Un final por escribir

Apenas llegó, se sacó los zapatos y se dirigió impetuoso hacia la cocina a servirse un vaso de Cabernet. Se sentó en el sillón y dejo volar su cabeza. La dispuso en un infierno de libre albedrío, que ella decidiera a donde dirigirse sin limitación alguna. Y digo infierno, porque que peor infierno que el de no saber con que reminiscencia del pasado nos podemos encontrar, o que juego macabro nos puede estar esperando detrás de ese telón tejido a mano por la imaginación.

Le gustaba hacer eso al llegar, dos o tres veces a la semana practicaba ese ejercicio, los resultados eran, según él creía, cada vez mejores. Luego de esos momentos, que rara vez superaban una hora, se sentía descansado y enérgico.

Observando el vaso de vino a medio llenar, se le vino a la mente escribir algo, sería la historia de un hombre que escribe sobre su vida, sobre las cosas que le pasaron, para que de algún modo hayan servido de algo, que tengan un significado, pero más que nada, para darle un desenlace deseado a su historia.

Se llenó de nuevo el vaso y se puso a escribir, impulsado por una necesidad inexorable, como el de una adicción. Luego de un par de horas, ya cansado, las palabras no le fluían como al principio, por lo que decidió dejarlo, prometiéndose retomarlo más adelante.

Pasaron las semanas y de a poco fue agregando nuevas palabras a su historia. Al momento de escribir lo que serían las últimas líneas, Zimmer se había mudado de ciudad, ahora se encontraba un poco más al norte, rodeado de árboles y pisando la tierra, tierra que libre respiraba en aquel pueblo, tierra alegre de estar al sol sin que la cubran con los mantos del conformismo.

Una noche, leyendo aquella historia frente a un público de personas no muy numeroso en un bar, en una especie de varieté que se hacía todas las semanas, una chica entró al lugar e inmediatamente a él se le puso la piel de gallina, ella pidió un vino de una etiqueta que cuando la vio, le sirvió o ella quiso que le sirviera, de señal de que no lo tomaría sola.

Zimmer terminó de leer y cuando todos estaban cumpliendo con la formalidad del aplauso, escuchó del fondo una voz que pronunciaba esa palabra que solo él podría haber comprendido en ese contexto. Alzó la vista y dirigió la mirada a la mesa del fondo, no se sabe si primero reconoció que esa palabra no estaba dicha al azar sino que tenía una intención, que estaba totalmente fuera de contexto en esa situación, que la intención era ser cómplices una vez más y para siempre o si fue el tono de la voz, algo pasó primero, algo su cerebro reconoció primero, no se sabe, pero lo que si se sabe es que en ese momento la energía que habitaba en el lugar era tanta, que algunos dicen que se podría haber semejado a la de la milésima de segundo previa a la explosión que dio comienzo a todo, era tanta que algunos sucesos se mezclaron, como cuando se mezclan los recuerdos de la noche anterior después de varios vasos de vino, pero era mejor que eso, porque en el recuerdo, en el lugar se respiraba júbilo y las moscas bailaban tregua y catala.

Al verla, sentada con el vaso y la botella de vino a su lado, fue como si el tiempo nunca hubiese pasado, pero la vio desde una perspectiva única, era como si él estuviese mirando la escena de afuera. Ahí comprendió, que eso que había soñado una vez en donde él la veía a ella desde ese ángulo y que nunca había entendido el porque, eso que su cerebro había recreado esa vez, era seguramente esa milésima de segundo previo a la creación.

Zimmer se dirigió a la mesa y se sentó, mientras ella le pedía al mozo otro vaso y una lapicera con la que él le pondría el punto final a la historia.

 

Si este Zimmer puede remontarse segundos antes del big bang quizás pueda explicarnos hasta cuándo seguiremos con esta expansión. Un saludo, Aires.