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El triángulo del odio

Tema en 'Prosa: Obra maestra' comenzado por Antonio del Olmo, 7 de Noviembre de 2020. Respuestas: 2 | Visitas: 707

  1. Antonio del Olmo

    Antonio del Olmo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    EL TRIÁNGULO DEL ODIO

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    INTRODUCCIÓN



    CAPITULO I


    Los protagonistas del primer capítulo de esta historia, dos hombres enfrentados, se llamaban Iván y Yojanan. Estos nombres significan la mismo en diferentes idiomas (en español también tenemos el nombre correspondiente: Juan). ¿¡No sería magnífico que todos hablásemos el mismo idioma o, mejor aún, que todos pensásemos en el mismo idioma para entender las ideas y los sentimientos de nuestros adversarios!? Al protagonista del segundo capítulo le llamaremos “el Bombero”, porque así le llamaban cariñosamente sus amigos. Los tres protagonistas vivían en Pontourbo, la ciudad de los puentes, que unen las orillas de un río que atraviesa siete países antes de llegar al mar.

    Pontourbo era la capital de un país muy variado, formado por montañas nevadas, desiertos cálidos, llanuras fértiles, playas inmensas y acantilados elevados: reunía casi todos los tipos de paisajes de la Tierra. Allí habían convivido, durante siglos y siglos, pueblos con diferentes idiomas, religiones e ideologías políticas. Los habitantes de este país eran tan variados como su paisaje.

    En la capital también habían convivido en paz muchas personas procedentes de las diferentes regiones del país. Todos se trataban igual, igual de bien o igual de mal, pero al menos igual; no importaba el origen familiar. Pero en aquella época se había roto la armonía que había unido las personas diferentes para sumar sus cualidades. La guerra estalló para separar a las personas por su nacionalidad, idioma, religión o cultura.

    EL ATENTADO



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    Iván sintió el fuego del odio antes de cometer el atentado. Recordó a su hermano muerto en otro atentado. Aquella mañana lluviosa, antes de la salida del sol, circulaba en un coche junto a su compañero de organización. Él se encargó de disparar, porque era un buen tirador, y su compañero se encargó de conducir el coche a toda velocidad para huir, porque era un buen conductor. La dirección local de la organización era quien elegía a las víctimas y preparaba los atentados.

    Siempre cruza el puente peatonal a las 7:15. – dijo su cómplice mientras paraba el coche – Prepárate.

    Iván saco una pistola de su cartera, recordó a su hermano muerto, quito el seguro del arma y apretó la empuñadura con todas sus fuerzas; pero se olvidó de cubrirse con la capucha.

    Su cómplice observó con prismáticos a un hombre que andaba presuroso con un paraguas negro y dijo:

    – Es él, seguro. Su cara es inconfundible. ¡Dispara!

    Iván salió presuroso del coche empuñando la pistola y disparó al corazón del hombre que cubría la cara con el paraguas para protegerse de la lluvia y el viento frontal. El paraguas salió volando, el hombre, herido de muerte, se llevó la mano al pecho, miró a su agresor y exclamó:

    – ¡¿Iván?!

    Iván sintió algo muy parecido un estallido en su cerebro y respondió:

    – ¡¿Yojanan?!

    El cómplice de Iván gritó con todas sus fuerzas:

    – ¡Remata, imbécil, remata! ¡Y Ponte la capucha! ¡Maldita sea!

    Iván reconoció a Yojanan, un amigo desde la infancia. Aunque no se habían visto desde hacía nueve años, sus orejas enormes eran inconfundibles, parecían abanicos. Yojanan también reconoció a Iván por su nariz encorvada y afilada, como el pico de un águila.

    Yojanan no había sentido la bala que le atravesó el pulmón y la aorta, porque la herida desactivó los nervios sensitivos. Intentó pronunciar dos palabras: “por qué”, pero murió antes.

    Iván abrazó a su amigo por las axilas para sostenerle mientras se caía hasta quedar tumbado en el suelo. Entonces, el cómplice salió presuroso del coche empuñando su pistola, se agachó al lado del muerto, le disparó en la sien, agarró del brazo a Iván y le metió en el coche mientras gritaba:

    – Deprisa, imbécil, deprisa.

