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Conexión Galaxias Intermedias

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Eloy Ayer, 10 de Mayo de 2024. Respuestas: 11 | Visitas: 169

  1. Eloy Ayer

    Eloy Ayer Poeta recién llegado

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    Conexión Galaxias Intermedias


    La primera idea total que existe del asunto universal data de los tiempos de la conquista galáctica, los hombres llegaron a Andrómeda en las eras del cómputo de los 21.000 millones de años después de la Creación. Más tarde y, por diversos sistemas, se conquistaron otras galaxias y muchas más. Cuando consiguieron cierta visión de conjunto, las medidas del Universo, donde terminaba, su tiempo, la vida total de las galaxias, se dieron cuenta de que aquel lugar era algo finito y cuales eran las coordenadas en las que estaba ese fin, el lugar donde terminaba la vida de las estrellas.

    Todas las cosas se parecen a sí mismas, si las galaxias son cuerpos circulares que giran en la vorágine de un disco o núcleo, han debido tomar el modelo de algo concreto, es el Universo quién crea a sus criaturas. Fue también en aquellas eras cuando quedaron fijados los centros universales, aunque fueron en todo momento, medidas cosmodésicas creadas por los cálculos científicos y matemáticos. Desde los centros a la periferia se extendían los vastos territorios donde, en el principio de los tiempos, las masas de gas y partículas dieron lugar a las galaxias.

    En un grupo de esas galaxias situado en los niveles intermedios había vida, un pequeño planeta perdido en los torbellinos de un inmenso continente estelar. Un solo planeta y ellos, -sus habitantes-, lo sabían, puesto que el animal que consiguió hacerse el dueño y rey de aquel lugar, conquistó también la galaxia e hizo de ella su casa. Eso llamó su atención de forma poderosa, ¿porqué un solo planeta con vida?, ¿porqué un solo animal fue el rey de aquella creación?

    La galaxia se llamaba Xik-N-Intermedia y el planeta donde había vida Urgo. Las primeras especies databan como en la Tierra de los principios de la Creación, nacieron con el Universo y seguramente acabarían con él. Urgo giraba en torno a una estrella de nombre Itol, que era un lugar con una fantástica atmósfera plagada de fenómenos meteorológicos, y cambios climáticos en función con un rico panorama estacional. Había estaciones altas, estaciones bajas, primaveras y otoños, estaciones blancas, verdes y rojas, inviernos y veranos. En la mayoría de los casos era el satélite correspondiente quien marcaba las estaciones y también, por supuesto, la proximidad o lejanía de la estrella.

    En la superficie del planeta había grandes continentes donde convivían la mayoría de las especies, y amplios océanos de gases pesados que lamían las costas en suaves runruneos de sonidos y ondas. La naturaleza era fenomenológica, el ciclo de la vida no seguía la pauta nacimiento, desarrollo y muerte, sino que sucedía según una serie infinita de probabilidades, en el sentido de que las especies vivían cuando les interesaba, o cuando resultara más conveniente según el ciclo de la naturaleza.

    La raza que, al final de todas las etapas biológicas, se proclamó reina de la creación fue la de los Elebors. En el planeta Urgo sólo existían ellos, no había ninguna otra raza pensante, un elebor era el único ser con la cualidad de pensarse a sí mismo y desde muy antiguo siguieron las indicaciones que les susurraba la vida. Como muy bien dijo uno de sus sabios al principio de la historia que “la vida es sólo un ser que está mirándose a un espejo”, así los elebors. En su enajenación no contaron para nada con el resto de las especies de Urgo, a no ser sólo para comérselas. Los elebors inventaron la palabra y la risa, los aparatos y la ciencia y, por aquellos años, eran una de las civilizaciones más avanzadas de todo el Universo.

    Los mejores amigos de los elebors eran los “cuzs”, unos pájaros de plumaje azul domesticados en los primeros tiempos de la civilización. Era muy extraño que un elebor saliese de su casa a pasear sin llevarse el “cuz”, al dejar el jardín el pájaro hacía un giro y se posaba en el hombro.

    La raza elebor estaba muy orgullosa de los propios logros y las astronaves surcaban el espacio rumbo a cualquier lugar de la galaxia. El dato más curioso es que todo alcanzó unas metas tan considerables de progreso gracias a algo muy simple, una única y crucial circunstancia: el aprovechamiento de un sol que estaba a 5 a. l. del sistema planetario de Itol, una estrella enana de nombre Ebóo que pasaba por las últimas fases de su vida y, en esos momentos, representaba un pequeño cuerpo granular del tamaño de Urgo.

    Cuando los urganos supieron dar utilidad a las sustancias de las que estaba formado Ebóo, toda la civilización del planeta cambió. Aquella extraordinaria mezcla de oxígeno, carbono y otros materiales como gases nobles y micropartículas metálicas, fue el auténtico talismán del progreso. Con la “Materia”, como así fue bautizada, construyeron desde naves espaciales hasta edificios, fue utilizada de carburante para cualquier tipo de vehículo y con ella fabricaron la ropa, las maquinas y la mayor parte de las materias primas de Urgo.

    Desde el inicio de la carrera espacial partieron naves rumbo a la pálida estrella, llegaron hasta muy cerca de la superficie y con unos largos tubos de absorción extrajeron el magma, que bullía a gran temperatura un centenar de kilómetros debajo de ellos. De regreso, mezclaron esa sustancia con otras del propio Urgo y consiguieron la infinita gamma de materiales que hizo posible la civilización urgana. Fueron muy famosos dos usos de la “materia”: una cristalización transparente de la que estaban construidos la mayoría de los edificios, y la consecución de grandes cantidades de oxígeno para completar los ciclos de la atmósfera.

    En una de las expediciones de aprovisionamiento había tres naves sobrevolando la superficie de Ebóo. El paraje donde trabajaban era una gran llanura parecida a un desierto, aunque en lugar de arena, había una radiante masa blanca y gris a varios miles de grados de temperatura, que vibraba en forma de ondas y grandes burbujas. La estrella daba luz todavía y mucho calor, por eso la pequeña flota permanecía siempre a una prudente distancia de la misma.

    De la parte inferior de las astronaves descendieron unos tubos sinfines que, con parsimonia, llegaron a la superficie de la estrella y penetraron en el interior. En ese mismo trabajo pasó el resto del tiempo, hasta que los de dentro comprobaron que los depósitos ya estaban suficientemente llenos. Recogieron los sinfines y se dispusieron a realizar la maniobra de regreso a Urgo, la cosa no sería tan fácil, pues con los tanques llenos, aquellos curiosos vehículos triangulares tardarían el doble de tiempo para llegar al planeta.

    Durante el viaje de regreso no sucedió nada especial, Ebóo estaba a 5 años luz de Urgo y cuando pasó todo el tiempo necesario, y pasó todo el espacio y la distancia, las naves elebors estuvieron de nuevo en casa. Había mucha gente que les esperaba en el espaciopuerto, aunque con el paso de los siglos esa ceremonia ya no llamaba la atención de los habitantes urganos, es más, en el trayecto de vuelta se cruzaron con otras dos expediciones con destino a Ebóo, ”la estrella agonizante” como también era conocida.

    Aterrizaron en unas espaciosas pistas de un color que era blanco pero negro y, a la vez, negro pero blanco, en función de las necesidades prácticas de cada momento. Las naves aterrizaron de día así es que el color era blanco pero negro. Allí, en el mismo puerto, existía un sofisticado sistema de distribución de la “materia”, a través del cual viajaba a cualquier punto del planeta.
     
    #1
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  2. Alde

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    Muy interesante.

