Voces en mi cerebro

A veces, cuando la ciudad se disuelve en sombras y las calles se transforman en pasajes de algún sueño olvidado, las voces en mi cerebro despiertan, susurrando secretos que no alcanzo a comprender del todo. Es en esos momentos cuando la realidad se desvanece como una niebla tenue, y me encuentro caminando por corredores infinitos donde las paredes murmuran mi nombre en un idioma que no reconozco pero que, extrañamente, entiendo.

La primera voz, suave y seductora, me invita a seguirla a través de puertas que se abren solas, mostrando paisajes que parecen sacados de la mente de un artista perturbado. Veo relojes derretidos sobre ramas de árboles, rostros sin ojos que sonríen desde las ventanas y ríos de tinta negra que fluyen hacia un horizonte que nunca llega.

La segunda voz es más fuerte, casi autoritaria, dictando verdades absolutas con una seguridad que me aterra. Me habla de dimensiones paralelas, de mundos dentro de mundos, de un laberinto sin salida donde cada elección es una trampa disfrazada de esperanza. "Nada es real," me dice, "ni siquiera tú eres real." Y entonces, la duda se instala en mi mente como un parásito, devorando cada vestigio de certeza.

La tercera voz, la más inquietante de todas, susurra desde lo más profundo de mi ser, revelando miedos y deseos que creía enterrados. Es una voz antigua, como el crujido de un viejo árbol en una tormenta, y sus palabras me llegan con la fuerza de una revelación: "No estás solo aquí. Nunca lo has estado."

En el espejo, mi reflejo me observa con ojos que no son míos, ojos que contienen galaxias enteras y vacíos abismales. Siento una presencia detrás de mí, una figura que se disuelve en sombras cada vez que intento enfocarla. ¿Es real o simplemente otra alucinación de mi mente fracturada?

Las voces se entrelazan, creando una sinfonía de locura que resuena en cada rincón de mi conciencia. Trato de escapar, pero cada paso me lleva más profundo en este laberinto onírico. Los pasillos se estrechan, las paredes susurran más fuerte, y las puertas se cierran tras de mí con un eco final.

Finalmente, me detengo. No hay salida. Me doy cuenta de que estas voces no son ajenas; son fragmentos de mí mismo, ecos de un alma perdida en su propio reflejo. Y en esa aceptación, encuentro una extraña paz. Las voces se silencian, y en el silencio, descubro una verdad simple: la realidad no es más que un sueño compartido, y en este sueño, yo soy tanto el soñador como el sueño.

 

Hay que soñar, de eso se trata la vida.

Muy bueno.

Saludos