    La lluvia arreció con mucha fuerza y tiñó de rojo y gris la acera. Sonaron algunos disparos lejanos, algo “normal” en aquel tiempo. El coche salió disparado siguiendo la carretera paralela al río, en sentido contrario a la corriente. Iván se cubrió la cara con las manos y sollozó, aunque sólo lloraba cuando estaba solo; pero en aquel momento no pudo resistir.

    – ¡Cálmate, por favor, cálmate! – exclamó el conductor con un tono de voz tan nervioso que producía el efecto contrario.

    – Era mi mejor amigo desde que teníamos cuatro años.

    Iván empezó a asociar recuerdo tras recuerdo durante todo el trayecto:

    Miró el río y se acordó de aquel día que fue a bañarse con Yojanan en un afluente de ese mismo río, en vez de ir al colegio. Se sintió muy libre nadando desnudo completamente, porque no podían llevar el bañador desde sus casas para no infundir sospechas. Lo pasaron muy bien nadando, en lugar quedarse escuchando las aburridas clases de aquel profesor que pegaba con la regla. Tenía que nadar muy deprisa para aguantar el fío del agua. Enseguida salieron los dos para secarse al sol, pero en ese momento apareció un vecino que pescaba en esa zona. Se taparon con la mano los órganos genitales, aunque casi no se veían porque estaban encogidos por el frío, y se vistieron mojados. ¡Vaya vergüenza que pasaron! Pese a todo, el vecino les reconoció, se chivo a sus padres y fueron castigados severamente. De todos modos, pensó que había valido más todo lo disfrutado ese día en el río que lo sufrido con el castigo. A fin de cuentas, todo tiene su precio. Había merecido la pena.

    Ahora el río era tan diferente… Las aguas bajaban muy turbias por la lluvia, que no había cesado en los últimos 10 días. Y había matado a su amigo… Pensó que el tiempo es como la corriente de un río, jamás retrocede. Deseó con todas las fuerzas retroceder solo dos minutos, el tiempo necesario para abrazar a su amigo en vez de matarle.

    Su cómplice interrumpió sus pensamientos espetando:

    – Era un dirigente de los azules. Recuerda que ellos mataron a tu hermano.

    – ¡Malditos azules y verdes! ¡Maldita guerra! – dijo refiriéndose al color de las banderas de los bandos enfrentados en ese territorio.

    Y pensó que los primeros enfrentamientos surgieron entre los portadores de esas banderas en los partidos de fútbol: ese espectáculo que simula una guerra. “¡¿Cómo se puede llamar deporte al fútbol?!” A él le gustaba andar y correr en el monte, sin competir con nadie. Así entendía el auténtico deporte.

    El cómplice se calló e Iván retornó al pensamiento interrumpido:

    Recordó el abrazo que dio a su amigo para que no cayera al suelo después de dispararle, y pensó en el abrazo más efusivo que se dieron para reconciliarse cuando eran jóvenes, mucho antes de la guerra. El motivo de la discordia fue Marién, una chica que tenía unos ojos azules que miraban siempre fijamente, un cabello recogido en una cola de caballo que siempre oscilaba como un péndulo, y unos labios de color amapola que sonreían después de pronunciar cada palabra. Los dos estaban enamorados de ella. El primero que la cortejó fue Iván, aprovechando que siempre iban juntos a la clase de guitarra los jueves por la tarde.

    Nunca olvidará el día que pasó con ella en la fiesta de la Unidad, celebrada en el río que atraviesa libremente siete países, sin que nadie le pidiera el visado ni el pasaporte. Todos los años se encendían luces de muchos colores en los puentes cuando pasaba la comitiva de barcas adornadas con velas y flores. Fue con ella a la feria, donde él ganó un osito de peluche con los puntos que consiguió disparando a la diana con una escopeta de aire comprimido. Falló en el primer tiro, pero después calculó el desvió del cañón y acertó fácilmente.

    Aquella noche, cuando se despidieron en el paseo fluvial de las acacias, le regalo el osito y la dio el primer beso de su vida. Él sonrió, inclinó la cabeza para apartar su prominente nariz y ofrecer sus labios. Ella le besó levemente durante dos segundos, no más, y se ruborizó. Estaba encantadora esa noche, cuando el color rojo de sus labios pasó a sus mejillas. Todavía recuerda el susurro de las acacias, el murmullo del río, las notas de la canción de moda que llegaban desde la feria y el olor a churos que traía la brisa al anochecer. Hubiera querido detener el tiempo en ese momento, igual que se detiene el movimiento en las fotografías.