    Saludos
     
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  3. Eloy Ayer

    Eloy Ayer Poeta recién llegado

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    Conexión Galaxias Intermedias (Cont.)

    Aterrizaron en unas espaciosas pistas de un color que era blanco pero negro y, a la vez, negro pero blanco, en función de las necesidades prácticas de cada momento. Las naves aterrizaron de día así es que el color era blanco pero negro. Allí, en el mismo puerto, existía un sofisticado sistema de distribución de la “materia”, a través del cual viajaba a cualquier punto del planeta.

    Una insólita manía y obsesión de los elebors, desde el descubrimiento del futuro, fue la de conseguir información del Universo Paralelo o dimensión del más allá y, sobre todo, encontrar la forma de comunicarse con los habitantes de ese lugar. Desde siempre pusieron un verdadero ahínco en ello y a diario podían verse anuncios en la prensa y en otros medios de masas sobre el tema, personas que de una forma u otra habían tenido comunicación con los seres del Más Allá, declaraciones en relación con la vida en el Universo Paralelo y que sus habitantes, los del otro mundo, esperaban de un momento a otro ponerse en contacto con la civilización urgana.

    Uno de los pilotos que había llegado en las naves triangulares procedentes de Ebóo, trabajaba también en la Ciudad de la Comunicación. Vivía cerca de allí, en una urbanización de bungalows de cristal en la vertiente de una montaña, vivía sólo con el “cuz”, a quien cuidaba con cariño pues tenía varias jaulas, una en el jardín para las estaciones calurosas y otra en el interior para las estaciones frías. La casa estaba rodeada de un frondoso bosque de árboles y plantas aéreas. Este tipo de vegetación se daba sólo en las zonas cercanas a la montaña y consistía en plantas dispuestas al revés, de forma que hundían profundamente las raíces en el espacio aéreo de las proximidades, mientras los árboles bajaban a la superficie sin llegar a tocarla con la copa. El edificio estaba separado del resto de la urbanización por un cuidado jardín de hierba azul, y setos de un color verdoso que cambiaba según las fases de las lunas de Urgo.

    El elebor se llamaba Ino Sapir, era una persona normal dentro de los geotipos del planeta, un individuo alto, con algunas partes del cuerpo con rasgos ancestrales por los pigmentos de la piel y la forma de los miembros.

    Uno de aquellos días por la mañana salió de la casa de cristal para ir a trabajar, fue al jardín y miró hacia la casa como si pensara en algún olvido, o para comprobar que todo estaba en orden. Los muros no eran transparentes, sino que tenían diversas tonalidades opacas y, en algunos lugares, estaban mezclados con planchas metálicas y cierta decoración mural.

    Después abrió las verjas del jardín, montó en el vehículo monoplaza y circuló hasta fuera de la casa. Se apeó, cerró las verjas y volvió al vehículo. Acto seguido enfiló la carretera y, antes de terminar el firme, se elevó por los aires. En el planeta Urgo ya no había carreteras, sólo una especie de rampas de despegue a la salida de los edificios. Una vez arriba equilibró el vehículo, se dirigió hacia las vías del bosque aéreo y enfiló al lugar donde estaba la Ciudad de la Comunicación.

    Toda la ciudad había sido construida con el magma procedente de Ebóo, y la distribución seguía una pauta que a los creadores les pareció la más idónea: una serie de construcciones dispuestas con un marcado dibujo geométrico, donde se incluían los edificios y elementos de comunicación, ya fueran superantenas de 5 kilómetros de altura, conos emisores, conos receptores, grandes antenas de neutralización o las típicas antenas parabólicas de radar.

    Ino Sapir trabajaba en el centro de la ciudad donde estaba el Nucleón, que era un edificio de tres niveles diferentes que giraban entorno a sí mismos. Allí se llevaban a cabo las operaciones resultantes de los otros centros urbanos, además de un importante proyecto de comunicación con el universo paralelo. Esos edificios no se construyeron en Urgo por un afán de futuro o por un alarde arquitectónico, sino porque siempre fueron así, con ello los urganos se sentían un poco más cerca del núcleo de la galaxia, del centro de Xik-N-Intermedia.

    Llegó a uno de los edificios del Nucleón pensando si habría infringido alguna señal aérea, pues las aerovías del planeta todas o la inmensa mayoría, transcurrían en los diferentes niveles de la atmósfera, y estaban muy señalizadas con amplias franjas de color negro pero blanco, blanco pero negro y sólidos semáforos de paso suspendidos en el aire de brillantes colores verdes y dorados. Aparcó el vehículo en una de las terrazas del edificio y caminó hacia la entrada.

    El firme de la terraza había sido fabricado con amplias losas, producto de mezclar la “materia” de Ebóo con diversos minerales y, de trecho en trecho, había grupos de árboles aéreos con las raíces en el azul infinito.

    Cuando llegó al Nucleón no había nadie de su grupo, pero los bedeles y secretarios estaban todos en sus puestos. Al poco rato, llegó el jefe Aá Aribú con el equipo y fueron a la sala de experimentación, donde se darían las consignas para el resto del día.

    El jefe hizo pasar a sus colaboradores, algunos de su misma edad, a través de puertas que funcionaban con suaves movimientos de “zoom” y corredores de paredes oblicuas dispuestas de muy diversas formas, hasta llegar a una enorme sala donde estaban distribuidas en diferentes módulos las mesas de trabajo.

    Aá Aribú dijo desde su módulo:

    - Imaginemos por un momento que la vida en el Cosmos aparece con una cadencia determinada, verbigracia, la vida aparece sólo en cada galaxia, así, todas las galaxias tendrían un pequeño planeta donde el fenómeno estaría presente, el hecho en sí, entonces, sería algo parecido a una propiedad intrínseca de cada galaxia. Vayamos más lejos y pensemos que la vida sólo aparece en cada Universo, en este caso el pequeño planeta agraciado tendría cadencia universal y todas sus razas y especies, por lo cual el fenómeno pertenecería a cada Universo, como algo suyo, como propiedad intrínseca. Si después de conquistar la multitud de las galaxia y universos, el hecho de la vida sigue siendo algo original propio sólo del planeta Urgo, ¿a qué conclusiones nos llevaría?, podemos ayudarnos contemplando cualquier galaxia desde lejos, ¿qué vemos?, algo neutro, asexual, con una fuerte significación lejos de nuestra forma de ver las cosas, no es una estrella ni un número, ni siquiera una palabra, sino algo diferente, fantástico, algo a lo que no estamos acostumbrados. Eso mismo podría decirse del fenómeno de la vida, algo que es al mismo tiempo original y que podría ser repetido.

    - ¿Cree posible la comunicación con seres de otro mundo?, -preguntó una mujer del grupo-, ¿y que eso podría estar a punto de suceder?

    - Estoy seguro de ello querida, para eso estamos nosotros aquí.

    - Quizás sean las posibilidades de mensaje desarrolladas por el Nucleón, -dijo Ino Sapir.

    - No, no puede ser, toda la Ciudad de la Comunicación está a nuestro servicio, en determinadas frecuencias y territorios cósmicos de uso, -respondió Aribú.

    El edificio total del Nucleón constaba de tres puntiagudos niveles rotando uno al lado del otro, eran tres torres independientes e imbricadas entre sí, por un sistema de espaciometría gravitacional que las mantenía unidas. Era uno de esos lugares donde, en tiempos más antiguos, podían moverse de una estancia a otra con solo pensarlo, pero que, con el paso del tiempo, prefirieron usar los patrones de la realidad, debido a los innumerables accidentes provocados por los despistes o pérdidas de memoria.

