metódica y sin sentido. Me puse de pie, la vi con intensidad, le señalé el pasillo que llevaba hacia los cuartos y comencé a caminar hacia él. Ella se sorprendió, pero se puso de pie y me siguió. No estaba acostumbrada a que la tratara de esa forma, pero yo tenía prisa y también ella tenía que empezar a hacerse de la idea que nuestra relación era superflua y que a los puteros no se llega con romanticismos melosos.

    Creo que ella ya lo sabía, quien apenas empezaba a entenderlo...era yo.


    Jadeamos, sudamos, nos insultamos, nos juramos de todo y todo lo olvidé, salvo unas verdades que salieron de ella graciosamente como la continuación de un anécdota callejero:


    -Pues fíjate que la doña que vio que se llevaban al Junior dice que apuntó el número de placa del carro.-


    Yo no contesté. Me limité a vestirme en silencio fingiendo desinterés en lo que decía. Pero la verdad estaba anonadado y comprendí finalmente como el temor puede apoderarse de una persona al punto que fui incapaz de pronunciar palabra alguna.

    Sentí la mirada vidriosa de Junior escrutándose en mí para implorar piedad y yo se la negaba. ¿Sería la misma mirada de clemencia que tendría que hacerle a la mujer que había apuntado mi placa?

    ¿Y si también se tornaba fría como yo y me negaba la piedad?

    Sentí la acetona, la cerveza, la hiel y el sexo aglutinándose entre mi garganta y bajando hacia mi estómago con pesadez.

    Así es como se siente la culpa.
     
    #1
    A danie le gusta esto.

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