    Ya no se encienden luces de colores en los puentes, aunque sigue allí la farola que iluminó la escena del beso; pero todo lo demás ha cambiado tanto… Ahora no dispara con escopetas de aire comprimido a las dianas de la feria. Ahora todos los recuerdos felices se tiñen de tristeza:

    Unos días después del beso, se enteró de que su amigo acompañaba a Marién al colegio todas las mañanas. Fue a buscarle y le dijo enfadado:

    – ¿Qué pasa, quieres quitarme la novia?

    Yojanan respondió con tono conciliador:

    – Marién no es tuya. Las personas no son propiedad de nadie.

    – Ya lo sé, hasta ahí llego, pero fui el primero que salió con ella. ¿No puedes cortejar a otra para no romper nuestra amistad? Hay muchas chicas en el mundo.

    – Ella debe elegir a su pareja y nosotros tenemos que seguir siendo amigos. Debemos saber perder, como pasa en los juegos. La vida es un juego de azar muchas veces.

    – Esto no es un juego para mí. Hemos terminado.

    Dejaron de hablase durante más de dos meses, el tiempo que duraron las vacaciones, hasta que ella eligió. El día de la fiesta del barrio la vieron abrazada a un chico guaperas que parecía un maniquí por lo bien que le sentaba el traje. En ese momento el aire olía a churros y vibraba con las notas de la canción de moda que habían bailado antes de las vacaciones. Ella había cambiado: ya no tenía la cola de caballo ni sonreía después de cada palabra ni les miraba a los ojos, y, además, se había pintado los labios de color granate. “¡Con lo bonito que era su color natural!”

    Iván acudió al encuentro de su amigo para decirle sonriendo con tristeza:

    – Hemos pedido los dos. Ella ha elegido a ese maniquí. Nosotros no debemos perder la amistad. ¿Amigos para siempre?

    – ¡Amigos para siempre! – respondió Yojanan mientras se abrazaban efusivamente.

    Iván pensó en el último abrazo, cuando sostenía el cuerpo muerto de su amigo, se cubrió la cara con las manos y sollozó otra vez.

    ¡Basta ya! No te aguanto más – dijo enfurecido el cómplice.

    –¡Basta ya! Para el coche. Me marcho. – contestó Iván, más enfurecido aún.

    El cómplice aminoró la velocidad y miró sorprendido a su compañero. Iván apuntó a su cómplice con la pistola y gritó desesperado:

    ¡Para el coche o te mato!

    El coche se paró bruscamente, Iván salió corriendo con la pistola empuñada y el conductor reanudó la marcha muy deprisa. Alguien le observó desde una ventana y llamó a la policía militar.

    Seguía lloviendo más y más. El río empezaba salirse de su cauce, inundando la carretera que seguía su curso. Volvieron a sonar unos tiros lejanos. Iván pensó en el tiro en la sien que disparó su cómplice. No podía soportar la imagen que tiñó de rojo y gris el agua de la acera que se dirigía al río. Sintió unas nauseas terribles. Se apoyó en un árbol, una de las acacias que formaban una hilera junto al río, y vomitó con todas sus fuerzas. Hubiera querido vomitar también todo el odio acumulado con la muerte de su hermano, pero el cerebro no puede vomitar los malos pensamientos de la misma manera que el estómago vomita los malos alimentos. Se sintió aliviado, a pesar de estar tan empapado por la lluvia como si se hubiese caído al río, y se acordó de la vez que vomitó estando con su amigo:

    Aquel día, cuando ambos tenían 11años, compraron una caja de vino barato, un paquete de tabaco rubio y se fueron a un lugar apartado, bastante cerca de donde se encontraba ahora. No pudieron resistir la atracción de lo prohibido y no se les ocurrió otro modo de liberar la rebeldía juvenil. Yojanan se fumó medio paquete de cigarros, pero solo pudo beber dos tragos de vino porque sabía asqueroso, aunque fue suficiente para que terminara el día con un fuerte dolor de cabeza. Iván solo fumó medio cigarrillo porque le dio un ataque de tos, pero se bebió casi todo el vino, por no tirarlo, aunque después lo vomitó. Esta vez no fueron castigados porque sus padres no se enteraron, pero estos vicios conllevaron su penitencia: les sentaron tan mal, tan mal, que se les quitaron las ganas de beber y fumar durante mucho tiempo.