    Al ser Urgo un planeta de una superficie en la mayor parte gaseosa, ya que había grandes océanos donde permanecían unas importantes reservas de gas, los elebors se parecían también. Eran personas de una innegable belleza pues eran esbeltos y bien proporcionados, su piel tenía un tenue color verdoso que les emparentaba con las especies vegetales del planeta y unos ojos rasgados de un color verde lunar o amarillo, en donde podían leerse sus más profundos pensamientos.

    Durante el turno de trabajo realizaron algunas pruebas y pusieron en marcha los aparatos receptores. En el centro del compartimiento estaba la terminal de dichos aparatos, un artilugio en forma de ancha columna elíptica al que todos llamaban Receptor Nucleótico. Era con ese aparato, con el cual, los elebors pretendían ponerse en contacto con los habitantes del más allá. Alrededor de la columna estaban dispuestos los módulos de trabajo que eran meros traductores o ayudantes del Receptor.

    Al final de la mañana, el profesor Aribú designó el turno para permanecer de guardia hasta el siguiente día, algo que recayó en Ino Sapir y un amigo suyo de nombre Ulu.
     
    #3
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  4. Eloy Ayer

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    Al final de la mañana, el profesor Aribú designó el turno para permanecer de guardia hasta el siguiente día, algo que recayó en Ino Sapir y un amigo suyo de nombre Ulu. Cuando todos se marcharon los dos entablaron conversación.

    Ulu era bastante mayor que Ino y más serio, tenía familia y el trabajo era algo muy importante para él.

    - Esta misma noche tendremos comunicación con las estrellas, -dijo Ulu.

    - Siempre fui alguien escéptico en ese punto, -respondió Sapir.

    - Pero todos saben que esa comunicación podría estar a punto de suceder, ¿tienes miedo?

    - No tengo miedo, -respondió Sapir alisándose un pliegue del largo batín de trabajo-, la sensación que siempre sentí al pensar en los habitantes de las estrellas, es parecida a lo mismo que siento al observar el firmamento una noche despejada.

    - Es muy importante para nosotros encontrar vida al otro lado del Universo, la comparación me ha gustado, pero si la comunicación sucediera, siempre lo imaginé de una forma más espectacular, con la llegada de astronaves y comunicados internacionales.

    Ino Sapir caminó a pasos muy lentos hacia la estructura del Receptor, cuando estuvo cerca permaneció un rato observando la multitud de registros, luces, pantallas, colores y minúsculos sonidos, que vibraban en una sincronía perfecta alrededor del aparato hasta diez metros de altura. Después se volvió hacia su amigo:

    - Antes dije que siempre fui un escéptico, pero si esa comunicación se produce me gustaría estar presente.

    La clase de mensajes dejados por los urganos a través de todo el Universo conocido por ellos eran del tipo de las preguntas, suponían que eso era lo mejor, el idioma más simple. Si algo o alguien conseguían captar esos mensajes, serían las preguntas el método más adecuado para entablar una posible conversación.

    Pasaron las horas de la tarde, Ulu e Ino Sapir seguían en su puesto del Nucleón, a veces dejaban el módulo y daban largos paseos por los brillantes pasillos del departamento.

    Todo empezó poco antes de la medianoche, Sapir se levantó para efectuar una serie de comprobaciones en la información de superficie del Receptor, cuando observó que en la sección de claves secuenciales, los intervalos dejados entre una pregunta y otra, habían sido ocupados por una serie de vibraciones de naturaleza desconocida.

    - ¡Acércate Ulu, ven a ver esto!, -dijo

    - Ahora mismo voy, -contestó el otro, que trabajaba en uno de los módulos.

    Ulu fue donde estaba su compañero y miró hacia donde le indicaba.

    - No cabe la menor duda, es esta noche, -pero dijo las palabras movido por el optimismo y el buen humor, sin un convencimiento preciso de que ello fuera a ser verdad.

    - Fíjate, parece como si alguien estuviese imitando el tipo de ondas, o tratando de encontrar solución al mismo problema, y no hay posibilidad de interferencias, ya lo he comprobado, -dijo Ino Sapir.

    El rostro bonachón de Ulu cambió de expresión al comprobar que las vibraciones no desaparecían.

    - ¿Qué información tiene el Descodificador Selectivo?, -preguntó.

    - Está trabajando en ello, parece que ya tenía información desde antes de que yo viniese al Receptor, porque lleva trabajando con exactitud unos catorce minutos, -respondió Sapir.

    El Descodificador Selectivo era el aparato encargado de traducir los posibles mensajes del más allá.

    Esperaron un rato más delante de la columna, para comprobar si había algún mensaje o se desvelaba el significado de las ondas.

    - “Tiempo”, -fue la respuesta del traductor.

    Fueron cada uno a su módulo y comprobaron que, en efecto, era la primera fase de un contacto con seres de otro mundo, sin embargo, el Descodificador no logró descifrar los mensajes o quizás no eran tales, o fuesen cifrados astronómicos de alguna estrella lejana. Así pasaron toda la noche.

    Cuando el profesor Aá Aribú llegó a la mañana siguiente al Nucleón no cabía en sí de alegría. Relevó a los dos hombres y se dirigió a la columna del Receptor, sí, no había duda las vibraciones estaban allí, después fue a uno de los módulos y puso manos a la obra para identificar las ondas, que entraban a intervalos como respuestas a los satélites de Urgo.

    Las ondas siguieron en el mismo sentido durante las siguientes horas hasta que cesaron un poco antes del mediodía:

    - ¡Profesor Aribú, la vibración ha desaparecido!, -gritó uno de los elebors que estaba cerca de la columna nucleótica.

    El jefe, que estudiaba la comunicación desde su módulo, corrió al Receptor y miró ansioso las pantallas lineales, en efecto, en los registros informativos del artilugio sólo quedaban las claves iniciales, nada, un silencio electrónico absoluto.

    - No hay ni rastro de las ondas, -dijo el técnico-, tan sólo queda el registro de la computadora.

    - Esperaremos, quizás regresen los mensajes, si eso sucede gravaremos las ondas con métodos fotográficos, no se olvide de ello.

    En los exteriores del Nucleón hacía un día espléndido, la amplia luz de Itol inundaba la atmósfera, el filtro de gases descomponía los rayos en un color pálido y verdoso con trazas de azules y grises, en aquel cielo de día sólo estaba la estrella y, a veces, grandes tormentas de nubes verdes, blancas y grises.

    Una hora después del mediodía el profesor Aribú se despidió del equipo, él vivía dentro del recinto de la Ciudad, así es que dejó un serio aviso para que fuese llamado a casa, si los circuitos del Receptor volvían a percibir las misteriosas vibraciones.
     
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  5. GALA GROSSO

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    Es un buen relato, en general me gustó...
     
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  6. Eloy Ayer

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    Encantado con vuestra visita.
    Un saludo.
     
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  7. Eloy Ayer

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    No es muy largo, es un poco soso. Lo importante es participar.
    Encantado por vuestra visita.
    Un saludo.
     
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  8. Eloy Ayer

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    Una hora después del mediodía el profesor Aribú se despidió del equipo, él vivía dentro del recinto de la Ciudad, así es que dejó un serio aviso para que fuese llamado a casa, si los circuitos del Receptor volvían a percibir las misteriosas vibraciones.

    Al poco tiempo, veinte minutos después de que el profesor abandonase el recinto del Nucleón, el técnico elebor que había hablado con él paseaba delante del armatoste de ondas panuniversales, en una de las vueltas dio un grito:

    - ¡Ah, la comunicación otra vez!

    La atónita mirada del equipo observó como las vibraciones volvían a repetirse en intervalos perfectos, mientras coincidían con las genéricas preguntas de la clave secuencial.

    - Avisad pronto al jefe Aribú, debe estar llegando a casa, -dijo el mismo individuo.

    Uno de ellos fue al módulo, recitó unos mensajes y regresó junto a los compañeros, transcurrieron otros veinte minutos en los cuales no sucedió nada, acaso las conversaciones jocosas de los técnicos, pero cuando vieron llegar al profesor cambiaron de expresión y se dispusieron al trabajo.

    - ¡Dejadme ver eso!, -fueron las significativas palabras.

    La clave secuencial de todo el proyecto de comunicación se basaba en una serie de razones, que eran emitidas hacia el espacio en la maravillosa diversidad de idiomas de la raza elebor, allí estaba el lenguaje, los números, la música, los símbolos, la poesía, el idioma ancestral de las estrellas…era en esa primera serie de recursos donde aparecían nítidas y seguras las vibraciones, como un tesoro o fantástico descubrimiento.

    Pero no fue esa misma tarde cuando lograron las pruebas que andaban buscando, sobre si aquello fuese una comunicación con los seres del más allá, sino tres días después.

    A Ino Sapir le tocaba turno de trabajo aquel día, lo mismo que a su compañero Ulu y al profesor Aribú,. Desde que volvieran las vibraciones extrauniversales, éste trabajaba incansablemente tanto por la mañana como por la tarde, alternando con esporádicas visitas a su casa para el aseo y la comida.

    La hora del crepúsculo en la Ciudad de la Comunicación parecía demorarse en alguna especie de éxtasis elemental, la estrella levitaba en el lejano espacio antes del horizonte, mientras los tres niveles del Nucleón imponían su presencia intemporal destacando por la altura en el centro de la ciudad.

    Ino estaba trabajando en el módulo y, además de la misión de control, le hacía gracia el juego instaurado entre las claves secuenciales y la misteriosa respuesta del otro mundo. Fue entonces cuando el Descodificador comenzó a emitir señales.

    - ¡Vayan a los módulos!, el Descodificador está empezando a traducir, -gritó a los colegas.

    Los otros elebors dejaron el trabajo que tenían entre manos y fueron a toda prisa a las mesas respectivas. Aún transcurrieron 30 minutos antes de la primera traducción de los mensajes. Cuando eso sucedió, los técnicos levantaron la cabeza y se miraron con una sonrisa. La vibración podría traducirse, a ciencia cierta, como la expresión de alguien muy cansado por alguna razón en concreto, y que todas las preguntas escuchadas y tan repetidas, habían terminado por aburrirle y no quería prestarlas atención.

    - ¡Es cierto, hay alguien al otro lado de las ondas del Receptor!, -gritó Aribú, que sintió por primera vez en su carrera la emoción de los grandes momentos-, acabamos de descubrir un perfecto mundo inteligente a muchísimos años luz de distancia.

    - Yo no estaría tan seguro profesor, las claves no han sido respondidas, podría tratarse de serias interferencias o de mundos más retrasados que el nuestro, y que tuviesen problemas a la hora de traducir y utilizar las claves, -dijo Ulu.

    - Esas fórmulas de saludo y cortesía son tan simples y escuetas, que podrían estar siendo despreciadas por los del otro lado, -dijo el profesor.

    - Y entonces eso le produciría aburrimiento, -añadió Ino Sapir-, miren aún continúa en la misma actitud.

    - Lo que no entiendo es porqué no contesta las fórmulas, -dijo Ulu.

    - Pregunte eso con el Descodificador y espere la respuesta, -ordenó el jefe.

    Esta vez la contestación no se hizo esperar:

    - Dice que ha comprendido todas las fórmulas de saludo, pero eso no da solución al asunto, -afirmó Sapir.

    - ¿A qué asunto?, -preguntó Aribú desde su módulo.

    El Descodificador tradujo directamente:

    - “Al asunto de quién es el que saluda a quién”, -dijeron al otro lado.

    Los tres elebors volvieron a mirarse desde las mesas respectivas, estaban sorprendidos, era la primera vez que escuchaban la traducción en directo. Eso marchaba, las ondas procedentes del sistema de claves eran respondidas con fluidez por las vibraciones del más allá, vibraciones a las que aún no habían encontrado procedencia ni distancia aproximada, ni la clase de seres que podían engendrarlas.

    El los días siguientes hubo gran actividad en torno al Receptor Nucleótico, los ingenieros técnicos y los profesores dispusieron un intenso trabajo, con el fin de traducir al completo los mensajes recibidos y tratar, por todos los medios, que el ser del otro lado aprendieran el suyo para poder prescindir del Descodificador.

    Cuando hubieron conseguido cierta fluidez en la conversación, pusieron en marcha un sencillo Traductor Simultáneo y pasaron a la siguiente fase del Receptor, que consistía en conseguir información del lugar concreto de donde procedían los mensajes.

    El profesor Aribú fue quién habló con el ser del más allá:

    - ¿El mundo donde vives es algo cósmico, un lugar con planetas, satélites y estrellas?

    - “No, -dijeron al otro lado-, es otra cosa”.

    Los equipos del Receptor pasaron, a continuación, una multitud de datos e información sobre el hecho universal, lo percibido por los sentidos, el significado de las estrellas, de los días y las noches, pero no cosecharon más que negativas y lo que parecía ser el sonido de unas risas después de escuchar todas las cuestiones.

    La mañana pasaba y la gente de Aribú no conseguía dar con el punto, entrever alguna secuencia, alguna imagen positiva para construir la maqueta del otro mundo. Siguieron transmitiendo conceptos, frases, simples palabras, pero al llegar a la idea de nubes, aparecieron unas vibraciones en forma de ruido o respuesta afirmativa.

    - ¡Ya lo tenemos!, -dijo el jefe-, se trata entonces de un lugar con unas grandes nubes blancas y cargado de luz.

    - “¿De luz?”, -preguntaron desde el más allá-, “¿qué es la luz?”.

    Los del segundo nivel del Nucleón explicaron de forma precisa el significado de la palabra y el concepto físico, también hablaron de las tinieblas.

    - “No comprendo, ¿qué son las tinieblas?”

    Pero después de un pequeño “impass” dialéctico no llegaron a un acuerdo, y el equipo del profesor Aribú prefirió regresar al punto de contacto inicial: las nubes.

    La voz del otro se precipitó en un torrente de información que podía guardar relación con esa idea, un lugar aéreo entre fenómenos parecidos, plagado de algo que no era ni luz ni tinieblas, cuya descripción más próxima era la de brillo, resplandor inmenso de algo que no era la luz de las estrellas.
     
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    La voz del otro se precipitó en un torrente de información que podía guardar relación con esa idea, un lugar aéreo entre fenómenos parecidos, plagado de algo que no era ni luz ni tinieblas, cuya descripción más próxima era la de brillo, resplandor inmenso de algo que no era la luz de las estrellas.

    Volvieron a coincidir otra vez, fue en el concepto de espacio. Los urganos volvieron a pasar información y concentraron los esfuerzos en esa idea: el espacio entre las cosas, entre las ciudades, el espacio circular del planeta y la atmósfera, el espacio del Universo.

    - “Tampoco son las cosas de esa manera”, -respondió el otro-, “espacios sí, muchos espacios, pero multidimensionales y en plano horizontal, pocas veces circular”.

    Los elebors se miraron asombrados de revelación semejante, ¿quién podría imaginarse un mundo así, sin cuerpos luminosos, sin horizontes, sin espacio infinito?