    Escuchó otra ráfaga de tiros lejanos y volvió a recordar el disparo a su amigo. Antes había cometido más atentados, había disparado a los militares uniformados desde lejos, con un fusil de mira telescópica. Pero esta vez fue diferente, había matado a una persona conocida, a su mejor amigo desde la infancia. Los soldados le parecían objetos enemigos, como los misiles que destruyen en el aire los cañones antiaéreos. Los uniformes y los desfiles anulan la personalidad de los militares, suprimen las diferencias, para que ejecuten las órdenes sin pensar libremente. Y recordó que él había matado a su amigo, igual que un soldado había matado a su hermano. Los dos, el soldado y él, habían cometido el mismo delito.

    Entonces comprendió que la muerte de su hermano le había generado dos sentimientos muy dolorosos: tristeza y odio. Había calmado su tristeza llorando cuando estaba solo, porque sentía vergüenza si alguien le veía; no había superado ese prejuicio machista: “los hombres valientes no lloran.” También había calmado su odio, aunque solo momentáneamente, cuando disparaba; pero no podía matar a sus enemigos continuamente. Comprendió que el odio era un sentimiento más doloroso que la tristeza, era un fuego que le quemaba por dentro para que matase.

    Pensó que Yojanan también tenía un hermano, el Bombero, como todos le llamaban cariñosamente. Iván se sintió culpable y decidió dispararse en la sien para descargar toda su agresividad contra él mismo; pero no fue necesario. Siguió andando al borde del río, ensimismado en sus pensamientos, como un muerto viviente, con la pistola colgada de la mano, apuntando al suelo. La ropa, empapada de agua, se pegaba a su cuerpo como si fuese una segunda piel, pero ya no sentía la lluvia, su mente estaba en otro tiempo del pasado y ya no regresaría al presente. Pese a la intensa lluvia que recibía, sus ojos permanecían secos, ni siquiera tenía el consuelo de las lágrimas.

    Un vehículo militar blindado paró cerca y al cañón de una ametralladora asomo por un orificio lateral. Iván levantó la pistola para dispararse en la sien. El conductor del blindado ordenó:

    – ¡Dispara ya! Es él.

    No sintió los impactos de siete balas que le atravesaron, murió en el acto. Su sangre también se mezcló con el agua de la lluvia que se dirigía al río. Enseguida dejó de llover durante un minuto y se asomó el sol en un hueco de las nubes grises, casi negras. Un gorrión salió de su cobijo, cruzó el río y se posó en la rama de una acacia, al lado del vehículo blindado. La vida seguía… pese a todo.

    CAPÍTULO II


    EL BOMBERO

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    El día siguiente, a las ocho de la mañana, un sargento bajo y delgado pregunto por el hermano de Yojanan en la central de bomberos. Saludó al estilo militar, tocando la sien con los dedos, y le dijo:

    – ¿Es usted el hermano de Yojanan, el director del Centro de Informática Nacional?

    – Sí, yo soy – respondió extrañado el bombero, un hombre alto y fornido con unas orejas enormes.

    – Siento comunicarle que su hermano ha caído en un atentado, pero su asesino ha sido acribillado poco después en un tiroteo.

    El sargento se apresuró a decir la última frase: “su asesino ha sido acribillado” para aliviar el dolor, pero no sirvió. El bombero no entendió al sargento, o, mejor dicho, no quería entender. Todavía veía una pequeña luz de esperanza cuando pregunto:

    – ¿Dice que mi hermano, Yojanan, un funcionario informático, ha muerto en un atentado?

    – Así es. Lo siento mucho. – respondió consternado el sargento, y pensó que en ese momento estaría mejor en la primera línea del frente.

    – No puede ser. Mi hermano no es político, es un funcionario, como yo. Ha estado trabajando nueve años en el extranjero, hasta que vino a la capital, hace menos de siete meses, para dirigir el Centro Informático Nacional.