    El resto de la mañana transcurrió en cuestiones parecidas, estuvieron hablando del mundo de los fenómenos y, cuando encontraban algún concepto en común, lo estrujaban y revolvían como para sacarle la sustancia, todo ello no tenía otro fin que el de hacer coincidir ambos mundos y, sobre todo, el inquieto afán de los elebors por hacerse una imagen del mundo descubierto.

    Poco después del mediodía la comunicación volvió a desaparecer, sin más, los urganos estaban en esos momentos tratando de hacerse entender en una serie de asuntos genéricos como la vida, el tiempo, la civilización, pero el otro desconectó sin previo aviso. Ya en días anteriores se dieron cuenta del hecho, el ser del más allá desaparecía a cierta hora, bien fuese por la mañana o por la tarde y también en amplios espacios de diez horas.

    - Debimos tener previsto eso, --dijo Aribú-, en la próxima comunicación fijaremos unas claves de referencia y un horario para no perder el contacto.

    Alguien del equipo tomó nota de las palabras del profesor y la reunión se relajó en espera de otros acontecimientos.

    El profesor Aribú consideró un deber ineludible hablar con el director del Nucleón para comunicarle lo que pasaba en el departamento. Después de la entrevista, la noticia recorrió todo el ámbito de la Ciudad de la Comunicación, más tarde llegó a las ciudades vecinas y, por fin, a todo el mundo civilizado de Urgo. En algunos círculos la importancia llegó a ser tal, que fue comparada con la conquista de los satélites o los primeros viajes interestelares.

    A pesar de los esfuerzos del equipo de Aá Aribú todo siguió estando muy oscuro al otro lado del Universo. Trataron por todos los medios de conseguir una ubicación, cierto mapa cósmico para el lugar de donde procedían las vibraciones y la clase de seres de ese lugar, pero con el paso de los días, llegaron a la conclusión de que ese mundo no estaba dentro de los parámetros universales manejados por ellos. Al otro lado no existía el Universo, no había galaxias ni estrellas lejanas. Buscaron en los archivos electrónicos lugares cercanos a Itol que pudieran parecerse, mundos perdidos en oscuras nebulosas circungalácticas, pero allí todo el mundo estaba conectado a las ondas y la comunicación.

    Más tarde la intención del Receptor Nucleótico fue la de conseguir un retrato robot de la persona del más allá. Se creó un modelo de elebor bello y esbelto, con una mente perfecta y una multitud de cualidades y, después de una serie de sagaces diálogos, informaron sobre él.

    La fraseología y los símbolos estaban muy avanzados entre las dos partes, por eso no le fue difícil al otro formarse una idea del tipo de seres que eran los urganos.

    - “Ya tengo la idea y la forma, pero no se parece a mí”, -fue la respuesta.

    - Y estableciendo los límites de la comparación, ¿cómo es?, -preguntó Aribú.

    - “No hay posible comparación, no somos de esa manera, si deseáis más información puedo deciros, que esto se parece mucho a lo que en estos momentos observo de vuestro mundo, parecen varios seres trabajando en torno a algo que no logro distinguir”.

    - ¿Hay otros personajes contigo?, -preguntó uno del equipo.

    - “No, ahora estoy solo”.

    El ser extrauniversal, siguiendo lo visto por parte de los urganos, confeccionó así mismo una descripción de su persona y cualidades, sin embargo, dicha descripción dejó indiferentes a los elebors, que no supieron captar una idea precisa ni fabricar un dibujo aproximado.

    - Regresemos a la clave anterior, -dijo uno de los ingenieros-, has dicho que te pareces al equipo del profesor trabajando en torno al Receptor Nucleótico.

    - “¿Un Receptor Nucleótico?”, -repitieron al otro lado.

    - Toda esta conversación no sería posible sin esa máquina, -contestó curioso el mismo elebor-, hay unos módulos conectados al aparato y a través de el nos comunicamos contigo.

    - “¿Todas esas palabras no son vuestras?”

    - Son nuestras, pero a través del Receptor.

    - “Pues aquí no hay Receptor, ni máquinas ni aparatos”, -respondió ufano el otro.

    Otra cosa curiosa para los elebors congregados, de nuevo pusieron en marcha el sistema de códigos que pudiese dar respuesta a la cuestión, ¿cómo podía ser alguien en esos tiempos que no supiese de aparatos, ni de códigos, ni de comunicación?, ¿qué método o sistema utilizaba el ser del más allá para hablar con ellos? El profesor Aribú le pidió que les mostrara o describiera algún aparato con los que fabricaran las cosas en ese mundo, pero la respuesta resultó negativa. Según planteó las cosas el otro, en aquel mundo no sólo no conocían las máquinas, ni los vehículos, sino que no tenían noción del más simple utensilio. Y una cosa muy importante para la civilización elebor: el viaje hacia las estrellas. Aribú preguntó al del otro lado cómo eran las naves para ir a las estrellas.

    - “En esta dimensión no existen las naves, pero sí los mundos, infinitos mundos

    donde hay otros seres parecidos a nosotros”.

    La curiosidad del equipo fue en aumento, alguien preguntó:

    - ¿Cómo se comunican con ellos entonces?

    - “Con la cabeza”, -fue la escueta respuesta del más allá.

    Los elebors siguieron por ahí, el pensamiento, la telepatía, el espiritismo, fueron las siguientes razones mandadas a través del Receptor y, al mismo tiempo, insistieron en la idea del Universo conseguido con esos métodos.

    - “Infinitamente más simple”, -fue la respuesta-, “pero la comunicación más efectiva”.

    A este lado de las ondas continuaron fabricando una idea, una maqueta electrónica del mundo descubierto. Cuando desaparecían las vibraciones, que a veces era un espacio de 8 o más horas, el segundo piso del Nucleón quedaba sumido en la más pura tiniebla y añoranza. Hacía casi 10 días que hablaban con un ser de quién no sabían la procedencia, ni la edad, ni siquiera el nombre, alguien de un mundo que no conseguían ubicar, ni medir, ni saber el tiempo de su existencia. Los elebors presentes en el diálogo optaron por situarle en alguna especie de cielo o mundo etéreo, donde había diferentes planos o dimensiones que eran los universos.

    El equipo del profesor Aribú tomó cierto cariño por la persona que respondía al otro lado, pero después de esa semana y media, los periodos de ausencia aumentaron y acaso pasaron días enteros antes de volver a recibir las vibraciones.
     
    #9
  10. Eloy Ayer

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    El equipo del profesor Aribú tomó cierto cariño por la persona que respondía al otro lado, pero después de esa semana y media, los periodos de ausencia aumentaron y acaso pasaron días enteros antes de volver a recibir las vibraciones.

    En otra ocasión, Ino Sapir estaba de turno de trabajo con su amigo Ulu y otros del equipo. El profesor Aribú se marchó por la mañana, dijo tener una importante reunión relacionada con los secretos oficiales de lo que estaba pasando en el Nucleón.

    El Receptor estaba siempre en vigilia, mientras emitía al espacio una retahíla de claves secuenciales en espera de contestación.

    Sapir estaba a unos pasos del artilugio controlando el sistema de claves, cuando volvieron las vibraciones acostumbradas. Al reconocer la voz del piloto, el del más allá dijo:

    - “Tú eres el primer elebor que habló conmigo”.

    - ¡Ah sí, cuéntame cosas de tu mundo!, -dijo Sapir-, ¿porqué en cada ocasión

    eres siempre tú quién habla al otro lado?, ¿cómo te llamas?

    - “Yo soy quien está más cerca de este lugar, a los demás eso no les llama la atención”.

    - ¿Hay otros seres contigo?

    - “Ahora sí y en otras ocasiones que hablé con vosotros también”.

    - ¿Cómo son, de qué forma, son más bellos o más feos que tú?

    - “Hay de muchas formas, los hay más bellos, pero también otros mucho más feos que yo, algún día puedo presentaros alguno”.

    - ¿No puede ser ahora?, -preguntó Sapir.

    - “Están muy lejos, sería difícil”.

    - Te tomo la palabra y hablaré de ello al profesor Aribú, -el elebor anotó unas cosas en un cuaderno-, ¿me dirás ahora tu nombre?

    En ese momento llegó Ulu seguido de otro compañero.

    El ser extrauniversal exigió más información para el concepto de “nombre”, aunque se hacía una idea aproximada de su utilidad. Cuando la hubo recibido dijo:

    - “Existe algo parecido pero el uso es diferente, jamás se usa en el lenguaje coloquial, es algo muy genérico perteneciente a la esfera del pensamiento, a la referencia dentro de una especie”.

    Uno a uno los del equipo fueron diciendo sus nombres y de paso se gastaban bromas sobre ello. El del más allá sonrió y les dijo en plan muy serio como se llamaba, pero hubo otra decepción porque los técnicos no supieron dar a lo que oyeron una cierta utilidad, situarlo en esa categoría o en otra similar.

    Después cada uno volvió al módulo y al poco rato cesó la comunicación, al final del trabajo, los elebors, perfectos seres de gas al igual que su planeta, se dirigieron a la zona de servicios.

    Cuando terminaron el aseo y se hubieron cambiado de ropa fueron hacia la salida del Nucleón. Ino Sapir caminaba junto a Ulu, éste dijo:

    - La próxima semana aterriza en la Ciudad del Espacio una pequeña flota de naves procedentes de la estrella Ebóo, ¿irás a verlo?

    - Sí, iré contigo.

    El equipo de técnicos llegó al aparcamiento y salieron con los vehículos al exterior, desde allí enfilaron las rampas y despegaron hacia los aéreos caminos nocturnos.

    Estaba previsto que una delegación de la Ciudad de las Ciencias visitaría el Nucleón para confirmar las teorías del profesor Aá Aribú, los organizadores del centro querían que los científicos viesen en las pantallas las ondas del más allá, sin embargo, el día anterior a la visita cesaron las vibraciones y, además, lo hicieron de una forma curiosa, como la despedida de alguien que estuviese harto y aburrido de escuchar una multitud de cosas sin sentido, a cambio de la valiosa información que él ofrecía.

    El profesor Aribú se lamentaba delante del equipo reunido en la gran sala del segundo nivel:

    - ¿Cómo puede haberse perdido la comunicación?

    - El enfoque no es ese profesor, -dijo uno de los ingenieros-, las últimas palabras del ser del otro mundo así lo atestiguan, ha sido él quien a propósito ha terminado con la conversación.

    - Cierto día acordamos una serie de claves para casos como este, -dijo Aribú.

    - Sí, pero no es una persona seria, ya tuvimos ocasión de advertirlo, en realidad el diálogo con el Receptor sólo vuelve cuando a él le parece, -adujo el mismo elebor.

    - Supongo que habréis grabado el trabajo, -preguntó el profesor.

    - Desde el primer día, pero cuando nuestro interlocutor se dio cuenta de la grabación todo fue velado, tan sólo disponemos de las secuencias del principio, no sé si será suficiente para convencer a la comisión de la Ciudad de las Ciencias.

    - Aplazaremos la visita, -dijo Aribú.

    En efecto, la visita de la comisión de ciencias se dejó para mejor ocasión, aunque no así el interés del personal del segundo nivel, que continuaron trabajando en torno al Receptor Nucleótico.

    Pasó una semana. No muy lejos de allí, en un lugar rodeado por las inmensas llanuras de Urgo, la Ciudad del Espacio esperaba la llegada de las astronaves procedentes de Ebóo. Siempre era un espectáculo observar, desde las terrazas del puerto, las magníficas naves descender con lentitud a la superficie, y tomar tierra entre vapores gaseosos y el ruido ensordecedor de los motores. Ino Sapir y su amigo Ulu fueron a la ciudad con los vehículos aéreos, llegaron al puerto, aparcaron y subieron a una de las terrazas.

    Según lo expuesto en los paneles de la entrada faltaban diez minutos para el aterrizaje. Sapir, como buen piloto y de haberlo presenciado otras veces, sabía el cuadrante del cielo urgano por donde aparecerían.

    El grupo de naves salió a la atmósfera formando un grupo de pequeños objetos circulares, que se pararon en lo alto para iniciar la maniobra de aterrizaje. Se acercaron a velocidad muy lenta al muelle y descendieron sin más. Eran ocho vehículos de transporte de formas y colores parecidos, que pertenecían a diferentes armadores por el nombre y los símbolos de la chapa.

    Los dos elebors contemplaban el espectáculo al otro lado de la gruesa vidriera del edificio. Después de tomar tierra, una serie de coches se acercaron a las naves, conectaron los tubos a las instalaciones subterráneas y empezó la distribución de la “materia” a las ciudades que la trabajaban.

    Cuando la actividad portuaria perdió interés los dos amigos regresaron a los vehículos. Hablaban del encuentro cibernético en el Nucleón.

    - No ha vuelto a producirse vibración alguna, -decía Ulu-, el Receptor está en la primera fase, las claves secuenciales.

    - Bajo mi punto de vista todo ha sido un fraude, -siguió Ino-, debe tratarse de algún agudo manipulador de aparatos de este planeta o de los mundos habitados de las galaxias vecinas.

    - No es un fraude, -respondió enérgico Ulu-, ya tuvimos ocasión de comprobar esas cosas, en primer lugar no pertenece al ámbito de los mundos conocidos y en segundo lugar no pertenece a nuestro Universo, imagínate por un momento la forma del Cosmos sin estrellas, ni galaxias, ni nada, ¿Dónde podríamos situar ese lugar? Pues muy sencillo, en el cielo, en el más allá, en los mundos incognoscibles.

    - Yo fui quien observó las ondas por primera vez, eso puede ser algo de mi mismo, de mi universo personal, ¿comprendes?, ahora no sabemos si esas ondas volverán a repetirse, pero si vuelven tendré ocasión de comprobar una serie de cosas que rondan por mi cabeza.

    Los dos elebors llegaron a donde habían dejado los aerocoches, cada uno montó en el suyo y despegaron desde las rampas hacia las vías aéreas.
     
    #10
  11. Eloy Ayer

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    Los dos elebors llegaron a donde habían dejado los aerocoches, cada uno montó en el suyo y despegaron desde las rampas hacia las vías aéreas.

    Otro de aquellos días, Ino Sapir se encontró con el profesor Aribú a la salida de la zona de servicios, los dos iban hacia el Nucleón, caminaban juntos:

    - Profesor Aribú tengo que hablar con usted.

    - Es en relación con las ondas del mundo extrauniversal, ¿verdad?, estoy a punto de archivar el asunto, esa comunicación ha sido lo más importante desde la puesta en marcha de la columna nucleótica, y uno de los hechos más relevantes de mi carrera científica, pero no quedan pruebas de ello, no se preocupe, el Receptor seguirá funcionando a pesar de los fracasos.