    – Lo siento mucho, pero es así. No cabe ninguna duda. Puedo acompañarle a la capilla ardiente que hemos instalado en la base. El coche espera en la puerta.

    – Vamos enseguida.

    – ¿Va a ir así, vestido de bombero? Puedo esperar a que se cambie.

    – ¡Qué importa! Vámonos enseguida.

    La pequeña luz de la esperanza se apagó y comprendió que la muerte de su hermano era real, tan real como el sol que lucía con todo el esplendor del mes de junio, después de mantenerse oculto tras las nubes durante 10 días.

    El bombero entró en el coche militar y preguntó al sargento:

    – ¿Quién es el asesino de mi hermano, el hombre que ha muerto en el tiroteo, según la versión oficial?

    – Iván Petrov. Dicen que fueron amigos desde hace muchos años, cuando eran párvulos.

    – ¡No puede ser! – exclamó de nuevo, pero enseguida recordó que su hermano le había dicho que Iván pertenecía a los comandos clandestinos del bando verde.

    Durante el trayecto hasta la base, el bombero recordó la última conversación que había tenido con Yojanan, cuando le dijo:

    – En mal momento has vuelto a nuestro país. El nacionalismo supremacista y los intereses económicos han provocado una guerra de todos contra todos. La violencia genera odio y el odio genera más violencia.

    – Cuando llegué, hace siete meses, no había comenzado la guerra. De todos modos, espero que alcancemos un acuerdo de paz controlado por la ONU. Además, no me pueden obligar air a la guerra porque trabajo en un centro estratégico. No voy a disparar ni a recibir tiros. – Yojanan no perdía su optimismo nunca.

    – Necesitamos ayuda exterior para detener la espiral de violencia, igual que se necesita apoyo exterior para subir, nadie puede elevarse tirando de los cordones de sus propios zapatos. Tendrán que venir los Cascos Azules de las Naciones Unidas para supervisar un acuerdo de paz.

    Yojanan se rio imaginando a alguien tirando de los cordones de los zapatos para elevarse, mientras decía:

    – Buena metáfora la de los de los zapatos. Ja ja ja…

    Tengo otra metáfora mejor para explicar la causa del fuego, la empleo siempre en los cursillos que damos a los bomberos voluntarios:

    “La combustión es una reacción química que produce el calor combinando el oxígeno del aire con un material oxidable fácilmente. El calor inicial produce una reacción en cadena que genera más calor y extiende el fuego sin parar.” Así expliqué la teoría del “triángulo del fuego” a los bomberos voluntarios. El fuego se apaga suprimiendo cualquiera de los tres elementos: calor, oxigeno o material oxidable. Pero en la última clase que di me salí del tema, no pude resistir el deseo de comparar el fuego con la guerra que sufrimos. Dije que el odio entre dos adversarios es como el calor, genera violencia, como el triángulo del fuego, y la violencia extiende el odio igual que se extiende un incendio.

    – Esta metáfora es todavía mejor – dijo sonriendo Yojanan.

    – Sí, pero no le gustó a mi jefe. Me dijo que no somos iguales que nuestros enemigos, los verdes. Es de los que piensas que los suyos son buenos al cien por ciento y los otros, malos al cien por ciento. No quiere averiguar la causa de la violencia para evitar la guerra. No entiende que todo lo que sucede tiene una causa que debemos identificar para evitar lo que destruye. Me ha prohibido dar más clases a los voluntarios.

    El bombero también era optimista, como su hermano, pensaba que evolucionamos venciendo la adversidad. El mundo no podía ser la obra de un dios loco. El destino de todo, incluyendo a las personas, sigue un curso marcado, igual que la corriente de un río sigue un rumbo determinado desde que nace hasta que desemboca. El mal existe para evolucionar, como ha evolucionado la vida. La oscuridad existe para ser iluminada.

    – Ya hemos llegado – dijo el sargento, interrumpiendo los recuerdos del bombero, mientras paraba el coche.

    Enseguida llegaron a una sala amplia, rodeada de bancos adosados a las paredes, con una enorme cruz de madera pintada de color verde oliva, como los uniformes militares. Los cristales de las ventanas, situadas en el techo, estaban tan sucios que apenas dejaban pasar la luz.