    - Hay algo en todo el asunto que llama mi atención, imagínese la clase de mundo donde habita nuestro personaje, piense que todas esas cosas son ciertas, que allí no existe un solo instrumento, una sola máquina y que se trata de gentes infinitamente más inteligentes puesto que se comunican con sólo el poder de su cabeza. Estas últimas semanas he pasado mucho tiempo estudiando los trabajos realizados por el Receptor, he fabricado una maqueta de ese mundo, y ha resultado algo parecido a un cielo plagado de maravillosas nubes y poblado de un sinnúmero de especies, he estudiado con atención las entradas y salidas de la voz del más allá y las costumbres del personaje, a pesar de no haber nada registrado.

    Los elebors llegaron a la escalinata de subida al Nucleón, Ino calló unos instantes, parecía pensar algo intensamente.

    - ¿Y bien?, -preguntó Aribú-, ¿cuál es la conclusión?

    - Me da la sensación de que todo ese tiempo lo pasamos hablando con un perro.

    Aá Aribú detuvo la marcha y miró de lado al piloto:

    - ¿Eso crees?, -dijo con cara de asombro-, bien, si regresan las vibraciones investigaremos en ese sentido.

    Poco después ya estaban en la gran sala del segundo nivel.

    - ¿Qué les parece la nueva teoría presentada por nuestro compañero?, -dijo el profesor al mismo tiempo que explicaba las sospechas de Sapir.

    - Las vibraciones no han regresado, -dijo Ulu-, no tendremos posibilidad de demostrar eso tampoco.

    El equipo pasó la mañana en revisar la información acerca del extraordinario ser que aparecía en las pantallas y, al final no hubo acuerdo, todo terminó en una discusión sobre las cualidades, formas y tamaño de dicho ser.

    Pero regresaron las ondas y con ellas el trabajo a la sección, el Receptor Nucleótico había permanecido durante días en la fase de claves secuenciales, emitiendo preguntas y fórmulas sencillas de saludo al espacio infinito, sin esperanza, con el ritmo sincrónico de las cosas automáticas, al final, volvió a funcionar. Los ingenieros en comunicaciones corrieron cada uno a su módulo y esperaron la traducción.

    El profesor Aribú, junto a Ino Sapir y otros técnicos, estaban delante del Receptor cuando surgieron las primeras secuencias en su idioma.

    - “¿Quién manda ahí?”, -dijeron las ondas.

    Se miraron, la sorpresa, incluso el temor, aparecieron en sus rostros.

    - Somos elebors del planeta Urgo, galaxia Xik-N-Intermedia, -contestó el profesor.

    Tardaron unos segundos en identificar el tipo de ondas, hasta que todos llegaron a una conclusión: era el mismo ser de otras veces.

    La jornada de trabajo la emplearon en explicarle la cuestión de si era un animal, en concreto un perro, aunque les costó sus buenas horas con el Traductor Simultáneo. Después del tira y afloja de otras veces volvieron a coincidir en un punto: el número de extremidades.

    - “Las extremidades, sí”, -contestó el otro-, “cuando estoy sentado, descansando, casi siempre tengo tres miembros, a lo sumo cuatro en todo el cuerpo, pero mientras trabajo puedo llegar a tener cinco o seis, incluso ocho extremidades”.

    Una especie de gran verdad se formó alrededor de los módulos de seguimiento, en el equipo del profesor Aribú aparecieron una serie de posturas y opiniones, sobre cual podría ser la mejor forma de actuar ante semejante portento.

    Las consideraciones posteriores les llevaron a una conclusión cierta, aquel ser que había llegado a tener para ellos la categoría de un mito, no era más que un simple animal del mundo del más allá.

    - ¿Seguimos la comunicación profesor Aribú?, -preguntó alguien.

    - Según sus propias palabras hay una multitud de especies y seres diferentes, sigamos el diálogo, quizás nos muestre aspectos ocultos de ese Universo que puedan servirnos.

    - Pidámosle razones de esos seres, -dijeron desde otro módulo.

    - Sí, por ahí seguiremos la investigación, -Aribú accionó una serie de botones desde el módulo y comprobó, al mismo tiempo, que el otro estuviese a la escucha-, ya dijiste una vez que había más seres donde tú vives, háblanos de ellos.

    Dio la impresión de que el ser del más allá estaba muy a gusto con la pregunta.

    - “Hay muchos seres conmigo, ¿cómo decís vosotros?, que viven cerca de mí, ¡ah!, la maqueta electrónica creada para describir este Universo es pobre, le faltan una multitud de cosas y dimensiones y lo de que no es mundo circular es verdad, aunque os resulte repulsivo”.

    - ¿Podrías conseguir que alguno de esos seres se acercara a donde tú estás y poder hablar con él?, -preguntó el profesor.

    - “No, es imposible, no hay ninguno cerca”.

    - Al menos podrás describirlos, -la dialéctica de Aribú era implacable.

    - “Algún día os presentaré alguno, ahora están demasiado lejos, pero sí puedo hablar de ellos”.

    Esa fue una de las intervenciones más largas del ser del más allá, comenzó haciendo una curiosa descripción de los géneros y especies de su mundo según las premisas transmitidas por el Receptor, el tamaño de aquellos seres, la forma, el color, las cualidades, pero a medida que avanzaba en la explicación, menor era el nivel de comprensión de quienes escuchaban. Sin embargo, todo cambió cuando al otro se le ocurrió mentar el número de miembros de cada especie, en especial cuando dijo que había seres con sólo dos patas en contacto con el suelo.

    - ¡Un momento!, -interrumpió el profesor-, hablemos algo más de eso.

    Pero a parte del número de extremidades, la descripción del resto del cuerpo, acaso más bello que el modelo presentado, dejó algo despistados y fuera de onda a los precisos técnicos de Urgo.

    El Receptor, entonces, emitió una larga teoría de los seres que terminó en los términos de varón, hembra, niños y ancianos.

    - “No, más cosas”, -dijeron al otro lado.

    - Hermafroditas, -dijo el profesor.

    - “Sí, también hermafroditas pero más cosas, los seres que andan sobre dos patas tienen tres o cuatros formas más, todas igual de bellas”.

    Aá Aribú terminó con su paciencia, dejó al equipo con el diálogo y cerró el circuito hacia el Traductor.
     
    #11
  12. Eloy Ayer

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    Aá Aribú terminó con su paciencia, dejó al equipo con el diálogo y cerró el circuito hacia el Traductor.

    El día siguiente fue rico en acontecimientos, por la mañana, el científico acompañó a los colegas de la Ciudad de las Ciencias en la visita al Nucleón, para de enseñarles en directo el tan famoso contacto con el otro Universo, les mostró las grabaciones a excepción de lo que había sido velado, y los trabajos de los módulos en torno al Receptor. Permanecieron muy atentos largo rato delante de las pantallas con la intención de presenciar la aparición de las ondas, pero no sucedió nada, el Traductor Simultáneo se había detenido el día anterior al abandonar el profesor. El grupo de científicos admitió que les había producido una profunda impresión, la sospecha de que aquel ser fuese de cierto un animal, y coincidieron en la postura de Aribú sobre aplazar o anular la comunicación. El grupo de ancianos elebors se despidió después mientras hacía un elogio del trabajo de los equipos técnicos.

    Por la tarde llegó Ino Sapir con el “cuz”, su pájaro azul en el hombro y aprovechó la ausencia del jefe para hacer una serie de comprobaciones a la comunicación. Estaba seguro de no fallar y, en efecto, un poco después de incorporarse al trabajo allí estaban las ondas. Ino sabía que los mandos del Receptor no podían tocarse sin el permiso del jefe y fue a toda prisa al módulo, accionó los mandos de las claves de diálogo, y puso en marcha una entrevista entre el pájaro y el ser del más allá.