    El bombero vio a su hermano dentro de un ataúd metálico de color verde oliva, de los que emplean los ejércitos para transportar a los que han muerto en combate. Dos soldados estaban firmes como estatuas, portando su fusil, a los lados de la cabecera del ataúd. Enseguida reconoció a su hermano por el tamaño de las orejas, el distintivo familiar, aunque tenía la frente y la nuca cubierta con una venda para ocultar la herida de bala. Sintió con todas sus fuerzas el deseo de sacar del ataúd a su hermano para llevarle fuera de la base militar, igual que rescataba a los heridos en los incendios; pero enseguida comprendió su locura y apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas de la mano. Unas gotas de sangre cayeron de su mano derecha y pintaron círculos rojos en el suelo. Era un hombre muy fuerte, había conseguido cargar en brazos a una mujer desmayada que pesaba más de 100 kilos para salvarla del fuego, pero en ese momento se sentía impotente. Pensó en el triángulo del fuego y el triángulo del odio. Decidió que tenía que apagar el fuego del odio que sentía dentro.

    – Tranquilícese. – interrumpió otra vez el sargento, atemorizado ante la crispación del bombero. – ¿Necesita un sedante? ¿Le acompaño a la enfermería de la base?

    – No, gracias. Ya se me ha pasado. Lo que sí necesito es llamar por teléfono a mi familia.

    - Venga conmigo.

    El sargento le acompañó a un pequeño despacho, le ofreció una mesa, una silla y un teléfono, y le dijo en el tono más amable:

    – Aquí tiene todo a su disposición. Yo esperaré en la capilla para atenderle. También puedo ofrecerle todo lo que quiera tomar en la cantina de la base. Ahora le traigo una venda para la herida de la mano.

    El bombero se sintió mejor fuera de la capilla ardiente. No soportaba la imagen de su hermano muerto al lado de los dos soldados. “¿Qué misión cumplen esos soldados?” se preguntó. Quería borrar esa imagen de su memoria para recordar a su hermano viviendo con él en sus mejores momentos. Decidió pedir al sargento que colocasen la tapa del ataúd. Podían poner una bandera sobre la tapa, como les gusta tanto los militares y los nacionalistas. Así no se negarán. “¡Malditas Banderas!”

    Telefoneó únicamente a su hermana, que vivía con sus padres en un pueblo lejano, para que ella diese la fatal noticia a todos. “¡Cuánto van a sufrir mis padres!” Pensó que los padres de Iván sufrirán aún más por dos motivos: su hijo ha matado y ha muerto. Sabía que seguían siendo pacíficos, a pesar de la muerte de su primer hijo. Se alegró de que él y su hermano estaban solteros, afortunadamente, y no tenía que llamar a nadie más. Después le dijo al sargento:

    – Por favor. ¿Pueden tapar el ataúd? No deseo recordar a mi hermano así. Si quieren, pueden colocar una bandera sobre la tapa. También desearía que retirasen a los soldados de guardia. Necesito intimidad.

    – Muy bien. Ya lo teníamos previsto, pero usted tenía que reconocer el cuerpo. El reglamento es muy estricto. Cuando esté todo preparado, podrán entrar las visitas de familiares y amigos.

    En menos de dos minutos colocaros la tapa del ataúd, pusieron encima una bandera y se retiraron los dos soldados de guardia. El bombero se sentó en uno de los bancos que rodeaban la sala, cerró los ojos e intento evocar algún buen momento que había pasado con su hermano:

    Se acordó del día que le enseñó a pescar con caña en el río, cuando él tenía 16 años y su hermano ocho. Yojanan consiguió pescar una trucha pequeña en un remanso rodeado de juncos. El agua del río estaba muy clara ese día, tan clara que pudo ver al desdichado pez picando el anzuelo. ¡Y qué alegría sintió cuando su madre cocinó el pescado y repartió un trocito a cada uno! Tenía un sabor especial ese “manjar” para Yojanan. Fue una mañana fresca de mayo. Entonces podíamos disfrutar mucho con las cosas más pequeñas.