    El del otro lado, al darse cuanta de la presencia del “cuz”, emitió una larga serie de vibraciones en algún extraño idioma, mientras el pájaro de Inu representaba su papel, lanzando al aire una larga serie de ruidos y trinos, algo de lo más granado de su repertorio. En todo ese rato el Descodificador no logró traducir una sola palabra, así es que el esfuerzo del ingeniero no sirvió para nada, acaso para confirmar la teoría inicial, según la cual, el ser que hablaba por Receptor era alguien de una especie inferior en el sistema biológico del mundo descubierto.

    Tuvo que pasar una semana para que el profesor Aribú reconociese la verdad, de que las ondas pertenecían a un animal parecido a un perro. Fue a partir de ese momento, cuando las dificultades intelectuales y morales de algunos elebors, vinieron a frenar la ilusión y los trabajos del equipo. Algunos de los ingenieros dejaron de presentarse a la segunda planta del Nucleón alegando extrañas fobias y falta de interés, aunque el experimento continúo en el sentido de que era un hallazgo importante el mundo descubierto, junto a la posibilidad de contactar con otros seres por mediación de quién ya conocían tan bien.

    El trabajo continuó, entonces, en tratar de conseguir las coordenadas del nuevo lugar, si eso fuera posible, o quizás las ondas del aparato hubiesen aterrizado en alguna zona de simple contenido mental, de fluido cósmico y la consistencia material se redujera a eso, a las vibraciones en las pantallas lineales.

    En el diálogo volvieron a coincidir en la palabra “cielo”, “paraíso”, ese era el sentido, lo más parecido a lo que ambas partes pretendían describir. El equipo informó del material de Urgo, en cuanto a lugares predestinados después de la muerte donde vivían los dioses, los seres por excelencia y cómo la civilización elebor había imaginado esas fantásticas dimensiones.

    - “Tampoco hay nada de eso aquí”, -respondió el otro-, “no hay dioses ni iluminación divina, nada, se trata de cosas parecidas, pero naturales como decís vosotros, con seres de carne y hueso que habitan esos sitios”.

    Como en ese sentido no consiguieron ninguna demarcación precisa, decidieron seguir los derroteros de la ciencia y hablaron de universos paralelos, de parauniversos, de mundos inverosímiles construidos a base de fórmulas y logaritmos, unos hipotéticos territorios cuya existencia sólo podía basarse en entelequias y números.

    El ser del otro mundo bostezó, sí, esa era la vibración, la traducción más precisa de las ondas registradas por la columna nucleótica.

    Los días siguientes decidieron insistir en la única cuestión importante que quedaba sobre el tablero, después de estar de acuerdo en que no se trataba sino de un perro, pusieron todo el empeño en conseguir el contacto con los seres superiores que poblaban los mundos descubiertos.

    Una mañana, el profesor Aribú estaba en el módulo terminando unos bocetos electrónicos, y junto a él estaban Ino Sapir y Ulu. Cerca del Receptor había otros dos elebors tomando notas de la información de las pantallas, de pronto uno de ellos exclamó:

    - ¡Acérquense rápido!, han vuelto las vibraciones del más allá y esta vez parece algo especial.

    Los del módulo dejaron los asientos y fueron donde les llamaban.

    - Sí, las ondas son diferentes, -dijo Aribú-, parecen de intensidad mayor y los intervalos frecuenciales han disminuido, podría tratarse acaso de otro de los seres de esa dimensión, veamos el resultado del traductor.

    Pero era el mismo individuo de otras veces que con voz exaltada les preguntó:

    - “¿Queréis conocer de verdad a otro de los seres que viven aquí?”.

    - ¡Exacto!, -exclamó el profesor-, ¿por qué no se acerca uno de esos que andan sobre dos patas?, ¿puedes conseguirlo?

    - Es precisamente uno de esos seres quien ahora anda cerca de aquí.

    - ¿Puedes decirle que venga donde tu estás para conocerle?, -preguntó el profesor.

    - “Sí, eso haré, ahí viene”.

    Las vibraciones continuaron en un espacio frecuencial en el que no hubo traducción, ni siquiera el Descodificador logró interpretar esas ondas. El grupo de elebors siguió expectante en torno a la columna, mientras esperaban escuchar el registro de voz de quien se acercaba.

    De pronto, desde la niquelada estructura del Receptor, en toda la superficie, comenzó a surgir cierto olor característico a circuitos quemados, descompuestos por la intensidad y desde las juntas metálicas, el borde de las pantallas y los pilotos, desde los intersticios entre los mandos, aparecieron ráfagas de humo blancuzco que ascendieron con lentitud en sentido vertical.

    El equipo del profesor Aribú contemplaba con asombro lo que sucedía, se miraban y hacían comentarios, pero siguieron cerca de la columna pues era extraordinario su interés por escuchar la voz del más allá.

    El humo continúo surgiendo desde las juntas de los paneles y sistemas de control, hasta que muchos de los aparatos comenzaron a descomponerse, a saltar, y toda la superficie del Receptor adquirió el aspecto anterior a una explosión.

    - ¡Alejémonos de aquí!, -gritó Ino Sapir-, ¡eso está punto de estallar!

    Parte de ellos fue hacia la puerta de la sección, mientras los otros corrieron a los pasillos laterales, o acabaron detrás de los módulos a modo de parapetos.

    Pasó un intervalo de unos cinco segundos y se produjo la explosión. Cuando el grupo de elebors salió de los refugios vieron como el Receptor Nucleótico había volado, y las paredes y el techo del recinto estaban llenas de cables y cascotes incrustados. En el lugar donde estuviera el aparato, sólo quedó un resto de unos 60 centímetros de altura ennegrecido y humeante.

    Se reunieron todos en torno al lugar de la explosión, la expresión y los comentarios de asombro fueron la tónica de esos momentos. El profesor Aribú trató de tranquilizar a sus ayudantes:

    - Vayamos a los módulos para saber qué sucedió al final.

    El registro del diálogo se había producido y estuvieron analizando los grupos de ondas, pero no consiguieron ningún resultado con el Descodificador. Después el turno de trabajo se interrumpió porque llegaron, a toda prisa, los del servicio de seguridad y obligaron a los de dentro a desalojar la sección del Nucleón.

    Ino Sapir y Ulu acompañaron a Aribú.

    - ¿Qué haremos ahora profesor?, -preguntó el piloto.

    - No haremos nada, esperaremos a que las autoridades construyan un nuevo Receptor y seguiremos la investigación.

    - ¿Habrá alguna posibilidad de contactar con el mismo Universo?

    - No lo sé, -respondió Aribú-, ahora sabemos que la cosa no termina ahí en los límites de la civilización elebor, sino que hay otros muchos mundos más allá, mundos contrastados sin máquinas ni aparatos, pero con una civilización más feliz que la nuestra e infinitamente más inteligente.

    Los tres elebors desaparecieron hacia la zona de servicios, cerca de allí, envolviéndolo todo, el edificio multidimensional del Nucleón con las torres y antenas destacado en el paisaje cibernético de la ciudad, una urbe con una sola utilidad, la comunicación, como el resto de las ciudades de aquel planeta cada una de ellas encargada de un asunto diferente. A lo lejos, desde la atmósfera, a través de multitud de cirros de extraños gases verdes y amarillos, podían verse las diversas ciudades de la superficie contrastadas en el horizonte curvo del planeta.

    Más allá, en el espacio infinito aparecía Itol, la estrella donde naciera Urgo, después Xik-N-Intermedia, su grandioso continente de astros en torno al núcleo central y, por último, el grupo de galaxias perdido los territorios intermedios del Universo.
     
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