    – Lo siento – dijo un compañero de trabajo, interrumpiendo sus pensamientos, mientras le daba una palmada en el hombro – Cuenta conmigo para todo lo que necesites. Puedo relevarte para que descanses unos días, todos los que necesites; pero ahora tengo que irme. Me han llamado urgentemente para el incendio de la refinería.

    – Gracias por venir, amigo. Ya sé que puedo contar contigo siempre.

    Volveré cuando pueda. Hasta luego.

    El bombero miró durante unos segundos al ataúd cubierto con la bandera, sin contestar a la despedida de su compañero; después se levantó repentinamente y le dijo:

    – Me voy contigo. No aguanto más aquí.

    – Está bien. Te llevo a casa. Me coincide en el camino.

    – No. Voy contigo a apagar el fuego. Así me encontraré mejor, mucho mejor.

    – Tienes que descansar. Ya tendrás tiempo de apagar fuegos, ahora tenemos demasiados, por desgracia. Este incendio ha sido provocado. Quiero que pases la noche en mi casa para que no te sientas solo.

    – Ya descansaré después. ¡Vamos!

    Los dos bomberos salieron presurosos. Desde la puerta se veía el humo que salía junto a la chimenea de 85 metros de altura, la construcción más alta de la provincia. Llegaron a la refinería en media hora, y dos minutos después ya estaban los dos juntos, sujetando la misma manguera, lanzando el agua a toda presión sobre la base de las llamas. En los fuegos más peligrosos, siempre actúan en parejas para resistir mejor la presión del agua y socorrerse mutuamente.

    El hermano de Yojanan se encontraba ahora más calmado. Pensó que todos deberían defenderse de sus adversarios sin odiar, igual que los bomberos apagan un incendio: con energía, prudencia y valentía, pero sin odiar al fuego. Deberíamos oponernos a la adversidad sin odiar a los adversarios, porque el destino decide el curso de la vida de cada persona; puesto que no podemos elegir el cuerpo ni el lugar donde nacemos. Interpretamos en la vida un papel que no hemos escrito. Siempre seguimos un curso determinado, igual que la corriente de un río. El odio entre los adversarios genera la violencia que reacciona en cadena, igual que el triángulo del fuego.

    Pensó que siempre quiso ser bombero, como muchos niños. Todavía le seguía gustando su trabajo, a pesar de todo. Además, los bomberos se libraban de luchar en la guerra. Antes de aprobar la oposición, trabajó también con una manguera: regando el parque central de la ciudad.

    Un día de verano le encontraron regando Iván y Yojanan, cuando eran niños, y le cantaron una famosa canción infantil que se puede traducir así:

    “La manga riega
    aquí no llega,
    si llegaría
    me mojaría”


    Entonces aumentó la presión del agua y les regó mientras reían y corrían. Después se secaron enseguida con el sol de julio.

    Ahora se quedó sorprendido porque podía recordar a su hermano sin sentir tristeza. Había superado la crispación y se sentía bien, a pesar del insoportable calor que sufría; hasta le hacía gracia el recuerdo de la canción infantil.

    Los dos bomberos sintieron un tirón de la manguera hacia atrás, la señal de retirada para que les relevase otra pareja que ya sujetaba la misma manguera. Cuando se retiraron, un compañero les ofreció dos botellas de agua fría para que calmasen la sed y el calor. “¡Qué bien sabe el agua cuando se tiene mucha sed! (aunque digan que es insípida) no la cambiaría por la bebida más preciada. Ahora, estando más alejado, el sonido del fuego le pareció igual que el de una catarata. “¡Vaya paradoja!”

    El hermano de Yojanan levanto la cabeza para beber la botella de agua y contempló la nube de humo, muy negro, que manchaba el cielo, muy azul. Ahora se sentía muy calmado, mientras apagaba su sed; parecía que el agua apagaba también su crispación, aunque en ese momento volvió a escuchar disparos lejanos.


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    Última modificación: 4 de Junio de 2021
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  2. Maramin

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    Un buen relato el que nos dejas en esta obra, bien escrito y lleno de interés.

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    #2
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  3. Antonio del Olmo

    Antonio del Olmo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Espero que aprendamos a controlar el odio como el bombero controla el fuego.

    Gracias por leer un relato tan largo. Feliz otoño.
     
    #3

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